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Trabajar en Lisboa por 2,3 euros la hora

Por Javier Esturillo - Julio 14, 2018
Trabajar en Lisboa por 2,3 euros la hora
Concentración de trabajadores del Grupo Konecta en Lisboa.

Los call centers portugueses ofrecen una oportunidad laboral para numerosos jiennenses en paro, pero camuflan en muchos casos prácticas que rozan la explotación laboral, con sueldos ridículos y horarios imposibles de cumplir

Portugal está de "moda". Durante los últimos tiempos el país vecino ha dejado de ser visto como el "hermano pobre" de Europa, sumido en la crisis, y cada vez son más quienes lo señalan como un sitio moderno, cosmopolita y el lugar perfecto para emprender una vida. Y los call centers son el nuevo "boom" de la economía portuguesa. Miles de parados españoles, sobre todo extremeños y andaluces, han encontrado un allí un hueco, pero hay gato encerrado. Cinco jiennenses, cuatro de ellos de Linares, denuncian que detrás estos centros de atención al cliente, pertenecientes a fiales de la grandes compañías de telefonía móvil, se esconden en muchos casos prácticas que rozan la explotación laboral, con sueldos rídiculos y horarios imposibles de cumplir.

Pepe buscaba en el país del fado la oportunidad laboral que tanto se le resistía en Linares. Encontró una oferta de trabajo por Internet en el call center del Grupo Konecta en Lisboa. Hizo las maletas y se marchó con sus sueños e ilusiones a la ciudad de la luz. Le prometieron facilidades a lo hora de encontrar vivienda y unas condiciones que, aunque no eran excesivamente buenas, le permitirían salir del ostracismo laboral al que se veía condenado en el municipio con la tasa de desempleo más alta de España. Diplomado en Relaciones Laborales y estudiante de Derecho por la UNED, Pepe -que prefiere no dar más detalles sobre su identidad para evitar represalias de la dirección- trabaja de teleoperador por 2,33 euros la hora, lo que representa, a final de mes, no más de 650 euros una vez descontados impuestos. Con ese dinero, debe hacer frente al alquiler del piso, que comparte con otros compañeros, la comida y el día a día en una capital europea.

Su contrato, como el de la mayoría, es precario, de "obra y servicio", precisa. Pero más allá de un salario mínimo, este linarense de 32 años soporta todo tipo de presiones, imposiciones constantes, vigilancia absoluta y mecanización inverosímil de su trabajo. Una explotación casi tercermundista que aguanta por residir en una ciudad que le apasiona y porque, al otro lado de la frontera, solo le espera la oficina del paro.

La "importante empresa" de telemarketing que lo contrató, que da servicio a Vodafone España, vive, desde hace dos semanas, en constante agitación por las protestas laborales de sus empleados. La espoleta que activó el conflicto fue el despido de tres trabajadores, entre ellos otra linarense, Raquel Sánchez. Llevaba tres años en la compañía cuando, de la noche a la mañana, prescindieron de ella. "Cinco minutos antes de que acabara mi jornada laboral, vino mi jefe a por mí, me dijo que quería hablar conmigo, me llevó a su despacho, donde estábamos los dos solos, sin mi coordinador ni nadie. Allí, bajo amenazas, me dice que tienen que prescindir de personal y me da la hoja de despido", recuerda. Su 'delito' fue sindicarse para defender sus derechos laborales. A partir de ese momento, una de las teleoperadoras con mejores números de su departamento pasó a estar en la diana de sus jefes.

De hecho, la primera amenaza que recibió por parte de Konecta fue cuando empezó a moverse con el STCC, siglas en portugués del Sindicato dos Trabalhadores de Call Center, para quejarse por los cierres patronales, “que son días en los que la empresa decide que va a haber pocas llamadas, por lo que ese día cierran la empresa, no lo cobramos y nos quitan un día de nuestras vacaciones". "Entonces -continúa-, el Jueves Santo, que no venía en el calendario festivo, decidieron cerrar y yo me negué y les dije que ese día tenía derecho a trabajar. Ahí empezaron las amenazas”, recuerda. Después esto, la joven linarense, junto con el sindicato y más compañeros, reclamó los días festivos portugueses que no le habían pagado como tales. “Tras conseguir que nos pagaran ese día festivo de este año, incité a todos mis compañeros a que reclamaran todos los días festivos que les debían desde que entraron a trabajar, a 48 euros cada uno. Nos han robado mucho dinero, por lo que todo el mundo puso la reclamación. Y en este proceso de reclamar todos esos días fue cuando me despidieron”. Raquel Sánchez, que recibió un finiquito que no llegaba a los seis mil euros, ha denunciado a la empresa por despido improcedente y el lunes se verá con ella las caras en el juzgado. Cree que es una cabeza de turco para que sirva de ejemplo para el resto y está dispuesta a llegar hasta el final para conseguir su readmisión.

La vida laboral de Raquel ha transitado entre Linares y Jaén en varias cafeterías y establecimientos. Un día se quedó en paro y, a los seis meses, optó por marcharse a Lisboa, de donde no tiene pensado moverse, de momento, aunque eche "mucho de menos" su tierra y a su familia. "Me gusta esta ciudad, a pesar de las condiciones en las que te hacen trabajar", lamenta. 

El pasado 7 de julio, en protesta por los tres trabajadores despedidos, según el sindicato de forma “ilegal”, hubo un paro y una concentración a las puertas del call center para denunciar los abusos a los que son sometidos y para defender a los compañeros que se fueron a la calle por, simplemente, luchar por sus derechos. También demandaban a la multinacional “contratación indefinida después de un año de servicio, un incremento de 50 euros mensuales en el sueldo de los trabajadores y que Konecta respete las leyes laborales portuguesas”. 

UNA HUIDA HACIA ADELANTE

Los casos de Pepe, Bartolomé o Raquel Sánchez, tres de los linarenses que emigraron a Portugal para trabajar en Konecta, son solo un ejemplo de la realidad de los call center que proliferan a las afueras de la capital lisboeta. Allí, decenas de compañías de telemarketing ofrecen servicios a multinacionales que han aprendido que no necesitan cruzar el océano, desplazarse hasta América Latina, para instalar sus centros de llamadas. Portugal, más cerca y con laxas condiciones laborales, se ha hecho un hueco en la deslocalización. Vender, vender y vender ese es su único objetivo con tiempos cronometrados, estrés, amenaza constante de despido, problemas de salud... y todo por salarios que rozan la exclusión social. Por nueve horas de trabajo reciben una media de 600 a 700 euros, en función de los incentivos, “muy por debajo” de lo que se gana por el mismo puesto en España, que se sitúan en los 1.000 euros por la misma jornada aproximadamente.

La elevada tasa de desempleo y las dificultades económicas han llevado a muchos linarenses a rebajar sus exigencias, a aceptar cualquier cosa por tal de salir del círculo vicioso en el que se convierte la inactividad. De esta situación se aprovechan muchas empresas con ofertas que, como en el caso de los centros de atención al cliente, están lejos de cumplir las expectativas del trabajador para poder estructurar una vida. 

 

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