Una vida
Nueva York, Londres, Madrid o Los Ángeles acaban tras el último polígono industrial; allá arranca otra historia, el camino hacia otra gran ciudad, hacia otro mundo. Las sierras no tienen fin, porque cualquier monte te permite divisar el mundo entero. En el corazón de la Sierra de Segura que está ardiendo no existen oportunidades de labrarse un futuro económico convencional; nadie se ha hecho rico aquí, nos basta con llenar el carro y persistimos solo por la magia del lugar. Pero nos sentimos multimillonarios, porque nuestras casas abarcan las cientos de miles de hectáreas, no terminan en ningún muro; nuestras casas son las montañas, los árboles, los collados, los cañones, los ríos, las rapaces, los gamos, los ciervos...
El sueño de esta noche no me lo han quitado mis cuatro paredes, las cambio por media hectárea. No he dormido pensando en Kino, en Loli, en Manolo, en Consuelo, en Maribel, en Rocío, en Nacho, Ramón, Inma, Paco, Asun, Pedro, David, Encarni, Adolfo, Nori, Francisco, Clarita... En invierno (¡qué digo en invierno!), a finales de septiembre, apenas seríamos una veintena de personas los evacuados; porque en invierno, a mediados de septiembre, no más de veinte personas subsistimos allí. Allí es el pulmón de Europa, el Parque Natural más extenso de toda la península: la Sierra de Segura.
Si arde aquello, si aquello desaparece, lo perdemos todo, no nos quedará nada; porque, en su momento, nos decantamos por una vida austera y la soledad de las montañas para renacer. No cabe posibilidad de reconstrucción en nuestro presente. Y cuesta lo indecible imaginarse en otro sitio, en otra montaña, con otra rapaz; plantarse frente la ceniza con la certeza de que ya nunca volverás a estar tan vivo.
Me pedía Javier Esturillo un texto breve, una sensación. Y esto puedo darte, decirte: imagina que desaparecen los mares e imagina la sensación del veraneante frente a la del pescador. Roguemos a los dioses (forestales).
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