Vasile perdió la novia y el violín
Planeta Flojete inaugura con un espectáculo clown el ciclo de humor de abril en Casablanca de Alcalá
Daniel Molina subió las escaleras de Casablanca, en Alcalá, para cambiarse en la planta de arriba, aún la música sonaba y los espectadores esperaban el comienzo de la actuación. En poco tiempo Molina se puso una camisa blanca y una cabeza de caballo; había atmósfera de Twin Peaks.
Habló primero Julián Relaño, gerente de Casablanca, sentado en el escenario. Explicó que Planeta Flojete sería la primera actuación de un ciclo de noches de humor que citará a los alcalaínos cada viernes de abril.
—Salvo en Semana Santa. No vamos a competir con Dios —aclaró Relaño.
Después le pasó el micrófono a Rodrigo, un joven entre el público. Y ahí empezó la ficción.
Rodrigo habló a la audiencia de Vasile, un violinista rumano que había conocido en el metro de Madrid. A Rodrigo le impactó tanto el talento de Vasile que le propuso tomar un café en un bar; así sacaba de paso al músico de la calle. Con el tiempo, narró Rodrigo, aquel violinista abandonó el metro para hacer carrera ya en teatros, apoyado por un productor. Vasile se hacía un nombre, y el vuelo profesional lo llevaba a Granada.
—Le dije que mi pueblo, Alcalá, estaba al lado. Le propuse venir aquí —remató Rodrigo para presentar al músico.
Vasile bajó las escaleras con la cabeza de caballo. Subió al escenario y absorbió una aspirina. De pronto tuvo una peluca, y su cabeza se volvió humana. Empezó a hablar, el deje rumano en la voz, omitiendo los artículos, para tejer complicidad con la audiencia. Tenía sobre una mesa el estuche del violín, lo abrió y solo había un jamón y un queso pochos. A falta de música, prometió magia. Todo desde el rencor hacia Popescu, el primo con apellido de futbolista culé que le había robado a la novia.
El despechado artista explicó que la fama cuesta. Antes de ser virtuoso pasó por empleos exigentes: era el encargado de mover la cera en el Museo de Cera; chapero con clientes cercanos al último aliento; tirador de dardos en una tómbola, y corredor de bolsa. Todo literal.
Vasile se propuso conquistar al público en la memoria de su abuelo, también Popescu, ya que su novia y su primo parecían irrecuperables. Probó con trucos de cartas de una baraja gigante, con una espada en la boca y con una camisa de fuerza. Cada intento auxilidado por alguien del público. El técnico de sonido, que ambientó el estado anímico del artista con canciones ad hoc, tuvo que subir a consolarlo.
Al final del número, Vasile se abrazó con Rodrigo, la persona que lo proyectó al éxito. Brilló Molina gracias a sus exageraciones; nadie disfrutó más que un señor con gafas, al fondo, que redimensionó el concepto de carcajada. Vasile perdió la novia, olvidó el violín, pero triunfó en Casablanca un viernes cruzando la medianoche.
Únete a nuestro boletín