Viaje a la tumba del padre
La frailera María del Carmen Calvente viaja cada víspera de la fiesta de Todos los Santos a un pueblo de Granada para reencontrarse con su padre
El coche arranca en Frailes, desde la puerta de la casa de María del Carmen Calvente, de 59 años, y toma rumbo hacia el pueblo de Granada donde nació, Pinos Puente. Allí regresa siempre en vísperas de la fiesta de Todos los Santos. Allí, a un municipio cuyo nombre evoca al árbol más icónico de la muerte con permiso del ciprés, está enterrado Prudencio Calvente Guerrero. El padre.
Es miércoles 24 de octubre, y el viaje se precipita porque la mujer anda escasa de tiempo y no conduce; una amiga de Alcalá la lleva en compañía de dos de sus cuatro hijas. Frailes y Pinos Puente están separados por algo más de 40 kilómetros, de manera que el trayecto en coche apenas supera la media hora. Que nadie piense que el viaje es un calvario o una sucesión de silencios: la visitante está viva, y lo celebra en el asiento del copiloto al ritmo de Despacito, éxito de Luis Fonsi que suena hasta dos veces en la radio del coche.
Prudencio Calvente murió a la edad de 58 años, uno menos que los que ahora tiene su hija, en 1998. Los caminos se separaron cuando María del Carmen se fue de casa muy joven, con apenas 15 años, para iniciar una nueva vida en pareja en el pequeño pueblo de la Sierra Sur donde todavía vive.
Ya en Pinos Puente, llama la atención la proximidad de los dos camposantos, el viejo y el nuevo. En apenas cinco minutos andando se pasa de uno al otro. La tarde tiene una temperatura templada, y apenas hay gente en el cementerio menos antiguo. No hay más sonido que el de algunos pájaros.
"LOS DOS HERMANOS MURIERON EL MISMO DÍA Y A LA MISMA HORA"
Las hijas de María del Carmen recuerdan que el abuelo Prudencio siempre traía regalos cuando visitaba Frailes.
—Nos regalaba muñecas que aquí no se vendían. También nos dio la primera televisión y una nevera —cuenta María Adela Calvente, hija de María del Carmen.
Prudencio Calvente fue un granadino que emigró a Alemania para trabajar de jardinero. Antes de fallecer sufrió cáncer de garganta.
Su nicho es el número 333 del cementerio. Se llega por un pasillo que desemboca en una explanada, y está en la fila de tumbas más cercana al suelo de las cuatro que hay.
—La quería bien clarita —recuerda la hija acerca del tono claro del mármol.
Enseguida empieza el trabajo que los vivos hacen para honrar a los muertos: limpiar la tumba y la figura de la Virgen María, repasar con pintura blanca los bordes, fregar y barrer, y dejar las flores.
Ocho tumbas a la derecha de Prudencio descansan los retos mortales de su hermano Antonio, también lastrado por el cáncer. Perdió la vida en 1999, justo un año más tarde: a la misma hora del mismo día, el 29 de enero. La familia recuerda que los hermanos eran conscientes de la enfermedad del otro, pero nunca nunca supieron la propia.
Germán Calvente, hermano de Prudencio y de Antonio, también está enterrado en el mismo camposanto, pero en otro lugar.
—Era muy querido en el pueblo. Cuando murió los vecinos llenaron su tumba de flores —recuerda la sobrina.
EL CEMENTERIO ANTIGUO
Si el cementerio menos antiguo llama la atención por la cantidad de gente que perdió la vida por debajo de la treintena, el antiguo tiene una atmósfera muy de película de Wes Craven. A pocos pasos de entrar, hay un pasillo estrecho rodeado de dos filas de cipreses que apela al cine, más aún si la luz vespertina mengua y los pájaros se mueven entre los árboles.
El cuarto hermano, enterrado en este camposanto más antiguo, pero muy prolijo, es Rafael. Cerca de la tumba hay otra monumental, con un Cristo en la Cruz que impone, proyectado hacia arriba desde un montón de piedras.
La visita de María del Carmen a la tumba del padre es también el viaje para recordar quiénes eran aquellos familiares de los que se separó cuando cambió Pinos Puente por Frailes. Honrar a los muertos para entender el camino de los vivos.
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