GALERÍA | El vino que sube el censo
Frailes, de unos 1.600 habitantes, concentra a cerca de 2.000 comensales en el recinto ferial gracias a la jornada vinícola
Hay ambiente de feria — como la de agosto— el día que Frailes celebra la popular jornada vinícola y gastronómica en el recinto ferial. Hoy, caminar a las eras del Mecedero recupera la atmósfera del primer fin de semana de agosto: filas de coches, un aparcamiento ad hoc a rebosar y gente que va y viene en pocos metros cuadrados. El conocido como Día del Vino —o El Vino, si la idea es abreviar— tiene un curioso impacto demográfico en un pueblo que sobrepasa ligeramente los 1.600 habitantes; la fiesta concentra a casi 2.000 comensales. Lugareños y foráneos.
LOS DATOS DE UN DÍA GRANDE
Javier García, vecino de Frailes, es el responsable de los 37 camareros que trabajan en la jornada. García está al frente desde la edición de 2012, la que tuvo mayor afluencia. "Entonces comieron unas 2.200 personas. Fue la primera que organicé", recuerda.
¿Cómo se llega a producir ese efecto imán de personas que no viven en la comarca? El secreto está en la bebida de tono rojo. Son 480 litros de vino tinto y 300 del terreno los que se distribuyen por las mesas. Además, hay 1.000 litros de agua y refrescos. La mayor parte de los preparativos se hace un día antes.
La supervisión de la comida ha estado a cargo del restaurador Miguel Montes desde 1996; ahora es cocinero emérito, imprescindible para que la Olla podrida llegue a las cerca de 2.000 bocas que han pagado su entrada. El segundo plato es una fritura con productos típicos de la Sierra Sur e hierbas del lugar. Hay también surtido ibérico. Después llegan los dulces tradicionales. El comensal puede saborear de todo; cómo huele esa carne en salsa con costillas.
Pasadas las tres y media de la tarde, ya hay ollas en algunas de las mesas; la gente del pueblo conoce el ritmo del evento: merece la pena olvidarse del reloj.
En el pasillo hacia las mesas hay stands locales con todo tipo de productos y una barra. Junto a ella baila un grupo de mujeres baila sorteando botellas. Botellas vacías.
La novedad de la edición ha estado en las muñecas de los asistentes. El Ayuntamiento ha apostado por unas pulseras digitales para controlar a los que entran y a los que quieren entrar. Es el milagro del vino: llenar el pueblo de gente.
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