"En la vida se nos va a olvidar esta experiencia que hemos vivido"

Carmen Cruz y sus hijas, Mari Carmen y Yolanda, aún tienen el vello de punta tras asistir a un cambio de túnica de El Abuelo y sentir un gran alivio en su salud
Las historias que desde hace siglos se cuentan en torno a los prodigios de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno son, para muchos, eso: relatos más o menos sentimentales de gentes que achacaron a la anónima talla del Camarín un inmenso poder curativo.
Pero en pleno siglo XXI, tres mujeres de Jaén (madre e hijas) comparten hoy con los lectores de Lacontradejaén una experiencia que califican de inolvidable y que cuentan "con el vello todavía de punta", conscientes de que serán legión quienes no las crean pero convencidas de que allí, en el santuario diocesano de El Abuelo, ocurrió algo extraordinario el pasado domingo 16 de marzo, a media tarde.
Se llaman Carmen Cruz Soria, Mari Carmen y Yolanda Parra Cruz y después de mucho tiempo con el anhelo de asistir a uno de los cambios de túnica de la venerada imagen, pudieron verlo cumplido y llevarse, para los restos, una vivencia para ellas memorable:
"Vi que no iba a poder ir, me dan crisis de migraña y al lado izquierdo me afecta mucho, pierdo hasta el equilibrio y se me enreda la lengua al hablar; llegó la hora de ir y vi que no iba a poder, pero a pesar de todo decidí hacerlo. Ya en las puertas del Camarín no veía bien, y al entrar, cuando nos sentaron y la hermana mayor comenzó a hablar, me sentía muy mal", cuenta Mari Carmen, y añade:
"Justo antes de que llevaran a Jesús al altar mayor, estaba yo tan mal que solo podía verle media cara, medio cuerpo, ¡y yo temiéndome lo peor! Pero al pasar por delante de mí empecé a poder verlo completo. Me quedé paralizada al principio, yo decía '¡no puede ser, no puede ser!', y le iba viendo ya toda la cara, todo el pelo, ¡recuperé la visión totalmente!".
Mari Carmen Parra Cruz apostilla: "Se lo dije a mi madre, '¡que puedo ver bien!', y ni me vino la crisis ni hablaba con dificultad; cuando salí del Camarín, andaba recta. A mí me habían contado muchas historias, ¡pero que me pasara esto a mí...! Cada dos meses me pinchan cuarenta veces en la cabeza, y es lo único que me hace un poco efecto. ¡Pero esto..., no se me va a olvidar en la vida!", concluye, emocionada.
Y por si fuera poco, Yolanda abrocha la historia: "A causa de sus migrañas, mi hermana no duerme bien desde hace muchísimo tiempo: ¡pues llegamos a casa, se acostó y durmió bien y toda la noche".
UNIDAS POR LA MISMA DEVOCIÓN
Devotas desde pequeñas, Mari Carmen y Yolanda han crecido con la devoción a Jesús como parte cotidiana de sus vidas: "Desde que somos chiquititas hemos vivido la Semana Santa y nuestra devoción al Abuelo; mi madre es también muy devota, ha salido muchos años con una cruz detrás de Él".
Una promesa muy jaenera que a Carmen Cruz (la matriarca) también le procuró una experiencia fuera de lo común, como ella misma comenta:
"A mí me dolía muchísimo el estómago, me estaban viendo los médicos. Un Viernes Santo, a las doce de la noche, había que estar dentro de la catedral, fui a por mi cruz y esperando que empezara la procesión, empezó a darme un dolor de estómago que me agarré a la cruz desesperada, le decía a mi hermana que no podía, que me tenía que ir. Entonces le pedí a Jesús que me dejara ir todo el recorrido, y que cuando cerrasen la procesión me diera el dolor. Así fue, todo el camino maravillosamente y cuando llegué a casa, me dio el dolor. Impresionante", rememora.
Una devoción compartida y una experiencia que sin ser nueva en la familia Parra Cruz, pone en bandeja al lector un entrañable, un jaenerísimo escalofrío.
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