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Volar junto al Piripipao

Por Fran Cano - Julio 22, 2018
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El número circense de Lolo Fernández y Cía UpArte atrae a cientos de espectadores al recinto ubicado junto al Piripipao, referencia gastronómica de Etnosur

Apareció Lolo Fernández, payaso de Linares, en el patio del Colegio Alonso de Alcalá, escenario del Circo de Etnosur. Fernández iba acompañado del pianista Mortencito. Juntos tenían que hacer el número Piano, Piano. La idea era repetir hasta la eternidad la melodía, mientras Fernández hacía de las suyas: tan pronto soltaba un inglés macarrónico como entonaba coplas a la manera de una folclórica en ciernes.

Fernández —cabellera rizada, camisa rosa y pantalones negros— iba de un lado al otro del escenario haciendo lo que le daba la gana. Dijo algo en inglés que el público intuyó:

—Pero soy de Linares —apuntó, y llegaron las primeras risas de los cientos y cientos de espectadores, tantos en las gradas como sentados en círculos a los pies del escenario.

El payaso no es que interactuara con la gente; los incluía en el show. Así es que Fernández estaba en pleno cante hondo cuando vio entre el público a un joven de melena al viento y torso desnudo buscando dónde estaba su compañera. Fernández se le quedó mirando durante segundos hasta que el joven advirtió que el foco había girado hacía él. No tuvo problemas en subir al escenario, comparar abdominales con el payaso fofisano y despedirse como si nada.

Envueltos en el número también se vieron un hombre que portaba dos cervezas que tuvo que ceder al payaso; otro señor cuyas abdominales sí estaban en consonancia con las de Lolo Fernández, y una chica, que como el varón anterior, se subió al piano mientras el payaso persistía en sus esfuerzos galanes, con más ímpetu que acierto vocal.

 Lolo Fernández improvisa con un espectador del circo de Etnosur. Foto: Fran Cano.
Lolo Fernández improvisa con un espectador del circo de Etnosur. Foto: Fran Cano.

—Te prometo que no será patriarcado —le dijo a la chica antes de que subiera al escenario.

El payaso, ya con el público a sus pies y a sus órdenes, desapareció con un vestido largo, deslizándose con la ayuda de patines que nadie vio aparecer. Así se fue el artista.

LAS ACROBACIAS QUE ENCAJAN

Después aparecieron dos hombres que buscaban qué hacer con cajetas de diferentes tamaños. Al par se le sumó un varón más y dos mujeres, y empezaron un juego que consistía en pasarse las cajetas. Era la excusa para lo que estaba por venir.

El grupo empezó a dividirse en parejas, a veces en un trio y una pareja y otras tantas iban cada cual por su cuenta. Las acrobacias eran variadas y todas muy celebradas por el público: uno subido encima de otro, tres expuestos verticalmente como en una escalera imposible y las chicas, sobre todo las chicas, dando vueltas por el aire, subiendo y bajando con la tranquilidad de que los compañeros estarían antes del suelo.

La música envolvía el espectáculo, que generaba expectación porque el vínculo entre las cajas y los acróbatas nunca terminaba de irse; los espectadores sabían que vendrían más y más trucos. En efecto, todo encajaba gracias a la precisión de los artistas, que exhibieron máxima destreza en un espectáculo que no fue, en absoluto, breve.

EL PIRIPIPAO, BUFÉ Y PUNTO DE ENCUENTRO DE ETNOSUR

El destino posterior de un buen número de los asistentes al circo fue el Piripipao, recinto de comida ubicado justo al lado. El lugar recibe a comerciantes de la comida acostumbrados a itinerar. Una de las paradas es Alcalá. Por Etnosur.

Son las 22:00 horas del viernes 20, primer día del festival, y el Piripipao va sumando afluencia. Apenas treinta minutos después, las mesas ubicadas entre las dos porterías de fútbol sala que dan marco al recinto se llenan de comensales. En torno a las mesas están los puestos, y hay prácticamente de todo: crepes dulces y salados, kebab, pizza, fideos de arroz, burritos, cañas de azúcar y hamburguesas vegetarianas, entre otros productos.

Los vendedores son rápidos al servir. No se ponen nerviosos aun cuando las colas suman gente. Lo normal es que en cada puesto haya al menos dos personas: una entre fogones y la otra dedicada a pedir y a cobrar. Así ocurre por ejemplo en Wok, el puesto de los fideos de arroz. Entre el pollo y las setas como guarnición de los fideos, buena parte de los que hacen la cola le dicen al vendedor que prefiere el pollo. No hay modo de vender un pack que lleva setas. Será más tarde.

En el recinto entran consumidores de todas las edades: desde parejas de ancianos que buscan sabores diferentes; jóvenes que ya enfilan al puesto que más les seduce año tras año, y es muy normal ver a padres con sus bebés dormidos contra el pecho.

La entrada sirve de punto de encuentro, en especial cuando la explanada de los conciertos, muy próxima, se llena. En el momento de la actuación de la Banda Morisca no hay aglomeración.

—¿Quién está tocando? —pregunta la cocinera de Wok a la gente que hace cola a la espera de sus fideos.

Más de uno responde con un "yo, yo" o "a mí, a mí", porque cree que la mujer pregunta por el turno de venta.

—No, yo me refiero a la música.

Desde el Piripipao, bien sea junto a una mesa o fuera, apoyado junto a las barandas, la música en directo llega sin problemas. Así se disfruta a Kroke, Álex Ikote, Ghetto Kumbé y a dj Floro. Comer entre canciones. Quién rechaza eso.

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