Wonder Woman y el amor
(ADVERTENCIA: SPOILERS)
Nunca fui lectora de cómics, pero siempre me he sentido atraída por Wonder Woman: una mujer fuerte, independiente, clara y con principios, pero también una mujer capaz de emocionarse y de frustrarse ante la injusticia. Hace poco DC reveló que Diana (el nombre que le dieron las Amazonas en un guiño a la diosa griega de la caza y la naturaleza) es bisexual, pero uno de sus compañeros más célebres es un hombre, el capitán Steve Trevor. Ambos son los protagonistas de la excelente versión que DC estrena este verano, en la que no solo vemos por fin una película de superhéroes con una protagonista femenina increíble, sino también una de las mejores historias de amor que se han contado últimamente en el cine de masas.
En una célebre viñeta que tengo pegada en una chaqueta vaquera, Steve le pregunta a Diana: “Ángel, ¿cuándo vamos a casarnos?”. “¡Cuando la maldad y la injusticia desaparezcan de la tierra!”, contesta ella. La relación de Steve y Diana fue una revolución en los años 40, ya que invertía los papeles tradicionales de superhéroes. El comandante era normalmente el que se encontraba en apuros, y Wonder Woman la que acudía en su auxilio. La película es fiel a la portentosa fuerza física y mental de Diana, pero introduce un matiz: Steve no es una damisela en apuros, sino un verdadero compañero en la lucha. Cuando Diana necesita ayuda, se la presta; cuando sabe que no hay nada que pueda hacer, se retira y se concentra en luchar contra otros adversarios. Su relación es sincera, bidireccional, y pasa de amistad a algo más tras un intercambio de miradas en el que los dos reconocen en igualdad de condiciones lo que sienten y lo que siente el otro.
Wonder Woman no es una película romántica, aunque la fuerza del amor es lo que mueve a Diana (“ahora sé que solo el amor puede cambiar el mundo de verdad”, concluye en el final). Pero el mensaje que transmite es un mensaje que todos deberíamos escuchar. La idea de que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus se pone en entredicho (por mucho que Diana luche, precisamente, contra el dios de la guerra Ares). Y es que la Bridget Jones que las mujeres llevamos dentro, y el James Bond que los hombres llevan, son sólo eso: personajes. Puede parecer tentador creer que estas historias, en la que siempre hay un perdedor y un ganador, el que persigue y el perseguido, son un reflejo de lo que el amor es en realidad. Pero lo cierto es que el amor es un concepto cambiante. La biología y la evolución nos da una base, digamos que el género de la historia; pero es la sociedad la que crea el argumento. Y nada es más efectivo en crear historias que, en fin, las historias que vemos y leemos.
El filósofo suizo De Rougemont tenía la teoría de que la idea de la damisela en apuros nació con Tristán e Isolda, que sentó las bases de la historia en la que la mujer es algo preciado pero también débil, la conectada con las emociones, mientras que el hombre debe adorarla y protegerla y es el fuerte, el conectado con la parte racional. Además, el amor es una fuerza sobrecogedora que todo lo puede y todo lo supera. Y aquí estamos, nueve siglos después, con la diferencia de que en el siglo XII no muchos escuchaban estos romances y muchos menos los leían, pero hoy todo el mundo tiene una tablet con Netflix. Un siglo de recreaciones de esta historia en el cine nos han hecho creer que sí, que esas son las verdaderas historias de amor.
Pero el amor es complicado. Diana es claramente la más fuerte, la más pura, pero es precisamente esa pureza la que le hace ciega a una parte de la realidad que Steve le revela cuando le enseña que hay maldad en el mundo que no puede explicarse. Steve, un hombre de principios del siglo XX, no solo acepta sino que admira que Diana diga lo que piensa, y se pone a sus órdenes cuando es necesario. En Wonder Woman vemos que el amor es cuestión de rescatarse, sino de trabajar en equipo. De hecho, para Diana y para Steve, el amor entre ellos no todo lo puede, ni es lo más importante en un mundo lleno de injusticias. Sí, en los cómics se acabaron casando, pero en la película (dirigida, por cierto, por una mujer) ambos creen en algo que es incluso más fuerte que el amor que sienten el uno por el otro, y actúan en consecuencia.
La historia de Diana y Steve es una historia que encaja más con el siglo XXI, con una época en la que, a pesar de que sigue habiendo muchas injusticias en el mundo, muchos tenemos el privilegio de poder aspirar a la mejor versión de nosotros mismos. Y de aprender que sí, que solo el amor puede cambiar el mundo de verdad, pero que nosotros somos los autores del significado de esa frase —y que ya es hora de que empecemos a contar mejores historias.
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