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"En Jaén siempre me han llamado el pintor raro"

"En Jaén siempre me han llamado el pintor raro"

Por Javier Cano - Julio 28, 2024
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Agustín Cruz León pasó del realismo a una singularísima forma de expresión que impregna su obra desde hace décadas. Cocinero antes que fraile (fue pintor de brocha gorda, como su padre), su aventura vital da para un libro, de tan rica y variada como es desde que abrió sus ojos en Jaén en 1947.

Hombre del casco antiguo, estupendo conversador y con una memoria que repara hasta en el más mínimo detalle, el artista recibe a Lacontradejaén en su amplio estudio, un auténtico oasis creativo en pleno Bulevar. 

—¿Se siente usted eso que llaman un pintor de culto, Agustín?

—Yo tengo interiorizado que aquí, en Jaén, paso desapercibido. O a lo mejor no, porque me he ganado la vida dando clases de Dibujo en un instituto y claro, la gente que ha pasado por allí más o menos me recuerda. Eso lo entiendo, pero desde el punto de vista artístico, a pesar de todas las exposiciones que he hecho, tengo la sensación, y lo digo de verdad, de que me ignoran en Jaén. Aunque no me sorprende. A mí no me sorprende nada de Jaén. 

—Ahora que habla de su ciudad natal. ¿En qué barrio de Jaén vio la luz por vez primera? 

—Mi padre era una persona que no tenía dinero y, según me dijo hace ya años, le dieron un espacio, un solar por el Ejido de Belén; aquello entonces era tierra, no había nada, y él construyó una casa allí. No sé cuántos años después me dijeron que tal vez nací yo allí, no lo sé. 

—Hockney, considerado en los últimos años uno de los pintores más caros del mundo, gusta de regresar a los paisajes de su infancia y convertirlos en protagonistas de sus cuadros. ¿Cuáles son esos paisajes en el caso de Agustín Cruz Léon?

—Años después nos cambiamos al barrio de Santa Clara, y ahí viví yo como niño hasta los siete años más o menos. Mi padre vendió la casa esa y nos fuimos a la Puerta de Martos, en el barrio de la Magdalena: allí estuve viviendo hasta que me casé y es de donde realmente tengo recuerdos de donde he vivido en Jaén. Del Ejido de Belén, absolutamente nada; de Santa Clara sí que me acuerdo de algo, imágenes confusas, muy pocas. 

—La Puerta de Martos: un lugar muy jaenero. 

—De ahí me viene esto...

Se refiere el personalísimo artista jiennense a uno de los paradigmas de su iconografía particular, ese caserío superpuesto que caracteriza su obra desde hace décadas, rastreable tanto a partir del expresionismo de Kandinsky (y hasta cierta cuota de abstracción lírica) como en la mismísima tradición naïf. Su estudio, en pleno Bulevar, está copado de esas pinturas que huelen tanto a casco antiguo. 

 

 

—Es decir, señor Cruz, que Jaén late en sus cuadros aunque en ellos no plasme usted la fachada de la Catedral, el Castillo de Santa Catalina, el Lagarto de la Magdalena...

—Yo me he criado en el barrio más popular, más moruno, donde están la Magdalena, la parte de arriba de Jaén, San Juan... Y eso lo tengo muy interiorizado, de ahí me viene. Yo no me voy allí a hacer fotografías que después reproduzco, no (que es lo que hacen ahora los pintores): yo lo tengo metido en mi mente, y cuando quiero 'refrescarme' me doy paseos por la Magdalena, por San Juan o voy a los pueblos.

—¿Pueblos como...?

—Torres, un pueblo maravilloso para esto; el otro día estuve en Cambil, que es también extraordinario. Una serie de pueblos que los ves desde lejos o desde cerca y es una maravilla. Hacer esto me parece una fuente extraordinaria de creación.

—Esas casas superpuestas que protagonizan su pintura son, entonces, la memoria visual de su niñez, ¿verdad?

—Sí, hago interpretaciones y hago variaciones; lo que no me sirve es coger una fotografía y copiarla, eso jamás. 

—¿Nunca lo ha hecho? ¿De verdad, Agustín? En sus comienzos fue usted lo que se llama un pintor realista y a lo mejor la docencia no le dejaba tiempo para colocar el caballete y trabajar a pie de calle.

—Sí lo he hecho, pero ya el primer cuadro que pinté recuerdo que me asomé a la ventana en la Magdalena, había allí unas vecinas y pinté aquel cuadro, de casas de Jaén. Eso lo hemos hecho todos los pintores de Jaén, pero cuando ya desarrollas y tal, abandonas o haces otra cosa. Yo he tocado muchos palillos, mi trayectoria es muy variada. 

—Y tanto que es variada. Un paseo por su obra deja claras sus influencias iniciales, que poco tienen que ver con su trayectoria posterior. 

—Claro. Al principio, quien más me influyó fue Antonio López, que entonces era el hiperrealista más conocido de España; trabajé y tengo aquí cuadros de esa época, pero a partir de ahí comencé a ir a Madrid todos los meses, me metía en las galerías modernas a ver lo que había en las exposiciones de vanguardia: Picasso, Miró, Tapies..., toda esta gente que en aquella época eran casi perseguidos. Me sentaba allí, me calentaba la olla y cogía unos dolores de cabeza impresionantes, pero aquello fue tomando rescoldo.

—¿Qué quiere decir, exactamente?

—Que yo estaba pintando realismo aquí, en Jaén, pero me daba cuenta de que el mundo iba por otro sitio.

—Y decidió variar de rumbo, ¿no?

—Seguí pintando realismo, pero veía que la creación iba por otra parte, que la época era ya diferente. Hasta que un día, después de dedicarle a un cuadro varios meses, lo dejé, lo borré y empecé mi camino. Un camino muy largo. 

—Un camino por el que transita desde hace ya varias décadas.

—Treinta años o más. 

—Este le está durando, no lo ha abandonado, parece que es su camino...

—Ya digo que las vivencias que tuve en Madrid eran vivencias con el arte moderno. Por otro lado estaba Antonio López, muy potente, con una personalidad muy fuerte, un gran hombre con una inteligencia natural extraordinaria (creo que lo conozco bien), pero el mundo me empujaba hacia otro sitio; al final decides cambiar, no me preguntes por qué. Es una especie de intuición, de querer explorar: quizá también tiene que ver mucho con la naturaleza de cada uno... Ahí está mi amigo Manolo Kayser, que ha seguido por donde ha tenido que seguir aunque ha tenido casi las mismas vivencias que yo, y sin embargo se ha desarrollado de otra manera. 

—¿Qué relación ha mantenido con Antonio López, una de las figuras más importantes del arte español y una leyenda viva de la pintura?

—La primera vez que trabajé en la enseñanza fue en Socuéllamos, un pueblo de Ciudad Real que está a veinte kilómetros de su pueblo, Tomelloso; luego he estado en Madrid visitándole, en la Plaza de Castilla, en un chalé que creo que sigue allí todavía. Yo le contaba mis historias, pero también me di cuenta de que mi mundo no era el suyo, puedes tener la sensación de que lo estás molestando, interrumpiendo..., es un hombre muy atareado. 

—Ya que saca a colación la enseñanza, toca hablar de Agustín Cruz León profesor. ¿Al final pesó la tradición familiar, o es el primer docente de su dinastía?

—Nada, nada, mi padre era pintor de brocha gorda. De hecho yo empecé siendo pintor de brocha gorda, suelo decir [ríe] que le fui quitando volumen a la brocha gorda hasta que se quedó en pincelillo. 

—Para una economía modesta como la de su casa no debió de ser fácil hacer de usted todo un licenciado en Bellas Artes por la madrileña Escuela de San Fernando...

—Como dice la gente, yo tengo para escribir un libro. 

—Cuente, cuente.

—Éramos cinco hermanos, mi padre ganaba poco, en mi casa no había dinero (ni cultura, ni un libro, ni un bolígrafo). Mis hermanos empezaron a trabajar y yo, envidioso, pues también. Estuve de tornero carpintero, a los trece años; terminó el curso y me puse a trabajar, yo era un chiquillo, mi jefe me utilizaba para llevar los materiales de un taller de carpintería a otro. A los cuatro o cinco meses me echó. 

—¿Es que no se adaptó al perfume de la madera?

—No, no, que decía que yo era muy niño, que estaba jugando.

—Y de ahí...

—Me puse de tallista, de carpintero para hacer molduras y demás. Ahí aguanté un poco más. 

—Se asentó entonces en el mundo de la carpintería, ¿no?

—Qué va: me metí a vender huevos en el mercado, de recovero. Ahí estuve un año, con Molinero, que entonces tenía un puesto de huevos allí. 

—Al menos empezaba usted a tomar contacto con alguno de los elementos propios de una técnica artística, y además medieval: el temple al huevo. Bromas aparte, ¿en qué momento se le apareció la vocación pictórica, Agustín?

—Ya le estaba dando yo la lata a mi padre diciéndole que quería ser pintor y entré a trabajar con mi padre, pero de brocha gorda. Entré en el taller y como entonces había el sentido del aprendizaje, en cualquier oficio; yo hacía lo que podía hacer un niño: lijar paredes, limpiar las gotas, lo que procedía. Pero ya me matriculé en la Escuela de Artes y Oficios. 

—Sintió que prefería lienzos y tablas, en lugar de muros y fachadas.

—Yo no sé si aquello era vocación, porque en mi casa no se profesaba eso ni nos educaron para ello, no lo sé. No sé si es que yo era ambicioso o envidioso, o que tenía aptitudes, sensibilidad, no sé. Desde luego fue raro. Por las noches iba a la escuela a dibujar, y puedo decir que he tenido suerte con los profesores. 

—¿Por qué o por quién lo dice?

—Un sustituto de Nogué, Pablo Martín del Castillo; fue una suerte. Jaén, en aquel tiempo, era un pueblo, aquí no había más que ovejas y cabras, pasaban manadas todos los días, y burros. La gente tenía sus huertas. Había también gente que pìntaba, me acuerdo de José Cortés, una buenísima persona, muy amable, extraordinario; estaba también Cerezo, al que conocía pero no tenía mucha amistad con él. Pero los profesores venían de fuera. 

—¿Le fue provechoso su paso por la actual 'José Nogué'? 

—Yo seguía como pintor de brocha gorda y vi que aparte de blanquear fachadas, en el taller se hacía un poco de todo: decoración, rótulos... Yo quería hacer eso también, me apunté a Artes y Oficios y poco a poco fui aprendiendo a dibujar. Me fui metiendo a hacer rotulaciones hasta que junto con un compañero mío, Juan Castillo, hacíamos toda la publicidad de Jaén: la del teatro Cervantes antes de que lo derribaran, la plaza de toros, el campo de fútbol... Pero eso se me quedó corto. 

—Dio el salto a Madrid pero (y perdone la insistencia): ¿cómo pudieron hacer frente a los gastos que implicaba una carrera en la capital de España, el alojamiento, la manutención...?

—En el taller donde yo pintaba había un compañero ya mayor, que se llamaba Arturo Ruiz y que había estado en su época en la Escuela de Artes y Oficios y también sabía pintar; era un poco fantasmilla y decía que había estado trabajando en Madrid, en los estudios cinematográficos: "Burt Lancaster me daba tabaco", presumía. Yo me quedaba con los ojos abiertos, y le dije a mi padre que me iba a Madrid. Me puse tan cansino, tan cabezón, que me dejó; yo tenía diecisiete años, y empecé a buscar trabajo allí en los estudios cinematográficos.

—¿Lo encontró? ¿Pudo pedirle tabaco al 'hombre de Alcatraz' como se cuajaba su compañero?

—Me dieron trabajo, sí, y a la vez me apunté a la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, en Noviciado. Por la noche iba a la escuela y me pasaba el día trabajando en el cine, hasta que me despidieron, a los tres meses. Ahí me di cuenta de lo fantasma que era aquel compañero; aquello era barco lleno o barco vacío, había una película y se necesitaba de todo, pero cuando se terminaba la película, ya no había trabajo. 

—¿Recuerda para qué película trabajó?

—Fui como pintor de rodaje para un reportaje de un actor español que estaba en Estados Unidos.

—El paso de Artes y Oficios a Bellas Artes, ¿en qué momento llegó?

—Como yo había pasado por la Escuela de Artes y Oficios de Jaén, cuando llegué a la de Madrid empecé a dibujar como otros muchos alumnos, en la calle La Palma, y un día me preguntó un profesor que por qué no me presentaba a Bellas Artes. "¿Eso qué es?", le dije yo, o algo así. Tantos años dibujando en Jaén como me tiré, y llego a Madrid y me dicen que por qué no me presento a Bellas Artes. Eso me hizo pensar. 

—Una vez licenciado, ¿la docencia se le presentó como una salida profesional o es que guardaba usted esa vocación, también, en sus adentros?

—Antes, las escuelas superiores (como los conservatorios o Bellas Artes) te dejaban ingresar aunque no tuvieras el Bachillerato, que muchísima gente no lo tenía. Pero si después querías ser profesor de Dibujo, tenías que presentar el título de bachiller. Así que hice el Bachillerato, con mucha dificultad. Ahí vino el problema: ¿qué eres, pintor o profesor?

—¿Qué se respondía a sí mismo?

—Unas temporadas me planteaba que lo mejor era dedicarse a dar clases, pero a los tres o cuatro meses pensaba en que ni Picasso ni Dalí habían estudiado el Bachillerato, ¿por qué tenía que hacerlo yo? Haciendo la mili, incluso, hacía yo el Bachillerato, y cuando lo terminé solicité el título de profesor de Dibujo y me puse a dar clases. 

—¿Empezó como profesor en Madrid o se vino directamente a Jaén?

Empecé en Socuéllamos, estuve tres años de interino, me preparé las oposiciones, me casé en esa época y aprobé las oposiciones a catedrático de instituto. Yo creo que he sido el primer catedrático de instituto de Jaén capital que ha aprobado por oposiciones. 

—Una vez en Jaén, ¿en qué centro impartió clases hasta su jubilación?

—Siempre he estado en el instituto Santa Catalina. Antes, al aprobar las oposiciones, me vine a Linares, estuve allí dos años, en el 'Huarte de San Juan'. De allí pedí traslado y me vine al Femenino, allí estuve diez cursos. Pero se puso la enseñanza fatal, yo recuerdo que cuando estaba en Socuéllamos, entraba el profesor y la gente se ponía en pie; eso no era malo, el profesor no se come a nadie. Pero los últimos años en el Santa Catalina, entraba en clase, me ponía en la pizarra y oía a algún alumno que decía: "Eh, callaos, que el profesor ha entrado en clase". Como veía venir todo esto, pedí el traslado y me fui al Instituto de Bachillerato a Distancia, ahí estuve veinte años hasta que me jubilé.

—Con esos mimbres, Agustín, ¿la docencia colmó sus expectativas o terminó hastiado? ¿Hubiera preferido continuar exclusivamente como pintor?

—La enseñanza me la he tomado siempre con mucha responsabilidad, intentaba llevar los programas, hacerlo lo mejor que podía, no ser un dictador. Pero al contrario: cuanto más tiempo pasa, más agradecido le estoy a la enseñanza. Por ejemplo, este estudio lo tengo gracias a la enseñanza, de la otra manera no sé lo que hubiera pasado. Les he dado carrera a mis hijos, tengo medios... Y además aquí en Jaén, de la mayoría de los pintores que hemos pasado por Bellas Artes ninguno vive de la pintura, no se puede. Eso sí, hay algunos que venden cuadros, como complemento del sueldo. 

—¿Agustín Cruz León ha vendido mucha obra en Jaén?

—No, he vendido algo pero no mucho. Aquí siempre me han llamado el pintor de pintura rara.

—¿Cómo ha llevado eso de que le llamen 'raro, raro, raro', a lo Papuchi?

—Me reía, y además era lógico. A una persona educada en Leonardo, en Velázquez, en Goya, en toda esa gente, le han dicho que pintar es eso, que pintar es copiar. Yo no tengo nada en contra de eso, la gente es natural, la gente dice lo que piensa, lo que ve. 

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