"Cada vez atendemos a gente más joven en la calle"
Álvaro Montejo Gámez (Jaén, 1984) se matriculó en Psicología en la UJA sin grandes expectativas. Con el tiempo descubrió un mundo que le apasionaba y que lo llevó a la calle, desde donde ayuda a la gente. Es responsable del Programa de Personas sin Hogar de Cáritas Diocesana desde 2013. Hoy, domingo 30 de octubre, es el Día Mundial de las Personas Sin hogar.
Montejo ha visitado la Redacción de Lacontradejaén, en Cuatro Gatos Coworking, para trasladar qué realidades están detrás de los números. Qué significa que este año hayan sido atendidas más de 300 personas en la provincia. El impacto de la pandemia, el rol de las instituciones públicas y la salud mental son parte de los temas que aborda un hombre que trata asuntos complicados sin estridencias. Hay un tono de humor, serenidad y lucidez muy genuino en Álvaro Montejo Gámez.
—Empecemos por lo más sencillo o quizá lo más problemático. ¿Qué es una persona sin hogar?
—Puede ser tú, yo o cualquier persona que te encuentres en la calle. Alguien que acaba con los derechos vulnerables ha tenido a lo largo de su vida una serie de acontecimientos que son traumáticos, incontrolables y muy repetidos en el tiempo. Cuando una persona vive tantas experiencias traumáticas de forma consecutiva sin poder controlarse queda en una estado de indefensión aprendida, y la persona aprende que haga lo que haga no tendrá ningún resultado. Y se queda inmóvil. Es lo que vemos en la calle: una persona que se queda sin respuestas. Es complejo.
—Desde su experiencia en el programa, ¿hay perfiles muy concretos o cualquiera puede verse en una situación de debilidad extrema?
—Están cambiando últimamente. De hecho, cada vez atendemos a gente más joven. El estereotipo de persona sin hogar es alguien de unos 50 años, con una historia de vida vinculada a la soledad, a las adicciones e incluso que ha desarrollado como consecuencia una enfermedad mental. Pero también es cierto que estamos atendiendo a personas jóvenes que han tenido problemas de desarraigo familiar desde adolescentes y llegan a la mayoría de edad con problemas de conducta. O mujeres que, por asuntos de violencia de género, tienen un problema 'oculto' de consumo que florece a posteriori y evidencia que han estado desprotegidas. Renuncian a esos recursos y se quedan sin hogar.
—Cáritas ha hecho público que ayuda a más de 300 personas en lo que va de año, menos que las 505 de 2021, si bien aún quedan los datos correspondientes a la cosecha de 2022.
—Todavía no hemos contabilizado a los temporeros. Probablemente se llega a las 500 personas. Son personas también sin hogar que itineran por la geografía y que desde noviembre hasta febrero vienen aquí. Hay que esperar aún.
—¿El fin de las restricciones de la pandemia influye?
—No, no tiene nada que ver.
—Este año la cobertura es más numerosa en el caso de los hombres que en el de las mujeres. ¿Es la tendencia natural?
—Sí, lo normal es que haya más hombres. Este año he agregado la coletilla de las mujeres. Normalmente no hemos segregado los datos, pero es que ahora sí estamos viendo el problema que comentaba antes de las mujeres. En Jaén no tenemos un recurso específico para ellas. Ahora tiramos de imaginación para dar una respuesta o las derivamos a otras provincias. Ya he hecho llamamiento en foros públicos para atender a mujeres que necesitan arraigarse en algún sitio e iniciar un proceso. Ese primer paso es difícil.
—¿Cómo son? ¿A qué perfil responden?
—Suelen ser de todas las edades, si bien nos estamos encontrando un perfil joven, con desestructuración familiar o que ya han estado en un recurso, como el Instituto Andaluz de la Mujer, pero no han salvado la situación. Aquí también influye el factor de la enfermedad mental, porque florecen historias que antes no se habían contemplado. Si la cobertura pública de salud mental para personas 'normales' está mal, imagínese para quienes no tienen hogar. No llega directamente.
"QUE HAYA CENTROS COMO EL DE SANTA CLARA SUPONE UN FRACASO SOCIAL"
—El Hogar y el Centro de Santa Clara es una institución más que conocida y con prestigio, desde 2007. ¿Cuáles son las claves de que funcione?
—Es pionero en la provincia, el primer recurso que se abrió de estas características. Las personas están acompañadas las 24 horas del día y se les hace un seguimiento muy personalizado e individualizado. En su momento, Cáritas apostó por un recurso pequeño, como un albergue para atender a 40 ó 50 personas, pero aquí se apostó por algo más pequeño. Con el tiempo vimos que había que complementarlo con un centro diurno que asegura las necesidades básicas. A partir de ahí se mide la evolución de la persona y se valora si es integrada en un recurso residencial como el nuestro, en 'Santa Clara', o en otras entidades. Lo importante del modelo de Cáritas es que es comunitario. Generamos redes para acompañar a las personas. Otros modelos te dan la vivienda y vas creciendo. Es diferente.
—Supongo que lo ideal es que hubiese más centros así en la provincia.
—(Risas) Lo ideal es que todos nos aceptásemos con nuestras peculiaridades y que viviésemos fraternalmente. Que 'Santa Clara' exista es un milagro, una bendición, pero también es un fracaso de la sociedad. No estamos haciendo las cosas bien y se quedan atrás personas que no llegan. Afrontamos el problema de que a menudo tarda mucho la respuesta pública para ayudar. Como digo, 'Santa Clara' es precioso. Invito a la población a que descubra esta familia, con 14 personas atendidas, pero me gustaría que no existiera.
—¿Qué medida echa en falta por parte de las administraciones para ayudar a las personas sin hogar?
—Lo más urgente es que respondan más rápido. Que no se prolonguen las respuestas para tener el ingreso mínimo vital. A veces duran tanto en el tiempo que la persona se pierde en ese camino. Más inmediatez. Eso es lo que hace Cáritas: da una acogida instantánea y da una salida a corto plazo. Las instituciones necesitan más herramientas para dar una respuesta rápida.
—Le haré una confesión: me incomoda que haya un celo enorme, quizá entendible, por los animales y que en cambio la gente haya aceptado la mendicidad humana como parte del paisaje.
—Derechos de los personas y derechos de los animales son temas diferentes, claro. Vivimos en una sociedad que cambia tan rápido que a veces no sabemos hacia dónde direccionar nuestro camino. Está muy bien que se evolucione en los derechos de los animales, pero con las personas no ha ido con tanta celeridad, por lo que decía de que falta una respuesta rápida. El mundo avanza muy rápido para las personas, como demuestra la nueva realidad del teletrabajo. Y esto ha dejado atrás a mucha gente que no llega.
Uno de los efectos que hemos visto en la pandemia es que ahora todo va por internet, y nuestros usuarios no saben tramitar un documento vía telemática. Imagine la cantidad de gente que se ha quedado atrás. Quiero pensar que, sin darnos cuenta, dejamos atrás a las personas sin ser conscientes de que necesitan un acompañamiento más estrecho para alcanzar unos mínimos.
—¿Jaén es solidaria con la gente que está en la calle?
—Mucho, mucho. Aparte del músculo de voluntariado de Cáritas en la provincia, con equipos en cada parroquia, en campañas de frío por la recoleta notamos el respaldo de la ciudadanía. Vecinos nos dejan aportaciones en el comedor y se acercan para ayudar de forma anónima. En Jaén es muy llamativo, y también se aprecia en las asistencias en la calle.
—Usted también trabajó en Madrid con personas con adicciones. ¿Se llega a la calle por las adicciones o una vez desprovisto de lo más esencial se caen en el consumo?
—Se lo planteo de otra manera. Un día, solventa un problema después de horas de agobio y su jefe le dice: 'Vamos a echar una cerveza y nos despejamos'. Esa conducta de 'vamos a tomarnos una cerveza' está bien, aceptada socialmente. Cuando tienes un problema como el que estamos analizando, de estar en la calle, y has aprendido ese efecto del alcohol añades otro más. En el proceso de no controlar tu situación tampoco controlas la bebida, la cocaína o las pastillas. La droga te controla a ti.
El problema es que estás todo en la calle, a menudo solo. Si te tomas una cervezas y estás un poco 'achispado' el día se pasa más rápido. No es cierto que todo el mundo que esté en la calle beba. Atendemos a mucha gente que no tiene problemas de alcohol, pero éste hace más llevadero el día y mete a la persona en un problema cada vez más mayor. Crece la espiral y se vuelve incontrolable. Hay chicos jóvenes que vienen de probar el cannabis y lo ven como algo recreativo. Al final, sin vínculos familiares, se les va de las manos.
"NECESITAMOS BUENOS ACOMPAÑANTES DE VIDA"
—¿Por qué estudió Psicología?
—(Risas) Mi padre quería que estudiase Derecho. Acabé Bachillerato y me pregunté qué quería hacer en la vida. Yo estaba convencido de que quería echar una mano a la gente. Lo de Psicología fue una casualidad. Quería hacer otra carrera, pero por circunstancias de la vida no pude hacerla. Me matriculé en Psicología y cuando acabé el primer cuatrimestre, que me pareció bastante abstracto, me di cuenta de que me gustaba. A medida que avancé me di cuenta que de verdad se podía ayudar a las personas. Cuando terminé, me propuse a la gente con más dificultades, y me metí en drogodependencia.
Cuando descubrí en Madrid, mientras trabajaba en Proyecto Hombre, el mundo de la calle pensé que era lo mío. Era más difícil y me parecía más llamativa. Quería estar ahí. En la atención de calle te das cuenta de que ahí sí puedes hacer un pequeño cambio en la gente. La presencia es suficiente, y aunque parezca poco es mucho para ellos, se rompen muchas barreras y prejuicios. Eso me encantó de Cáritas, que el modelo es de igual a igual, de hermano a hermano. Yo tenía la vocación de adolescente y a medida que crecí se desbocó la llama. Me siento un afortunado.
—¿Se ve ejerciéndola en una clínica privada?
—Siempre tuve el gusanillo, pero se pasaron las oportunidades y las cosas cada vez se pusieron más difíciles. Lograr una plaza de Psicólogo Interno Residente es muy complicado, porque hay pocas. Dios me ha dado habilidades, pero memorizar no es una de ellas. Con el tiempo he hecho cosas de 'coaching' y de acompañamiento. Son herramientas que me sirven en mi trabajo. No echo de menos la intervención clínica; me gustan los problemas que se mezclan, las realidades complicadas. Lo digo desde el respeto, en una clínica creo que estoy ante una persona 'muy normal'. En la calle es muy diferente y tienes más campo para trabajar.
—La salud mental ha pasado a un nivel de preocupación social y mediática notable desde la pandemia. ¿Cree que hay más factores aparte de la crisis sanitaria?
—La pandemia ha influido, porque cada cual ha descubierto en qué sitio estaba dentro de la sociedad. Alguno se ha dado cuenta de que no le gusta su espacio. Y en tema de exclusión se ha acentuado mucho. Salud mental es un muy complejo. La pandemia ha golpeado a la población normal, pero ha sido residual para quienes nosotros atendemos. Tener una depresión es grave y debe ser atendida. Si además está en la calle, debería ser prioritaria y precisan de las administraciones más tiempo de acompañamiento, más rapidez en la respuesta y más cercanía.
Volvemos a lo de antes: vamos tan rápido que las personas sin hogar se quedan muy atrás. En lo peor de la pandemia apenas sufrieron contagios, porque el Covid-19 es una enfermedad social, de contacto. Y ellos no se contagiaron. Ahora viven los efectos sociales de forma más grave. Sacar una cita para el médico por internet los ha dejado fuera de juego. Nos ha hecho a los trabajadores sociales hacer a menudo de gestores.
—Ahora hasta parece un rasgo empoderador decir en público que vas al psicólogo. ¿Cómo ha pasado del tabú a ser expuesto incluso en redes sociales?
—La salud mental es una parte de la salud muy importante. Yo soy muy receloso de la exposición en redes. Es bueno que se dé una imagen positiva de la salud mental, pero todo en su justa medida y desde el respeto. A veces en redes se banaliza la figura del psicólogo. Yo lo soy y le digo que las personas necesitan acompañantes de vida que nos refuercen. Es difícil encontrarlos y tenemos que educarnos para hallar vínculos sanos y beneficiosos. Habrá quien necesite del psicólogo y quien con sus vínculos familiares y sociales desde niño lo haya mamado y lo tenga.
El problema de raíz está en la familia. Sin una red familiar sólida, y lo he aprendido en la calle, la persona se desestructura. ¿Son necesarios los psicólogos? Sí. ¿Están sobrevalorados a mi juicio? Sí. Necesitamos buenos acompañantes de vida.
Fotografías y vídeo: Fran Cano.
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