"Te jubilas laboralmente, pero nunca como sacerdote"
Si no fuera por ese ojo a la virulé, nadie diría que Antonio Aranda Calvo (1942), marteño de Monte Lope Álvarez, convalece de un accidente doméstico de esos que, cuando se cuentan, ponen el cuerpo malo. Presbítero, profesor jubilado y canónigo emérito, el también capellán del Camarín de Jesús repasa su trayectoria vital y aclara su futuro inmediato.
—Aunque las malas noticias corren como la pólvora, más de un asiduo al santuario de El Abuelo se preguntará dónde está su capellán, qué le pasa a don Antonio Aranda.
—Pues la verdad es que llevo cerca de un mes que no voy por Jesús y eso pesa mucho en mí, que no voy, y me da la impresión de que en algunos que no me ven, no me reciben. Fue un pequeño accidente en el ojo, durmiendo me moví en la cama y me di con el pico de la mesa de noche pero tan mal dado, que me quedé con el ojo enganchado, es decir: el pico de la mesa de noche se metió dentro del ojo.
—Da cosa solo pensarlo.
—Eso me hizo que perdiera la vista totalmente y, luego, a un proceso de operación primera para evitar la infección y después, también, cuidados de gotas, de medicinas de toda clase hacia el ojo que se han hecho muy pesados. Me han revisado tres veces y ha ido menguando la cantidad de medicinas que tomaba y todo está más tranquilo, ha evolucionado, veo algo (no totalmente), va mejor la cosa.
—Es que con ochenta años cumplidos y en plena actividad, se puede decir que es usted incombustible.
—Cumplidos, y los ochenta y uno, voy camino de los ochenta y dos a una velocidad...
—Y aunque no sea la forma más apropiada de decirlo, ahí sigue, al pie del cañón.
—Bueno, como aquello [el Camarín] estuvo ocupado por franceses, por vándalos y demás, se puede hablar también de lo del cañón [ríe].
—Bien traído, don Antonio. ¿Pero es que los curas no se jubilan, o es usted una rara avis?
—La palabra jubilación tiene un sentido laboral, te jubilas laboralmente, ya no vas a trabajar y cambia tu vida totalmente. Pero la del sacerdote no es jubilación, es que el código pide que a los setenta años a los sacerdotes no se les encargue responsabilidad especial sino más bien servicios de ayuda a los hermanos. Bajo ese concepto puede uno estar toda la vida. Así, en esa situación, estoy yo.
—¿Esa petición del codigo a la que se refiere afecta también a otras facetas de la vida del sacerdote, como la docencia, o en ese ámbito no hay diferencia entre el religioso y el seglar?
—Lógicamente la primera jubilación, la laboral, la recibí cuando tenía sesenta y cinco años, en el instituto, como profesor. Luego, a los setenta y cinco, hay también una especie de jubilación en la que el canónigo pasa a ser emérito. He disfrutado la primera jubilación, pero la eclesiástica no, si es que eso puede llamarse disfrutar.
—En 2009 le encargaron la capellanía del santuario del Abuelo, rozando los setenta años. ¿En ese cargo sí continúa activo?
—Sigo activo, por el momento, claro; en ese no hay jubilación. Puede llegar un momento como este, en que no puedo atender a Jesús; luego, si el obispo lo considera oportuno, te dice "déjalo ya o continúa".
—No es decisión propia, por lo tanto.
—Es del obispo, de acuerdo con el sacerdote, que si se siente más incapacitado, con más dificultades, con más problemas, se lo indica. Y además eso se ve también, cuando no se puede seguir adelante.
—¿Cómo se ve usted? ¿Va a seguir al frente del Camarín mientras las fuerzas le respondan y monseñor Chico no le impele a dejarlo?
—Yo me encuentro bien. Le pedí al obispo, en un momento, que ya lo podía dejar con motivo de cumplir los ochenta años, pero los ochenta años se han pasado, los ochenta y uno se han pasado y estoy metido en los ochenta y dos, que vienen en enero, el día 2, que lo tenemos encima. Yo sigo en el Camarín, sí, si esto se mejora plenamente; si no, habría que verlo.
—Pasa la convalecencia del accidente en casa de su hermana Mari Carmen, se puede decir que en su caso no se encuentra solo. A su edad, muchas personas forman parte de esa terrible estadística que habla de más de un millón de mayores que pasan el último tramo de su existencia en completa soledad.
—En casa de mi hermana, sí, que es una gran enfermera. Tengo que decir que yo no me he sentido solo nunca, al contrario. He tenido la necesidad de decir: "Ojalá que ya hoy no me encuentre con nadie más". Yo voy a Jesús desde la calle Maestra, donde vivo, que se pueden tardar diez minutos, y me tiro media hora porque hablo con uno, con el otro, el otro me pregunta... Por lo tanto, yo no me he encontrado solo.
—Queda claro, pero... ¿y en el ámbito eclesiástico? ¿Cuida la Iglesia de sus mayores, de los sacerdotes que se quedan solos?
—Sí, y en esto nuestro obispo está poniendo todo su empeño por resolverlo.
—¿Cómo? ¿Qué alternativas tienen los clérigos de la diócesis jiennense que vivan en soledad?
—Con una casa sacerdotal donde puedan ir los últimos días de su vida, o los que sean mayores y estén solos, sin familia, hasta que llegue el momento de la muerte. La está preparando en la parte del Seminario que llamábamos Seminario Mayor. Son unas habitaciones sencillas pero suficientes. Ya hay allí un grupo de sacerdotes bastante grande, que no tienen familia y aprovecha esta situación.
—Una suerte de residencia, de "claustro", como las define José Hierro en un poema de su Cuaderno de Nueva York. Hablando de versos, usted ha publicado varios libros, tira de la poesía a la hora de ejercer su ministerio. Sorprende que un sacerdote poeta no haya pregonado, por ejemplo, la Semana Santa de Jaén...
—Bueno, el Corpus de Jaén capital, el de Baeza... Yo no soy mucho de las cofradías; no soy, diríamos, amante de ir detrás ni mucho menos de meterme en el tinglado de la cofradía (digo esta palabra con todo el cariño). El sacerdote tiene que esforzarse porque los cofrades sean santos, esa es la misión. Pero cuando entré en la Cofradía de Nuestro Padre Jesús hace catorce años, poco a poco me fui enamorando de ella y de la imagen de Jesús, del entorno de Jesús.
—Le decía lo del pregón porque hay quien asegura que el pregón de un cura es, más bien, una homilía.
—No, porque yo, cuando lo he hecho, le he dado el tono poético y humano y cercano.
—También se dice que las homilías, que las misas de don Antonio Aranda son un pelín largas. ¿Lo sabía?
—Sí, sí [ríe irónicamente]. Lo primero, que no son demasiado largas; una misa de domingo que empiece a las once y media, teniendo en cuenta que me gusta dar un paseo por la iglesia y saludar a unos y a otros, es difícil que empiece a las once y media, casi nunca pasa. Pero además, si termino a las doce y cuarto, tres cuartos de hora no es mucho para dedicarle un domingo a Dios. Que son largas son refranes que se meten y ya se quedan como dichos.
—Vamos, que a usted no le parecen largas sus misas.
—La prueba está en que la gente se queda en la puerta de Jesús y hay que cerrar y decirle que se vayan, porque no tienen prisa si se quedan allí.
—Sesenta años casi de sacerdocio lleva usted, que se dice pronto. Ha pasado por las aulas como profesor, ha estado al frente de varias parroquias, pero esto de ser capellán del Camarín de Jesús seguro que le ha procurado algunos de los momentos más emocionantes de toda su trayectoria, ¿no?
—Vivo, sobre todo, la devoción, la religiosidad de la gente sencilla, y esa tiene tanta fuerza, o más, que un libro de teología. La devoción y la espiritualidad de la gente sencilla es el anciano que va titubeando, se pone delante de Nuestro Padre Jesús, hace una inclinación con la cabeza, se sienta y fija los ojos en la cara de Jesús. ¿Qué está pensando? Algunas personas y algunas religiones dicen que veneramos trozos de madera, pero los de Jaén no son tontos y saben que no le ponen la vela a un trozo de madera, saben que ahí hay un misterio que va mucho más allá.
—¿Observa más devoción en los mayores que en la juventud, en el Camarín?
—No solo los ancianos, mucha gente joven, más de lo que se creen. Van esas parejillas, yo no les pregunto (porque no sé si son casados o no) y si él me dice "es mi compañera", ya sabemos lo que quiere decir, así que no les pregunto. Y van, y se están allí arrullando, a lo mejor ella ya está embarazada y le están ofreciendo su hijo a Jesús. Y madres con sus hijos, y padres... Por cierto, ahora que me das la oportunidad...
—Diga, diga.
—Jaén es de los pocos sitios donde entran más hombres a la iglesia que mujeres. Numéricamente no sé, pero es la impresión que me da. Y en concreto, en la iglesia de Jesús. Y la devoción que el hombre manifiesta ante su imagen es sorprendente.
—¿Cómo vivió las rogativas del 1 de mayo?
—No he podido hacerlo en el Camarín, pero me hubiera gustado dar gracias por la manifestación del día 1; me hubiera gustado decir que los frutos estaban conseguidos. ¿El agua? Bueno, después ha venido, pero un fruto mayor que miles y miles de personas en medio de la calle sin que hubiera ningún enfrentamiento, gente de toda clase, de todo nivel ideológico y posición... Eso tiene un valor en sí mismo, es la manifestación de fe de unos cristianos que ante alguien que los llama (y ese es Cristo), salen a la calle, lo proclaman y lo vitorean.
—¿Le molesta oír eso de '¡Viva El Abuelo, el grito tradicional de los jiennenses ante Jesús?
—Al principio no me gustaba mucho, después me dije: "La garganta esa que grita, que puede parecer un poco aguardentosa, está proclamando ¡viva Dios nuestro padre!, lo expresa de esa manera, con todo el corazón, aunque yo lo exprese de otra manera también con todo el corazón".
—Cambiamos de tramo. Por sus venas corre sangre sagrada, de jiennense elevado a los altares. Es usted sobrino del beato Manuel Aranda. ¿Cómo se lleva eso?
—Son etapas de la vida, recuerdo cuando estábamos en la lucha porque se beatificara, todo era una tensión y un esfuerzo. Luego, gozo, cuando en Tarragona se realizó el acto de beatificación y llegaron a un acuerdo para que yo, que no era el postulador, recogiera allí el crédito de la beatificación de mi tío. No te quiero decir, en el altar mayor, cuando me correspondió recoger el documento firmado por el Papa, ¡qué gran alegría!
—¿Qué noticias puede darles de su tío a los lectores de Lacontradejaén?
—¡Era una persona tan humilde! Iban un grupo hablando con los superiores y él siempre se quedaba hacia atrás, nunca resplandecía por la primera intervención ni por su voz, pero cuando hablaba todo el mundo lo escuchaba y respetaba.
—Está claro que lo lleva con entusiasmo. ¿La vocación sacerdotal, como la garganta prodigiosa de los flamencos, se hereda de padres a hijos, de tíos a sobrinos? ¿Cree que debe a Manuel Aranda esta inclinación hacia la vida consagrada?
—Yo creo que la he heredado, también en el estilo. No me comparo con él en santidad ni en la heroicidad que él pudo tener, en eso no, pero sí en el estilo.
—Su geografía sentimental, don Antonio, pasa por Monte Lope Álvarez, por Jaén capital...
—Y por Torre del Mar, que es otro punto de referencia, allí mis padres, los hermanos y los sobrinos pasamos muchos veranos. Cuando estoy allí, digo misas todos los días.
—¿Dónde se ve al final de sus días, qué paisaje prefiere para su mirada última?
—Yo atendí el Monte y lo quiero como para estar allí, pero estaría demasiado solo; no tengo dificultad en irme allí pero claro, tengo que tener a alguien que se vaya conmigo. No sé..., pero no, será aquí en Jaén. ¡Torre del Mar es todo tan llano, tan suave!
Vídeo: ESPERANZA CALZADO MORAL. Fotografías: ESTEFANÍA DI GIOVANI.
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