
"El patrimonio diocesano está muy bien, para los medios que tenemos"
De don Manuel Ruiz Córdoba, su ancestro político, ha heredado Antonio de Toro Codes (Jaén, 1961) ese aire de sportman, ese punto dandy que lo singulariza y su facilidad para tratarse de tú a tú con grandes de la tauromaquia, como le pasaba a su tío bisabuelo, que hasta tuvo a Machaquito en su entierro.
Arquitecto civil y de la diócesis jiennense y novillero 'en la reserva', este jaenero de hondas raíces marteñas hoy abre a los lectores de Lacontradejaén las puertas de su maravilloso caserón dieciochesco de la calle Llana, donde vive, dibuja, lee y traza proyectos inconfundibles.
—Viene usted de familia de militares, abogados y propietarios agrícolas, señor De Toro: lo de la arquitectura...
—Yo soy el primero, sí. Luego mi hermano Manolo también se hizo arquitecto, y una de mis hijas estudia actualmente arquitectura.
—¿Era una vocación clara la suya por diseñar edificios, desde que era pequeño y jugaba con el Exin Castillos?
—Bueno, no es que fuese algo vocacional, que desde pequeño pensase en la arquitectura, pero sí es verdad que la arquitectura como tal y en realidad todas las facetas artísticas, son de mi interés, todas me atraen.
—¿Todas, todas?
—La música no tanto, pero la pintura muchísima. Siempre he sido un enamorado del arte, me ha gustado mucho dibujar (eso sí era algo innato, desde muy pequeño), la pintura captaba mi atención, me atraía mucho. Y a la hora de decidir qué estudiar, me incliné por la arquitectura. También me gustaba mucho el pensamiento abstracto, el álgebra, el cálculo, la física... La carrera aunaba todo esto, tenía esa faceta humanística (antes más que ahora, me parece a mí), conjugaba muchos saberes: el científico, el histórico, el artístico por supuesto. Cuando llegó el momento de optar por algo, me decidí por la arquitectura.
—¿Nunca se planteó estudiar Bellas Artes, por ejemplo?
—Sí, no me hubiera importado, me hubiera dedicado a la pintura. Pero pesó más la arquitectura.
—Estudió usted en Madrid, ese periodo debió de ser toda una aventura vital en aquellos años de la Transición, ¿no?
—Muy apasionante, te marca. En ese momento, además, la Escuela de Arquitectura era fantástica, tenía un profesorado de altísimo nivel y se vivía ese espíritu; no es que todos fueran genios (había profesores torpes y mostrencos, como en todas partes), pero sí que había unas figuras de primer orden, y era todo un deleite asistir a sus clases, escucharlos y aprender. A esa edad, que tantas cosas desconoces, tantas inquietudes tienes y tantas ilusiones, todo lo absorbes, tu curiosidad se excita y fue un caldo de cultivo magnífico.
—Evoque a alguno de esos docentes de referencia, se lo ruego.
—Había muchos, me acuerdo de Francisco Javier Saiz de Oiza, un hombre fuera de serie; Rafael Moneo, también he sido alumno suyo; el catedrático de Historia del Arte Pedro Navascués Palacios, que en paz descanse, era soberbio. Un privilegio. Luego, además, la ciudad acompaña.
—El cambio de Jaén a Madrid...
—Claro, Madrid tenía de todo; su cosmopolitismo per se, lógicamente hace que un estudiante inquieto se sienta como pez en el agua, y la vida artística y cultural de la urbe no se agotaba: presentaciones de libros, exposiciones, conferencias, actos y eventos de todo tipo, tertulias... No terminaba. Yo iba a dibujar mucho al Círculo de Bellas Artes, que era toda una aventura, con la cantidad de museos de la ciudad: he visto allí más pintura que en toda mi vida, y la he disfrutado. La vida literaria, y la vida taurina también. Todo eso luego se traduciría más o menos en tu vida profesional, pero era un antes y un después de la Escuela de Arquitectura, sí.
—Oyéndole hablar, extraña que no decidiese quedarse en el Foro para siempre.
—Casi, casi; antes ya de terminar la carrera me llamaron, casualmente, de una empresa, nos entrevistaron a varios candidatos, me eligieron y con el proyecto de fin de carrera aún sin entregar (me faltaban quince días) ya tenía un trabajo formal. Pero no lo sé, en aquellos momentos la profesión libre se podía ejercer (valga la redundancia) con bastante libertad, había bastante campo de acción para un arquitecto, y no pensé en quedarme, no. Me fui a Granada, donde vivían mis padres por aquel entonces, allí no me acompañó mucho la fortuna, tuve algún encarguito aquí, luego otro y otro y ya fue no parar.
—Vamos, que tampoco vive en Jaén por vocación.
—No solo eso: cuando yo estaba en la Escuela lo descartaba, o no lo contemplaba, por lo menos. Pero sin quererlo, la vida me dirigió hacia acá, y aquí estoy.
—¿Satisfecho de haber recalado en su tierra natal para convertirla, también, en el escenario de su existencia total?
—No me arrepiento, desde luego. A veces la vida te desborda, uno no es siempre el timonel de sus propias vivencias, uno tiene sus proyectos, sus ilusiones, sus ambiciones, sus quereres y sus intenciones pero, a veces, las circunstancias te superan, te llevan y te traen por donde no te lo esperabas, como en el pasaje evangélico: "Te llevaré por donde no quieras".
—Juan, 21: hermoso pasaje.
—Exacto, y no me puedo quejar, me ha ido bien y aquí estamos. Seguramente, si viviera en Madrid hubiera tenido muchísimas ventajas y muchísimas cosas, pero otras las he disfrutado aquí, esta casa donde vivo, por ejemplo, que era impensable allá. Y este entorno.
—"Esta casa y este entorno", suena machadiano eso, Antonio. ¿Los eligió usted, o fue elegido también en esto?
—También me eligieron a mí, yo no buscaba esta casa, la desconocía, no sabía ni de su existencia. De manera muy casual, un compañero mío que la había comprado cambió de ciudad, no tenía fácil venta y casualmente me enteré y casi en cinco minutos, por teléfono, la compré. De eso hace ya muchos años, en 2002 creo recordar.
—Dice un refrán que casa donde no da el sol, la visita el doctor. Aquí vendrá poco el médico...
—Aquí viene el doctor cuando tiene que venir, pero no por la falta de sol.
—Vivir en un caserón como este debe de ser algo especial, es como habitar una suerte de isla aislada ¿es así?
—Sí, es un bálsamo para el espíritu. Está en el Jaén, Jaén. Un amigo que ya falleció decía eso, que el Bulevar es el Bulevar pero Jaén es esto, y es verdad, vivir en este barrio es diferente.
—¿Hubiera firmado una casa como esta suya?
—Esta casa son de las que no tienen autor, que son las buenas, creo yo; estas casas fruto del bien hacer popular, de la sabiduría de siglos; no digo que surjan por generación espontánea, como los hongos, pero sí que es verdad que no son casas de autor y aunque pueda parecer contradictorio que yo lo diga, lo agradezco y la prefiero.
—Entrando de lleno en su profesión, actualmente es usted arquitecto del Obispado. ¿Qué funciones concretas realiza quien ejerce ese cargo?
—El arquitecto diocesano, fundamentalmente, vela por el buen mantenimiento del patrimonio inmueble de la diócesis, a prestar también asesoramiento en ámbitos relacionados con esos bienes inmuebles e incluso a hacer edificios de nueva planta.
—¿Cómo se encuentra ese patrimonio inmueble diocesano?
—Para la cantidad de patrimonio que hay y los medios tan limitados con los que se cuenta, la relación entre una cosa y otra es mucho más que decente. Tenemos además un prelado ahora mismo, el obispo don Sebastián, con un gran empeño en ello, está muy responsabilizado y pone todos los medios a su alcance, es justo decirlo
—En el ámbito puramente civil, ¿se ha dedicado más a construir o a asesorar?
—Me he dedicado más a construir.
—¿Qué ha construido Antonio de Toro Codes?
—Bueno, no he tenido gran cantidad de encargos de relevancia, en los que haya gozado de la mínima libertad que se requiere para poder desarrollar el proyecto dándole ciertas riendas a la creatividad; en ese sentido sí que envidio sanamente al pintor, por ejemplo, que se enfrenta al lienzo en blanco y elige el formato o la temática sin que nadie lo condicione, tendrá muchos encargos pero siempre tendrá la posibilidad de pintar lo que le dé la gana, hablando burdamente. El arquitecto no puede construir lo que quiera, como es natural.
—¿Sus obras más emblemáticas?
—Entre los encargos que me gustan más, este mismo [señala la maqueta que tiene sobre una mesa en su estudio], el Hotel HO, que por la escala y por la originalidad del mismo, sin estar inspirado en nada ni en nadie, sí que pude trabajar con cierta libertad. También estoy muy contento de cómo quedó la restauración de la iglesia de San Juan de Arjona; fue curioso, entró en una especie de ruina súbita y quedé muy contento del resultado final, de cómo se trabajó, todo muy bien, disfruté muchísimo, no tuve ninguna cortapisa.
—¿Cómo se le podría definir arquitectónicamente hablando? Si una casa es el estuche de la vida (lo dijo el gran Le Corbusier), un vistazo a la suya deja claro que ni apuesta usted por un racionalismo extremo ni por el minimalismo de Van der Rohe.
—No tanto, me he vuelto mucho más conservador en ese sentido, con el paso de los años; y que conste que Van der Rohe es un arquitecto que goza de mi respeto, y es verdad que tiene muchas cosas que con muy poquito decía mucho.
—Entre los dibujos de Antonio de Toro que cuelgan de las paredes de su casa junto a obras de Chirico, entre otras, piezas también de Roberto Domingo, fotos taurinas y más de una cabeza de astado disecada. El universo taurino es otra de sus principales órbitas, ¿no es así?
—Bueno, he actuado de luces, sí. Esa es una afición innata, desde muy pequeño la he sentido, esa sí se puede decir que es una vocación frustrada. Tuve mucha amistad con Manolo Martín Vázquez [diestro sevillano nacido en 1921], una tía mía se casó con él. Vivíamos mucho el ambiente taurino de Madrid, íbamos mucho a los toros, a conferencias, a tertulias... Conocí a Marcial Lalanda, a Domingo Ortega...
—Mitología taurina, Antonio, mitología taurina.
—Claro que sí, y gente muy interesante.
—¿Por qué se convirtió en una vocación frustrada? Quizás ha perdido el mundo del toro a una figura que, además, lleva a gala la fiesta hasta en su apellido.
—Ya se sabe, el hombre propone y Dios dispone.
—Y el toro descompone, reza el dicho popular...
—Sí, sí, exacto.
—Ser aficionado taurino en estos tiempos dicen que es una profesión tan de riesgo como vestirse de luces.
—Hoy está perseguida, sí, no es que esté mal visto; hay mucha afición, pero los poderes públicos miran la fiesta con recelo. Si desapareciera, muchos se alegrarían, aunque yo lo veo muy difícil, es algo innato al corazón español y, de una manera o de otra, siempre lo hemos sentido, apenas teniendo uso de razón: eso de ver a un toro y querer ponerte delante de él.
—¿Cazador también?
—Mi familia materna sí lo ha sido, mi abuelo Salvio era un gran montero, un buen cazador, un gran tirador de pichón, campeón de Europa. Es una afición que yo he disfrutado y practicado, pero no soy cazador vocacional. Lo hago esporádicamente, pero no con la pasión que pongo en los toros.
FOTOGRAFÍAS Y VÍDEO: ESPERANZA CALZADO
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