"No he trabajado en otra cosa que con el ganado y con la leche"
En diciembre, leche y duerme, reza un refrán. Y precisamente el último mes de 2023 le llegará la edad de jubilación a Antonio Martínez Martínez (Jaén, 1958), tras toda una vida entre ganados y quesos.
Si no fuera porque es imposible (y porque recuerda al dicho de la horchata y queda feo), se diría que por las venas del actual gerente de Levasa no corre sangre, sino leche. Lechero, bisnieto, nieto, hijo, hermano, tío y padre de lecheros, hasta en su forma de desenvolverse tiene cuajo este jaenero sencillo y entrañable que, hoy, se abre en canal para los lectores de Lacontradejaén.
—¿Sigue usted sintiéndose lechero, o le llamo empresario?
—Yo soy lechero, lo que pasa es que empiezas de lechero y luego nunca sabe uno cómo va a acabar, si de lechero, en la obra o en otro lado. Nosotros, desde pequeños hemos tenido la vaquería que tenían mis padres, una vaquería pequeña, con menos ganado; vendíamos la leche con los cántaros, casa por casa, y después de repartir la leche cuidábamos también del ganado, ayudábamos en lo que podíamos. Entre todos lo íbamos sacando adelante.
—Toda su vida en este sector, entonces.
—Sí, sí, yo no he trabajado en nada, nada más que con el ganado y con la leche.
—Parece que el destino le puso una 'vía láctea' en su vida, si se tiene en cuenta que es usted lechero por los cuatro costados, ¿no?
—Mi padre, Juan Martínez Martínez, que murió cuando yo tenía veinticinco años, de toda la vida lechero, nunca ha tenido otro oficio entre medias ni nada. Y mi abuelo, el padre de mi padre, también era lechero, tenía una lechería en la calle Martínez Molina, donde estaba la tienda de la carne de caballo, hacia el Rosales, en lo estrecho que había y que luego ensancharon. Traía la leche de las cabras, que las tenía a lo mejor en la sierra, en el campo, y la vendía allí. También vendía en su casa, iban allí a comprarle los vecinos.
—Más de uno se acordará todavía de aquello...
—Entonces no existía en Jaén Peñamefécit, ni el Gran Eje, ni el Ejido de Belén ['el Lejío', dice Antonio, como toda la vida se ha hecho en la capital de la provincia], donde ya nos hemos criado en nosotros. Jaén siempre ha sido la Magdalena, la zona de la Plaza de la Audiencia, la Catedral...
—Habla de esos puntos de la ciudad con aprecio, ¿es que nació usted en alguno de ellos y se le ve el plumero?
—No; mi abuelo tenía las cabras en la calle Rivera, en la Alcantarilla, en una casa que tenía muy grande, eran dos casas comunicadas; entonces, le dejó el ganado a mi padre. Mi padre tenía dos hermanos más, que también estaban con el ganado, pero cuando vinieron de la Guerra, mi tío Pepe vino enfermo, tocaíllo, con diabetes, y a los siete o diez meses murió (todavía no existía la insulina).
—Y su padre tiró para adelante.
—Sí, se quedó con el ganado, y mi abuelo le dejó también la lechería, porque el otro hermano de mi padre no quería ganado, se dedicaba a vender leche y revenderla.
—¿La parte materna también se dedicaba a esto?
—Mi madre, Dolores Martínez Alcántara, se crio por aquí, en el pago de Pozuela; mi abuelo, el padre de mi madre, era hortelano pero también tenía ganado, cuatro o seis vacas. Mi padre tuvo mucha suerte con mi padre.
—¿Eso no será pasión de hijo?
—No: si mi padre hubiera dado con otro tipo de mujer, no existiría Levasa. Mi madre fue la llave para llegar adonde hemos llegado.
—Era una mujer emprendedora, con iniciativa, con las ideas claras.
—Era una persona muy trabajadora; imagino que las mujeres de hoy en día trabajan mucho, porque no tienen tiempo ni de cuidar a los chiquillos. Nosotros nos criábamos en la calle, y allí en la casa, con ellos y las puertas abiertas. Somos nueve hermanos, yo no sé cómo ella podía vender la leche con los cántaros, subir a Martínez Molina a la lechería...
—Lo llevaba todo por delante...
—Tenían un mozo, que se traía la leche de la sierra y se llevaba la comida, y mi padre dormía allí, en la sierra, en una choza, se tiraba a lo mejor tres y cuatro semanas con los animales. Cuando llegaba el otoño se bajaba de la sierra y estaba más en Jaén.
—Y su madre, al pie del cañón.
—Ella fue el pilar; ya estaba harta de que mi padre estuviera siempre en la sierra, con los animales. Mi padre le compró una becerra y ella la crio en la casa, y cuando parió la ordeñaba y vendía leche de las cabras y también de vaca, había clientes que les gustaba la de vaca. Cuando parió la novilla, que era muy buena y daba mucha leche, mi madre le dijo a mi padre: "¿Por qué no me compras algunas becerras más y las crío yo?". Le compró otras tres, mi madre las crio y se juntó con unos cuantos animales.
—Lo dicho, una mujer adelantada a su tiempo.
—Exacto. Ordeñaba las vacas, les echaba de comer, repartía la leche y nos cuidaba a nosotros. Y ella fue la que le dijo a mi padre que vendiera las cabras y comprara más vacas. Y mi padre las vendió. Mi madre sabía sacarle el rendimiento máximo a esto.
—Homenajeada queda. Volvamos a Antonio: seguro que iba usted mejor desayunado que sus compañeros al colegio. ¿Nunca le apetecieron más los libros que la lechería?
—Yo me salí de la escuela con trece años, eché la solicitud en el instituto Virgen del Carmen, aprobé para entrar pero no llegué a incorporarme, me quedé en mi casa. Y me llamaron, el director del colegio estuvo hablando con mi padre, se presentó en mi casa y le dijo: "Hay que ver, que el niño para lo poco que estudia saca muy buenas notas, ¿por qué no sigue estudiando?".
—¿Por qué no lo hizo?
—Yo le dije a mi padre que no estudiaba, que me gustaba estar con el ganado, que yo tenía otros pensamientos, que no veía claro estudiar algo que no sabía si lo iba a sacar.
—Lo mismo Jaén ha perdido un gran abogado o un estupendo ingeniero.
—A lo mejor un buen veterinario, algo de eso me llamaba la atención, pero yo tenía más claro estar con los animales que estudiar.
—Muchos le recordarán, Antonio, cargado con aquel viejo cántaro metálica con el que servía la leche a domicilio hace ya algunas décadas. Nada que ver con estas instalaciones cercanas a Vaciacostales, donde huele que alimenta a producción tradicional pero que rebosa tecnología, sostenibilidad, evolución.
—Pues sí. Nunca se sabe la evolución que uno va a tener en la vida. Cuando hice la mili en Medina del Campo (fui voluntario en una granja de vacas), había un ganadero que envasaba la leche ya en bolsas, y mi ilusión era hacerlo así también, porque aquí ya nos estaban complicando la vida, no se podía vender la leche a granel. Pero no nos estaban dando caña todavía, y cuando vine de la mili se lo propuse a mis hermanos, se lo pensaron y empezamos a hacer obra aquí, a hacer la lechería más nueva.
—¿Levasa siempre ha estado en esta zona de las afueras de Jaén?
—No, teníamos la vaquería donde estaba Pavimentos Litón [en el Ejido de Belén], en unas naves que había allí al lado, que son de un hermano mío. Allí tenía mi padre la granja y hemos estado hasta pegar el brinco aquí para envasar la leche. Eso fue en 1985, fue todo muy rápido, teníamos la mente más clara, la inversión de lo que queríamos hacer. Y nos dio muy buen resultado. Los hermanos estábamos muy unidos, a lo mejor teníamos algún conflicto entre nosotros pero la sangre tira mucho. Y hasta ahora.
—Lo que se dice una empresa familiar.
—Sí, aunque ya tenemos mucha gente de la calle, tenemos bastantes obreros y aparte de la familia hay mucha gente de la calle entre repartidores, ganadería, la fábrica de queso, autónomos que tenemos bastantes también... Estamos unas cuarenta familias viviendo de la empresa.
—Ese Jaén que recorría usted con su cántaro cargado de leche era otro Jaén, ¿verdad? El Jaén de los vecinos que se trataban entre ellos como familia, el Jaén de las puertas abiertas de las casas... Seguro que conserva buenos recuerdos de entonces.
—Muchos recuerdos, y me da mucha alegría cuando voy por la calle.
—¿Qué le pasa cuando va por la calle para que le dé alegría?
—Que la gente me para, me abraza. Un cliente ya mayor, que veas a una persona con setenta o con ochenta años y te diga "¡Antonio, ¿eres tú?, estás lo mismo, dame un abrazo!". Hoy [por el jueves] he ido al médico, había otra familia allí y cuando me han visto: "¡Ay, Antonio!", y es que te abrazan y todo. Eso es porque le tenían un cariño al lechero que les llevaba la leche a su casa. Y ese cariño te da satisfacción.
—Lechero de dinastía, descendiente de lecheros y, si se echa un ojo por estas instalaciones, parece que la continuidad está asegurada.
—Sí, me parece a mí que sí. Ahora mismo, de la familia todos tenemos hijos aquí: mi hermano tiene tres, mi otro hermano dos hijos y un yerno también, yo tengo a mi hija... Yo espero que esto continúe, por el bien de la empresa y por el bien de ellos, porque a nosotros ya nos queda un afeitado, con la edad que tenemos. Nunca sabemos el tiempo que nos puede quedar...
—Y tanto, Antonio, que está a las puertas de los sesenta y cinco.
—Sí, sí.
—¿Se imaginó alguna vez, cuando iba cargado de cántaros por Jaén, que llegaría a jubilarse con toda una vida profesional a sus espaldas como lechero, o como gerente de una empresa tan consolidada?
—Nunca lo he pensado, ¡siempre me he sentido tan activo! Estoy muy bien, yo no me lo creo. Tuve una racha, con una hernia de disco, me tiré un tiempo bastante fastidiado pero no llegué a operarme. Prácticamente, estoy muy bien y los análisis que me hacen dicen que estoy muy bien: puedo beber cerveza, puedo beber vino, puedo comer de todo [ríe]; no tengo colesterol y me siento muy fuerte todavía, como si tuviera cuarenta años. ¡Mejor que muchos de cuarenta años, seguro que me pongo a trabajar y me los dejo atrás!
—Y la empresa, en este tiempo de dificultades, ¿cómo está?
—¡Llevamos tres años, desde que empezó el Covid (que ya lo hemos superado)! Y llevamos dos años con una sequía muy grande, que se han incrementado mucho los precios de la alimentación de las vacas. Antes, alimentarla salía por ocho o nueve euros, no llegabas ni a diez euros, y ahora se ha duplicado y está ya en dieciocho. Una vaca a diario, vale casi el doble pero la leche que tiene es siempre igual y, sin embargo, ni la leche ni el queso valen el doble. Algunos dicen: "Cuando se puede soportar eso es porque ganabais mucho dinero".
—¿Qué les responde usted?
—Que no es así. No paras de apretar y de reducir gastos por aquí y por allí, de ver de qué manera puedes salir adelante. Este año está siendo casi peor que los años del covid, pero bueno, mi padre siempre decía: "No os preocupéis, que la Divina Pastora nos va a ayudar". Y nos está ayudando.
—Esa es su otra pasión, su devoción pastoreña. Los Martínez son un nombre propio en la hermandad.
—Mi bisabuelo, que era ganadero también; mi abuelo, mi padre... Todos han sido devotos de la Divina Pastora. Además es que es muy milagrosa pero claro, para que te haga los milagros hay que tener mucha fe. Y nunca faltarle a la Virgen. Mi padre nunca le faltó, y cuando alguien hecha un voto le digo: "¿Para qué le faltas a la Virgen? A la Virgen lo que hay es que adorarla, lo mismo que al Señor". Si no, ¿cómo te va a ayudar?
—A lo mejor piensa dedicarle el tiempo libre que le conceda la jubilación a eso, a la cofradía. O a viajar, a hacer todo eso que el trabajo le ha impedido hacer estos años.
—Yo creo que voy a seguir, como mínimo, diez años más [ríe]. Cuando llegue el momento lo pensaré, ya lo veré. Es que ni he preguntado lo que me va a quedar ni nada, y eso que llevo cotizados ya la tira de años, no he tenido la curiosidad. Yo creo que voy a aguantar más tiempo, a ver hasta dónde puedo llegar.
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