"En Jaén hay un espíritu de superación muy recio que me encanta"
La poesía de Carmen Camacho (Alcaudete, 1976) lo mismo se escribe sobre el suelo de la Sevilla en la que se afincó hace la tira de tiempo que se hace cante en la voz de figuras jondas de rabiosa actualidad, puebla páginas en su decena de libros, ennoblece columnas de prensa y colaboraciones radiofónicas o contagia al personal en sus incontables talleres literarios.
Poeta, periodista, aforista y editora, además de aficionada cabal y amena conferenciante, en esta creadora que parece recién liberada de un cuadro de Rosetti conviven con naturalidad la tradición y el riesgo, y cuanto más ramalazo popular contienen sus versos, más delicados son. Y viceversa.
—Usted vive en Sevilla, una ciudad con vocación adoptiva, que todo lo bueno que le llega lo hace suyo, lo nacionaliza a la primera de cambio. Pero cualquiera que lea su biografía se da cuenta de que, tras su apellido, lo primero que aparece es el nombre de su tierra: Alcaudete. No renuncia ni de lejos a sus orígenes...
—Es imposible que pueda haber una renuncia de eso, porque sería falsario; no me identifico con una renuncia de lo que soy, pero no es una elección, es más bien que aquello me elige a mí. Sucede que las palabras que me salen en lo que escribo son las palabras de leche.
—¿Palabras de leche? Hermoso, poético, ¿pero qué quiere decir, Carmen?
—Lo mismo que tenemos los dientes de leche, tenemos también palabras de leche, lo que me nace cuando tengo que decir lo que me importa, cuando me dejo decir.
—¿Y qué le nace, exactamente?
—Me nace una raíz que tiene que ver con esto. Y últimamente también estoy dejándome llevar mucho por el contacto con la naturaleza y con el recuerdo que tengo de ese contacto; no quiero hacer una evocación de la naturaleza desde una ciudad, sino hacer presente en mí lo que he vivido yo en la naturaleza. Y eso está vinculado a mi patria chica, que es la infancia, que es Alcaudete.
—¿Cuándo dejó su pueblo?
—Lo dejé con dieciocho años, cuando me fui a estudiar la carrera en Madrid. Prácticamente podría decirse que llevo más tiempo fuera de Jaén que dentro de Jaén.
—¿Nunca se le pasó por la cabeza volver, reestablecerse en el mar de olivos?
—Nunca, no.
—Un exilio voluntario y duradero, entonces.
—Duradero, sí, pero sin embargo el tiempo cronológico no coincide con el tiempo psicológico, y el tiempo psicológico que yo he vivido en Jaén, en Alcaudete, tiene un peso muy importante, lo mismo que para cualquier poeta esa patria que es la infancia tiene un peso específico muy importante. Todo esto se vive no sin conflicto.
—Parafraseando a Kafka, Carmen, ¿cuáles son las circunstancias de su conflicto?
—De ese sitio del que te has ido has necesitado irte y necesitas volver despacio, el regreso a casa no siempre es amable, sino sorteando... Cuando hablo de regreso a casa hablo desde un sentido muy metafórico, que aborda muchos aspectos de nosotros. Ese regreso, entonces, tiene una parte de vergel, pero un vergel de secano. Están esos dos componentes.
—A día de hoy, ¿qué relación mantiene con Alcaudete?
—Tiene precisamente estos dos componentes que comento, un volver despacio o no haberme ido del todo pero sí conectar desde otro sitio. Siempre, en cualquier heredad (y la herencia de los poetas es esta), hay una parte de herencia y una parte de secuela. Entonces, el camino hacia cualquier sitio, y en concreto en este que hablamos, tiene sus dos componentes y sería deshonesto negarlo: tiene una parte de herida y tiene una parte de sanación.
—Irse tiene sus fronteras, tituló el ubetense Fernando Adam uno de sus libros de poemas. Y usted las recruzó, hace algunos años, para ser pregonera de las fiestas alcaudetenses, volvió por todo lo alto. Lo mismo regresa, la próxima vez, para inaugurar una calle a su nombre...
—[Ríe] Para mí fue un honor grandísimo poder hablarle a la gente que me dio mi palabra, que no es mi familia: es mi pueblo, donde (como digo) aprendemos las cosas básicas y, sobre todo, a lo que nosotros los poetas nos interesa: aprendimos la manera de deletrear el mundo. Para mí fue una satisfacción grandísima poder estar ahí, y de corazón, no sin miedo, porque estas cosas siempre están ahí, operando en terrenos no sé cómo decirlo: no todo es luz ni todo son sombras, hay un equilibrio con el que una intenta bailar sin dejar de ser una misma y agradeciendo lo que una es gracias a eso que tuvo allí también.
Hace escasos días que Carmen Camacho pasó por Jaén capital para impartir el taller Ojo bárbaro, en la UJA. Una personalísima apuesta por "encender la mirada" y sumergir de sopetón al personal en su singular concepto de la poesía.
—Talleres, conferencias, lecturas poéticas... Pero lo cierto es que no se prodiga usted por su provincia natal. Como se pregunta Camarón por bulerías, aunque él recurre al tuteo: ¿Por qué no viene?
—Pues más quisiera, voy a estar encantada de venir siempre que así lo reclamen, y así ha sido. La Universidad de Jaén, que hoy nos acoge, de cuando en cuando abre la puerta para que venga a dar un taller, una conferencia... Pero también ha sucedido con el Centro Andaluz de las Letras y con iniciativas autogestionadas que hay aquí en Jaén, con poetas que se mueven y organizan cosas.
—¿Qué tal se lleva con sus colegas jaeneros?
—No con todo el espectro poético, porque sería imposible, pero sí que con los autores y las autoras de Jaén siento una cercanía y, sobre todo, un entendimiento, porque hay algo que pertenece a la propia idiosincrasia (incluso a nuustros propios complejos de inferioridad respecto a sitios más capitalinos) que nos une, incluso en el carácter.
—Con el carácter hemos topado: ¿cómo es el carácter de la gente de Jaén? ¿O cómo lo entiende usted?
—Esa sensación de que estamos más desprotegidos nos hace más fuertes en ciertas ocasiones; el carácter de Jaén (y de los autores de Jaén) tiene algo también de batalla, de amar el sitio pero no por amarlo dejar de mirarlo y de señalar cosas que duelen; y de superar cosas también. Hay un espíritu de superación muy recio, que a mí me encanta, con el que me identifico también y que intento también demoler, en muchas ocasiones.
—¿Demolerlo?
—Quiero decir que en ocasiones tengo la idea de que no me apetece ser tan fuerte, como soy es suficiente. Pero es curioso, lo comentaba el otro día con algunas compañeras de aquí, de la Universidad: conozco a mucha gente de Jaén, y a autores, gente excepcional que ha pensado que tenía que esforzarse más aún para ser quienes son, cuando eran excepcionales siendo quienes son. Hay como un instinto de superación superpotente que a veces dan ganas de decir: "¡No es necesario, sois maravillosos y estáis por encima de la media!". Vamos a empezar a tener un pcoo de amor propio y a creerlo.
—Vamos, que lo de que Jaén es tierra de castillos y batallas es mucho más que un eslogan.
—Sí, forma parte del carácter. A mí me sorprende mucho, porque a lo largo de mi vida he tenido ocasión de contrastar el carácter de donde yo he nacido y he crecido con otras formas de ser, y digo: "¡Es que no nos lo creemos!". Muchas veces hay cosas excepcionales aquí que no nos damos cuenta de que son excepcionales.
—¿Por ejemplo?
—Me refiero con ello, también, a algunos poetas de Jaén.
—Hablando de poetas, y sobre todo de poesía, no se va a librar usted de la eterna pregunta: ¿Qué es la poesía?
—Le voy a copiar a Machado la respuesta: "Unas pocas palabras verdaderas", eso es la poesía. A partir de ahí empezamos a hablar. Les comentaba a las personas que están en el taller que la poesía tiene que tener dos trazas fundamentales al menos, sin las cuales yo no considero que haya poesía, y son dos elementos que tienen que ver no con una cosa espiritual, sino elementales: densidad lingüística y apertura de sentidos. Últimamente nos venden como poesía cosas que no tienen densidad lingüística, que son pamplinas romanticoides que finalmente dan una idea de la poesía que no tiene nada que ver con la poesía. Si no tiene densidad lingüística y apertura de sentidos y de significación en sí (¡si no es un cacharro que vuela y que está conectado con la verdad y que se sube por inmersión, tiene ese doble movimiento!), no lo considero poesía.
—¿Contra la rima y la medida, a favor?
—¡Por favor!, yo no reniego para nada, mi último libro lleva metro y rima totalmente.
—No tiene complejo de clásica, de antigua...
—Para nada, para nada. Creo que existen muchos prejuicios con respecto a la poesía. Mi último libro, Deslengua, que además tiene un tono popular, es desdeñado por los que pontifican qué es la poesía. ¿Por qué voy a desdeñar lo popular, o la métrica? O todo lo contrario, ¿por qué no me voy a dejar decir con un cante más arriesgado, con un canto más arriesgado que no esté dentro de la métrica? Pero sin musicalidad no hay poesía, también se lo digo. Antes hablábamos de los elementos de la poesía y yo creo que el canto no es un aditivo, sino que forma parte de la génesis misma de la poesía. Sin ese canto... Luego vendrán las palabras, pero si no vienen con ese canto no podría yo considerarlo poesía.
—Cante y canto... El flamenco forma parte de su aliento, de su obra y de su vida. ¿Cómo, cuándo se produjo ese flechazo jondo?
—De nuevo se trata de un ejercicio de honestidad. Yo creo que como eso estaba en mí, en lo que escucho... Yo estoy en mi casa tranquilamente, preparándome algo, y estoy haciendo soniquete; de pronto, cuando se me vienen algunas palabras se me vienen ya cantadas, desde una tradición que siento como propia. Y el flamenco es una tradición que siento como propia porque en mi familia, por parte de mi padre, había una afición a ello y, aparte, porque conecta mucho con esa raíz popular. Estaba cantado que le tirara por ahí y que explorara por ahí. El trabajo que he realizado ahora con Rocío Márquez y con Bronquio (Tercer cielo) tiene una parte muy fuerte de indagación, de experimentación, de indagar en desde dónde cantamos ahora.
—¿Y cuál es ese 'dónde'?
—Yo no puedo escribir (porque sería una impostación) letras que hablen de que estoy metida en un chozo; tengo que escribir a lo mejor sobre mi pobreza, que es de tiempo, por ejemplo. En una de mis letras del disco de Rocío Márquez digo lo siguiente: "Somos un viejo río con agua nueva". Se trata de eso, ese viejo río, ese cauce; lo respeto, lo acojo y lo considero mío.
—Lo que estará disfrutando usted oyendo sus letras en las voces de figuras actuales del arte jondo, ¿no?
—Estoy que a cualquier cosa le dicen trabajar [ríe], estoy disfrutando.
—O andando por Sevilla y leyendo sus versos sobre el suelo hispalense...
—Eso ha sido una satisfacción inmensa, que la Bienal de flamenco haya acogido mis letras dichas desde el ahora. Volvemos a Machado: "La poesía es palabra en el tiempo", pero también en nuestro tiempo; entonces, poder ir por Sevilla, pasear por Sevilla y ver en el Altozano, en el suelo, en Santa Justa, en la Macarena, en la Alameda..., soleás escritas específicamente para esas calles y que la gente pueda leerlas, ¡eso es editar a lo grande!
—¿No será que en Carmen Camacho hay una flamenca frustrada? ¿Una cantaora, una bailaora o una tocaora que se ha quedado en el camino?
—Como decía Fernando Quiñones de un cantaor, yo tengo muy poquita voz pero muy desagradable. Me hubiera encantado, y mire que lo intento; en mi casa lo hago bajito, no quiero que me echen mis vecinos del patio de Triana en el que vivo. Pero me hubiera encantado poder cantar.
—Bueno, le cantan por usted.
—Claro; ¡cuando tú no puedes cantar y te presta la voz Rocío Márquez o Juan Murube! Voces que de pronto dices: "Esto es una gran edición en letras de oro". Que un texto tuyo lo cante un gran cantaor que lo sepa sacar de su cuerpo, eso es otra gran edición.
—Tiene que volver a su taller, Carmen, que la esperan los cursillistas, pero le he reservado para el final una pregunta densa: ¿qué papel desarrolla un poeta en este mundo de hoy día? ¿Dónde se sitúa usted misma?
—¡Uff, qué pregunta! Yo creo que ahora es más necesario que nunca, fíjese, porque aquello que dijo Adorno de que no se puede escribir poesía despues de Auschwitz... ¡Es después de Auschwitz cuando hay que escribir poesía! Siempre van a correr malos tiempos para la poesía, y siempre que haya malos tiempos vamos a necesitar poesía. A mal tiempo, poesía, dicen unos amigos míos y les doy totalmente la razón. Es necesario (así nadie nos escuchara) decir unas pocas palabras verdaderas, que es a lo que podemos aspirar.
Vídeo y fotografía: Esperanza Calzado.
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