"La verdad es que me hubiera gustado ser alcaldesa de Jaén"
Lo único que ha cambiado de Cristina Nestares García-Trevijano (Granada, 1947) con los años es que pasa toda esta entrevista sin decir 'bonico' ni una sola vez, ese adjetivo tan de Jaén como de ella misma, por más nazaríes que sean sus orígenes. Por lo demás, parece haber firmado un pacto con el diablo. Profesora universitaria jubilada y activa política municipal durante décadas, disfruta del reposo del guerrero en medio de una agenda casi tan poblada como cuando era concejal.
—Hace nada y menos que la ciudad ha celebrado a su patrona Santa Catalina, el Festival de Otoño está en pleno apogeo, la Navidad a las puertas... Hace algunos años, cuando estaba usted al frente de la cultura municipal, hubiera sido imposible entrevistarla en esta época del año. ¿Cómo lo vivía?
—Con mucho agobio. Una de las cosas que me preocupaba era el tema de las luces, siempre te fallaban cosas, había que vigilar que todo saliera bien. Ya habríamos seleccionado a los Reyes Magos; como no teníamos dinero, sobre todo a partir de 2011 (nueve millones de euros dejó de deuda el anterior concejal del PSOE), no podíamos comprar caramelos y se me ocurrió que como mucha gente quería ser Rey Mago, unos porque podían y otros porque lo pedían a cajas de ahorros o a empresas todo el mundo aportó sus caramelos.
—Había que echarle imaginación, ¿no?
—Había mucho que hacer, sí. Pero con mucha ilusión.
—Ahora, en Navidad, ¿es usted de las que vuelve a su Granada, como canta su paisano Miguel Ríos, o prefiere corear los villancicos en Jaén?
—Nochebuena y Nochevieja, de siempre, en Granada. Mi familia está toda allí, todos los hermanos acudimos allí, siempre me ha gustado adornar la casa por Navidad y poner el belén. Días antes, además, preparo una cosa que les gusta mucho a mis sobrinos y que yo llamo 'liotillos'.
—¿Liotillos? ¿Nos da la receta, Cristina?
—Son pechugas de pollo con jamón de york y queso dentro, son un poco liosos porque luego tienes que liarlos.
—Hoy día, jubilada como docente y política, ¿echa de menos aquella briega de sus años de concejal?
—Al principio echaba mucho de menos el Ayuntamiento pero ahora, como tengo tantas actividades, la verdad es que no tengo nostalgia. A lo mejor veo una cosa y digo "esto no está bien" o "yo lo haría así", pero nada más. De todas formas no paro, estoy en la junta de oficiales de La Económica, en la Cofradía de la Buena Mesa... No paro.
—Eso no se le jubila, el espíritu crítico.
—No, eso no. Sobre todo, porque yo he vivido dos épocas, una de ellas de vacas gordas, cuando entraba bastante dinero en Urbanismo y me camelé a mis compañeros Miguel Segovia y Manuel Peragón.
—¿Se los cameló? Cuente, cuente.
—Conseguí que se entusiasmaran con el Festival de Otoño, que me ayudaran. Desde el primer momento, cuando tenía ya aquí a Diego Martínez, le propuse la idea de hacer el festival, había que hacer algo para levantar el ánimo y la autoestima de la gente. Había poco dinero en Cultura y me lancé a pedir dinero a la calle, que era lo mío: empresarios, cajas de ahorros... Entre las empresas y lo que me dieron los compañeros de Urbanismo, hicimos un festival con las mejores orquestas del mundo. Yo me acuerdo de haberle pagado veinte millones de pesetas a una orquesta.
—¿Ese es uno de sus grandes orgullos, el Festival de Otoño?
—Aquí han venido las mejores orquestas, divas y divos. Eso me produce una gran satisfacción, es un orgullo muy grande. Con Diego Martínez hicimos un equipo estupendo: yo era muy entusiasta, me lanzaba a pedir dinero, que era fundamental, y Diego tenía una agenda fantástica de empresarios del mundo del espectáculo, de orquestas... Nos unimos dos personas con ganas y fue estupendo.
—Una de sus etapas más significativas como concejal la vivió usted a la vera de Alfonso Sánchez Herrera, recientemente homenajeado por la ciudad. ¿Qué recuerdo le ha dejado el ya hijo predilecto de Jaén?
—Lo traté mucho, sí. En su homenaje, la familia quiso que algunas personas que ya no estamos tan involucrados en la vida política dijéramos algo, y yo leí un texto sobre Alfonso, que me ha dejado la huella de una persona muy simpática. Era, como yo le decía, el alcalde del pueblo, le gustaba mucho la micropolítica, no era un alcalde político, era un alcalde llano, apegado al ciudadano, al que le gustaba hablar con todo el mundo. Se sacaba el papelillo y tomaba nota de algo que luego hacía o no, pero el papelillo que no faltara. Una persona cariñosa a la que le pasó un poco como a mí y se metió en política porque se lo pidieron.
—No les movía el poder ni la ambición, quiere decir...
—Salimos los dos como dos pardillos, él entonces en Alianza Popular y yo en el CDS. No teníamos ni idea de política municipal, y sobre todo en esa época. Se presentó José María de la Torre por el PSOE, Eduardo Gallardo por el Partido Andalucista, Alfonso Fernández Malo por Izquierda Unida, y me falta alguno que no recuerdo ahora; personas que ya estaban en política. Recuerdo que cuando había debates nosotros pasábamos muchos apuros.
—Hablando de candidatos, señora Nestares. ¿Le hubiese gustado ser alcaldesa?
—Sí me hubiera gustado, pero porque era muy inocente.
—Una vez curtida en esto de la política, ¿ya no le hubiera gustado tanto?
—Después ya me sentía cansada, pero sí me hubiera gustado, porque no siendo de Jaén creo que soy más de Jaén que de Granada.
—¿Qué la trajo aquí?
—Llegué a finales de 1975. Yo estaba en La Carolina con mi marido, éramos profesores de instituto. Salió la idea de hacer la tesis y venirnos al colegio universitario, primero se vino él y luego yo.
—¿Por qué escogió la docencia? Viene usted de familia de militares, y no de tropa precisamente.
—No, no: mi padre coronel de Infantería y mi hermano, general de división, del cuerpo de Intervención Militar.
—Le tiraban más los libros que las armas, todo lo contrario que al doncel de Sigüenza. ¿Era vocación docente lo suyo?
—Bueno, fui un poco conejillo de Indias.
—Defina conejillo de Indias, por favor.
—Quiero decir que fui de la primera promoción de Filología Inglesa de Granada. Lo que me gustaba de verdad era la historia, yo hubiera hecho Geografía e Historia, que es lo que había, pero el inglés era una novedad. No tenía ni idea, en la escuela había estudiado francés, pero como el inglés estaba empezando y vi que podía ser interesante, lo vi como una cosa novedosa.
—¿La única profesora de los Nestares García-Trevijano, entonces?
—Yo soy la más pequeña de ocho. Mi hermana, la que va antes que yo, hizo Románicas. Las dos fuimos por idiomas y fuimos también, un poquillo, las "rojillas" de nuestra casa. Tengo cuatro hermanos farmacéuticos y un ingeniero naval. Hay un poco de todo. Y todos hemos vivido de nuestra carrera, en casa había que estudiar.
—Eso de que eran ustedes dos las "rojillas"...
—Mi hermana y yo fuimos al CDS, que era un poco centro izquierda y centro derecha. ¡Si a eso se le llama ser "rojillas"!
—Rojos, azules... ¿Qué piensa usted del concepto de memoria histórica?
—Muy mal, y eso que gracias a Dios yo no tuve ningún problema en mi casa. Allí nunca se hablaba de la Guerra Civil.
—Cuando dice que no tuvo problemas en su casa con la Guerra Civil quiere decir que no fusilaron a nadie de su familia. Sin embargo, la figura de su padre, el capitán Nestares, si aparece en más de un libro relacionado con las últimas horas de Federico García Lorca. ¿Le ha pesado a usted mucho esa losa?
—Sí. Recuerdo que había aquí, en Jaén, un comunista de El Tomillo, Chaves, que me decía: "Tú eres una tía legal". Eso, que me lo dijera un comunista, alguien tan de izquierdas como él... Mi padre, en esa época, tenía sus ideas, era militar y le tocó estar en Víznar como le podría haber tocado a cualquiera.
—¿Qué versión de los hechos tiene Cristina Nestares?
—La noche que llegó García Lorca allí, a Víznar, mi padre no pudo hacer nada. ¡Si en una guerra te niegas a cumplir las órdenes, que venían directamente de Queipo de Llano y del gobernador de Granada, Valdés...! Si mi padre se niega, el primero al que matan es a mi padre.
—¿De ese episodio tan controvertido tampoco hablaron nunca en casa?
—Jamás, jamás. ¡Yo creo que lo había tan pasado tan mal! (mis hermanos, cuando llegaban las bombas, se tenían que meter en refugios, cerca de mi casa). Mi padre estaba casi siempre en el frente, y mi madre salvó a mucha gente de izquierdas (catedráticos de Granada que se refugiaban en mi casa). A mi madre la llevaron al cuartelillo varias veces.
—¿Se sintió atacado o cuestionado su padre por este asunto?
—Nunca, nunca. Alguna vez hemos sido señalados por gente de izquierdas, pero nada más. El primero que empezó a hablar de ese tema fue Ian Gibson. ¿Sabes lo que hizo? Se metió en mi casa, esas cosas inocentes, entonces es que no nos preocupábamos de esas cosas.
—Dice que Gibson, autor de libros y teorías sobre la muerte de Lorca, se metió en su casa. ¿Y...?
—Yo estaba en el colegio, no sé, en sexto, estoy hablando del año 66 o por ahí. Se metió en casa de profesor de Inglés, daba clases a mi hermana, que luego se fue a Bélgica. De mi padre no consiguió ninguna entrevista, pero se metía por allí (mi padre tenía en su despacho una esvástica, muchas armas...). Yo, lo que sé lo sé por mis hermanos. Mi hermano Fernando, que ha escrito un libro, lo dice: "¡Papá no estuvo allí la noche que mataron a García Lorca!".
—¿A usted, profesional o humananamente, le ha afectado?
—A mí no. Una sobrina mía que hizo Historia dice que a ella sí, que se ha visto de alguna manera discriminada por ser nieta de Nestares. Yo no. Aquí, cuando empezó el tema, yo salí muy valientemente defendiendo con mucho orgullo el ser hija de mi padre. En aquella situación no sabemos lo que había, cuando unos hermanos y unos primos se mataban unos a otros, bastaba que te cogiera a ti en un sitio o en otro para que te mataran, por venganzas... ¿Por qué mataron a García Lorca?
—¿Por qué cree usted que lo mataron?
—Por una revancha del padre de Emma Penella, Ruiz Alonso. Según me han contado a mí y se ha contado siempre en Granada, le dieron una obra de teatro y le tenía una inquina personal tremenda a García Lorca.
—Para que quede claro, señora Nestares, y ahora que habla de guerra, de Lorca, de tumbas... ¿Está de acuerdo con quienes quieren sacar a sus muertos de las cunetas o apuesta por eso de 'no remover heridas del pasado'?
—Yo sí, por supuesto, ¡si estuviera en mis manos hacerlo...!. Tienen derecho a orar en las tumbas de sus familiares.
—Al principio de esta entrevista decía que ya se sentía más de Jaén que de Granada. Ya sabe que uno es de donde yace, no de donde pace. ¿Llegará un día en que dejará Jaén para volver a su patria chica?
—A mi hija le he dicho que el día que me muera que me entierre con mi marido en Granada, allí están mis padres y está él. Pero mi vida está aquí, tengo nada más que una hija, y ella y mis nietos están aquí. A día de hoy llevo más años en Jaén que en Granada.
—Pero, ¿qué tiene Jaén, Cristina?
—Tiene muchas cosas buenas. Tiene que la gente es sencilla, mucho más sencilla que en Granada, más abierta, más fácil de entrar en la gente. Me gusta mucho la gente de Jaén. Como ciudad, no podemos comparar la belleza natural de una y otra, pero Jaén tiene fundamentalmente la belleza de la gente. ¡Aquí me siento tan a gusto! La gente de Jaén es mi familia.
Vídeo y fotografías: Esperanza Calzado.
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