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“Tenía miedo a la enfermedad, pero entendí que mi mente podía hundirme más que el cáncer”

“Tenía miedo a la enfermedad, pero entendí que mi mente podía hundirme más que el cáncer”

Por Esperanza Calzado - Noviembre 23, 2025
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María Dolores López García nació en Linares en 1986, aunque se siente —y se reconoce— carolinense por los cuatro costados. Maestra de Educación Física e interina, madre de dos niñas y amante del campo, descubrió un bulto de la noche a la mañana después de una jornada de aceituna. A partir de ahí comenzó un camino duro que ha implicado quimioterapia, una operación y, recientemente, la noticia de que necesitará una ampliación quirúrgica. Con enorme sinceridad, habla de sus miedos, de cómo tocó fondo y del momento en que decidió cambiar su actitud para poder salir adelante.

— ¿Siempre quiso ser maestra?

— Sí, desde pequeña. Es lo que he querido siempre. Soy interina todavía, no tengo la plaza, pero trabajo de maestra.

— ¿Cómo comenzó su contacto con la enfermedad? ¿Cómo lo descubrió?

— Yo no noté nada raro. Ni fiebre, ni dolor, ni cambios. Nada. Venía de la aceituna —mis padres tienen olivas y voy siempre a ayudarles— y cuando me duché noté un bulto. Al principio pensé que sería un golpe, porque soy muy bruta cogiendo la vara mecánica y cargando sacos. A los dos o tres días aquello se puso como un cardenal, pero seguí sin darle importancia porque me encontraba fuerte, trabajando en Córdoba, atendiendo mi casa y mis hijas.

— ¿Qué la hizo ir al médico entonces?

— En Nochevieja, en el cortijo de mis padres, mis tías me insistieron. Una de ellas, mi tía Pepi, ha pasado un cáncer de mama y me dijo que tenía que revisármelo. Les hice caso. En el centro de salud me mandaron a Linares a una mamografía. Cuando me la hicieron, la mujer me dijo: “Esto no pinta bien, te vamos a hacer también una ecografía”.
En la ecografía ya vieron que el bulto no era normal. Me mandaron una biopsia para el 10 de febrero y ahí confirmaron que era cáncer de mama en grado 2.

— ¿Qué significa un grado 2?

— No está muy avanzado, gracias a Dios, pero tampoco es un 0 o un 1. Pero llegamos a tiempo.

— ¿Qué tratamiento ha seguido desde entonces?

— Quimioterapia primero: desde febrero hasta agosto, 16 sesiones. El 30 de septiembre me operaron. Y ahora, el martes 25, me vuelven a operar porque en uno de los márgenes no quedaron los milímetros de seguridad necesarios.

— ¿Cómo se tomó el diagnóstico? ¿Y su familia?

— Fatal. Aunque tengo mucha energía, también la maximizo para lo malo. Estuve un mes pensando que me iba a morir. Mi preocupación eran mis hijas. Mis padres lo pasaron muy mal. El resto de la familia me daba ánimos. Mi marido ha sido muy fuerte, aunque ha tenido momentos de derrumbarse conmigo.

— ¿Hubo un momento en que algo hizo clic en su cabeza?

— Sí. Después de un mes y medio así pensé: “O cambio o me hundo”. Un día me levanté y dije: “Aquí estoy yo, y lo que venga lo voy a afrontar”.

— ¿Ha recibido apoyo psicológico?

— Sí. Psicólogo, psiquiatra en Linares y una amiga psicóloga del pueblo. Me ayudaron mucho, pero también aprendí que una misma tiene que poner freno a los pensamientos. Si una no decide cambiar, no hay forma.

— ¿Cómo ha vivido las noticias sobre retrasos en los cribados y diagnósticos tardíos?

— Intento no ver noticias sobre cáncer porque me remueven. Pero lo de los cribados me pareció fatal. Hay mujeres en fases muy avanzadas por esos retrasos.

— Además, varias mujeres han pasado por lo mismo que usted tras la operación.

— Sí, tres más esa misma semana. Nos explican que a veces no amplían más para no dañar músculos o nervios. No sé si llamarlo error o no, pero es mucha casualidad que seamos cuatro.

— ¿Cómo afronta la operación de este martes?

— Mejor que la primera, aunque con miedo al quirófano y a la anestesia. Pero el pronóstico es bueno. Yo les diré que limpien bien, porque no quiero volver a pasar por esto.

— ¿Cómo cree que recordará todo esto dentro de unos años?

— Como un mal sueño. A veces cierro los ojos y digo: “Esto no me está pasando”. Pero creo que todo viene a enseñarnos algo. Dentro de 10 o 15 años miraré atrás y diré: “Vino a enseñarme una lección de vida”.

— Contarlo públicamente, ¿le ha ayudado?

— Muchísimo. Me libera. Hay gente que prefiere llevarlo en silencio, pero a mí hablarlo me hace bien. Y si ayuda a alguien, mejor.

— ¿Cómo lo han vivido sus hijas?

— La mayor entiende más porque me ha visto mal, vomitando, sin fuerzas. La pequeña piensa que me quedé calva porque me llegaron “superpoderes”. Le conté un cuento y así lo ha llevado. Aunque lo han pasado mal, pienso que el día de mañana podrán decir: “Mira cómo tiró mi madre hacia delante con todo”.

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