"Hay que ser humilde, trabajador, honrado y amigo de tus amigos"
Felipe Fernández Rodríguez (Jaén, 1946) tiene la apostura natural de un picador antiguo de postín y aunque se parece a rabiar al gran Álvaro Domecq (hijo), lo suyo ha sido el toreo a pie. Conocido mecánico y vendedor de automóviles ya jubilado, hoy hace el más íntimo de los paseíllos ante los lectores de Lacontradejaén.
Rodeado de fotos, de recuerdos, de grabados de la Tauromaquia de Goya y con las mejores vistas que podría desear un taurino (el coso de la Alameda), a cada dos o tres respuestas suelta una frase rotunda, una sentencia antológica o un dicho popular, como estilaban el Guerra o El Gallo. Quien tuvo, retuvo.
—¿Cómo está, Felipe? Por la 'fachada', parece que estupendamente.
—Bien, pero sin entrar en detalles.
—Hace pocas semanas protagonizó esta sección dominical un lechero muy conocido, de la familia de los Pacarros. Usted también sabe lo que es criarse entre animales y vivir del producto de su crianza, porque (si no estoy mal informado) es hijo de lechero...
—Sí, y cabrero. Era el medio de vida de mi padre, tenía una piara de cabras y aunque está mal que yo lo diga, puedo decir que era de lo mejorcito de Jaén, porque se gastaba mucho dinero en cuidarlas, en su alimentación, que esa es la base. Los animales son como las personas, incluso las macetas; si no las riegas, si no las cuidas, llega un momento que hincan el pico.
—¿Aquella lechería estaba en esta zona de la Alameda? Cualquiera diría que siempre ha vivido usted a la vera de la plaza de toros.
—Sí, estaba en la Cuesta de los Carneros, en el número 14, y teníamos una parroquia para la leche que era exagerada.
—Un negocio duro en una época difícil, ¿verdad?
—Difícil, sí. Tuvimos la mala suerte de que nos pilló la posguerra, que fue peor que la guerra, porque en la guerra había comida, alimentos, pero se la comieron y cuando vino la posguerra no quedaba nada. Aquella fue una época muy triste. A mí me dice la gente "¡qué tiempos aquellos!", y yo les digo "¡esos, para usted!". Añoro cosas de antiguamente que hoy no se llevan a cabo, pero no eso.
—Un proverbio ruso asegura que añorar es correr tras el viento. ¿Qué añora Felipe Fernández?
—Por ejemplo, el otro día pasaba yo por la puerta del Camarín de Nuestro Padre Jesús, bajaba un niño dándole patadas a una lata aplanchetada y le dije: "Hijo mío, métete en la acera que viene un coche y te puede matar". ¿Sabes qué me dijo? "¡Y a usted qué le importa!". Aquello me dolió a mí, eso que yo le dije te lo decía un hombre hace cincuenta años y te echabas a llorar, encima. No comprendo ese libertinaje, la libertad es preciosa, una maravilla, pero el libertinaje...
—Volvamos a los orígenes. Por cierto, que al final le tiraron más los toros que las vacas...
—Sí. Cuando yo tenía tres años, oía hablar de la muerte de Manolete y aquello se me metió en la cabeza. Total, que cuando abrieron la escuela de Manuel Benítez 'El Cordobés', en la plaza de toros, el primer alumno fui yo.
—Empezó pronto a manejar capotes y muletas, pero antes de eso supo lo que era vender leche, cargar cántaras, pasar fatigas.
—Claro que sí, me pillaban los municipales cuando llevaba yo la leche y una poca agua para enjuagar las cántaras; cuando las cántaras se quedan vacías tienes que enjuagarlas porque, si no, huelen bastante mal. Yo llevaba leche de vaca, leche de cabra y en otra cántara el agua. Y cuando los vi venir, dije: "Estos se van a creer que el agua es para echársela a la leche". Y se la eché, la revolví. Revolviendo esas leches con el agua, el pesaleches no sube y no te pueden denunciar.
—De salud no sé, pero de memoria anda usted sobrado, eso está clarísimo. Por entonces era un chavea, un zagalón muy despierto...
—En el cuartelillo, en las Protegidas, me acuerdo... Nueve años tenía, ¡eso fue de juzgado de Guardia! A un niño con nueve años, y sin sacar nada... Yo tuve, por eso, un maltrato psicológico que me duró tiempo.
—Pero sacó fuerzas de flaqueza y decidió ser torero, jugarse la vida. ¿Cómo cayó la noticia en su casa?
—Aquello fue una cosa muy problemática, porque yo quería torear; le dije a mi madre que quería ser torero, ya estaba yo estudiando mecánica pero quería intentarlo: "Si veo que no puedo serlo, vuelvo a mi oficio", le dije. Había una controversia en mi casa: cuando iba a torear, yo le ponía velas al Señor para que me ayudara, y mi madre mariposas a la Virgen para que fracasara, porque no quería quedarse sin mí.
—Parece que le hizo más caso a su madre. Llegó a debutar, conoció las mieles del éxito y la soledad del fracaso y, al final, se retiró.
—Sí, sí. Yo me retiré del toreo en Jaén el 3 de septiembre de 1967.
—¿Fue usted eso que llama un torero sin suerte?
—Pasó que el ganadero don Antonio Sanz me había prometido dos novilladas en Linares, pero tuvo un accidente, se carbonizó y eso me trastornó, fue un gran golpe para mí, un palo muy gordo. Aquellas novilladas eran para mí el oxígeno, pero no pudo ser. Esta es una profesión muy dificil, un camino de espinas.
—¿Se ha sentido frustrado por ello a lo largo de su vida?
—Eso lo he superado yo, mi venganza fue fundar un club taurino, una escuela de tauromaquia, he apoderado a cinco toreros... Nadie puede decir, aquí en Jaén, que ha sacado un torero mejor que Juan Carlos García.
—¿Tanto como para que el apoderado amasase una pequeña fortuna?
—Los toreros, la mayoría, son unos desagradecidos, ¡pero total! Me lo han reprochado muchas veces: "Tú lo has llevado entre algodones", y eso es muy complicado: capotes nuevos, esportones nuevos, vestidos nuevos..., ¡eso vale muchísimo dinero! Y al final, ¿cómo acabó el torero? La última temporada apañó 41 millones y medio; hizo así [hace un gesto similar a un cazo con su mano derecha] y dijo: "Ahora me voy de banderillero, y ya hermos terminado".
—Vamos, que Felipe no terminó rico.
—No, no, no. El toreo me ha dado muchos sufrimientos, pero también muchas satisfacciones. A mí me llevó el toreo a la plaza más importante del mundo, que es Madrid; a Nimes, a Arlés...
—Satisfaciones más íntimas, más personales que otra cosa, ¿no?
—Sin lugar a dudas.
—Lechero, torero, ¿en qué momento tiró por la mecánica y la venta de automóviles, que es la profesión por la que otra multitud de jiennenses lo conoce?
—Como he dicho, me había prometido que si no triunfaba en los toros, volvería a mi oficio de mecánico. Yo entré a trabajar con Pilar Primo de Rivera, la falangista, en el año 1958, en la Sección Femenena, que estaba en la calle Montero Moya, en la Plaza de los Naranjos. Allí entrabas con doce años, pero con dieciséis te echaban a la calle, porque todo lo que había allí eran mujeres y claro... Al echarte te daban tres profesiones a elegir, y escogí la mecanica, autorreparación.
—Tampoco era una profesión, precisamente, cómoda.
—No, a mí me han dado las cinco de la mañana en los cocherones de Ureña, allí en la calle Navas de Tolosa; yo no quería más que triunfar con los coches, con el toreo, con la mecánica... Todo menos ser un parásito.
—Se jubiló echando la persiana a su ensolerado taller y tienda de la Carrera de Jesús. ¿Siempre tuvo allí su negocio?
—No, empecé en la calle del Conde, número 8; luego subí a la Carrera de Jesús y fui pasando hasta el local que tuve junto al camarín.
—Si mira hacia atrás con los ojos del presente, Felipe, ¿se siente realizado? ¿Está satisfecho con su vida?
—Sí, sí, me siento feliz con todo, lo que no me gusta es que me moleste gente que no quiere ayudarte, que va con la envidia, con las zancadillas. Mi padre me dijo en una ocasión: "Llévate bien con la gente, y si tienes que poner tu hombro a algún amigo para que se apoye, ponlo".
—Dicen de usted que si tuviese que convidar a todos los amigos que tiene, no habría dinero en el mundo...
—[Ríe] Me llamó una vez un periodista de Madrid y me hizo esta pregunta: "¿Cómo se las apaña usted, que le duran tantos años los amigos?".
—Esa respuesta vale un potosí, ¿cuál es el secreto?
—Muy fácil: siendo siempre la misma persona, no siendo Guadiana, por aquí me meto, por aquí me salgo. Siempre el mismo. Hay que ser humilde, servicial, honrado, trabajador y amigo de tus amigos".
—A estas alturas, señor Fernández, más cerca de los ochenta que de los setenta, ¿a qué se dedica, cómo es la vida de jubilado para alguien que no ha parado nunca?
—¡Si ahora trabajo más que antes!". El campo es realmente un campo de concentración. Tengo una piscina de catorce metros de larga y seis y medio de ancha, para limpiarla y pintarla ¡no veas!, y todo rodeado de pinos. Hace aire, y otra vez todo lleno de hojas.
—Padre de tres hijas y abuelo de cuatro nietos. ¿Habrá sucesor de la familia en los carteles, reparando y vendiendo coches, o con usted se rompió el molde?
—De ser toreros he sido yo quien los ha desengañado; los dejé probar, y ellos mismos se quitaron. ¿Tú sabes lo que es tener a un gachón, todos los días, diciéndote: "Yo quería haber sido, pero tú no me dejaste"?
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