"He vendido el ajuar a las madres, a sus hijas y a las hijas de sus hijas"
Más de Jaén que la Poceta, precisamente a pocos metros del recordado lavadero ha creado su buena reputación como comerciante Félix Hidalgo Sutil. Un jaenero de 1950, nacido a la sombra de la Alameda, que no renuncia a su visita diaria al negocio al que ha dedicado toda una vida y que, ahora, atiende uno de sus hijos.
Inquieto, locuaz y satisfecho con su trayectoria, este indisimulable enamorado de su familia y de su ciudad comparte hoy con los lectores de Lacontradejaén sus particulares memorias, desde sus tiempos de aprendiz, antenista, representante o jugador de fútbol hasta la tranquilidad que preside su existencia actualmente.
—Nada más ver su fotografía encabezando esta entrevista más de uno habrá exclamado: "¡Anda, pero si es Félix, el de la tienda". ¿Toda la vida detrás del mostrador, o usted (como casi todo el mundo) tiene también 'un pasado'?
—Yo vengo de otra profesión, empecé de crío (tendría apenas catorce años) en Hogar Moderno, en la calle San Clemente, número 44; no tenía la edad, y hacía lo lógico: reparto con un carrillo y demás. Luego, como siempre me ha gustado aprender, había un señor ahí (Felipe Liébanas) que montaba las antenas de televisores que vendía (General Eléctrica Española —La Pantalla Negra, antiguamente— y cuando aprendí, al final me monté casi todas las antenas de Jaén en la Magdalena, en las Protegidas, en San Felipe...
—Chico de los recados, antenista...
—Y luego, cuando volví de la mili, me fichó la delegación de Magefesa, que estaba en la Avenida de Barcelona. Me fichó con una condición.
—¿Qué condición fue esa, señor Hidalgo?
—Que tenía que jugar en el equipo de fútbol del Magefesa, y dije que por supuesto que sí.
—Los que pensaran que venía usted de familia de comerciantes acaban de saber que nanái de la China...
—No, no, no: mi padre, en su día, era jefecillo del servicio de la basura del Ayuntamiento de Jaén; mi madre, sus labores de casa. Es que, en esa época, la mayoría de los críos íbamos aquí o allí a aprender un oficio.
—¿No le dio por estudiar?
—No es que no me tiraran los estudios, es que yo decidí ayudar a mis padres, además de que cada uno sabe más o menos para lo que sirve. Yo sabía que para el fútbol podía servir, pero en aquellos tiempos ni estaba cotizado ni se pagaba, y pensé en dedicarme a eso, a ayudar a mis padres. Hasta que conocí a mi novia y creamos una familia de la cual estoy orgullosísimo.
—Volvamos a Magefesa (que no se nos vaya la olla).
—Cerraron por temas que no vienen a cuento y el director general decidió salirse; se quedaron los trabajadores en plan cooperativa. Me dieron un despido y decidí abrir un negocio en la Fuente de don Diego. Eso fue en el 86.
—Macavi, ¿verdad?
—Macavi, sí. Yo seguía con mis representaciones y puse también en la tienda cosillas de las que llevábamos, de menaje, lámparas, vajillas, cristalerías...
—¿Ese nombre...?
—Le saqué a mi mujer el permiso de apertura a su nombre, pero un sábado llegué a mi casa y le dije que no, que ella no había estado nunca en una tienda y que era mejor no dar palos de ciego. Le pedí a mis compañeros que me esperaran, si querían, y decidí cambiar el permiso de apertura a mi nombre. ¡Y treinta y ocho años vamos a hacer en septiembre, el día 15!
—Felicidades, pero vuelvo a preguntarle: ¿Por qué Macavi?
—Por ilusión: había un equipo de fútbol llamado Macavi de Tel Aviv, y como mi mujer se llama María Cantero Villén, formé ese nombre con sus iniciales.
—Aclarado queda. Primero en la Fuente de don Diego y después (hasta hoy mismo), en la Senda de los Huertos.
—Trece años estuvimos en la Fuente de don Diego, y veintitantos en la Senda, muy contentos, dentro de lo difícil que está la situación. Ahora lleva la tienda mi hijo Aitor.
—El suyo debe de ser uno de los establecimientos pioneros en esta zona, si se tiene en cuenta que la urbanización del antiguo barranco de los Escuderos se llevó a cabo a principios de los 90.
—Correcto, sí. Cuando nosotros nos decidimos a abrir la tiendecilla, al principio no había comercios en el barrio. Yo daba fiado, y la gente se volcó, ¡yo hacía unas facturaciones tremendas todos los meses! Mi mujer no quería que me metiera en este local, pero al final lo compré para venirme en un futuro, y aquí estamos. Y hace unos quince años, por inversión, compré otro local un poco más arriba.
—Tantos años en un mismo punto de la ciudad habrán convertido a los vecinos del barrio en algo más que clientes, ¿no?
—Para nosotros son ya como de la familia; yo les he vendido el ajuar, que me pagaban poco a poco, y luego he visto venir a las hijas de las hijas de las hijas... La verdad es que somos una referencia aquí.
—Casado con María, padre y abuelo.
—Tres hijos y tres nietos tengo.
—¿Satisfecho de que uno de sus vástagos se haya hecho cargo del negocio?
—Sí, me satisface por una parte, aunque a ningún padre le gusta su profesión para los hijos. Esto es arriesgado, pero el tiempo me ha dado la razón. Y él está contento.
—Hablemos del Félix Hidalgo Sutil con la pelota en los pies. Seguro que muchos de sus clientes ni se imaginan que estuvo a punto de triunfar como futbolista.
—Siempre he jugado, de crío, en los campillos; donde estaban las torres de la feria había un campo de fútbol y los chiquillos rompíamos ahí las zapatillas. De ahí, en una época en la que el Jaén desapareció...
—Perdone, perdone, ¿que el Real Jaén se perdió del mapa futbolero? Cuente, cuente.
—Fue cuando vino Juan Bautista Castellanos y se hizo cargo del equipo como presidente, y echó a Antoñete. Entonces vino un tal Bermúdez, creo recordar, que ayudaba a Manolo Valderas, y creó un equipo de fútbol que muchos han jugado en Primera: Juan Huertas, Susi, Quique el Negro..., ¡un equipazo!
—¿Y usted, por qué equipos pasó? ¿En qué quedó su historia particular como deportista?
—En el Magefesa, en el Plastilux, en el Jaén Deportivo (que es el equipo de mi ciudad), en el Torredonjimeno, en el Martos... Empecé muy joven en el fútbol, y muy joven terminé. Me trasladaron a Mérida, en mi trabajo, y ya perdí el contacto.
—En el 'conjunto' en el que sí ha militado mucho tiempo ha sido en el de la reivindicación: por ejemplo, era hablar de Otíñar y allí que aparecía Félix Hidalgo.
—Sí, sí, porque mi abuelo fue alcalde de Otíñar.
—Vamos, que usted conoció la hacienda de Santa Cristina antes de ser lo que es hoy: o sea, lo que no es.
—Claro que sí, venían colonos de todos sitios. Pero yo pillé no sé si llamarle una enfermedad, pillé miedo, y las noches eran la muerte para mí, aquí en Jaén. Me pasaba la noche dando gritos y no dejaba dormir a mis padres.
—Esto se pone misterioso: ¿qué le ocurría, a qué le temía?
—En el terrado, sentía pasos bajar la escalera, pasar por la habitación y llegar hasta el dormitorio, casi hasta tocarme.
—Qué yuyu. ¿Se le quitó el miedo, finalmente?
—Mi madre me mandó a una tal Carmen, una curandera de la cuesta de los Carneros, que le dijo: —"Dulce, llévese usted a su hijo de la casa, que le han echado mal de ojo". Y como mi abuelo era el alcalde de Otíñar, nos fuimos hasta el Puente de la Sierra en el coche de línea de los Márquez y desde allí, andando, hasta Otíñar. Un año y pico o dos años estuve viviendo allí.
—A Alberti lo enviaron a Rute para curarse del pulmón y volvió sano; a usted, a la dudosa baronía de don Jacinto Cañada. ¿Regresó de allí sin miedo, curado?
—No en su totalidad, pero prácticamente curado.
—Pero ya no da alaridos por la noche, ¿verdad?
—No, no [ríe]. ¡En aquellos tiempos me dicen a mí que podía ser millonario si entraba al cementerio y le daba una vuelta, y decía yo que no!
—Haber conocido Otíñar en plena actividad humana y verlo ahora despoblado, no le resultará precisamente agradable.
—Eso está hecho un solar.
—Usted participó en la plataforma creada para su defensa, ¿terminó dejándola?
—Estuvimos dos o tres años haciendo una convivencia en el Puente de la Sierra, bajaba la Banda de Música y todo, los otiñeros y otiñeras, pero al final lo dejé, sí.
—Y en otra plataforma, en este caso la de jubilados.
—Sí, pero ya la dejé también. Yo he sido un hombre con muchas inquietudes, me ha gustado luchar contra las injusticias. Eso fue cuando salió un movimiento, en Madrid, para que todas las provincias de España nos juntáramos en las plazas para reivindicar el 0,25 por ciento; en Jaén empezamos seis o siete, y como no estábamos constituidos, los medios me preguntaban a mí. Al final terminé siendo vicepresidente.
—Hablando de jubilados, a sus casi setenta y cuatro años y ya sin prisa por tener que subir la persiana cada día, ¿cómo es su vida cotidiana, a qué se dedica?
—Todos los días, después de desayunar en casa, le doy una vuelta a Jaén. Yo vivo ahí, a espaldas de la Catedral, salgo por la mañana y me voy por Martínez Molina, la Magdalena, la Puerta de Martos, Recaudación [léase la Granja, el antiguo Pilar Nuevo], hasta los Bomberos, vuelvo por el Gran Eje, el Paseo de la Estación... Luego me ducho y cada día vengo a la tienda, a echar un vistazo, por si mi hijo me necesita.
—O lo que es lo mismo, que si alguien quiere localizar a Félix Hidalgo y no sabe dónde, en esta tienda tiene una cita diaria.
—Siempre, sobre las doce de la mañana vengo aquí. Yo entiendo que es una obligación como padre, mis amigos me dicen que me vaya a jugar al dominó, pero yo lo veo así.
Únete a nuestro boletín