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"Me hubiera gustado ser químico, esa era mi vocación"

"Me hubiera gustado ser químico, esa era mi vocación"

Por Javier Cano - Septiembre 08, 2024
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Hombre multivocacional, Francisco de Paula Aguilar Barranco (Jaén, 1954) cambió los tubos de ensayo por el ajetreo de un banco sin dejar de lado su amor a las letras y, sobre todo, un espíritu de servicio a los demás que ha procurado ejercer por donde ha pasado. En ello sigue.

—Del 54, señor Aguilar. O sea, que haciendo cuentas...

—Setenta años, ya soy anciano, abuelo y jubilado. 

—Si le llaman Francisco de Paula, ¿usted responde?

—Paco, Paco, pero hay algo gracioso...

—Diga, diga.

—Estoy con un grupo de personas, y aunque yo sea el único Paco soy el único al que llaman con el apellido: Paco Aguilar, parece que va todo junto.

—Curioso, vaya que sí. Ahondando en su historia, Paco, el hecho de que esta entrevista se produzca en plena Plaza de la Magdalena es de todo menos casual. 

—Para mí la Magdalena son mis raíces afectivas, porque mi tío Pepe participó en la primera junta de gobierno de la Cofradía de la Clemencia, en 1945; yo, desde chiquitillo, le tenía mucho aprecio a mi tío, que me hablaba mucho y me contaba las cosas de la Semana Santa. Y cuando tuve unos pocos años más, empecé a salir con él en la procesión. 

—Por lo que cuenta, ama usted mucho este barrio pero no nació en él...

—No, no: yo nací en la calle Nueva, al bajar las escaleras, donde estuvieron los futbolines de Talento. Ahí nací yo y pasé mi infancia.

—¿En qué ambiente familiar llegó al mundo?

—Mi abuelo materno era pescadero del mercado de abastos; mi madre (como antiguamente se hacía), con llevar la casa... Además llevaba también la de sus padres (que estaban en el mercado de abastos), y tenía una hermana que estaba siempre muy fastidiada: la familia completa. Y nosotros éramos seis hermanos, así que mi madre ya tenía bastante trabajo con eso. 

—¿Y su padre?

—Mi padre era agente comercial de confección. Hemos sido una familia que no hemos pasado grandes necesidades, pero que hemos tenido que hacer cuentas para llegar a fin de mes. Mi madre (y era una de las virtudes que ella tenía), siempre para sus hijos, los demás los primeros, y ella la última, se conformaba con las sobras que había. Esa infancia, para mí, es muy grato recordarlas. 

—¿No le llamó la atención el trabajo de su padre para ejercerlo usted también? Lo mismo se ha perdido un fantástico representante...

—Él era proveedor de Tejidos Gangas, de Los Madrileños, de Los Andaluces, de El Corte Italiano, todos esos comercios. Cuando yo fui creciendo estuve un año y medio trabajando con él, antes de entrar a Cajasur. Lo que sí viví junto a él fue el aprecio que se le tenía; una de las enseñanzas que me hizo mi padre fue decirme que los que mandan son los jefes pero los que hacen son los soldados; me enseñó a tenerle aprecio a la gente llana.   

—Debut laboral junto al autor de sus días, entre telas. 

—Un año y medio estuve con él, más que nada por probar, pero vi que no era lo mío. Quizá (y aunque esté feo decirlo) tener al padre de jefe y de jefe al padre, eso no me cuadraba muy bien. 

—¿Cómo llegó usted a la banca, qué lo empujó hacia el universo de las cuentas corrientes, las letras, los préstamos...?

—Ayudé a mi mujer a preparar las oposiciones para entrar en el Banco Exterior y aprobó; después se convocaron otras para varias cajas de ahorros y me dijo mi mujer, entonces mi novia, que si la había preparado a ella por qué no me preparaba yo también. Total, que se encabezonó y en vez de llevarme el "As" o el "Marca" a los viajes, me llevaba los apuntes de cajas de ahorros. Ella me presionó lo suficiente para hacerme estudiar, y con la suerte de que a las cuatro cajas de ahorros que me presenté, las aprobé. Y opté por Cajasur: aunque yo sabía que no iba a estar en Jaén capital, iba a tener la oportunidad de estar en la provincia más que en las otras cajas. 

—Antes de avanzar, una duda: ¿no tenía usted ninguna vocación que le animase a hacer oídos sordos a su entonces novia y pasar completamente de las oposiciones? ¿O es que le tiraban los números?

—Cuando empecé a estudiar opté por químicas, porque siempre me han gustado las ciencias y aparte tuve una profesora en Bachillerato muy buena y me metió la química en el cuerpo; luego, posteriormente, se fue afianzando esa vocación y quería ser químico.

—¿Dónde estudió? Algunas canas peina ya y seguro que Paco Aguilar pobló aulas históricas. 

—De pequeño estuve un par de años en los Maristas, pero el Bachillerato lo hice en San Agustín, hasta el PREU. Estoy bien marcado. 

—Avanzamos, pues. Una vez aprobadas las oposiciones, la estabilidad entra en su vida.

—Estabilidad económica y estabilidad anímica. 

—Pero lejos de su querido Jaén...

—Bueno, a los tres años de estar en Bailén me trasladaron a Jaén y entré en el equipo de sustituciones, de apoyo. En esa época, los que estaban en el equipo de sustituciones eran los que no querían estar en ninguna oficina o quienes las oficinas no querían que estuvieran, y me propuse conseguir que fuerámos un equipo de élite, que la gente estuviera deseando que viniera alguien de refuerzo. 

—¿Lo logró?

—Con algunos compañeros más formamos un equipillo muy bonico y la gente estaba contenta de que fuéramos a echarle una mano. Servíamos para todo. 

—Eran ustedes algo así como el Equipo A, pero en modo pacífico. 

—Sí, porque antes los equipos de sustituciones eran para archivar o para caja, y yo luché por que sirviéramos para todo. Quizá eso fue lo que (a mí particularmente y a los otros compañeros del equipo) sirvió para que pudiéramos ascender a otros puestos. 

—Por entonces ya había dado el sí quiero, ¿verdad?

—Sí, me casé estando en Bailén. Estuvimos un año y pico casados y cuando Carmen estaba embarazada de Macarena, la primera, nos trajeron a Jaén. 

—Macarena es la primera de...

—Tres hijas. 

—¿Alguna de ellas ha heredado su vocación de químico, o ni en las sucesivas generaciones verá usted cumplido ese deseo?

—No, la única que ha decidido seguir mis pasos es Fátima, la pequeña, en cuanto a la enseñanza. 

—¿La enseñanza? Eso es nuevo, como el nombre de su calle natal. ¿En qué momento de su vida fue docente Paco Aguilar? Hasta ahora no había aparecido esa faceta en la entrevista. Cuente, cuente...

—En Cajasur, siempre que había algún curso de formación o de ampliación de conocimientos me apuntaba, incluso me utilizaron para ser yo el monitor. He disfrutado siempre con eso. Además, desde los quince años he dado clases particulares a gente inferior a mí en edad y en conocimientos. Por eso decía lo de mi hija Fátima, aunque ella lo ha enfocado hacia la enseñanza de música, que es lo suyo. 

—Aclarado. ¿Cuántos nietos le recogen la baba, señor Aguilar?

—Dos nietos.

—Dos jovencísimos cofrades de La Clemencia, seguro. 

—No, todavía no, porque tanto sus padres como nosotros tenemos un pensamiento: que cuando sean cofrades lo sean porque quieren serlo. Ellos están muy apegados, les gusta, pero que sean ellos y porque ellos quieran. 

—Hablando de la voluntad de los papás... Líneas arríba recuerda usted las palabras de su padre, aquella enseñanza de los jefes y los soldados, que tanto le marcó. No en vano, Paco Aguilar fue soldado pero terminó siendo jefe. 

—Sí, director de oficina. 

—Ahora que nadie se puede enterar: ¿satisfecho con su trayectoria profesional?

—Muy satisfecho, yo he disfrutado en mi trabajo. Es verdad que los últimos años se me pusieron un poco cuesta arriba con esos cambios que hubo en la banca, cuando empezaron a cambiar las ideas de cómo gestionar un banco,  y tuve la suerte de que me prejubilaron; si no, lo hubiera pasado bastante mal. 

—Antes de prejubilarse ya tenía usted la agenda copada de actividades; de hecho llegó a ser vice hermano mayor de su hermandad, y dicen por ahí que eso de gobernar una cofradía no es precisamente cosa de ratos libres. 

—Yo he tenido todos los oficios en la junta de gobierno menos la fabricanía (soy nefasto con las manos), siempre he entendido que en estas cosas hay que estar para servir, en cuanto a que valgas y a que hagas un servicio a los demás. Yo he estado en todos los puestos de la permanente, excepto en el de hermano mayor. 

—Paradójicamente, ya jubilado ha descendido también su actividad cofrade, no ha esperado a quedarse libre del trabajo para aprovecharlo en pro de su hermandad. 

—Bueno, mi actividad cofrade es ahora menos intensa, pero gracias a los directivos que hay ahora me siento muy apegado y tienen mucha comunicación conmigo. Y yo disfruto siendo útil en lo que puedo. 

—Quiere decir que los Martes Santos los pasa en la Magdalena, que no lo busquen por la Andalucía occidental y debajo de un caperuz rojo. 

—Sí pero no, los pies los tengo fatal y ya no soy capaz de aguantar el tirón de la procesión. Vengo a los actos y cultos del Martes Santo, que empiezan a las ocho de la mañana; estoy hasta que sale la procesión, acompaño por las aceras para no molestar mucho (nunca me han gustado los cangrejeos), me salgo a descansar, pregunto si necesitan algo...

—Lo que sí fue prácticamente parejo a su retiro laboral es su 'fichaje' musical por parte de la Banda Sinfónica 'Ciudad de Jaén', en la que estaba su hija.  

—Prácticamente, sí. Es que cuando me prejubilaron de la banca, vi que algunos de los que iban delante de mí sufrían depresiones, bajadas de ánimo, envejecimiento prematuro. Algunos me decían: "¡Ya no servimos para nada!", y yo contestaba: "No sirve el que no quiere". Y me dije: "Tengo que buscarme algo para que mi cabeza no se quede obturada". Así que "por culpa" de Fátima, empecé a ayudar en la banda sinfónica. 

—¿De qué entró: clarinete, trompa, tambor...?

—¿Yo? Siempre digo que tengo orejas, no oído, soy nefasto para eso, para todo lo que sea manual. Llevaba a Fátima a los ensayos y poco más, porque me decía a mí mismo: "¡Como me meta, la lío!". Pero vi que podía echar una mano en la cuestión del papeleo (en mi cofradía siempre me decían el hombre del maletín, siempre con los papeles). Y me metí. 

—Ya ha llovido desde entonces. 

—Pues sí, prácticamente desde que se inició hace diecisiete años. 

—Le gusta eso de estar junto a la juventud...

—Es muy gratificante, ves cómo van creciendo y evolucionando los chavales como músicos y como personas. Luego tienes el problema que tenemos aquí en Jaén en muchas facetas: llegan a ciertas edades y ciertos niveles y tienen que irse de Jaén, y es una pena, te has tirado toda la vida con ellos y luego se tienen que ir, unos para trabajar como músicos (te enteras de que algunos están en Centroeuropa o por ahí) y otros en otras carreras, no todos los músicos se dedican exclusivamente a la música. 

—A estas alturas de la entrevista el lector ya se habrá percatado de que Paco Aguilar pertenece a esa estirpe cuyos relojes abarcan mucho más que veinticuatro horas. Y hasta le queda tiempo para asistir a la tertulia literaria de 'Café de palabras' y hasta para escribir. Eso es vocación, ¿verdad?

—Es una forma de escape, siempre me ha gustado plasmar no mis vivencias, sino lo que yo veo, mis escritos recogen las vivencias que yo veo a mi alrededor. 

—Sabina asegura, con rotundidad, que él no escribe canciones con mensaje, que él escribe historias.

—Sí, sí, sí. Además me lo dicen los compañeros de 'Café de palabras', hago una pequeña historia o convierto en historia una pequeña anécdota, y por mi carácter suelo darle un vuelco a la narración y al final saco el punto afectivo o el gracioso.

—¿Ha editado alguno de esos escritos, tanto en prosa como en verso?

—No, no; en prosa medio hago algo, pero en poesía soy nefasto. Empecé porque en la Biblioteca Pública Provincial se ofrecieron unos cursos, uno de poesía y otro de narrativa. Al final no pude ir al de poesía, no recuerdo por qué, y me metí en el de narración. La poesía me merece mucho respeto, mucha gente se cree que la poesía es partir la prosa por la mitad y así se hace un poema, pero la poesía es mucho más profunda. Algunas veces me sale algo, pero son cancioncillas. 

—Padre, abuelo, empleado de banca jubilado, cofrade, hombre del maletín en la Sinfónica 'Ciudad de Jaén', escritor... ¿Le quedan horas para algo más, o ya está bien?

—Otra cosa que no es afición, eso sí es vocación: aquí en La Magdalena hubo un párroco, don José Luis Cejudo, que me tenía mucho afecto, teníamos muy buena compenetración en la parroquia...

—Falleció no hace mucho, ¿no?

—Sí, hace unos meses. 

—Continúe, por favor. 

—Me decía: "Cuando te echen del banco, me tienes que ayudar". Y al día siguiente de jubilarme, me llamó y yo sabía ya para lo que era, para colaborar con la Pastoral Penitenciaria. Ocho o nueve años llevo ya, hago lo que puedo también allí, bajo todas las semanas un día a dar cursos, normalmente de Biblia (no de catequesis). Unos cursos que he intentado abrir para que en el aula no haya solamente católicos que vienen a rezar (vamos a rezar también, porque es hablar con Dios), pero Dios es también Buda, Alá o eso que tienes en tu mente pero no sabes qué es. Intento enseñarles que la Biblia tiene muchos mensajes que los puede acoger cualquier persona, al margen de las creencias que tenga. He tenido allí evangelistas, musulmanes, ateos..., de todos los colores. 

—Allí, entre los muros de la prisión, conocerá usted historias personales de esas por las que pagaría cualquier escritor. ¿A que sí?

—Alguna cosilla he sacado de ahí, lo que pasa es que procuro envolverlo para que no se sepa, el que me conoce sabe por dónde voy y el que tenga conocimientos de narrativa sabe leer entre líneas. 

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