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"Mi satisfacción es la cara de la gente cuando les devuelven su dinero"

"Mi satisfacción es la cara de la gente cuando les devuelven su dinero"

Por Javier Cano - Septiembre 07, 2025
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Francisco Manuel del Águila Ayllón (Jaén, 1975) es abogado, historiador y cofrade. Un auténtico patriota de la Ciudad del Santo Rostro que en Mancha Real (el pueblo de su sangre paterna) también hace ruido tanto en el ámbito profesional como en el de sus tradiciones, costumbres y devociones. 

Especializado en el espinoso asunto de las cláusulas suelo, cuenta sus casos por éxitos mientras saca tiempo, además, para investigar, presidir la hermandad de la patrona y no faltar a ninguna de las citas más importantes (o más entrañables) de la villa. 

 —¿Es usted de los que creen que lo de este año ha sido punto y aparte, o por el contrario piensa que llueve sobre mojado? 

—No es que sea negacionista, pero yo desde chico me he criado con botijo y un abanico, y llegábamos a cuarenta grados. Recuerdo, de pequeño, la primera vez que pusieron un termómetro digital en Jaén, en CajaSur: yo he visto ese termómetro llegar a los cuarenta y tantos grados; recuerdo un año, 11 de junio, yo con ocho o nueve años, la procesión de nuestra patrona, la Virgen de la Capilla, que hubo que retrasarla una hora y media porque no se podía salir a la calle, del calor. 

—O sea...

—Que calor ha hecho toda la vida, y seguirá haciendo. 

—¿Cómo lleva los latigazos del "lorenzo"?

—Me resigno, la resignación cristiana de los de Jaén: ¡No somos gallegos, con todos los respetos! Cuando me viene mucha gente diciéndome "¡qué calor!", les digo: "¡Parecéis galegos, hijos míos!

—Se lo preguntaba porque para este primer Zoom de la temporada hace tanto fresquito, que hemos decidido entrevistarle al raso. Por cierto, a la hora de elegir un punto concreto usted sugirió cuatro, a saber: La Alameda...

—La Alameda me trae unos recuerdos muy entrañables de la infancia, de jugar en ella, allí aprendí a montar en bicicleta, allí vi la nieve por primera vez en Jaén, para mí por supuesto, en el año 83 (lo tengo apuntado en una agendilla de Walt Disney, del pato Donald, que yo tenía, y lo apunté). Allí me desollaba mis rodillas y allí yo jugaba muchísimo, entonces la Alameda me trae unos recuerdos de infancia grandísimos.

—Las Bernardas...

—Por mi abuela Salud, muy cerquita de donde nosotros vivíamos. Mi abuela era muy devota de San Francisco (por algo yo me llamo Francisco). Íbamos con mucha frecuencia a las Bernardas, mi familia tenía muchísima amistad con la comunidad; dos entrañables hermanas que imagino que ya estarán con el Señor, sor Teresita y sor Carmen, cuando salían a hacer los recados (eran las autorizadas) siempre paraban en mi casa. Yo les tengo mucho cariño a las monjas franciscanas de las Bernardas e iba muchísimo allí con mi abuela Salud, es otro sitio muy entrañable para mí. 

—Doctor Sagaz Zubelzu, la jaenerísima calle Tablerón...

—Donde yo viví muchísimos años hasta que nos trasladamos a Mancha Real; donde yo he crecido, donde yo he jugado, donde he reído, donde he llorado con los suspensos... Todo. 

—¿Y San Ildefonso, escenario definitivo de esta charla, con sus campanas, su agua...?

—La parroquia donde me bautizaron delante de la Virgen de la Capilla; donde delante de la Virgen de la Capilla recibí al Señor por primera vez; donde delante de la Virgen de la Capilla me confirmé; donde fui monaguillo, hice mi catequesis... ¡He visto pasar tantos sacerdotes por aquí! Me he podido meter por todos los rincones de San Ildefonso, donde estaba y está una de las grandes devociones de mi familia, por no hablar de mi abuela Salud: la Virgen de la Capilla y la Soledad. 

—"¡Qué hombre tan jaenero!", dirá más de un lector al leer estas líneas, Francisco Manuel. Y sin embargo, no vive en la capital. 

—Las circunstancias: mi padre era de Mancha Real, allí teníamos casa, y la salud de mi abuela y otras circunstancias personales hicieron que nos trasladáramos a Mancha Real. Pero estamos muy cerquita, el que nace en Jaén no puede saciar la sed si no viene de vez en cuando. 

—Pocos kilómetros de distancia entre la villa y la ciudad lo separan, y aunque está usted muy entregado a las causas mancharrealeñas, se le ve por aquí día sí, día también. 

—Por supuesto, mi Jaén es mi Jaén y lo será hasta que me muera. 

—Cuando le preguntaba por las calles de Jaén que sugirió para esta entrevista, casi siempre sacaba usted a colación algún vínculo con la Iglesia, es obvio que pesa mucho en su vida. ¿Nunca pensó en ser clérigo? ¿Le faltó vocación? Hay quien dice que tiene pinta de párroco.

—¡Bueno, me han dicho que tengo pinta de muchas cosas! Me han dicho que tengo pinta de notario, de ministro también (espero que alguna vez me hagan, de Justicia) [ríe] Para ser sacerdote hay que tener una vocación, una cosa, y tener la capacidad de que a lo que te vas a dedicar es un acto de servicio muy grande: un sacerdote tiene una gran responsabilidad, yo no me veo ahí, entre otras cosas porque tengo muchos defectos.

—¿Por ejemplo?

—La soberbia, muchas veces soy muy soberbio para mis cosas, y una de las características de un buen sacerdote debe ser la humildad, y saber escuchar. Yo intento saber escuchar, pero hay veces que si me enervan, ¡que salgan corriendo cuarenta kilómetros! No me suelo enfadar, pero cuando me enfado.., ¡ni Jabalcuz!

—Ya sabe lo que proclama el Libro de los Proverbios sobre la soberbia...

—[Ríe]

—Cura no es usted, pero su vinculación con la vida de la Iglesia es cotidiana, intensa. 

—Mi relación con la Iglesia la mantengo, primero, como creyente, como es lógico, y esa creencia la materializo y la expreso a través del mundo cofrade; pero no se puede ser cofrade sin ser eso, creyente. 

—Su currículo cofrade: primero en Jaén, donde fue mandamás en La Soledad, ¿no es cierto?

—Sí, en La Soledad fui gobernador una legislatura; fue una época con muchas alegrías y también con algunas sombras, los cofrades hablaron, hubo un proceso democrático y entró otra terna: perfecto, se hizo todo lo que se pudo, con toda la buena intención y la capacidad que uno tiene (habrá quien piense que de bienintencionados está el infierno lleno, pero esa fue mi etapa). Colaboré mucho también con la Cofradía de la Virgen de la Capilla en la época de Juan Carlos Escobedo como hermano mayor, en el grupo joven organizábamos la procesión y fui horquillero muchos años, pero labores de colaboración solo). Aunque desde niño...

—Cuente, cuente...

—Mi abuela Salud, Paquita Bedmar y la tía Lola Mazas, que eran camareras de la Virgen de la Capilla, me traían; cargaban al niño de cuatro años con el manto de las doce estrellas de la Virgen (¡había más manto que niño) y tuve una vez la satisfacción, de chico, de poder tocar a la Virgen (entonces yo no sabía lo que significaba eso). Entonces no se era tan escrupulosos, siempre se ha tenido cuidado con esas cosas, pero nos permitían esas licencias. 

—¿Cuánto tiempo lleva como vecino de Mancha Real?

—Treinta años, teníamos allí cortijo, mi padre era de allí, la casa de mis abuelos, pues lo que pasa: los fines de semana allí, navidades, verano, puentes...

—Allí tampoco ha pasado usted desapercibido en el universo cofrade, de hecho a día de hoy es hermano mayor de la cofradía de la patrona local. 

—De la Virgen del Rosario, sí, por segunda vez (tuve un primer periodo de algo más de seis años, hubo elecciones, seguí colaborando en otros cargos y hace dos años muchos cofrades decidieron que volviera a coger las riendas, y aquí estamos). 

—Ha presidido también la Unión Local de Cofradías, ¿verdad?

—Sí, primer presidente de la Unión Local, que se fundó en 2015. También tuve el honor, con el anterior párroco, don José Antonio García Romero, de fundar una cofradía de Pasión, la del Cristo de la Misericordia, Nuestra Señora de la Salud y San Juan Evangelista. 

—¡La de veces que ha salido el nombre de Salud en esta entrevista, Francisco Manuel! ¿Algo que ver con su abuela el hecho de que la titular de esa cofradía fundada por usted lleve ese hermoso nombre?

—Tiene que ver: yo quería que al Cristo de la Misericordia lo acompañara una imagen de la Virgen, a través de mi buen amigo  y pariente José María Francés me enteré de una talla que le habían prestado a La Amargura, que era de un médico de Martos, Andrés Huete. Y así, así llegué a un acuerdo con él, compré y doné la imagen para la cofradía. Cuando llegó a Mancha Real se depositó en mi casa, se llevó al templo y a la hora de elegir advocación, todo el mundo opinaba. Entonces, dije: "Se llamará como a mí me dé la gana, que para eso la he donado yo, y se llamará Salud".

—¿Otra vez la soberbia, no?

—La soberbia, sí. Pero la Virgen se llama Salud, como mi abuela, y tiene muchísima devoción. 

—Su ámbito profesional: es usted abogado. ¿Vocación, tradición familiar?

—Salvo un pariente muy retirado que tenía notaría en tiempos de Alfonso XII, no había tradición en mi familia. Cuando me planteé la carrera, recién estrenada la Universidad de Jaén, tenía mis dudas. Me inclinaba por Filosofía y Letras o por Historia, pero la familia me aconsejaba que pensara en el futuro, que viera las salidas, que si hacía Derecho podría ser notario, fiscal... Y me lancé con esa carrera,

—O sea, sin vocación.

—Cuando terminas de estudiar, terminas cansado de libros, no tienes ganas de oposiciones, y decidí empezar con la pasantía. Empecé en el despacho de Marcos Gutiérrez, con un buen amigo mío (Manuel Jesús González). Y es ahí cuando empiezas a ver las cosas de otra forma, a ver que esto te gusta. Hasta que me estrené en un juicio con más miedo que el peor de los toreros, y salí con una sonrisa. Al final te gusta hacer juicios más que rascarte un brazo. 

—Dicen de usted, también, que es el terror de los bancos (por aquello de las sentencias contra las cláusulas suelo).

—Eso dicen las malas lenguas, creo que los bancos no me quieren mucho. ¡No sé cómo me tienen la cartilla abierta en el banco donde tengo mis dineros! [ríe] Sí, me he especializado en eso, pero la satisfacción real de este tipo de procedimientos (que he tenido y sigo teniendo muchos junto con otros trabajos en los ámbitos civil y penal) es que me llenan muchísimo. 

—¿A qué satisfacción se refiere?

—La que me produce ayudar a unas personas a las que se les han apropiado un dinero indebidamente (no voy a decir el verbo del séptimo mandamiento) y poder ayudarlas a recuperar lo que indebidamente habían pagado. La satisfacción es la de las caras de esas personas cuando se les da la noticia, y te agradecen lo mismo que sea más o menos dinero el que van a cobrar. Recuerdo un caso en el que a una persona le iban a ejecutar una hipoteca y, al final, le tuvieron que devolver una gran cantidad de dinero, que no solo le permitió limpiar la era sino que las cosas le fueran mejor, que aquello fuera un punto de inflexión. 

—Gente agradecida, seguro, que tendrá algún detalle con usted. ¿Qué es lo más curioso que le han regalado tras ganar un pleito contra el banco?

—Me regalaron una cosa muy curiosa, un pedestalito con una cruz transparente que se encendía; camisas, colonia, jamones, un centro de frutas... Ya me da hasta apuro. 

—No podemos dejar atrás su dedicación a la historia, y más concretamente a la de Mancha Real. Un libro, exitoso, sobre cuentos y leyendas locales y un buen número de investigaciones lo avalan. ¿De dónde saca tiempo para tanto?

—Un poquito de planificación, levantarse un poquito temprano. Yo soy ave nocturna, me gusta escribir por la noche. 

—Para terminar, Francisco Manuel: ¿va a ser cronista oficial de Mancha Real? Es otra de esas cosas de las que se habla cuando se le nombra.

—No lo sé, yo estoy a disposición del pueblo. Ahora estoy en el archivo municipal (que es muy rico), investigando muy minuciosamente para un libro completo y extenso sobre la historia de la Virgen del Rosario. 

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