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"No hay que pensar tanto, tenemos un culto excesivo al pensamiento"

"No hay que pensar tanto, tenemos un culto excesivo al pensamiento"

Por Javier Cano - Febrero 09, 2025
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Inmaculada Cuesta Parras (Martos, 1968) es abogada, escritora y cofrade (en el más amplio sentido de la palabra). Profundamente comprometida con su fe, vive una etapa de plenitud espiritual que le trasmina del interior hacia su rostro, su mirada, sus gestos, y como quien lleva en su hondura un venero reconfortante, está encantada de compartirlo a manos llenas con los demás y, hoy, con los lectores de Lacontradejaén. 

Acomodados en el encantador primer piso de Óptica Amate, con la vida de Jaén sucediendo a los pies de sus ensolerados balcones, estas páginas digitales recogen hoy sus recuerdos, sus convicciones, su reflexión.  

—¿Marteña de toda la vida, hija, nieta y bisnieta de marteños?

—La familia de mi padre si es marteña desde hace mucho tiempo; además mi bisabuelo, por parte de mi padre, fue alcalde en la República, pero mi madre es de Lopera; mi abuelo era guardia civil, llegó a Martos, conoció a mi padre y se casaron y se quedaron allí: o sea, que soy mitad loperana, mitad marteña.

—Maradona, el Pelusa, decía que había crecido en un barrio privado de Buenos Aires: privado de agua, de luz, de teléfono... ¿Cómo era el suyo, Inmaculada, dónde empezó a acostumbrarse usted a la vida?

—El Vadillo (en Martos se dice 'el Vaíllo'). Luego, cuando me casé me fui detrás de mi casa y luego me hice otra a espaldas de la de mi abuela: o sea, que no me he movido de mi barrio.

—Está arraigada a los paisajes de su infancia, eso es muy machadiano.  

—Cerca de los olivos, ya casi en la carretera de Jaén y de otros pueblos, y muy cerca del tren, había un paso e íbamos corriendo a ver pasar el correo, un sitio muy especial. 

—Buenos recuerdos, pues.

—Sí, sí, tuve una infancia muy bonita, sin pensar en nada, como es la infancia. 

—¿Ya por entonces se ponía una bata negra e imaginaba que llevaba una toga, o el Derecho llegó después a su vida?

—Fue después, esa vocación llegó cuando ya estaba en COU; de pequeña me gustaban las ciencias, la física, la química y todas estas cosas, pero luego me reclamaron las letras en el Bachillerato, a partir de ahí me gustaban las filologías o el periodismo, pero para eso había que irse a Madrid y yo estaba muy apegada al terruño.

—¿Solo al terruño?

—Bueno, tenía un novio desde muy chiquilla y no me quería ir de Martos. Cuando implantaron Derecho en Jaén, lo hice. 

—¿Pero por qué abogada, si su querencia era otra? ¿Fue una decisión práctica, quizá?

— Me gustaban mucho los juzgados, y me siguen gustando; cuando estuve ejerciendo un tiempo y luego decidí que tenía niños chicos, que me estaba perdiendo todo eso y necesitaba tiempo, a la hora de plantearme las oposiciones seguí en Justicia, me gustaba esa administración. 

—Su labor profesional, entonces, ha ido por otros derroteros distintos a los de la toga, ¿no?

—Ejercí diez años como abogada, pero cuando vi que por las tardes salía al despacho de otros compañeros y las mamás estaban con sus hijos, pero los míos estaban con mi madre; esas tardes de primavera, cuando ya hace sol, todo el mundo con los carritos... Me pude plantear dejarlo, mi marido estaba trabajando, aprobé y me dieron Martos. 

—Eso es suerte, Inmaculada. 

—Doy muchas gracias a Dios, sí. 

—Bueno, según se mire: hay quien desea volar, dejar ese terruño del que hablaba usted líneas arriba. No fue su caso, claro. 

—No, además yo tenía ya unos niños chiquitos, eran muy pequeños; y mi marido estaba allí, en el Registro Civil, y allí está. Nos dieron el mismo edificio, en distintas zonas, eso sí. 

—Hay quien dice que eso de trabajar juntos es un arma de doble filo.

—¡Yo no lo veo! De vez en cuando nos vemos por el pasillo, pero no estamos juntos. 

—¿Profesionalmente volvería a repetir su trayectoria?

—Sí.

—¿De verdad que no le ha quedado pendiente ninguna asignatura, el deseo de desarrollar otro trabajo?

—No; otras cosas las puedes desarrollar sin dedicarte profesionalmente a ellas. Lo que me ha gustado siempre es la escritura, pero para eso no tienes que dedicarte profesional. 

—La escritura, la literatura, al final ha terminado siendo otra de sus principales actividades. ¿La retomó, o es que nunca le dio de lado?

—Nunca, siempre tuve cosas que hacer y que escribir, lo que pasa es que por mis circunstancias, siempre ha derivado hacia cuestiones religiosas: soy una persona de fe, me he movido en ámbitos de parroquias, hermandades, grupos de pastoral diversos y siempre mis trabajos fueron derivando hacia ello. Y disfruto de las dos maneras. 

—¿Poeta, prosista...?

—Prosa, pero siempre he escrito prosa poética; cuando escribo un artículo siempre se me va la mano un poco, pero no importa, siempre me ha gustado, me ha tirado. 

—Ha llegado a publicar, ¿verdad?

—Libros no. No sé si es cobardía o autoexigencia, creo que he ido haciendo lo que tenía que hacer en cada momento. No descarto esa posibilidad, siempre tengo cosas para publicar.

—Ese ámbito religioso del que habla no es un complemento en su existencia, ¿o sí?

—Es esencial.

—¿Qué es la fe, señora Cuesta?

—No se puede explicar, lo mismo que el amor. Hay cincuenta mil frases, palabras y dichos sobre el amor, y nunca se va a llegar a definir, hay que sentirlo: con la fe pasa igual, es tan delicada como el amor. 

—¿Qué quiere decir? Le está saliendo la vena poética, vaya que sí. 

—Que hay que cuidarla: lo mismo que te enamoras y te desenamoras, hay que cuidar la fe, que siempre ha estado presente en mi vida. Y con el devenir de los años, he sentido una reconversión, un reencuentro fuerte con Dios. El tema pastoral es lo que tengo que hacer ahora mismo. 

—Y el tema cofrade, que usted es de las que llevan vara. 

—Es lo mismo, todo suma, los agentes de pastoral tratamos de eso, de tocar corazones. Pero sí, estoy en la junta de gobierno de la Vera Cruz, soy diputada de Cultos. 

—Parece que le va a la medida...

—Sí, y en los tiempos que estamos creo que Dios hace falta mucho. Siempre lo ha hecho, pero ahora...

—¿Por qué lo dice? 

—Estos tiempos están llenos de esperanza, pero a pesar de esa esperanza que está ahí y no se ve muchas veces, la gente está como muerta en vida; a lo mejor por mi profesión, miro mucho a la gente a los ojos y a la cara y veo que van andando y van tristes, gente triste, un poco zombie, que se dejan vivir, simplemente. 

—¿Y usted lo achaca a que esa gente no tiene fe? ¿Cree que esa es la razón de que anden tristes?

—Les falta espiritualidad, y la espiritualidad puede tener muchos nombres, podemos hablar en muchos lenguajes. 

—"El combate espiritual" del que habla el Papa Francisco y que, según muchos, no está precisamente de moda. 

—Pues yo creo que sí, que la gente está ahora en un nuevo paradigma en el que se están dando cuenta de que, tengas o no fe religiosa, la espiritualidad hay que cultivarla. Los problemas no están fuera, ni lo malo y lo bueno: está dentro, y el cultivo del espíritu es esencial para saber encontrar tu centro. 

—Acaba de firmar una sentencia que hace la tira de años cantaba por soleá la Serneta, nada más y nada menos: "Fui piedra y perdí mi centro / y me arrojaron al mar, / y al cabo de mucho tiempo / mi centro vine a encontrar". O sea, que parece que ese mensaje suyo es atemporal. Usted, Inmaculada, ¿ha encontrado ese centro?

—Sí, sí, y eso me lo da la fe, eso es que Dios está en mi vida: me arde el corazón. Yo quisiera que el mundo ardiera. 

—Ahora recuerda usted a Santa Teresa de Jesús.

—No me digas esas cosas, por Dios, pero sí, yo quisiera que a todo el mundo el corazón le ardiera, pero cada uno tiene sus ritmos, sus tiempos. 

—Le arde el corazón...

—De amor, sí, y sigo teniendo mis sombras, como todo el mundo: miedos, insatisfacciones...

—¿Y dudas?

—Dudas de fe no, nunca las tuve. Me he planteado y me planteo muchas cosas, les doy vueltas, aunque tampoco hay que pensar demasiado, tenemos un culto excesivo al pensamiento; yo creo que los silencios y ese tipo de cosas sí que son importantes, y hasta ahora no hemos sido conscientes de su importancia. 

—Acaba de sentenciar algo muy intenso, muy fuerte: "Tenemos un culto excesivo al pensamiento". 

—Es que el pensamiento, como no lo controles, las sombras que están en esos pensamientos al final se hacen contigo, se hacen fuertes; el pensamiento es importante, pero los silencios también. 

—¿Cómo se aprende eso?

—Es un proceso, necesitas involucrarte en grupos de silencio y de meditación, leer... Todo es un proceso que tiene sus tiempos, no hay prisa, el caso es hacerlo. 

—Muñoz Molina afirma que el silencio ha perdido su prestigio entre la gente. 

—Sí, claro, así es. 

—Si le parece, nos hacemos al silencio. Gracias, Inmaculada. 

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