
"Jaén es muy dejado para sus pintores, para sus artistas"
El coqueto y privilegiado estudio de Francisco Cerezo Moreno (un impresionante mirador hacia la Plaza de San Bartolomé) es el escenario de este Zoom que hoy protagoniza su discípulo predilecto, el pintor y prestigioso restaurador Jacinto Linares Talavera (Jaén, 1956).
Viajero incansable, la jubilación no lo ha retirado del todo y, como a Lole en aquellos tangos inolvidables, "le bastan tós los luceros que tiene la madrugá". Es decir, que se conforma con poco. O eso dice él.
—Quizás esta pregunta sería la más lógica para concluir la entrevista, pero va ser la primera: ¿ha terminado usted siendo lo que quería ser en la vida, o sí pero con matices?
—Con matices, sí: a mí la vida me llevó por este camino, yo no tenía ni idea pero la seguí, me dejé llevar, me gustó y seguí.
—¿Qué fue primero, la pintura o la restauración?
—Empecé con la restauración, con Cerezo, en su estudio del Camarín de Jesús; él me enseñó a pintar, y la Escuela de Artes y Oficios a dibujar.
—¿Pintar y restaurar eran oficios con los que Jacinto Linares convivía en su casa, o aquel estudio de Cerezo en la vieja iglesia carmelitana fue un universo totalmente nuevo que se abría ante sus ojos?
—No, no, mi familia no tiene nada que ver con el arte, el encuentro con el arte fue muy sencillo, se produjo por cercanía.
—¿Cercanía...?
—Yo nací enfrente del Camarín, en el mismo cantón, y mi mejor amigo vivía en el Camarín, abajo; era el que le llevaba los cuadros restaurados de Cerezo a su destino. Una de esas veces el cuadro era grande, necesitó ayuda y recurrió a mí: ese fue el primer contacto que yo tuve con el estudio de Cerezo. A partir de ahí Cerezo me cogió, me enseñó a restaurar (sobre todo las tareas que a él le gustaban menos) y así empecé.
—¡Algo vería en usted...!
—Seguramente, cuando empecé a restaurar y vio los resultados y cómo trabajaba, vio talento [lo dice en voz muy baja, casi con rubor] Pero empecé como mozo, llevando cuadros. De hecho mi casa [una maravillosa edificación con bellísimo patio en plena Judería] la tengo gracias a uno de esos paseos con un cuadro a la iglesia de San Andrés; vi la casa, me enamoré, investigué de quién era y el dueño me la vendió, en el 79.
—O sea, que Francisco Cerezo es el responsable total de que se haya dedicado a lo que se ha dedicado, ¿no?
—Sí, sí. En esa época, al principio, como a Cerezo le gustaba tanto hacer retratos le serví de modelo [señala un retrato suyo en el estudio, de 1969]. Entonces ya vi yo algo que me enamoró a mí también.
—Antes de que él lo descubriera, ¿usted no era consciente de sus capacidades creativas?
—Sí, sí, en la escuela se me daban muy bien las láminas de dibujo, pero tenía trece años, nunca había pensado que en el futuro sería yo pintor.
—Y de ahí, del estudio de Cerezo y de la actual 'José Nogué', a la Universidad...
—Sí, luego hice la carrera de Bellas Artes, en Granada, que la hice sin irme a vivir allí, iba y venía todos los días, después me venía a restaurar al estudio y de noche, a estudiar. Me costó mucho esfuerzo la carrera, pero había que hacerla y la hice.
—¿Y la pintura, Jacinto? ¿Ha pesado en su vida menos que la restauración, o ambas le han atraído por igual?
—La pintura la he practicado bastante, y la sigo practicando, pero me reconozco más como restaurador, aunque también reconozco que como pintor he hecho cosas que no están mal, que no desmerecen de otros muchos pintores.
—Defínase como pintor, si es tan amable.
—Sigo la línea de Cerezo, soy figurativo, muy en la línea de Cerezo aunque mi manera de pintar es muy distinta.
—¿En qué radican esas diferencias?
—La pincelada sobre todo; la suya es más detallista, yo soy más impresionista.
—Pintura y restauración le han permitido vivir de lo que mejor sabe hacer, que no es poco.
—Sí, pero es que yo tampoco soy de grandes ambiciones, me conformo con muy poco.
—Al maestro Cerezo, muchos (conocedores de su calidad) le recomendaron que cambiara de ciudad, que probara suerte en Madrid. ¿A usted no tanto?
—A mí no, yo no soy tan bueno como Cerezo, no es falsa humildad. No le llego ni a la altura del tacón, aunque a veces me echaba piropos que le salían del corazón, había cosas mías que le gustaban mucho; pintábamos en una casa de Segura de la Sierra (él en un estudio y yo en otro) y al final de la jornada venía a ver lo que yo había hecho y decía: "Esto parece un Revello de Toro".
—Sí que es un piropo, sí.
—A él le gustaba mucho Revello de Toro, y a mí también. ¡Viniendo de él...!
—Que no era un hombre que gustara de regalar los oídos...
—No lo era, no. Pero reconozco que él pintaba infinitamente mejor que yo.
—¿Cerezo es todavía un gran desconocido en su tierra, en su provincia?
—Sí, ya ni incluso en Jaén lo conoce mucha gente, la mayoría. En su pueblo porque tiene su museo, pero en Jaén está olvidado, como todos los pintores de Jaén. Lo mismo pasa si preguntas por Rufino Martos o por Fausto Olivares, que tampoco viven ya...
—¿Eso pasa en todas partes, o cuando dice que Jaén olvida a sus pintores hace hincapié en esa actitud como propia del mar de olivos?
—Es por Jaén, sí, no es una cosa general. Jaén, para sus artistas, es muy dejado. ¡En Jaén somos así de malá follá!
—O sea, que está asumiendo usted que el futuro que le espera a Jacinto Linares es ser un pintor olvidado, entonces.
—No me importa, y tampoco creo que tenga méritos para ser recordado. Hoy he estado con un amigo tomando una cerveza y hemos hablado de eso, me ha dicho que soy muy bueno en la restauración y yo le he dicho que soy feliz como soy; eso lo aprendí de Cerezo, yo vivo mi vida como me gusta, lo mismo que Cerezo vivió su vida; podía estar en Madrid, en el Casón, podía haber hecho allí una gran carrera, pero en esa época le gustaba Jaén y se vino a Jaén. Luego se dio cuenta de que Jaén había dejado de ser el Jaén que a él le gustaba.
—¿Cuál era el Jaén de Cerezo, el que le gustaba?
—A mí me lo dijo muchas veces: "Yo voy por Jaén con la cabeza agachada, no quiero ver lo que se ha hecho en Jaén". Cuando se vino al Camarín sí estaba enamorado de los paisajes, de la gente de Jaén, pero luego se fue a Segura y allí vivió como a él le gustó.
—Hace tres años que se jubiló, Jacinto, pero puestos a recordar, ¿qué maravillas han pasado por sus manos de restaurador? Cuente, cuente...
—Lo mejor que he restaurado (que no lo sabe nada más que su dueño) son dos Goyas; el dueño (que era aficionado a la restauración) se los cargó y yo los volví a la vida; era de Córdoba el dueño. Y también de Córdoba, tres obras muy buenas de Sebastián Martínez, una de ellas una Inmaculada que estuvo en la sacristía de la Catedral de Jaén en una exposición.
—¿Es Jaén tierra de buenos restauradores? Si mira alrededor y pone la vista en sus colegas de profesión...
—Yo es que no me he tratado mucho con ellos, soy muy independiente, muy introvertido y no conozco prácticamente a ninguno.
—Y usted, ¿se siente reconocido?
—Entre mis clientes sí, pero fuera de mis clientes no me conoce nadie.
—¿Eso es bueno, o le hubiera gustado que le señalaran por la calle y dijeran "ahí va un restaurador"?
—A mí no me ha faltado nunca el trabajo, hasta que me jubilé. Empecé con Cerezo en el 74 y desde entonces no he parado.
—Prácticamente cincuenta años de profesión, que se dice pronto.
—Prácticamente, sí.
—¿Cómo es su vida de jubilado, a qué se dedica? No me diga que a pintar y a restaurar.
—Pues a trabajar mucho en mi patio, pinto también y restauro, pero ya como amigo. Sigo haciendo cosillas.
—¿No es aficionado a la caza, a la pesca, a los toros, al fútbol...?
—Soy aficionado a la playa, y viajo más.
—Aficionado a la playa... Claro, por aquello de la luz, de los colores, del mar. ¡Es usted pintor, por Dios!
—No, no, es por mi pareja, que vive en la playa.
—Corríjame si me equ¡voco, pero es que me ha puesto la pregunta en bandeja con esto de la playa. Usted no ha pintado una marina en toda su vida, ¿a que no?
—No, nunca he hecho una marina. Intenté hacer una y me salió tan mal, que lo abandoné.
—Lo mismo ahora es el momento...
—Sí, sobre todo por mi pareja, que quiere que haga una y se la regale.
Únete a nuestro boletín