"Para mantener un negocio tanto tiempo, hay que estar al pie del cañón"
Nació a finales del XIX como Casa Víboras, a mediados del XX la asumió Blas Utrera y a día de hoy, desde hace casi medio siglo, Jesús Utrera González (Villacarrillo, 1964) sigue lenvantando la persiana de su ferretería en la jaenerísima calle Maestra, despachando tras el mostrador decimonónico y, si se tercia, hasta cobrando con la monumental y primitiva máquina registradora de uno de los negocios más ensolerados de aquí.
—Toda la vida viéndolo en Ferretería Utrera, nadie diría que no es usted nacido en la capital.
—Nací en Villacarrillo pero con un año me vine aquí, a Jaén. Toda mi familia es de Jaén, pero mi padre era maestro y estaba destinado allí, en Villacarrillo.
—¿Ferretero, o prefiere usted otra denominación para su oficio?
—Ferretero de toda la vida: empecé con quince años, llevo cuarenta y cinco detrás del mostrador... ¡Una vida!
—Dos vidas es lo que lleva abierto este negocio, desde mil ochocientos...
—Noventa y dos.
—Su cara es inseparable de su ferretería, pero por muy bien que se conserve está claro que no lleva en el establecimiento desde su fundación.
—Es que me conservo muy bien, sí [ríe].
—¿Cómo, cuándo se metió por primera vez tras este venerable mostrado, de todo menos programado para la obsolescencia?
—Yo llego a la ferretería porque, con quince años, en la ferretería estaba mi tío Blas y en un momento dado que yo no quería estudiar, entré aquí.
—¿Pero su tío Blas era pariente de aquel Rafael Ayala de los primeros años de esta ferretería?
—No, no, la ferretería de 1892 se abrió como bazar inglés, pero con motivo de la Guerra Civil todo lo que olía a inglés estaba mal visto y le cambiaron el nombre, y fue cuando mi tío Blas se quedó con ella.
—¿Tenía Jesús Utrera alguna vocación clara por entonces, le frustró la ferretería algún sueño profesional?
—No; mi padre, cuando dije que no quería estudiar, me dijo: "¡Pues a la ferretería". Habló con mi tío y le dijo que sí, que me viniera.
—¿Recuerda si se le pasó por la cabeza que ya no iba a separarse de aquel local durante décadas, que el negocio y usted terminarían siendo una misma cosa?
—¡Hombre, con quince o dieciséis años no tienes nada claro! Yo entré como niño, como un chiquillo, como un aprendiz. Me llevaba todos los pescozones aunque fuese sobrino del dueño (que no tenía hijos). La gente se pensaba que yo iba allí a pasearme, y tenía que estar el primero, tenía que cerrar el último... Era un poco para ver si me cansaba y seguía estudiando, pero el gusanillo me picó, y me ha gustado siempre el negocio.
—Cuarenta y cinco años al pie del cañón, que se dice pronto.
—Cuarenta y cinco años aquí, sí.
—¿Se ha planteado alguna vez una vida laboral diferente, ha echado de menos haber tirado por otro camino, o está satisfecho si lo piensa fríamente?
—No, planteármelo no. Mi mujer es maestra, se ha jubilado ya, y muchas veces me ha dicho: "¡Si hubieses estudiado...!". Mis otros dos hermanos son maestros, uno es médico y tienen una vida totalmente distinta. Tengo un hijo con veintiséis años que no quiere negocio: ha hecho INEF (Educación Física), y yo, sinceramente, le alabo el gusto.
—¿Por qué? ¿No lo dice usted con la boca chica, de veras que no le gustaría que su hijo continuase la tradición familar?
—No. Si quieres mantener un negocio tanto tiempo abierto tienes que estar al pie del cañón.
—Jesús Utrera González debe de ser el jiennense que más personas ha visto llegar a su tienda porque les falta un tornillo...
—Por supuesto; yo digo que más de la mitad de la gente que entra por la puerta no sabe lo que quiere.
La entrevista se realiza un 'danoso' miércoles por la tarde (aunque más bien parece de madrugada), a pie de mostrador. O sea, que entre pregunta y respuesta toca atender a los clientes.
—¿Qué se hace en esos casos, cuando el propio cliente no tiene claro para qué viene?
—Intentamos solucionarle lo suyo; este cliente que acaba de irse, este muchacho, ha venido con un pomo que se ha encontrado roto, y hay que darle una solución: le hemos dado la solución, se ha llevado la broca (porque el tornillo ya es distinto), se ha llevado la llave inglesa y al final se ha llevado el taladro. Hoy día se vende todo prácticamente envasado, pero antiguamente yo me acuerdo de que las puntas eran al peso; había quien venía y me decía: "¡Sácame tornillos!", yo le preguntaba que cómo los quería y me decía: "¡No sé, sácame tornillos!". "¿Pero cómo te voy a sacar trescientos tipos de tornillos?", preguntaba yo.
—Es que el aprendizaje en una ferretería debe de ser lento, complejo...
—Es largo pero no por las existencias o el material, con el que te puedes ir más o menos familiarizando en poco tiempo (si eres un poco espabilado), sino la psicología del que está ahí detrás [del mostrador].
—¿Qué quiere decir exactamente, Jesús?
—Si ves que duda, tira por un lado y si ves que está muy centrado en lo que quiere, no le cambies el ritmo porque tiene claro lo que quiere. Es más bien eso lo que hay que aprender y asimilar.
—¿Quién le enseñó a usted? ¿Su tío Blas?
—Sí; y uando yo entré aquí había tres empleados má, uno de ellos, Paco, se jubiló a los quince días de entrar yo, y había entrado aquí con doce años. Y los otros también llevaban mucho tiempo. Entre unos y otros...
—Cuando dice 'aquí' se refiere no exactamente al 5 de la calle Maestra, sino unos números más arriba, a ese establecimiento finisecular, hijo de la arquitectura del hierro, que actualmente no vende tuercas sino tapas y bebidas, ¿verdad?
—Sí, claro, aquí llevamos diez años.
—¿Por qué se mudó, qué le hizo cambiar el ensolerado local de siempre por el que ocupa hoy día? ¿Se puede contar?
—Sí, claro, y a quien no le guste, que coma menos. Yo creía que aquel local era mío (de mi tío), y cuando dijo de jubilarse llegamos a un acuerdo y yo le daba una cantidad todos los meses: no me regaló nada. Lo hicimos así, y cuando murió resulta que los sobrinos por parte de su mujer (muy conocidos aquí en Jaén) dijeron que por desavenencias con mi tío, se cambió el testamento. Y me echaron a la calle.
—¿Se imagina no haber podido continuar en la calle Maestra con su ferretería?
—No: si yo no me hubiese podido trasladar aquí, la ferretería hubiese desaparecido. Aunque me hubiese ido una calle más abajo, no hubiera sido igual. Después de tantos años, la gente lo busca en la calle Maestra. Lo que pasa es que cuando se jubiló mi tío, en este local de ahora estaba Muebles Lozano, la abuela de los Lozano me llamó, me dijo que querían vender el local y que como me conocían de toda la vida y para que se lo quedara otro... Llego a mi casa a mediodía, se lo comento a mi mujer y me dijo: "Come rápido y te vas a hacer el trato". Eso fue quince o veinte años antes de pasar lo que pasó.
—Tenía un as en la manga.
—Sí, ¡si no...! Yo llegúe a mi casa hundido, era mi vida y me tenía que ir a la calle. Me hicieron desalojarlo todo e irme. Pero tenía donde irme, un local más grande, nuevo...
—A pesar de las ventajas que usted mismo atribuye a este local en el que trabaja desde hace diez años, ¿no le costó dejar el que había sido siempre su centro de trabajo, aunque solo se marchara unos metros más allá?
—¡Hombre si me costó! De eso hace más de diez años y muchas noches, todavía cavilo, me tiré unos años complicados. ¡Que te lo haga un extraño que no conoces, pero alguien como de la familia! Historias.
—Hijo, hermano y padre de maestros: hablando de magisterio, ¿tiene mucho que ver la calle Maestra de su adolescencia con la de 2024?
—Yo llegué en el 80, y los primeros años no estaba mal, pero luego fue un declive. Había cinco vecinos, no había más, eran casas grandes, algunas de ellas viejas. Y bares, La Unión, el Manila... Luego, gracias a Dios, se han ido rehabilitando edificios, ya hay más vecinos y hay otro movimiento.
—Como bien sabrá, la calle Maestra fue, en su tiempo, lo más de los más.
—Por lo que a mí me cuentan era el centro, centro, centro de Jaén.
—Habla usted de muchos años antes de su nacimiento, ¿no?
—De chico recuerdo algo, pero ni por asomo. Desgraciadamente, Jaén es de las pocas capitales de provincia de España cuyo centro está más abandonado. Te vas donde seas, por Granada, por el Norte, y hay bullicio todos los días, no ves un local vacío en el centro, y yo considero que esto es el centro: la Catedral, el Ayuntamiento, la Diputación... Si viene un turista en Jaén, por fuerza tiene que pasar por la calle Maestra, de la Catedral a los Baños Árabes. ¡Y no cuidar el centro de Jaén, que hemos tenido la calle Maestra que se hundía hasta que hace un año la arreglaron! Y a mí me dolía la boca.
—¿De denunciar esa situación?
—Claro. Más abajo de la ferretería ahora están en obras, pero eso se ha tirado más de treinta años siendo un solar abandonado. Yo, cada vez que entraba un alcalde le decía: "¡Da vergüenza la calle Maestra!". La gente que pasaba tira a ese solar la basura, salían ratas incluso.
—No le hacían caso los alcaldes...
—Me decían que iban a ver de quién era el solar, pero...
—¿Y qué ha pasado, que ahora sí le han hecho caso?
—No es que el alcalde me haya hecho caso, es que la dueña del solar se jubiló (es de Valdepeñas), ha aprovechado y se está haciendo ahí una cosa decente, al menos se ha quitado la escombrera que había.
—Aprovechando que habla de solares, de escombreras... ¿Está cansado, vislumbra ya el retiro?
—[Ríe] Si tú te animas, nos sentamos aquí y llegamos a un acuerdo, yo me voy ahora mismo y tú te quedas aquí. El negocio me gusta, es mi vida; yo vivo en Martos, vengo y voy cuatro veces todos los días.
—¡No diga que no lo va a echar de menos cuando cierre la persiana definitivamente!
—Sobreviviré.
—¿Tan sacrificado es esto de buscar el tornillo cabal un día y otro día, como para no aferrarse al mostrador?
—No es que sea sacrificado, es que no hay vida familiar. Antes, cuando mi hijo era pequeño, una noche me dijo que le iba a tener que dejar una foto, por si cualquier día no me conocía. Cuando yo llegaba ya estaba durmiendo, y por la mañana me iba y no volvía hasta la noche. Llega un momento en que tu hijo te dice eso, con esa edad, y cambias el chip. ¡Así que si hay algún valiente que se quiera quedar con esto...! Es un medio de vida que si lo mimas y le echas muchas horas, puede ir bien.
—Aparte de disfrutar más de la familia, que está claro que lo añora, ¿qué más le ha impedido hacer este trabajo suyo? ¿Es futbolero, cazador, pianista frustrado, coleccionista de mariposas...?
—Principalmente, tener más horas con mi mujer y mi hijo. Y tengo una afición que es una droga.
—Dicho así, señor Utrera...
—Soy ciclista; los domingos salgo por la mañana y me dice mi mujer que para un día que no tengo que madrugar, madrugo. Jesús está a ver si amanece a las 07:20 horas, y a las 07:20 horas Jesús está con la bicicleta, hago ochenta o cien kilómetros. Empecé a coger la bicicleta con quince años, ¿te acuerdas del Club Ciclista Coosur?
—Por supuesto, un clásico de Jaén.
—Pues ahí corría yo, y luego seguí con el Ávila Rojas hasta que desapareció.
—Le relaja.
—Te relajas, te evades. Qué quieres que te diga, el domingo que no salgo con la bicicleta, empiezo la semana con muy mala leche.
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