"El cofrade tiene que estar en la Iglesia, pero no en la sacristía"
Siempre fue el dandy del mundo cofrade local y, a sus ochenta inviernos, a José Galián Armenteros (Jaén, 1943) las canas le subliman el bronceado igual que hacen los bordados de plata sobre el terciopelo oscuro de la túnica de un Ecce Homo.
A caballo entre la ciudad de su alma y la costa malagueña, donde goza ya del mismo prestigio jaenero que en la capital del Santo Reino, este cronista incombustible y graduado social jubilado de la Cámara de Comercio (otra de sus debilidades) hace estación, el primer domingo de Cuaresma, en las páginas del Zoom de Lacontradejaén.
—Toda una vida en las ensoleradas instalaciones camerales de la calle Hurtado, señor Galián.
—En el año 30 entró en mi padre; en el 52, cuando él murió, entró mi madre, cuatro años, hasta que mi hermano mayor fue mayor de edad; cuando él se fue a la mili me incorporé yo: me he criado en la Cámara de Comercio.
—Casi una familia, entonces.
—La Cámara de Comercio, para mí, es mi gran familia, mi cuna y la quiero como a mí mismo. Por eso mi lucha desde que desgraciadamente desapareció. Es la novena Cámara fundada en España, en 1886. Gracias a Dios tengo hecha su historia, cinco mil páginas que ahí están a disposición de quien quiera leerlas.
—La novena Cámara de España y una de las primeras en bajar la persiana...
—La primera en desaparecer. A ver si los políticos actuales...
—Usted no deja de hacer ruido al respecto, esa lucha suya no cesa.
—Indiscutiblemente. Cuando se te muere tu padre luchas por tu familia, y cuando se te muere la Cámara (que puede ser mi madre) luchas por ella. He escrito, he reclamado... ¡Es que he estado cincuenta y un años y once días como empleado de la Cámara de Comercio!
—Cincuenta y un años y once días, muchos de los cuales los pasó en ese despacho cuya alta ventana abría a la calle Hurtado y que fue, durante décadas, la ventana de la Agrupación de Cofradías de Jaén.
—Esa ventana es histórica por muchos motivos. La Cámara de Comercio fue fundadora de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa; su presidente, Esteban Tirado Carrillo, en sus tiempos era capitán de caballería de los Soldados Romanos, que es una institución en Jaén cuyos caballeros, al principio, eran personas de la alta sociedad jaenera. Tirado, con otros (Cañones, Lozano Perales...) se pusieron a una a crear una agrupación que aunara a las cuatro cinco cofradías que había.
—Así se vincularon ambas instituciones. Pero usted, ¿cuándo entró en la entidad cofrade, como llegó a ella?
—Cuando me vieron los de la Agrupación, como ya me conocían de la Cámara de Comercio, dijeron: "Este es el hombre", y me involucraron en la Agrupación. Es que yo he visto la Semana Santa en mi propia casa desde que tengo uso de razón. Cuando venía a Jaén aquel conocido romano que llamaban 'el blanqueaor', con su corneta, llegaba a verme, a saludarme y daba un concierto que levantaba a todos los vecinos.
—Dicen de usted que es un histórico de la Semana Santa de aquí.
—Siempre me he considerado, solamente, Pepe Galián cristiano, jaenero y cofrade, esa es mi tarjeta de visita, porque siento las tres cosas como mías. Tengo las raíces de la Semana Santa en mi memoria. Al pasar hoy delante de esa ventana, mi corazón me ha dado un vuelco.
—¿A qué otros ilustres de la Pasión jiennense recuerda con devoción?
—Al propio Esteban Tirado, que era el presidente, y a partir de él prácticamente todos los presidentes de la Agrupación. Empresario que entraba al pleno de la Cámara de Comercio, al final era de la Agrupación de Cofradías.
—Curiosa vinculación esa, José: la de la empresa con la Semana Santa.
—La Semana Santa tiene dos versiones: una litúrgica, que es la principal, porque es la vida de Cristo; y otra, la economía. Sin Semana Santa, Jaén o cualquier pueblo se vendría abajo, económicamente. Quizá por eso me ficharon a mí en la Agrupación, en 1968, porque debieron de pensar que iba a llevar con el mismo interés los asuntos de la Cámara y los de la Semana Santa.
—Así lo entendieron los sucesivos responsables, porque [corríjame si me equivoco], hasta que dejó usted la Agrupación fue su secretario con todos los presidentes.
—Llegó un momento en el que se renovaron los estatutos de la vieja Agrupación, y para ser miembro había que pertenecer a alguna cofradía.
—¿Cuál era la suya?
—Ninguna, siempre he dicho que yo soy hombre de Agrupación, de Semana Santa. Nunca he pertenecido a otra junta de gobierno que a la de la Virgen de la Capilla, porque soy de San Ildefonso y porque soy mariano.
—¿Cómo logró entrar en la Agrupación, entonces?
—Pepe López Saavedra me hizo cronista de El Perdón, y ya pude ser miembro, hasta el 94.
—¿Se fue usted en el 94 por voluntad propia? ¿Estaba cansado del cargo?
—No, me fui porque la Agrupación de Cofradías que fundaron nuestros mayores se cambió por la que hay ahora, que la hizo monseñor García Aracil.
—De aquella Agrupación viene usted hoy con su insignia de oro y brillantes en la solapa de su chaqueta. Un pin, por cierto, que nada tiene que ver con el escudo de la actual. ¿Evidencia de que nada tienen que ver la una con la otra?
—Esa insignia la llevo con mucho orgullo, tengo el alto honor de tener las dos medallas de mi vida: esta de la Agrupación de Cofradías y la medalla de honor de la Cámara de Comercio. Volviendo a la pregunta, y si nos trasladamos a aquellos años 60, creo que se hizo mucho. Aquellos hombres son los padres de la Semana Santa de Jaén, aquellos Juan Lozano, Esteban Tirado, Antonio Alarcón, Ramón Calatayud... Entonces la Agrupación no tenía medios económicos para ayudar a las cofradías.
—¿Cómo se las ingeniaban?
—Como teníamos el censo de los comerciantes de Jaén, pusimos una cuota pro Semana Santa; se editaron también unos sellos para las cartas, que hacía propaganda de la Semana Santa y, de paso, daba algún dinero. Conseguimos, por ejemplo, que en 1981 se declarara nuestra Semana Santa Fiesta de Interés Turístico... Pero entre aquella Semana Santa, entre aquella Agrupación y esta hay muchas diferencias.
—¿Por ejemplo?
—En aquella época, por ejemplo, hacíamos gestiones con Renfe para que nos prestara baterías para iluminar los tronos, con luz eléctrica. Hoy día van con cera.
—¿Afortunadamente?
—Claro, por supuesto, la cera es lo que corresponde litúrgicamente. También ha mejorado mucho la ornamentación de los tronos. Yo recuerdo un año que a la Soledad le pusieron delante una especie de espuma blanca, reluciente, preciosa. Los niños nos acercábamos y, al tocarla, nos pinchábamos: ¡eran virutas de vidrio!
—¿Qué más, José, qué más?
—Había que salir al frente con muy pocos medios; el Ayuntamiento nos daba veinticinco mil pesetas, y cuando Ramón Calatayud fue alcalde nos dio cincuenta mil, pero se las llevó una banda, de Valencia, porque en Jaén prácticamente no había disponibles para los Viernes Santos.
—¿Ni siquiera la Municipal?
—Esos sí, se cargaban todas las procesiones. Esa banda no es la de ahora.
—Habla usted de una Semana Santa que se parece poco a la actual... ¿Para bien o para mal?
—En mi opinión no se ha sabido hacer esa renovación. Hay que renovarse o morir, en todos los apectos, pero hay que tener la mitad de jóvenes y la mitad de mayores. Cuando he visto a personas mayores con sus cirios, vestidos de nazarenos, y no tantos chiquillos... Con todos los respetos a la cantera, hay que mimar a los mayores. En Jaén, cuando se termina en un cargo, si te vi no me acuerdo.
—¿Así lo ha experimentado en sus propias carnes?
—Me está ocurriendo, sí, y no debe pasar, mucho menos delante de los niños. Yo he llegado a una iglesia con mi nieto un día de procesión y cuando he querido entrar, no me han dejado, a pesar de haber sido, a lo mejor, el cofundador de esa cofradía: eso no se puede hacer. Y pasa porque en esa junta de gobierno no hay personas con memoria.
—La identidad, José: ¿ha perdido la Pasión del Santo Reino su idiosincrasia, en favor de otros aires?
—Me parece que copiar puede ser bueno, pero sin olvidar las raíces. Y en Jaén ya creo yo que, menos una procesión, el resto ya la ha perdido de lleno. Y cada día rezo para que esa procesión no me la toquen. Un pueblo sin historia, sin tradiciones, no es un pueblo. Hay que renovar, pero no copiar, porque se nota, se nota mucho. No quiero dar nombres concretos.
—Vamos, que a estas alturas de su vida ya no reconoce la Semana Santa de Jaén...
—Extraña no me resulta, incluso con los años te termina gustando. Pero me da pena de que se estén perdiendo nuestras tradiciones. Sería interesante que los más jóvenes buscaran una forma de mezclar lo nuestro y lo nuevo. Lo que sí reconozco es la implicación de los cofrades en la Iglesia, su participación en los cultos, en la misa. Eso me gusta.
—¿Le gusta verlos en los ambones, quiere decir?
—El cofrade tiene que estar integrado en la Iglesia, pero no tiene que estar en la sacristía. Cada uno en su campo. El cura en su sitio y el cofrade, en el suyo.
—Que los pregones no sean homilías...
—Efectivamente. Cada uno en su sitio, los dos compaginándose, como pasaba antes.
—Vamos de recogida, José. Desde el mirador de sus ocho décadas de existencia, un mensaje a la juventud cofrade.
—Que cojan el espejo de sus mayores, y se darán cuenta de muchas cosas y aprenderán mucho. En el Archivo Histórico Diocesano están treinta y seis años de nuestra Semana Santa, aprovecho para decir que quien quiera saber sobre ellos los tienen allí, escritos. Son los que yo hacía, cada año, mientras estuve en la Agrupación de Cofradías. Don José Melgares me dijo que las llevara allí, al archivo, con estas palabras: "Estas memorias serán, mañana, tesis doctorales sobre la Semana Santa de Jaén, quien venga a escribir sobre ella no tendrá más que leerlas".
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