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"Hasta en los cuentos alguien saca las castañas del fuego a los de Jaén"

"Hasta en los cuentos alguien saca las castañas del fuego a los de Jaén"

Por Javier Cano - Abril 07, 2024
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José García García (Jaén, 1945) es un ejemplo claro de que no hacen falta nombre ni apellidos rimbombantes para permanecer en la memoria de la gente. De hecho, puede presumir de ser uno de los jiennenses más recordados, como le demuestran quienes pasaron por las aulas de los centros en los que desarrolló su larga carrera docente.

Y es que, para él, algo tan rápido como comprar el pan le supone una hora o más, de tantas veces como tiene que pararse a saludar a sus antiguos alumnos. Profesor (diplomado en Magisterio y licenciado en Filología Románica) literato, jaenero hasta la médula y a las puertas de sus ochenta primaveras, hoy desgrana sus principales facetas para los lectores de Lacontradejaén.

—De Jaén, Jaén, ¿no, señor García?

—Y tanto que de Jaén: nací en el Cañuelo de Jesús. 

—Y en el 45, una época de todo menos boyante. ¿O fue usted un niño acomodado?

—No, no. Recuerdo haber jugado con los valecillos de las cartillas de racionamiento, no usarlos pero sí jugar como si fueran estampicas, porque hasta hacía poco se seguían utilizando. 

—¿Marca eso de ver la luz primera en un espacio tan ensolerado como su barrio natal, José?

—A mí me marcó, marca siempre tu infancia, ese viejo dicho de tu infancia es tu patria. La Senda de los huertos..., teníamos el campo a menos de cien metros en pasos (lo que llamábamos el puente de la Senda de los huertos, que nunca fue un puente, eran tres o cuatro tubos por los que nos colábamos para pasar de un lado a otro del barranco).

—Lugares que ya forman parte de la memoria sentimental de Jaén...

—O el refugio debajo del Seminario o el molino tabicón de los Fiestas (por medio nací yo), las moliendas o la orujera, donde llevaban el orujo en canastas atravesando la calle y allí nos revolcábamos, nos tirábamos de cabeza, hacíamos lo que veíamos en el fútbol. Nos tirábamos sin hacernos demasiado daño, el daño nos lo hacían luego...

—¿Y eso?

—A mí, mi madre me sacudía al ver el viso que tomaba el jersey o la camisa, o lo que llevaras, de aceitillo del orujo. Lo pasábamos fenónemo pero luego... Si podías, te lo quitabas y te ponías otra cosa.

—Era usted vecino de Lola Torres entonces, la gran folclorista local. 

—Vivían las dos en lo hondo de la calle Cañuelo de Jesús, la portada de piedra es lo único que queda de su casa; un día me sentí muy mal porque, paseando por mi calle, me encontré que solo quedaba esa portada, me asomé y solo veía la senda, el solar hueco de la antigua casa. Tengo muchos recuerdos.

—¿Trató a doña Lola?

—Me enseñó lo poco que aprendí a cantar, estuve en el coro del Sagrario por culpa de doña Lola. O cuánto nos divertíamos: doña Lola aparecía una tarde, y se acababa la escuela; nos íbamos paseando a la calle Recogidas y allí, una vez me calificó: —"Tú, segunda voz". Nunca supe muy bien por qué aquello de segunda voz, pero bueno. Aprendimos muchas canciones. 

—¿Qué recuerdos le ha dejado una figura tan legendaria como ella?

—Muy agradables todos. Además alguna vez entramos a su casa, bien por el coro del Sagrario o por cualquier otro motivo (la verdad es que no me acuerdo muy bien), pero sabía quién era. Conocía a mis padres, porque nosotros vivíamos en la escuela de niñas que había en la calle. Eso fue también importante para que yo fuera conociendo el folclore, porque las niñas jugaban a la comba, hacían juegos en el recreo cantando cancioncillas de Jaén, melenchones también recuerdo. Aprendí a saltar a la comba viendo a las niñas, y no me daba vergüenza.

—Un Billy Elliot de la época estaba hecho, José.

—No me daba vergüenza, no. Y era una cosa muy rara, porque si te veían saltando a la comba...

—Menuda infancia y adolescencia pasó.

—En la pandilla había dos monaguillos en la Catedral, y ese elemento también me marcó. Con ellos, alguna vez, recorríamos lo que hoy es el museo y hoy es la cripta; estaba la momia que ardió, por cierto.

—Se la conocía al dedillo.

—Subíamos por las escaleras donde está la custodia o bien nos íbamos a la torre de las campanas, a colgarnos de las cuerdas (entonces eran cuerdas); como no llegábamos muy bien, unos nos empujábamos a otros y, en el campanario, cuando ya lograbas asomar la cabeza en la vertical de la torre y veías los árboles que había entonces en la Plaza de Santa María, decías: —"Empuja un poquillo, pero poco!". U oír tocar el órgano, esa es una imagen de niño que ya no se te borra. La Catedral me marcó muchísimo. 

—¿Ese jaenerismo suyo es herencia de aquel otro conocido jaenero que fue Juan García Carmona, su padre?

—Sin ninguna duda, lo mismo que lo hubo con mis otros dos hermanos. Él nos metió en las procesiones (no solo eso, en alguna ocasión he comentado que yo repartía las cartas de citación porque aprovechaba que vivíamos en una escuela y había aulas, espacio, los domingos (porque los sábados había clase entonces); cartas de citación de dos cofradías, El Perdón y La Estrella. 

—Muchos recuerdan a García Carmona por esa socarronería que lo caracterizaba, que dicen quienes lo conocen bien que usted también ha heredado. 

—Lo que espero no haber heredado es el rabo ardiendo que era, porque cuando había alguna cosa de sus cofradías, llegaba a mi casa y mi madre tenía que ser la apagafuegos. Luego le duraba nada y menos. 

—Quizás en usted se hace realidad aquella sentencia de Juana de Ibarborou en la que asegura que la niñez es la etapa en que todos los hombres son creadores, porque si en este largo prólogo algo ha quedado claro es que sus primeros años en el mundo le suministraron una materia inspiradora muy rica para su posterior producción literaria. 

—Escribir siempre lo intenté. No sé dónde eché ni he encontrado la primera vez que yo me sentí personaje importante, cuando se me ocurrió participar en un concurso que no sé si convocaron los primeros olivistas (sí me acuerdo de Diego [Sánchez del Real]; en la calle del Arroyo me dieron un premio por un romance, que es lo que siempre me ha salido con facilidad, sobre la Batalla de Bailén; yo tendría unos trece años).

—¿Por entonces llegó la poesía a su vida?

—Contaba algunos cuentos, pero no solía escribirlos, lo hice ya de viejo, cuando me dio por enviar cosas al Diario JAÉN. Allí empezaron a salir artículos que me pidieron, pero duró poco aquello, hasta que algo me hizo no enviar más. 

—Aquellos cuentos fueron los antecedentes de sus libros de leyendas, siempre vinculados con Jaén...

—Hice los cursos de doctorado y, al terminar, varios compañeros de nuestra universidad me ofrecieron temas para la tesis. Aquel verano empecé a meterme cuentos, tradiciones, leyendas... Todo eso acabó luego metido en un librillo que me premiaron y Juan Cuevas, archivero del Ayuntamiento y amigo, me ofreció sacar de ese libro los cuentos que luego fueron Te voy a contar los cuentos de Jaén.

SonetarioTradiciones, cuentos, leyendas y romances de Jaén, Te voy a contar los cuentos de Jaén o Cuentos y leyendas de Jaén son algunos de los títulos de su bibliografía, con la que (en sus propias palabras) ha intentado, en alguna ocasión, combatir el secular victimismo de su tierra.

—Sí, a ver si era capaz (creo que no lo fui) cambiar eso de que todos los cuentos de Jaén empiezan, acaban o transcurren con alguien que le echa una mano a los jiennenses o a Jaén, desde la Virgen de la Capilla o el preso que se carga al Lagarto de la Magdalena, siempre alguien le tiene que sacar las castañas del fuego a Jaén. 

—El jaenero, el literato... Ya toca hablar del docente. ¿Por qué escogió la enseñanza como medio de vida? ¿Vocación? Porque de familia no le viene, ¿verdad?

—Porque nací en una escuela, ¡te parece poco! [ríe] Mi padre era carpintero y luego, ordenanza municipal. Lo de que nací en una escuela lo digo medio en serio medio en broma, en alusión a la escuela de niñas de la que ya he hablado antes. Recuerdo que cuando acabé la reválidad de cuarto, aquel verano pensé: "¿qué hago?".

—¿Y qué hizo?

—Las cosas no estaban como para una carrera superior; con los libros prestados de un amigo de los Maristas me presenté por libre y aprobé todo quinto en septiembre, menos las Matemáticas. A mi padre le decían que estudiara, y entonces solo se podía estudiar en Jaén Comercio, peritos o Magisterio; entonces, Magisterio, y cuando me metí me encontraba a gustísimo. Siempre me encantó transmitir lo que yo pudiera. 

—¿Satisfecho de su trayectoria profesional, que lo llevó por centros tan significativos como el colegio Alcalá Venceslada, Santo Tomás, la Aneja o el instituto Virgen del Carmen?

—He sido muy feliz en los cuarenta y dos años que rezan en mi expediente de jubilación, encantado. Si las cosas van como espero, a lo mejor cuento todo eso en un libro, no sé si serán unas memorias.

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