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"Donde hay un misterio, allí voy yo a olisquear"

"Donde hay un misterio, allí voy yo a olisquear"

Por Javier Cano - Enero 12, 2025
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Como Emilio Cebrián, Federico de Mendizábal (con el que comparte la mitad de su segundo apellido) o José Nogué, Juan Enrique Espinilla Lavín (Granada, 1939) es uno de esos jaeneros paradójicos que, sin haber visto la luz primera en el Santo Reino, son más de aquí que el paso lento de El Abuelo

Rostro conocido para varias generaciones por su trabajo en una entidad bancaria, hombre comprometido con las tradiciones y costumbres jiennenses, apasionado por lo paranormal y senderista vitalicio (ahí sigue, haciendo camino al andar), este ochentón de rostro jovial y sonrisa inevitable se pone hoy frente al Zoom de Lacontradejaén. 

—¡Qué curiosa coincidencia de apellidos entre usted y el autor del Himno a Jaén, señor Espinilla! ¿Se tocaban algo?

—Federico de Mendizábal y García-Lavín, sí. Pero no, no somos familia. En España hay muchos Lavines, y te diré que como en otro tiempo me dio por la heráldica y la genealogía, los Lavines están muy repartidos por el mundo, porque es una deformación de la palabra 'leví'. 

—Según algunos estudiosos (los hay también que tiran por los suelos esta teoría), es un apellido de origen judío.

—Claro.

—Vamos, que lo mismo desciende usted de los que se fueron, de la diáspora. ¿Y Espinilla?

—Espinilla es extremeño. 

—No hay muchos DNI por tierras jiennenses con ese apellido, y dicen que los pocos que hay son de la misma familia. 

—Todos somos una sola familia (bueno, supongo).

—¿Cómo llegó a Jaén desde su Granada natal, y con esos apellidos de todo menos jaenitas?

—A mi padre, que era maestro de escuela, lo mandaron a Jaén en el año 40. A mí me parieron en Granada, la bellísima ciudad de Granada, de donde era mi madre y era mi familia. 

—Y su padre, extremeño, como su apellido...

—Extremeño; era un hombre muy activo, a los catorce años se fue con su hermana a Madrid sin decirle nada a su padre. 

—Sí que era inquieto, sí. 

—Estudió Química, algo de Medicina también, pero nada lo terminaba, y cuando se puso novio con mi madre había que casarse, formar una familia e hizo Magisterio. Lo fueron mandando por los pueblos de Granada, Jaén, por Santa Ana (todavía, hace años, había gente que se acordaba de ellos).

—¡Vamos, que llegó usted al Santo Reino como hijo de maestro, entonces!

—Sí, solicitó Jaén.

—Para entonces ya estaba casado con su madre y era papá de una buena prole, ¿verdad?

—Sí, sí, el único de mis hermanos que ha nacido en Jaén es Carlos; yo vine con año y medio.

—¿Qué queda de granadino en Juan Enrique Espinilla, si es que queda algo? 

—Algo no, ¡mucho!: toda la familia, granadinos, excepto Carlos que nació en Jaén; toda la familia de Granada, mis padres, mis abuelos... 

—Será eso, porque el acento suyo es de Jaén, Jaén; ni el más mínimo deje nazarita.

—¡Yo soy jiennense, o jaenero! Conozco Jaén lo que no conozco Granada, he ido mucho allí, pero soy de Jaén. 

—¿Cuáles fueron los escenarios urbanos en los que se desarrolló su infancia y adolescencia, su juventud y su madurez en la Ciudad del Lagarto? ¿Qué calles de Jaén le hicieron dejar de sentirse extranjero y dejaron de mirarle como a un extraño (con permiso de Benedetti)?

—La primera casa fue en los Caños, frente a los baños del Naranjo (pero eso fue unos meses nada más, provisional); la siguiente, en la Bola de oro, ¡que eso no lo conocéis!

—La carretera de Córdoba, 'Juanito Valderrama'...

—Eso; allí había tres o cuatro casas (el policía armada, el picapedrero y la nuestra, que era como un chalecillo), allí estuvimos bastantes años. Mi padre vino de maestro a Santo Domingo...

—Cuando aquello era hospicio, claro.

—Cuando era hospicio, sí, en el año 40, hospicio de niños. Ahí se tiró muchos años. Mi padre pasó de ahí a la biblioteca de la calle Compañía (tenía una cultura muy grande, y mi madre —que no tenía carrera— le daba sopa con hondas, porque leía mucho más que él).

—De ella habrá heredado usted su gusto por los libros, ¿no cree?

—Casi toda la familia hemos salido lectores; ellos, mis padres, de jóvenes, recién casados, tuvieron una librería en Granada, cerca de Plaza Nueva. ¡Yo nací en el barrio de Santo Domingo de Granada!

—Volviendo a su periplo jaenés: ¿toda la vida en la Bola de oro?

—No, de ahí pasamos a la Puerta del Sol, por encima de la vaquería de Piedra. Nos gustaba ir allí y hacer faenas, como si fuéramos empleados ¡Nada!, llevaba la leche a la cárcel, iba con el camión a la fábrica de cerveza (los restos de hacer la cerveza, para las vacas era un alimento extraordinario). Enfrente de nuestra casa estaba el matadero, y el fielato de Montes. De ahí, de la Puerta del Sol, nos fuimos al campillejo de Cambil y luego nos bajamos a un chalé de Peñamefécit. Ya casado, a 'Severo Ochoa' y al final, a la Avenida de Madrid. 

—Ha recorrido usted la ciudad entera con las maletas a cuestas. 

—Sí. ¡Pero los mejores años son los primeros!

—¿A qué se refiere?

—Yo era un gran cazador de avispas (eso no es ningún mérito) y también de lagartijas, y hacía (como es natural), cosillas. 

—¿Cosillas?

—A mi hermana, que era modista ahí en la calle Sedeño, se le había perdido un pendiente y le llené una caja de avispas (pero les quité previamente el aguijón). Por si no lo sabes, las avispas de ojos verdes son hembras, no pican. 

—No pican..., ni besan. Ha sido usted travieso, de hecho conserva cierto aire infantil en su cara, en esa sonrisa que parece anterior a su rostro, como la del gato de Chesire. 

—Sí, sí, ¡buenoooooo! ¡Y muy individualista!

—Al final se ha vuelto una persona muy asociativa, por decirlo de alguna forma, pero eso no toca todavía. De lo que hay que hablar ahora es de su trabajo, de esa dedicación suya que lo ha convertido en alguien muy conocido para varias generaciones de jiennenses, sobre todo de las que frecuentaban el mostrador de Cajasur. ¿Siempre con dinero entre las manos?

—No. Al principio estaba estudiando en la Escuela de Comercio, y cuando tenía catorce años y unos meses salió un trabajo en Sindicatos, de enlace (chiquillo de los recados). Como en casa éramos muchos (somos seis hermanos), dijo mi padre a ver cuál de nosotros cogía ese trabajo (estaba la cosa entre mi hermano Antonio y yo), y dije que para mí: allí, en Sindicatos, estuve tres o cuatro años muy bien, ¡repartí más cartas que un cartero, ya ves si me conozco Jaén! Todos eran mayores, y yo era como el niño de todos, como un hijo para ellos. 

—Aun así, no se eternizó allí...

—Un amigo me dijo que su padre necesitaba un auxiliar, en una oficina de abonos, y me fui allí; estuve tres o cuatro años, pero no me encontraba allí muy bien. Hubo oposiciones en Cajasur y como tenía allí a mi hermano, me dijo que me preparara y las hiciera para entrar de eventual; las aprobé y me quedé, aunque después, estando allí, regresó quien tenía la plaza, tuve que hacer unas oposiciones internas y me quedé el primero. 

—¿De qué época habla, Juan Enrique, cuándo se vinculó a esa entidad financiera?

—En el 63, más o menos. 

—Y hasta su jubilación. Si mira hacia atrás, ¿está satisfecho con su trayectoria profesional?

—Sí, muy bien. Considero que el trabajo es un servicio al público, todos los trabajos son para servir, ¡y ya está! No he tenido pegas con ninguno.  

—Más de un lector recordará cómo llamaban a la zona de cajas que usted atendía en la Plaza de las Palmeras: ¡'el confesionario'!, porque había quien era capaz de esperar más tiempo en la fila solo porque le atendiera Espinilla. 

—¿Te lo habían dicho? ¿Quién se ha chivado?

—No se revelan las fuentes, Juan Enrique. Lo que sí se puede revelar son sus pasiones, sus gustos (que además no son un secreto). El senderismo, por ejemplo. 

—[Señala un trofeo de su salón, un montañero] Eso me lo regalaron mis compañeros, y debajo una foto de cuatro montañers (una de ellas, mi mujer).

—Miembro de los 'Amigos de San Antón'...

—Sí.

—¿Cofrade también?

—Solamente de Santa Catalina, pero no soy un cofrade muy participativo. 

—¿Es usted de la 'escuela' de Luis Berges, que a sus casi cien años sigue haciendo camino al andar como senderista?

—Luis Berges estuvo en mi grupo de montañeros, y yo sigo haciéndolo todos los años. Tenemos la costumbre de subir un nacimiento a lo alto de Jabalcuz, desde hace mucho tiempo. Este año no lo he hecho. 

—Hay quien siente pereza de montar el belén y hay quien mantiene la tradición, pero subir a Jabalcuz a hacerlo es otro nivel...

—Ponemos el belén, le cantamos villancicos y ni por esas llueve; le cantamos porque queremos que todo Jaén esté protegido por el Niño Jesús. 

—Hablando de niños, de gente pequeña: hace algunos años escribió usted El bosque ominoso, una odisea jaenera con gnomos, sapos y otras criaturas. 

—Los elementales, sí.

—¿Llegó a verlos?

—A verlos no, a padecerlos; los padecimos todos. Lo único que yo vi  (y todos) es que salían de la tierra sapos enormes, y que un día espléndido para ir y para volver empezó a oscurecerse así, de pronto, y al pasar por ese bosque determinado es cuando nos ocurrió toda clase de penas. Salimos del bosque, y el cielo raso. 

—Un bosque ubicado aquí mismo, a cuatro pasos de la ciudad...

—Claro, pasado el pantano, por la presa. 

—¿Ha vuelto alguna vez por allí? Y si lo ha hecho, ¿ha vuelto a vivir una experiencia como la que narra en su separata de la revista El toro de caña?

—He vuelto, sí, pero aquello solo pasó esa vez. La actividad montañera no la he dejado nunca, aunque ahora ando algo más retiradillo, aunque sigo teniendo espíritu montañero y espíritu parapsicólogo.

—A ver, Juan Enrique: quien esté leyendo esta entrevista se habrá quedado con los ojos como platos, con esto de los gnomos y las criaturas elementales. ¿De verdad existen?

—Existen, los tienes en la misma Biblia. 

—¿Y en Jaén?

—Sí, pero se están retirando, porque no quieren la compañía humana y estamos invadiendo todos sus sitios. Tengo una abundante bibliografía de ello, aparte de mis experiencias, como por ejemplo en fenómenos raros como las caras de Bélmez, me han pasado muchas cosas. Y en la Catedral, también. 

—Jaén y sus misterios.

—A montones, y eso me encanta: donde hay un misterio, allí voy yo a olisquear, si me dejan. 

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