"En Jaén viví el momento más importante de mi vida profesional"
La hoja de servicios de Juan Morales Bernardino (Viso del Marqués, Ciudad Real, 1940) como agente de extensión agraria está copada de logros, pero ninguno tan importante para él como el proceso de conversión de secano a regadío llevado a cabo a principios de los años 70 del pasado siglo en la zona de Mengíbar.
Jiennense de adopción (y por convicción) desde aquella época, suma a su aventura biolaboral sendas condecoraciones al mérito agrícola: una en tiempos de la dictadura y otra, ya en democracia. Un ilustrísimo manchego, ya más de aquí que los poyos de la Catedral.
—Viseño de cuna pero solo eso, Juan, porque empezó usted a moverse por el mundo bien pronto...
—Yo nací en Viso del Marqués, pero ya con diez u once años fui a Madrid a un colegio interno, estuve allí todo el Bachillerato, todos los estudios, la carrera de ingeniero técnico agrícola, la oposición y hasta que empecé a trabajar.
—Junto con la agricultura, la actividad minera ha sido otra de las actividades económicas tradicionales de El Viso del Marqués. ¿por qué le tiró más el la ingeniería agrícola a la hora de elegir carrera?
—Es que en mi casa mi padre tenía fincas, una agricultura que vivía de ella; entonces, desde pequeño he estado muy relacionado con el campo. Recuerdo en el verano las eras (que antes se hacían con mucha frecuencia): estaba yo trillando dos o tres meses, con las mulas o los caballos. Me gustaba todo el jaleo ese.
—Y opositó para agente de extensión agraria. ¿Qué oficio es ese exactamente, señor Morales?
—Una persona dedicada a los agricultores de la zona suya, para tratar de solucionar los problemas más importantes de la agricultura de esa zona. ¿Cómo?
—Eso, cómo, cómo...
—Con reuniones, con cursillos, con propaganda real en el campo, en contacto permanente con la agricultura.
—Vamos, que encontró usted la horma de su zapato.
—Claro, sí, sí.
—¿Así empezó su relación con Jaén? ¿Fue su primer destino profesional?
—No, mi primer destino fue en Arenas de San Pedro, en Ávila; allí estuve dos o tres años, enseguida emigré a Burgos, a Oña, donde estuve otros cinco o seis años. Luego, yo quería plaza en Ciudad Real o en Jaén y me dieron plaza en Mengíbar-Villargordo; llegamos en el 69 y nos vinimos a Jaén en el 84, pero mi plaza de trabajo estaba en Mengíbar, en el Ifapa, el Instituto de Formación Agraria y Pesquera.
—Antes de ese momento, nada de nada con el Santo Reino, ¿no?
—Siempre hemos tenido amigos y algún parentesco, pero familia importante no.
—Habla usted del Ifapa, líneas arriba. ¿Qué labores desarrollaba usted allí?
—Lo que más, como especialista en olivar.
—¿Se especializó al llegar a la provincia por excelencia, o ya venía cargado de conocimientos olivareros desde La Mancha?
—Sí, fue al llegar a la provincia, aunque mis padres tenían olivar en El Viso del Marqués y ya lo conocía.
—No le era extraño ese mundo, entonces. ¿Asentarse en Jaén le supuso también aparcar su nomadismo recorrente, su continuo hacer y deshacer la maleta?
—No, en absoluto. Llegué a participar, por ejemplo, en cursillos de olivar en Zaragoza, en Cataluña, en Badajoz, en Castilla-La mancha...; es decir, me reclamaban en esos sitios.
—Algo tiene el agua cuando la bendicen, reza un refrán. Sin embargo es la modernización de la agricultura, y en concreto la transformación de terrenos de secano a regadío, lo que realmente le ha dejado una huella grande, lo que más le llena profesionalmente. ¿Qué papel jugó Juan Morales Bernardino en aquel proceso que, según cuentan los papeles viejos, "aliviarion la maltrecha economía" de la zona?
—No quiero ser egoísta, pero tuve una participación total. Aquello empezó con una serie de reuniones con agricultores programadas por nosotros. Y esas reuniones fueron para adelante, a pesar de que había que partir de una cosa extraña para los agricultores, como era la concentración parcelaria.
—No estaría precisamente encantada de la vida la gente de aquellos campos con eso de aunar sus pequeñas fincas heredadas...
—Claro, había que convertir sus siete u ocho parcelas en una y eso fue difícil para ellos: "¡La finca de mi abuelo se la voy a dar yo a otro!", decían. Eso era un choque importante, pero se fue suavizando hasta llegar a que el agricultor firmara. Al principio era un poco recesivo, era cuestión de paciencia, de mezcolanza y de confianza con los agricultores, de tomar cañas o vinos con ellos, de ir a comer con ellos, a sus casas, alguna vez, o ellos venir a las nuestras: una familiaridad. Y se consiguió el objetivo.
—Todos contentos, ¿verdad? Usted por sacar adelante ese ambicioso proyecto y ellos, por salvar sus tierras.
—Claro que sí.
—¿Qué grado de satisfacción, personal y profesional, le procuró aquel logro, Juan?
—Sin tirar faroles, esto efectivamente fue el punto más importante de mi vida profesional, porque además era ya ganarse la relacion de amistad con el agricultor, de hacerle entender que económicamente salía ganando y que si no había concentración parcelaria, no era posible, porque el Estado no asumía las parcelas pequeñas.
—Una vez alcanzado el objetivo, ¿le quedó algo importante por hacer como agente de extensión agraria? ¿Cómo prosiguió su carrera después de ese proceso calificado como hito?
—Ya con este proyecto conseguido, en vez de trabajar en la Oficina de Extensión Agraria de Mengíbar me fui al Ifapa en Jaén, al Centro Internacional de Olivicultura, donde tocábamos un poco de todo: las almazaras, el aceite, su producción y el cultivo del olivar.
—Comendador de la Orden del Mérito Agrícola en los años 70 y luego, cruz de la misma orden ya en plena democracia, en los 80. ¿Se siente colmado profesionalmente?
—Hombre, sí. Me hicieron incluso un homenaje, vino hasta el ministro de la época. La verdad es que he sido un afortunado, he sido una persona normal pero bien es verdad que he tenido muy buena relación con todo el mundo, y eso me ha facilitado mucho las cosas en el trabajo, que era de divulgación para mejorar, había que cambiar al agricultor para que evolucionara con la poda, las maquinarias..., para que fuera un agricultor moderno.
—Y al final, jiennense. Aquí le nacieron casi todos los hijos, nietos...
—Todos mis hijos, de los cinco que tengo, han estudiado aquí el Bachillerato y las carreras.
—¿Nunca ha pensado en volver a su tierra natal?
—No, nunca.
—El gran escritor del campo español, Miguel Delibes, escribió que de joven soñaba con la jubilación y que, una vez jubilado, soñaba con la juventud. Para una persona tan activa como usted, que ha sido además un futbolero empedernido toda la vida, y cazador, el retiro debió de ser impactante...
—Muy complicado. Pero yo he tenido mucha suerte, he sido afortunado.
—Menuda paradoja. Tiene a usted a los lectores en vilo ahora mismo.
—Después de jubilarme, he dado cursos internacionales en México, en Marruecos, en Canarias... En México, por ejemplo, algunos mexicanos repetían de otros años en los cursos, y eran los que pedían que fuera yo a dar mis charlas. Sí, he tenido oportunidad de ir a varios países. Solo ponia una condicion, ya jubilado.
—¿Una condición? Cuente, Juan, cuente.
—Llevar conmigo a mi mujer [ríe].
—Ahora, a sus ochenta primaveras, ya no viaja tanto. El deporte, la caza,¿qué ha sido de todas esas aficiones?
—La caza la dejé el año pasado, el arma se la entregué a uno de mis once nietos: un rifle de dos cañones. Llevo un año que no cazo, y el deporte hace más tiempo.
—Mire hacia atrás: ¿está satisfecho de su vida, en todos los ámbitos? ¿Volvería a hacer lo mismo si naciera de nuevo?
—Posiblemente sí.
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