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"Me hubiera gustado más ser maestro"

"Me hubiera gustado más ser maestro"

Por Javier Cano - Julio 14, 2024
Compartir en X @JavierC91311858

El antiguo campillejo de San Lorenzo de la capital jiennense tiene en el torreón del mismo nombre su principal hito, pero a ver quién le quita protagonismo a esa funeraria que bajo el sugerente nombre de La Verdad lleva ahí más años que Juan de Olid bajo la capilla del arco.

Juan Ramón López Zapata (Jaén, 1963), que hoy protagoniza el Zoom de Lacontradejaén, representa la quinta generación de su familia al frente de tan ensolerado establecimiento. 

—Lleva usted la muerte en las venas, Juan Ramón, o lo que es lo mismo: es funerario de dinastía. 

—Sí: mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo..., y no sabemos si antes. 

—Hay que remontarse al menos hasta el siglo XIX, entonces, para encontrar los orígenes de la dedicación de los López a esto de las pompas fúnebres...

—Pedro Casañas Llagostera, en el archivo del Ayuntamiento, encontró algo así como un expediente para hacer un taller de carpintería aquí.  

—Vamos, funerario de toda la vida. 

—Sí, sí, la quinta generación ya.  

—Haber convivido desde pequeño con ataúdes, sudarios y esquelas hace más fácil adaptarse a este trabajo, ¿verdad? Hay quien no se acostumbra por muchos años que le dedique.

—Yo, de toda la vida. 

—¿Aprender el oficio le resultó fácil, natural?

—Aprendí con mi hermano. Yo estaba estudiando, pero como mi padre murió repentinamente dejé de estudiar para trabajar aquí. 

—Es decir, que si no llega a ser por las circunstancias sobrevevenidas lo mismo no se dedica usted a esto.

—No, no: estudié Magisterio, y estaba preparando las oposiciones para maestro.

—Eso fue en...

—En 1989, tenía yo veinticinco años. 

—A usted, como ha quedado claro, no le era ajeno el universo de lo fúnebre pero, ¿reaccionó con naturalidad cuando tuvo que colgar los libros y entregarse al negocio familiar?

—Con naturalidad, claro; mi hermano se quedaba solo y necesitaba ayuda. 

—No le costó demasiado, se adaptó pronto.

—Sí, sí. Precisamente esta mañana [por el martes] me han puesto una vacuna en el 'Princesa' y me he acordado de que allí fue mi primer entierro, una señora que falleció. 

—Esa primera vez...

—Nada, intenté compaginar las oposiciones con la funeraria pero, al final, cambió el sistema e incluso gente con un 10 en el examen no podía sacar la plaza, tenía que tener méritos. Como yo ya estaba trabajando no podía conseguir puntos para el concurso, aunque hubiese salido bien del examen no me hubiera servido, así que dejé las oposiciones. 

—Le hablaba de otro tipo de adaptación, pero sus palabras no dejan lugar a la duda: se aclimató usted a las mil maravillas. Se lo digo porque un aprendiz de mecánico o de camarero no es lo mismo que alguien que se inicia en algo tan delicado como el negocio de su familia. ¿No cree?

—Yo me dejé orientar por mi hermano, porque yo no tenía ni idea. Sabía algo del papeleo, porque mi padre, por ejemplo, me enviaba algunas veces a llevar una esquela al periódico JAÉN, cuando estaba en la Carrera de Jesús. Incluso estando cerrado el palacio de los condes de Corbull, en un buzón recogían las esquelas, y yo las llevaba ahí, y a Radio Popular; las tasas del Ayuntamiento..., y poco más. 

—Me lo ha puesto en bandeja, Juan Ramón: ¿y el trato con cadáveres, féretros...?

—Eso fue ya a partir de ese día.

—Y bien, ¿no?

—Pues se corrió la voz de que mi padre había muerto y me empezaron a llamar muchísimos clientes, fue de 0 a 100 en 0,2.

—Sinceramente, señor López Zapata: ¿hubiera preferido dar clase como maestro, o está contento con lo que hace?

—Me hubiera gustado ser maestro; es más, algunos de mis compañeros ya se han jubilado, a los sesenta años. 

—Usted, por ahora, no.

—No, los autónomos no tenemos derecho a jubilarnos antes. 

—El cartel de Funeraria La Verdad forma parte del paisaje urbano del Arco de San Lorenzo desde hace la tira de décadas. ¿Siempre en la calle Madre de Dios, o ha pasado por alguna otra zona de Jaén?

—Aquí desde la época de mi tatarabuelo, no se ha movido. 

—La Verdad... ¡La de veces que se ha preguntado la gente, en voz alta, por el nombre de este establecimiento! 

—No sabemos por qué mi tatarabuelo le puso ese nombre. 

—Siempre se ha dicho (usted lo sabrá) que por aquello de que cuando llega la muerte, llega de verdad. 

—Pues seguramente, pero no lo sé. 

—En cualquier caso, a la familia jamás se la ha ocurrido variar esa singular denominación comercial.

—No, no. 

—Líneas arriba ha salido a colación la figura de su padre, Alfonso López Martínez. Un hombre muy conocido entre los jiennenses de su tiempo, de cuya pérdida se cumplen treinta y cinco años en 2024. Seguro que muchos lectores lo recuerdan. 

—Tengo una anécdota. 

—Cuente, cuente.

—En un entierro le preguntaron unos amigos: "¿Cómo te has dedicado a ser funerario, con los chascarrillos que cuentas y lo gracioso que eres? No te pega nada". Tenía muchos amigos, sí, y le gustaban mucho las bromas. 

—Algunas de esas bromas, Juan Ramón, ya legendarias. Pero dejémoslas ahí. Un hombre, su padre, muy comprometido también con lo jaenero, con su tierra. 

—También, sí. La Asociación de Amigos de San Antón le dio un cargo honorífico: llavero del Arco; entonces venían muchos colegios y como vivía al lado, podía enseñarlo. 

—Qué bonito eso: llavero del arco, como los antiguos claveros de las órdenes militares. ¿Esa llave sigue en poder de los López Zapata (el apellido de su madre, Carmen, también muy recordada), o hubo que devolverla?

—Al morir mi padre se la quisimos devolver a Pedro Casañas [responsable de la asociación], pero nos dijo que siguiéramos nosotros con ella. Pero el Ayuntamiento también tiene llaves ahora y los guías de turismo lo enseñan, aunque todavía nos llama alguien para enseñarlo. 

—Quizás esa sea una de las principales herencias que le ha dejado el autor de sus días: usted tampoco anda cojo en jaenerismo. No en vano, las tradiciones de la ciudad no pasan de largo por su vida. De hecho, Juan Ramón López Zapata es hermano mayor de la Cofradía de la Virgen del Carmen y de Ánimas (devoción tan rayana con el oficio de la familia).

—Sí, soy hermano mayor desde hace tres años, y tenemos las elecciones de reelección para otros tres, pero no puedo ser hermano mayor perpetuo. 

—¿La relación con esa hermandad carmelitana le viene precisamente del gremio funerario?

—Porque quiso mi padre y porque yo quería que me pusieran el escapulario. Me hice cofrade y me lo pusieron. 

—Seguro que conoce esa suerte de leyenda que asegura que cuando un devoto de la Virgen del Carmen agoniza, si toca suelo con su pie deja de sufrir y fallece al instante. 

—Sí, lo sé, pero no ha tenido nada que ver para que yo sea cofrade, es pura coincidencia. 

—Estos días andan ustedes que no paran en la iglesia de San Bartolomé, con las fiestas encima...

—Sí, somos de culto, tenemos cincuenta y tres misas al año.

—Qué pena que su hermandad no saque procesión, porque desde este balcón de su casa menuda tribuna tiene usted para ver a la otra Virgen del Carmen, la de San Juan. 

—No salimos en procesión, no, pero cuando esa Virgen pasa por aquí, la veo. 

—¿Se llevan ustedes bien? ¿No hay 'competencia' por aquello de estar bajo la misma advocación mariana?

—Nos llevamos muy bien. El otro día iba yo a coger el autobús y vi a Moisés [Carmelo Campos, hermano mayor de la Virgen del Carmen de San Juan], él estaba esperando un taxi y me dijo que me subiera con él. 

—Entonces se llevan de muerte, porque eso de compartir taxi dice mucho. Para terminar, Juan Ramón: su trato diario con la muerte, con el dolor, con el luto, con la certeza del acabamiento material, ¿no le impide profesar una fe que incluye la creencia en otra vida, en que la existencia no termina aquí? ¿No han chocado nunca la profesión y la devoción?

—No, yo creo que la vida no termina en la muerte. 

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