
"Mientras la mente, la vista y el pulso estén en línea seguiré dibujando"
Se respira tranquilidad a la vera de Juan Villegas Céspedes (Villanueva del Arzobispo, 1947), en su piso del Arrabalejo. Delineante y también maestro (aunque nunca ejerció), funcionario en Educación y Ciencia y bancario jubilado, es en el dibujo heráldico donde este afectuoso jiennense (viudo por culpa de la pandemia, padre de tres hijos y abuelo de seis nietos), gran conversador, brilla con luz propia.
Hoy, en el más sanluqueño de los Zoom, Lacontradejaén charla con él mientras repasa su extensa e intensa aventura vital.
—De Villanueva del Arzobispo...
—El pueblo de las tres mentiras, que ni es villa ni es nueva ni es del arzobispo. Nací allí, sí, pero mi familia procede toda de Linares.
—No le dio tiempo ni a que se le pegara el acento, porque en el municipio villanovense vivió más bien poco, ¿no?
—Yo diría que un mes o dos después de nacer.
—Y de allí, a Linares.
—Sí; mi padre era músico, de toda la vida, y era guardia municipal también; siempre decía que gracias a la música, no había tenido que pegar ni un tiro en la Guerra.
—¿Muchos años en la Ciudad de las Minas, o se vino pronto a la capital del Santo Reino?
—Hasta los seis años. Los siete los cumplí ya aquí, en Jaén.
—¿Por qué terminó su familia instalándose en Jaén? No paraban quietos, Juan.
—En esa época, en los pueblos había diferentes compañías eléctricas (en Linares funcionaba entonces Mengemor) y aquí, la de Jódar. En aquella época, aunque mucha gente no lo crea, yo considero que la Compañía Sevillana de Electricidad era una empresa ejemplar. ¿Por qué?
—¿Por qué, señor Villegas, por qué?
—Muy sencillo: llegaba a los pueblos y se quedaba con los voltios y también con el personal (podía decir de quedarse con los voltios pero también de meter al personal idóneo para la compañía, a los que ellos quisieran). Así lo hacían, y se lo ofrecieron a los de Linares. Y mi padre decidió venirse.
—Usted no ha seguido los pasos profesionales de su progenitor, ni en la música ni como guardia municipal ni mucho menos entre cables. Se hizo delineante, ¿verdad?
—Sí, sí, y llegué a ejercer, en la Puerta Barrera, con el arquitecto don Miguel Ángel Hernández Requejo, que era el constructor oficial de escuelas. Estuve allí iniciándome, aparte de en la Escuela de Artes y Oficios, en la calle Martínez Molina. Luego, más tarde, ejercí también en Torredonjimeno.
—¿Qué lo llevó a escoger ese oficio?
—El dibujo, que me ha gustado de siempre. Don Victoriano Delgado (en cuyo colegio estudié) me vio cierta facilidad para el dibujo. Y desde los doce años no he dejado de dibujar, primero dibujo artístico, luego óleo y después fui cambiando y lo que hago son pergaminos heráldicos y de genealogía.
—Y maestro...
—Cursé el Magisterio por enseñanza libre, pero he ejercido por la parte administrativa. Me quedó algo en el tintero, aunque casi lo terminé, pero ya empiezas a trabajar, y claro. Entré en la Delegación de Educación y Ciencia como administrativo, en la calle Santo Reino, y allí estuve desde el 68 hasta el 73; después me enviaron a la secretaría de la Escuela de Magisterio, frente al campo de fútbol.
—Rumasa, Juan, el grupo de Ruiz-Mateos: ¿cómo, cuándo entró en la polémica empresa del marqués de Olivara?
—Estando en la Escuela de Magisterio, desayunando, unos compañeros me hablaron de unas oposiciones a Rumasa; yo no sabía ni lo que era y me explicaron que era un holding que toca la banca, las empresas navieras..., algo tremendo. Y dije "voy a intentarlo". Los exámenes se celebraron en la Universidad de Baeza, yo no sabía si había aprobado o no y a los dos meses o así llegó un chaval a la secretaría de la Escuela, oyó mi nombre y me dijo que, de forma oficiosa, podía decirme que había aprobado, porque él también lo había hecho y había visto mi nombre.
—¿Mucho tiempo en la nómina de 'la abeja'?
—Sí, ahí he estado (entre Rumasa y luego la banca, treinta y dos años). Cuando se formó el follón de Rumasa, la cosa cambió y entré en banca, donde he tenido mi trayectoria más amplia. Me jubilé en el BBVA, en la oficina principal de la Plaza de las Palmeras.
—Volviendo al dibujo, Juan: ¿ahora pinta por hobby, o eso de plasmar sobre un pergamino un escudo heráldico es algo más serio?
—Por hobby, sí, pero si alguien me hace un encargo, pues lo hago.
—¿Le hacen muchos?
—Antes sí, ahora menos. Pero mientras la mente, la vista y el pulso estén en línea, seguiré dibujando. He tenido seis o siete mesas de dibujo a lo largo de mi vida, a veces decía que lo iba a dejar pero luego no lo dejaba, el dibujo me puede, es una vocación.
—¿Le hubiera gustado vivir de su arte?
—Sí, sí. Y me gustaría ir a clases de óleo, pero siempre he tenido problemas con la vista, tengo gafas desde los ocho o diez años, una miopía progresiva; en esa época no había operación, solo cristales y cristales.
—¿Ha expuesto su obra en alguna ocasión, o solo quienes le hacen encargos tienen la suerte de disfrutar de ella?
—Sí he expuesto, una vez, en el año 69 o por ahí, en una galería de arte que había aquí, un poco más arriba, de un amigo mío. Esa es la única vez.
—¿Volverá a hacerlo? Habrá acumulado un buen número de pergaminos a lo largo de tantas décadas.
—Muchos, sí, pero como son obras muy personalizadas, tendría que pedírselos a la gente a la que se los hice.
—Trabaja usted con tinta, una técnica que requiere paciencia y pericia.
—Todo lo que sea a tinta (acuarelas, témperas...) tienen que salir a la primera, si no ¡archívese el pergamino!
—Mire por el retrovisor de su memoria, llegue hasta el día de hoy y diga, señor Villegas, diga: ¿contento con su vida, con todo lo que ha hecho?
—Sí, sí.
VÍDEO Y FOTOGRAFÍAS: ESPERANZA CALZADO
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