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"Me hubiera gustado seguir en la 'José Nogué' un año más"

"Me hubiera gustado seguir en la 'José Nogué' un año más"

Por Javier Cano - Junio 02, 2024
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¿Qué tiene en común Luis Cárdenas Castillo (Jaén, 1951) con Antonio Roldán y Marín, José Nogué, Cándido Nogales, Pablo Martín del Castillo o Fausto Olivares? Desde luego no es una calle con su nombre (todos y cada uno de los citados rotulan una vía urbana de la capital), sino (como ellos) haber sido director de la Escuela de Artes y Oficios, en 1997 rebautizada con el nombre del pintor catalán. 

Felizmente jubilado desde hace ya una década (aunque confiesa que le hubiera gustado seguir en el tajo), el protagonista del primer Zoom de junio destila jaenerismo en la Plaza de los Naranjos, escenario de esta 'cálida' entrevista.

—¿Por qué ha escogido este rincón del viejo Jaén para el entrañable interrogatorio de Lacontradejaén?

—Porque nací precisamente en la antigua casa del obispo, como llamábamos al obispado [una de cuyas torres asoma descaradamente su ensolerada verticalidad a la plazoleta], anterior seminario que fue también. 

—Cualquiera no puede decir que ha nacido en un palacio episcopal. ¿Qué hacía usted aquel día de 1951 bajo los históricos techos que albergaron en 1862 a la reina Isabel II?

—Éramos varias familias necesitadas; mi padre era albañil, aunque después tuvo cierto renombre (fue el que descubrió los Baños Árabes, no por otra cosa). 

—Perdone, señor Cárdenas: ¿que su padre descubrió los Baños Árabes? 

—Con Luis Berges; a través de la carbonera que había en el palacio, el primero que vio lo que había allí fue mi padre.

—Con permiso de don Enrique Romero de Torres, de cuyo descubrimiento parcial dio noticia, ya en 1913, el cronista Cazabán en Don Lope de Sosa...

—Yo hablo del año 66.

—Los años inmediatos a la restauración del monumento. En cualquier caso, tomamos nota de que su padre fue de los primeros en moverse por los sótanos del caserón de los Torres de Portugal. Y hablando de palacios, ¿cómo era la vida entre los muros del obispado para aquel chavea jiennense de la década de los 50?

—Vivíamos aquí varias familias; nosotros con mis abuelos, tanto por parte de mi padre como de mi madre. Era una habitación nada más, con una cocina compartida, y los aseos eran las letrinas que había en el sótano; el agua había que cogerla de otro lado y la ropa se lavaba en la Fuente de la Peña. 

—Ahora que alude al agua, se podría decir que su niñez no nadó precisamente en la abundancia...

—Evidentemente que no. Hubo que trabajar un poquillo para alcanzar alguna cosa. 

—Esa situación, ¿le ha marcado posteriormente?

—Sí, eso y algunos otros detalles. He intentado conseguir todo lo que podía dentro de mis posibilidades, porque evidentemente las circunstancias obligan, el no poder llegar más allá de lo que tú esperas. Pero bueno, creo que he conseguido algunas cosas que me han costado mucho trabajo pero de las que estoy muy satisfecho. 

—Consiguió, por ejemplo, dedicarse a la docencia e incluso dirigir una institución tan ensolerada como la Escuela de Arte 'José Nogué'. Pero por partes, que íbamos por la infancia y hemos dado un salto de vértigo. ¿Siempre vivió alrededor de la antigua Casa de la Corona, como el mismísimo Petrolo?

—No, luego nos fuimos a la calle Arrastradero. Mi abuelo hizo allí una casa y seguimos viviendo en familia, abuelos con cuatro o cinco hijos, algunos casados y otros solteros. Allí vivimos cuatro o cinco años, hasta que mi padre hizo otra casa en la calle Perpetuo Socorro y allí estuvimos hasta no hace muchos años. Yo hasta que cumplí los dieciocho y me dijeron: —"¡A buscarte la vida o a la obra!".

—Sin embargo usted se considera una criatura del casco antiguo, ¿verdad?

—De toda la vida: considera que nací aquí, que he vivido prácticamente aquí y que he en la Escuela he estado treinta y cinco años. Soy más de aquí que de otro sitio.

—Y por lo que cuenta, criatura (también) amamantada por la cultura del esfuerzo, por lograr un sitio en el mundo pese a partir desde una posición no demasiado aventajada.

—Sí, así es. Como te digo, hay detalles que te marcan; por ejemplo, yo conseguí llegar a cuarto de Primario un año antes de lo previsto, me pasaron de segundo a cuarto. Luego se dio la paradoja de que estuve cuatro años repitiendo cuarto. 

—Iba a preguntarle si había sido un niño prodigio, pero acaba usted de chafarme la cuestión. ¿Qué pasó para adelantar tanto y, luego, no avanzar nada?

—Que mi padre dijo que de estudios, nada. Estuve hasta los doce años, cuando tenía que salir ya obligatoriamente de Primaria (me echaban por edad) y me fui a la Escuela de Maestría.

—En lo que hoy es el IES San Juan Bosco...

—En el San Juan Bosco, sí. Ahí estuve haciendo los cursos de oficialía.

—Y salió como maestro industrial.

—Como oficial (lo de maestro industrial lo hice incluso después de casarme); mi padre, además, habló con mi maestro, Ángel López, y desde los doce años estuve de aprendiz en su taller de cerrajería, mi vida ha estado siempre ligada a los metales. Ahí estuve hasta los dieciocho años.

—Y nada más convertise en mayor de edad, ¿qué hizo Luis Cárdenas con su vida?

—Se presentaron unas oposiciones a Telefónica, las aprobé y me fui a Barcelona, que fue el destino que me dieron. Allí estuve prácticamente ocho años.

—¿Conoció entonces el signficado de la palabra nostalgia en carne viva, más allá de los libros y las películas?

—Me acordaba mucho de Jaén, sí. 

—Vamos, que no se le pasó por la cabeza establecerse definitivamente en la Ciudad Condal...

—Nunca quise comprometerme en Barcelona, precisamente porque tenía claro que no me quería quedar, y el peligro de echarse novia allí era ese, quedarse. Nunca, eso lo tenía muy claro.  

—¿Extrajo algo positivo de esa experiencia?

—Sí, por supuesto, es una experiencia, yo me fui con dieciocho años y hasta los veintiséis no volví; era buscarme la vida. Yo, la mitad del sueldo que ganaba en Telefónica lo mandaba para acá; las extraordinarias completas (que eran tres) venían para acá también, y si había algunos trabajos extraordinarios (una Semana Santa gané veinte mil pesetas), eso también lo mandaba a la familia. 

—¿Qué hacía exactamente en Telefónica, por cierto?

—Siempre dentro de la central.

—Nada que ver con los metales, en este caso. 

—Con los metales no, pero con las máquinas sí.

—Y volvió como técnico a Jaén.

—No, para volver a Jaén como técnico de Telefónica tenía que esperar que se convocaron unos concursos de traslados, y como tardaban mucho en llegar era más fácil venir a Jaén desde otro departamento, el administrativo. Y cambié a administrativo. En ese tiempo tuve unos problemas laborales serios.

—¿Confesables?

—Sí, hombre: inhabilitado para el ascenso durante cuatro años y apercibimiento de despido en dos ocasiones. 

—Pero, ¿qué hizo usted, qué hizo? 

—Las huelgas, los problemas...

—Ah, que se comprometió con la causa de los trabajadores y...

—Sí, bastante. Tanto, que la segunda sanción que me enviaron me la mandaron a Cerro Muriano, donde estaba yo haciendo la mili entonces. Estaba a punto de licenciarme y me dieron el primer premio como soldado del llamamiento: dos mil pesetas y un diploma, por haber hecho un tendido telefónico en el polvorín, en Espiel. Me ofrecí a hacerlo para que los soldados tuvieran un teléfono de campaña. Y al recibir la carta de la sanción (que venía abierta), Toledano, un amigo, me dijo que me quitaban el premio. Era a principios del año 74.

—Cuatro años después ya estaba usted establecido en su tierra natal, como administrativo de Telefónica y casado con una jaenera. ¿Siguió sufriendo coletazos de su época más contestataria, o la cosa no llegó a Jaén? 

—Mi primer día en la Oficina Comercial de Telefónica en Jaén, el 2 de enero del 78, me dijo la jefa que don Antonio López, el delegado, me quería ver; acababa de llegar y ya quería hablar conmigo. Las consecuencias de los problemas que yo había tenido en Barcelona. 

—¿Cómo, cuándo estableció su vínculo profesional con la Escuela de Artes y Oficios de Jaén?

—Al poco tiempo, como yo tenía mi titulación de oficial, mi maestro de taller en Maestría y que también era maestro en la Escuela de Artes y Oficios, Ángel López (un encanto de persona y un profesional como la copa de un pino), me llamó. Estuve un año de maestro en pruebas, del 78 al 79.

—Se estrenaba como docente: ¿le gustó eso de impartir clase, descubrió una vocación?

—Me encantó, y además siempre me habían gustado los metales, es un trabajo muy interesante. Incluso tengo por ahí algunos premios, de cuando tenía dieciséis años, en Almería, Granada...

—Y lo que empezó como un año de maestro en pruebas terminó con Luis Cárdenas como miembro del claustro de la 'José Nogué'...

—Paco Espinar, el director entonces (buena gente y hay que darle muchas gracias a él por poder conservar hoy la Escuela); al siguiente año, como se jubilaba, entré a sustituirlo y ya me quedé. Cuando entré el director era Fausto Olivares, que estuvo poco tiempo porque pidió la excedencia y se fue; después entró Miguel Barranco, que murió el año pasado, y luego Antonio Contreras, hasta que me hice yo cargo de la escuela. He estado veintiún años como director. 

—¿Dos décadas intensas, de luchas y logros? 

—Muchos viajes, muchas visitas. Por ejemplo, la ampliación de la escuela (que fue muy importante para el centro), que se hizo por fases pero finalmente se consiguió al completo. Y había una cosa que me molestaba mucho. 

—Cuente, cuente...

—Me molestaba mucho que confundieran la Escuela de Artes y Oficios con la Escuela Taller, con todos mis respetos no me gustaba nada. La Escuela Taller estaba haciendo cosas muy buenas, no lo dudo, pero la Escuela de Artes y Oficios estaba un poquito más arriba. Así que mi objetivo principal cuando alcancé la dirección fue poner a la Escuela donde yo creía que tenía que estar. Ahí comencé a tener trato con bancos, ayuntamientos, Diputación, a ir a Sevilla muy a menudo...

—¿Qué consiguió como director, de qué está más satisfecho?

—Las enseñanzas artísticas superiores, el Bachillerato (que fuimos los pioneros en Andalucía); estuve también en un grupo de trabajo para realizar los diseños curriculares de las nuevas enseñanzas profesionales; la asociación de escuelas de arte también salió de aquí, que después nos echaron para abajo y obligaron a que fuera asociación de directores (que funciona perfectamente)...

—Y los grados superiores, que en su última época le dieron más de un dolor de cabeza, ¿no?

—Efectivamente: el día que me jubilé comenzaba el primer curso.

—Se fue con esa alegría...

—Sí, pero me hubiese gustado quedarme un año más, ver funcionar esos estudios superiores en la escuela. 

—Pesca, caza, pilates... ¿A qué se dedica usted desde de que no madruga para ir a clase?

—A mi gente, a mi familia, mis hijos, mis nietos... Tengo tres hijos y siete nietos. 

—¿Echa de menos la docencia, pese a la plenitud que le procuran los suyos?

—Sí, sí, sí, además podía haber seguido ejerciendo, hubiese aguantado perfectamente. 

—¿Alguno de sus descendientes ha pasado por las aulas de la 'José Nogué? 

—No, ninguno. 

—¿Y usted? ¿Vuelve con frecuencia al caserón de la cuesta de los Ángeles?

—Cada vez menos, entre otras cosas porque cada vez hay menos gente conocida para mí y no me gusta que me vean como un extraño. 

—¡Que no lo conocen! No me diga que no hay un retrato de cada director, lo mismo que hacen con los presidentes de las Cortes.

—No lo hay; yo lo intenté, pero luego me dio pudor. Mi retrato no está en ninguna parte. Hay por ahí un busto pequeño, que me hizo un compañero, pero debe de estar en algún rincón, tirado, esperando que alguien de la chatarra lo coja; y un trabajo mío que dejé ahí, la antigua aldaba de la parroquia de la Magdalena, la original, preciosa, muy bonita. No sé si andará ahí o no, eso lo han movido tanto últimamente, que algunas veces me da pena que no se esté viendo trabajos de gente muy importante de la Escuela, que antes estaban expuestos y ahora están en un rincón de cualquier clase, y no se ven. 

—¿Y a "su" casco antiguo? ¿Viene mucho por estas latitudes?

—Todos los martes, porque me he echado una obligación. Como pertenezco a la Santa Capilla de San Andrés, los compañeros nos dedicamos, los martes, a hacer cada uno una cosa distinta. Yo estoy con otro compañero, actualizando el inventario de la Santa Capilla.

—Tiene tarea ahí.

—Uff, llevamos un año y no hemos llegado casi ni a la mitad. 

—Nos vemos cualquier martes, Luis. 

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