
"En los momentos más difíciles y peligrosos es cuando más he disfrutado"
Bombero jubilado, fotógrafo amateur retirado y donante de sangre en plena actividad, Pedro Aceituno Garrido (Jaén, 1962) abre hoy a Lacontradejaén las puertas de esa casa suya ennoblecida por una buena colección de pintura jiennense, entre La Alcantarilla y San Ildefonso.
—Esta entrevista se hace a una hora a la que normalmente todo quisque trabaja. Sin embargo, nos recibe en su casa a cuerpo de rey, arreglado pero informal.
—Ya llevo más de dos años jubilado, es lo que toca: en chanclas, en casa y tranquilo.
—Jubilado de una profesión muy movida, de esas para las que hay que tener auténtica vocación...
—Bombero, sí.
—¿Cómo llegó a ella, o ella a usted?
—Con veintidós o veintitrés años te replanteas lo que vas a hacer, un trabajo que te llene, que te guste, y también pensando en los intereses y en la vida de las personas decidí ser bombero. Me preparé, saqué las oposiciones a la segunda y me he tirado treinta y cinco años (menos un mes y medio).
—¿Nunca se planteó ser otra cosa?
—No, he disfrutado mucho de mi trabajo, de mis compañeros, grandes compañeros; posiblemente en los momentos más difíciles y peligrosos es cuando más he disfrutado.
—¿Eso no es paradójico?
—A mí no me gusta que le pase nada a nadie, pero cuando acudía a siniestros era cuando me sentía realizado, y además cobraba por ello (que eso también hay que pensárselo bien).
—¿Qué quiere decir?
—Que hay situaciones de mucho riesgo.
—Lo dicho, que lo suyo ha sido vocación.
—Sí, me ha encantado mi trabajo. De hecho, cuando llegó la hora de la jubilación no sabía cómo me lo iba a tomar, pero vino el Covid y me planteé que era lo que tocaba, que cada época tiene su cosa. Te replanteas que ha llegado tu hora, sabes que has cumplido y ahora toca descansar y seguir haciendo cosas que ya hacía antes.
—¿Por ejemplo?
—Bajar al gimnasio; yo he procurado estar siempre físicamente bien, por salud y por trabajo, he hecho deporte toda la vida y lo sigo haciendo. Y como soy donante de sangre desde los dieciocho años, ahora colaboro con la hermandad.
—Ese asunto merece más espacio en esta entrevista. Antes de eso, vuelva a ponerse el casco y el traje de bombero (aunque sea solo con la imaginación) y recuerde alguno de esos momentos complicados que, seguro, ha vivido. ¡Lo que se dice verle las orejas al lobo, ya sabe...!
—Creo que fue en 2002 o en 2004, en el polígono hubo un incendio, en una nave de chinos; estábamos dos compañeros delante, en uno de esos pasillos por los que solo cabía una persona, y entramos intentando solucionar aquello. Cuando parecía controlado, de pronto, ¡unas explosiones que te dejaban sordo, te rodeaban! Le decía al compañero de atrás que nos protegiera, yo creía que no salía. Ese fue de los más peligrosos. Tuvimos suerte. A veces es que nos pasamos, pero lo hacemos por celo profesional.
—¿A qué se aferraba usted en situaciones como esa? Si lo pensaba fríamente, en casa lo esperaban su esposa, sus hijos, sus cuadros... ¿Era capaz de anteponer su obligación aun intuyendo que podía dejarse la vida allí?
—Sí, uno estaba en lo que estaba. En ese incendio en concreto estábamos cuatro personas, lo tuvimos controlado pero le vimos las orejas al lobo, de hecho el casco (lo tengo guardado) se deformó. Le echas un pulso al incendio, y a veces puede contigo por desgracia. No hace tanto, en una nave en Santiago de Calatrava, también nos enfrentamos a una deflagración fuerte y se me quemó el chaquetón, además de llevarme unas ampollas en la espalda.
—¿Puede mirarse al espejo sin sobresaltarse, o tiene cicatrices 'de espejo' como las de los toreros?
—Bueno, alguna cosilla, pero nada. Te llevaban a urgencias y te ponían oxígeno y suero (porque llegabas deshidratado). Así se quedaron listos unos cuantos bomberos.
—A ver, Pedro, pero de verdad, por favor: ¿volvería a ser bombero?
—Sí, a mí me ha encantado; en mi caso me sentía muy satisfecho en los accidentes de tráfico, ahí sientes que haces mucha falta. Nos llaman cuando alguna persona queda atrapada en el coche, y si está herida pero viva, te mira y sientes que eres necesario. Otras veces, ya ha muerto y hay que sacarla. Es un trabajo bonito el de bombero, yo lo he disfrutado mucho y además me ha permitido mantener a mi familia.
—Su retina acabaría poblada de imágenes unas veces trágicas, otras llenas de humanidad y hasta de alegría. En medio de aquella vorágine, Pedro Aceituno encontró en la fotografía una vía de escape, una afición cabal, hasta el punto de convertirse en un nombre propio del arte de Daguerre en Jaén. ¿Se planteó en alguna ocasión cambiar la manguera por la cámara?
—Con la fotografía he disfrutado muchísimo, me tiré doce o quince años muy intensos. Siempre en blanco y negro y llevando todo el proceso, desde meter el carrete hasta revelarlo, sacar muestras y al final sacar las fotos. A veces, una simple foto me ha llevado cincuenta horas. He hecho muchos retratos, gente, los ambientes de trabajo..., y eso me hacía disfrutar mucho, porque la gente me contaba historias, eso me encantaba. En el laboratorio muchas horas también, que se las quitaba a mi familia: entre el trabajo y la fotografía, el gimnasio...
—Le veían poco el pelo en casa.
—Ahora me pongo a pensar y digo: "¡Cómo he podido hacer yo esto!", ahora me siento incapaz. Y como no asumí bien el cambio a la fotografía digital, intenté volver, pero no. Lo que hice, hecho está. Es preferible retirarse disfrutando de esa afición, recordando a tanta gente buena como pasó por mi objetivo, de todos los ámbitos.
—Transeúntes, artistas, trabajadores...
—No me olvidé de nadie, tenía un compromiso con mi ciudad, con la gente de Jaén.
—Ese compromiso, a día de hoy, está centrado en los suyos, en su hogar, en la familia. Los ha resarcido, finalmente.
—Sí, sí. Ahora lo que me apetece es tranquilidad, mi vida es muy simple: por la mañana bajo con mi mujer al gimnasio, por las tardes aquí, en casa, con música. No apetecen ya las aglomeraciones, muchas tardes decimos de salir y al final pensamos "¿para qué?".
—Ahora sí, Pedro, llega el momento de hablar de esa faceta suya solidaria en la que ha encontrado otro leit motiv: la donación de sangre.
—Siempre he intentado captar o invitar a la gente a donar sangre, a amigos, a compañeros que luego han llevado a sus hijos. Al jubilarme me dije: "Voy a echar una mano a la hermandad", y estoy como vocal; no soy persona de oficina, no me gusta ni quiero, así que lo que suelo hacer es ir a las salidas, o por la tarde a la Universidad, que vamos en enero, mayo y septiembre, para estar con ellos, que no se acumule la gente, informar...
—Lo cuenta de un modo que dan ganas de apuntarse...
—Es una vivencia muy bonita, porque llega gente y mientras espera ser atendida, ¡te cuentan unos casos...! En esto de las donaciones de sangre hay mucha gente que no lo hace por desconocimiento, pero cuando hay campañas la gente acude, sobre todo el donante que ya ha ido, se hace habitual. Lo que he notado por mis compañeros es que donantes nuevos, jóvenes, se están haciendo poquitos, y es lo que haría falta.
—¿Se han preguntado desde la hermandad por qué pasa esto?
—No sé, creo que es por desconocimiento. En un ambulatorio o en un hospital, ¿ves un cartel que pida donar sangre? Está todo inventado, lo que hay que hacer es resucitarlo, y en esto de las donaciones es preciso ofrecer información continua. A veces, cuando hacemos campañas, vamos a los sitios y vemos siempre a los mismos donantes, que ya conoces a muchos, son los habituales. Y luego otra cosa...
—Diga, diga...
—Si miráramos en las redes, en el móvil (que está todo ahí) la cantidad de bolsas de sangre que se necesitan para ciertas enfermedades, trasplantes de médula, de riñón..., te asombras: cuarenta bolsas, o doscientas de plaquetas para una leucemia. Los mismos donantes, a veces, tampoco sabemos. Si esa información te llega, es más eficaz. Incluso los donantes habituales, sabiendo esos datos, irían con más frecuencia.
—Preguntarle si usted sigue donando es una obviedad.
—Sigo, sí, porque además me lo permite la salud. El pasado día 3 doné plasma.
—Invite, Pedro, aproveche estas páginas digitales para enviar un mensaje a la gente y se haga donante de sangre.
—Aprovecho para hacer un llamamiento para que sepan lo importante que es la sangre, o cualquier órgano, ninguno estamos libres de necesitarlo. Yo siempre digo: "Más vale poner un brazo para dar que para que te den". Y los donantes habituales, que apadrinen a nuevos donantes, que procuren llevar a un amigo o a un familiar. Nos guste o no nos guste, a los sesenta y cinco ya no se puede donar. En Cataluña dejan hasta los 70, y en Alemania también. Y una vez que donas te sientes satisfecho.
—Dicho queda, señor Aceituno: muchísimas gracias por abrir su casa y su historia a los lectores de Lacontradejaén.
VÍDEO Y FOTOGRAFÍAS. ESPERANZA CALZADO
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