"El arte ha sido mi vida. Si no pintaba o no dibujaba, no respiraba"
Si hay en Jaén un pintor ecléctico, ese es Blas Cabrera Rosa (Torredelcampo, 1948), que como Alberti en cada uno de sus libros, transita con naturalidad entre la tradición y la vanguardia. Creador y docente, no se prodiga demasiado últimamente en salas de exposiciones ni es fácil encontrarlo en las citas culturales de la capital de la provincia, donde reside desde hace cinco décadas.
Hoy, "arreglao aunque informal", recién aterrizado del gimnasio y rodeado de muchos de sus cuadros, el artista derrocha serenidad y plenitud en este último 'Zoom' de 2023, grabado en su piso de la Avenida de Madrid. Un auténtico museo para una entrevista en la que se cuelan recordados nombres propios de un Jaén del que el propio entrevistado es ya no solo vecino, sino también personaje.
—¿Cómo se encuentra, Blas?
—Bien, pero sin entrar en detalles.
—Se le ve bien, destila usted paz interior, y eso invita a recordar. ¿En qué ambiente llegó al mundo, qué se encontró en aquel Torredelcampo de mediados de la posguerra española?
—Una madre fantástica, gracias a Dios con posibles para poder comer (que antes, algunos amiguitos míos de la calle no tenían para comer); 'veguerillos' nos llamaban en el pueblo a los que teniamos un poco de campo. Ella había heredado de su padre unos olivos, de los cuales tengo yo unos cuatrocientos, pero no voy apenas, se los he dejado a mis sobrinos.
—¿Su vocación artística se le despertó pronto, o fue un pintor tardío?
—Yo, con los carbones de la lumbre del cortijo ya pintaba, dibujaba en la pared. Al principio me regañaban, pero cuando vieron que aquello prometía un poco, con gachas de harina me preparaban algunas telas.
—¿Uno más en una familia de artistas?
—No, no, yo solo, no había antecedente.
—¿Qué pintaba en aquellos comienzos?
—Hacía cosas que veía, y luego en el colegio. Ya con ocho o nueve años, cuando empezaron los Maristas de abajo, me vine a Jaén. Todavía nos vemos los compañeros, tenemos un grupo de wassap y nos juntamos unos treinta, dos o tres veces al año.
—Maristas. ¿Esa fue su primera 'academia'?
—Ahí empecé a descubrir las acuarelas, los lápices de colores...
—¿Encontró también allí a un mentor, a un maestro, una referencia?
—Estuve en los Maristas; luego, por razones obvias, estuve también en San Agustín, y en San Agustín con don Cándido Nogales, que me apreciaba muchísimo; un día me vio algín cardenal que otro, me preguntó qué me había pasado y le dije que mi padre me había pegado por las malas notas. Entonces me dijo: —"Ya verás cómo no te pega más, porque yo sé lo a que a ti te gusta". Me veía las cosas que yo hacía, el álbum de ciencias naturales y todas esas cosas. Él era director de la Escuela de Artes y Oficios, en un monasterio viejo que había ahí.
—El antiguo convento de los Ángeles de damas nobles...
—Sí. Entonces me llevó, y cuando yo entré ahí dentro me quedé con la boca abierta. —"Pablo, aquí te traigo a este mozalbete, que le gusta mucho dibujar".
—Y Pablo era nada más y nada menos que don Pablo Martín del Castillo, ¿no?
—Martín del Castillo, sí. Ahí conocí a Manolo [kayser], a Agustín Cruz León, a esta pandilla ya de septuagenarios, y nos seguimos amando y queriendo como grandes amigos que somos.
—Preguntan por usted, señor Cabrera. Es que últimamente se le ve poco, no expone...
—Poco, sí.
—¿Y eso?
—Bueno, es que también me quitaba mucho tiempo la enseñanza. Empecé con Artes y Oficios, terminé en Madrid preparándome para Bellas Artes y terminando también Decoración y Cerámica aquí, que estoy diplomado. Y ya ingresé en la Escuela de Bellas Artes en Sevilla de la mano de Fausto [Olivares], él me ayudó mucho. Ya me presenté en Madrid en la Academia, suspendí y entonces hubo ahí una cosa familiar...
—Cuente, Blas, cuente... Hasta donde pueda y quiera.
—Que mis padres se separaron en el año 70, y por estar con mi madre me vine aquí. Pero he trabajado también en publicidad en Madrid en varias agencias. Todo eso me ha baqueteado y me ha llevado de un lado para otro, me ha enseñado mucho el vivir y el sobrevivir, porque en Madrid no eran las cosas fáciles.
—¿Regresa en los 70 a Jaén y se entrega por completo a la pintura, o fue en ese momento cuando decidió que era mejor tener un sueldo fijo que la vida bohemia?
—Me dedico a prepararme bien, porque aquello que suspendí me dolió y dije 'esto lo tengo yo que sacar'. Y lo saqué. Luego estuve en Sevilla, en el año 73 o 74, murió Franco cuando estaba yo allí: ¡en el 75, estudiando la carrera! Terminé, y con mis notas de ir aprobado de la academia, me vine a Carmelitas. Intenté meterme en los Maristas pero no me decían nunca lo que iba a ganar ni cuánto iba a trabajar. Y en Carmelitas, aunque ganara poco, me dijeron tanto tiempo y tanto. Y ahí empecé el rodaje.
—Un rodaje que le ha ocupado casi toda una vida.
—Treinta y siete años.
—¿En qué centro terminó usted su vida laboral?
—En el Santa Catalina.
—Si echa la vista atrás, ¿diría que la docencia también ha sido una vocación?
—Sí, yo he aprendido muchas cosas de los niños, a sorprendente con sus trazos, su ingenio, su inocencia..., con todo eso se aprende mucho.
—El IES Santa Catalina de Alejandría, en el Jaén de abajo, en la ciudad moderna. Pero usted ha sido mucho del casco antiguo.
—Yo tenía el estudio en la calle Llana, en el número 9 (donde hay una placa de Miguel Hernández), en el ático.
—Es decir, en lo que fue palacio de Villalta y luego de Blanco Hermoso, en lo que fue la terraza donde están tomadas las célebres fotografías del poeta alicantino y su mujer. Un sitio con mucha solera.
—¡Hombre!, me ha dolido muchísimo vender el estudio, pero ya no podía subir los tres pisos todos los días veinte veces.
—¿Lleva mucho tiempo jubilado, Blas?
—Sí, me jubilé a los sesenta y tres.
—Jubilado como profesor, ¿también como creador?
—Yo estaba hasta las doce de la noche o más pintando, haciendo siempre cosas, incluso encargos. O iba más temprano al instituo y estaba hasta más tarde, o iba más tarde y salía antes, así me iba vandeando. Y trabajar todos los días, no he sido nunca dominguero. Todos los días.
—Le iba bien...
—Estaban todo el día tocando el timbre, cuando no era un retrato era para un regalo, siempre. He tenido muycha suerte para eso.
—Dicen que ahora no se vende tanto arte en Jaén.
—Ni tanto ni tampoco ni nada, no se vende prácticamente nada.
—Como no me lo dice usted por sí mismo, insisto. ¿Pero por qué no expone?
—Porque no tengo gana, así. Ahora me han dicho que se va a hacer una exposición de 'Arco del Consuelo' y quieren que lleve algo.
—Vamos, que si le dicen ven, usted va.
—Sí, sobre todo si es algo de apoyo.
—No vive encerrado en su torre de marfil, como un Dalí sin melena en su castillo catalán.
—Yo nunca he tenido torre de marfil, me han pedido una cosa y yo, al momento.
En 50 años de artes plásticas en Jaén (Creación, medios y espacios 1960-2010), los profesores José Manuel Almansa y Juan Manuel Martín definen la producción de Blas Cabrera Rosa como una "obra aentre el realismo fantástico y el postcubismo, abundando en su obra los retratos, refererencias de la mitología y de la literatura, así como bodegones y paisajes". Un repertorio estilístico y temático al que habría que añadir su interés por la iconografía religiosa.
—Hay cuadros de Blas Cabrera que se identifican rápidamente. Sin embargo, su obra no ha mantenido una línea constante, se ha movido con naturalidad y sin complejos entre la figuración y la abstracción, la tradición y las vanguardias.
—Yo siempre he querido aprender y tocar todos los palillos, ese ha sido mi camino. Llevar una línea te aburre, yo he pintado y he dibujado siempre lo que me ha dado la gana, sin tener que pensar en otra cosa. El realismo, el hiperrealismo, la abstracción, el poscubismo...
—¿Y en todos esos movimientos se ha sentido cómodo?
—Comodísimo, y además que a la gente le ha gustado mucho. Tengo unas manos y una cabeza que todo lo que me pongo lo hago, le doy gracias a Dios todos los días por eso.
—Tiene usted una obra muy repartida en museos, salas y espacios culturales. Incluso en la casa de un jeque árabe.
—Sí, en el techo de una piscina.
—¿Qué tal la experiencia?
—Muy bonita; me invitó a ir pero no quise.
—¿Por qué? ¿No estaba usted por el exotismo en ese momento?
—Yo conozco casi todos los países árabes, Marruecos, y China y Rusia, que he ido dos veces y me he quedado con la boca abierta en el Hermitage. Pero entonces no me apeteció.
—¿No será que se siente usted muy jaenero, que le cuesta poner kilómetros entre su corazón y su sombra?
—Yo soy muy jaenero, sí.
—Pero, ¿qué tiene Jaén para que lo ame tanto?
—La gente, los olivos, la luz, el campo y que es una ciudad muy tranquila. Al tener la facilidad de tener un sueldo, he preferido vivir aquí, no he tenido que estar pensando en otras cosas. Tener un sueldo, para mí ha sido estupendo, tranquilidad, serenidad y poder pintar y hacer todo lo que he hecho. No he parado, siempre ha sido mi vida. Si no pintaba o no dibujaba, no respiraba.
—Eso del sueldo le ha quedado de todo menos bohemio, señor Cabrera. Si volviera a nacer, ¿repetiría el guion?
—Lo mismo, o más todavía. También estuve pachucho, bastante...
—Esta entrevista se publica el último día del año, pero de pachucho nada, lo termina usted en plenitud y así entra en 2024
—Estoy bien, sí.
—Pero se le ve poco, Blas, se le ve poco.
—Blas Cabrera Rosa...
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