"En esto de la pintura crees que sabes, pero no sabes nada"
La primera entrevista que concede en toda su vida el pintor José Luis Guerrero Fernández (Bilbao, 1974) protagoniza hoy el Zoom de Lacontradejaén. Una animada charla con uno de los artistas más emergentes de aquí, que toca podio en prácticamente todos los certámenes en los que participa.
Discípulo confeso de la dinastía creativa de los Carrillo, precisamente en la academia que estos dirigen en pleno casco antiguo de la capital jiennense tiene lugar esta conversación, aromada de aceites de linaza y madera de caballete, ebria también de trementina como el Neruda del noveno de sus veinte poemas de amor.
—¿De verdad, pero de verdad que esta es su primera entrevista, señor Guerrero?
—Sí, sí, como mucho he hablado en alguna entrega de premio, pero una entrevista es la primera vez, no estoy acostumbrado.
—Siempre hay una primera vez y, perdone que se lo diga, ya tiene edad para ello.
—Por supuesto que sí; y además, agradecido.
—Casi no le he preguntado nada y ya sé de usted que debuta en esto de abrirse en canal, y también que no es jiennense de nacimiento, por más que el barrio de la Merced lo recuerde protagonista de sus calles, como el chavea incontestable del Niño del jazmín, el cuadro ochentero de uno de sus maestros. ¿Qué hace un bilbaíno pintando en Jaén, o qué hacía José Luis Guerrero para que el momento de nacer lo pillara en tierras vascas?
—Mi padre era de Los Villares, y mi madre de Zamora. Por circunstancias de la vida, estaban trabajando allí, en Bilbao, y también por circunstancias de la vida nos vinimos aquí, a Jaén; ellos no querían que mis hermanos y viviéramos situaciones muy feas que pasaban allí, con el terrorismo.
—¿Qué edad tenía cuando llegó a la ciudad del Lagarto?
—Cinco años.
—¡Vamos, que es usted más jaenero que la senda de los Huertos!
—Sí, sí, yo soy jaenero, el acento vasco no me lo encuentras por ningún lado.
—Con aquella edad, cinco añitos de nada, ¿jugaba usted con pinceles, o la vocación se le despertó ya granaíco?
—Lo de la pintura me viene de hace muchos años, pero durante la adolescencia lo dejé. Siempre tuve inquietud por dibujar, aunque fue después cuando me interesó más, a raíz de la desaparición de un niño pintor en Málaga, que hasta el día de hoy sigue desaparecido: eso se me quedó grabado, cuando veía sus cuadros en la tele pensaba cómo me gustaría a mí poder hacer lo que él hacía, y eso me despertó lo que yo hacía de chiquillo.
—¿Ningún antecedente en la familia, en su casa no se manejaban más brochas que las de blanquear la fachada?
—Ninguno, que yo sepa soy el único, son esas cosas que te vienen, pruebas, ves que te gusta y cada vez tienes más interés, hasta que llega la adolescencia, estudias y luego terminas y te pones a trabajar...
—A trabajar en cualquier cosa menos en el mundo del arte, ¿no?
—Nada, nada; estudié en el instituto Fuente de la Peña, pero no tenía claro qué quería hacer, y al final me puse a trabajar, entraba y salía con los amigos y quería tener mi dinerito: he hecho de todo, he estado en todos lados. Y uno de los trabajos que hice fue el que me llevó, de alguna manera, a contactar con Paco Carrillo [Rodríguez].
—Cuente, José Luis, tiene buena pinta lo que dice.
—Estuve trabajando en una empresa y le montamos a él una máquina de aire acondicionado; mi compañero lo conocía, y cuando yo vi que Paco, siendo tan joven, vivía de la pintura, pensé que tenía que ser un máquina. Pasó el tiempo y en la Plaza de Cervantes (donde estuvo al principio esta academia), veía los caballetes a través de los escaparates, a la gente dibujando, y pensaba: "Esto es lo que me gusta a mí". Así, hasta que mi mujer me animó para que entrase a preguntar.
—Y usted entró, claro.
—Entré, le recordé a Paco aquella máquina de aire que le coloqué y empezamos a hablar. Así comenzó todo.
—De eso hace...
—Diez años, más o menos.
—Una década de formación, pero también de logros, porque raro es el concurso de pintura rápida del que sale usted sin premio.
—Hombre, las estadísticas que tengo son muy buenas, para el tiempo que llevo. A día de hoy no me puedo quejar, pero es que también hay que trabajárselo, hay que enviar cuadros, hay que investigar dónde puedes ir o no...
El currículo de José Luis Guerrero Fernández certifica la trayectoria ascendente de un artista que, con seis exposiciones individuales a sus espaldas, se ha curtido en los certámenes de pintura de aquí y de allá. Ahí están sus primeros premios en Castellar, Pegalajar, Villatorres, Jaén capital, Baeza, Torredonjimeno, los manchegos conseguidos en Herencia, el Nacional Jesús Madero de Gibraleón (Huelva) o accésits y menciones en Badajoz y Sigüenza (Guadalajara), la ciudad del doncel.
—Teniendo en cuenta esas estadísticas a las que alude, seguro que más de una vez se ha arrepentido de no haber optado por Bellas Artes en su momento, de no haber empezado a formarse a una edad más temprana, ¿a que sí? Igual no.
—Muchísimo. ¡Si yo llego a saber esto!
—"Esto...". Se refiere, claro, a ese talento que Dios le ha dado y que, cosas de la edad, no estimó usted lo suficiente cuando su DNI no pasaba de los dieciséis...
—Claro, ¡no haber dado ese paso en su momento! Pero bueno, luego llegan las circunstancias de la vida, tienes familia [es padre de dos hijas, de doce y siete años]. Y gracias a que en mi trabajo tengo flexibilidad y me deja tiempo para pintar.
—A fuerza de pintar y ganar concursos se le conoce ya en el mundillo artístico de la provincia, se está labrando un nombre. ¿Puede vivir de su arte hoy día, o eso queda para el universo de las quimeras?
—No, combino las dos cosas; es complejo eso, vivir del arte, y aquí es muy difícil, ya sabemos que no se abren tantas puertas, que no hay tantas posibilidades..., ¡bueno, yo creo que somos nosotros mismos los que a veces cortamos esas posibilidades!
—Una de esas cosas es la pintura: ¿la otra?
—Trabajo en un almacén de alimentación, una plataforma logística, llevo ya catorce años.
—Esto de acudir a la Academia de Arte Carrillo, José Luis, también forma parte cotidiana de su quehacer artístico. Otros con menos trayectoria que usted, seguramente ya habrían despreciado a sus maestros y, ensoberbecidos por los premios, habrían decidido seguir adelante sin recibir más lecciones que las propias.
—Es que, en esto, crees que sabes pero no sabes nada: aquí no paras de aprender.
—¿Cómo es el ambiente de una academia de arte en una ciudad como Jaén? Para muchos, de la puerta de la calle hacia adentro este debe de ser un auténtico enigma.
—Yo vengo dos o tres veces en semana, a razón de dos horas por día, y para mí es muy familiar; yo considero a Paco y a Alberto [Carrillo Rodríguez] y a su padre, Paco [Carrillo Cruz] mi familia, les debo mucho: si estoy donde estoy es por ellos, y si tengo algunos premios y formación, si llego a algo con mi trabajo, es por ellos. Sin su ayuda, su formación y su criterio...
—Eche la vista atrás, muy atrás: ¿qué queda de los primeros dibujos de José Luis Guerrero en sus obras actuales, si es que queda algo?
—Queda mucho.
—No ha tenido que renunciar a sí mismo, entonces.
—No, no; a mí me gusta mucho el detalle, por ejemplo; a veces el detalle no funciona, a la hora de pintarlo, y aquí, en la academia, se aprende a darle una vuelta de tuerca y que gane el detalle, y eso es muy importante.
—Pintor figurativo, realista, ¿verdad?
—Sí, aquí se empieza a trabajar desde la abstracción, pero se termina en figuración o en realismo. Se genera una mancha, y desde esa mancha se empieza a trabajar, pero sí, yo soy un pintor figurativo, un pintor realista.
—¿Qué piensa usted de tendencias artísticas que generan controversia, por ejemplo las que capitalizan muchos de los comentarios en las ferias de arte contemporáneo?
—Pienso que no todo vale. En algunos concursos se ve que todo vale, y no es así.
—Es rotundo en su respuesta, ¿puede responder con la misma seguridad si le pregunto si está satisfecho con su vida, con su decisión de recuperar el arte como leit motiv de su existencia pero sin despegar los pies del suelo?
—Totalmente: cosas como ganar un concurso te motivan para seguir, para seguir trabajando y seguir formándote; pero sí, ya no podría vivir sin pintar.
—Nada de vivir sin pintar, queda claro, pero ¿vivir de pintar? ¿Es esa su meta?
—Sí me gustaría, claro que sí, pero es muy difícil: eso sí, no hay que tirar la toalla. O un golpe de suerte, una lotería o una cosa así que me permitiera seguir trabajando pero poder dedicarle mucho más tiempo a la pintura.
Únete a nuestro boletín