"No se pueden tocar instrumentos y he reformulado mi enseñanza"
Cuenta Jorge Ortega Torices (Alfacar, Granada, 1970) que todos los instrumentos son difíciles de tocar, pues necesitan práctica. Lo dice él, que tiene la máxima formación en clarinete y que es profesor de Música desde hace un cuarto de siglo. Ronda las dos décadas en el IES Antonio de Mendoza de Alcalá la Real y la pandemia ha supuesto un reto con especificaciones muy concretas para los responsables de Música. ¿Cómo se enseña a tocar instrumentos si los estudiantes no pueden hacerlo en el aula por la coyuntura de la pandemia?
El ingenio y la tecnología han auxiliado a Ortega, quien atiende a este diario en la clase donde imparte su pasión al alumnado. La comunidad educativa ha interpretado a la perfección los protocolos y nadie entra o sale del centro —ni siquiera en la tarde, como es el caso— sin que le midan la temperatura. Con todas las precauciones, el discurso del profesor es optimista. Todavía sueña con hacer un nuevo musical a finales de curso si la situación sanitaria lo permite. Por los pasillos del instituto lucen los cuadros de los musicales anteriores, algunos tan populares como el de West Side Story. "Nadie puede vivir sin la música", dice Ortega.
—¿Cuál es el primer recuerdo que tiene relacionado con la música?
—En el año 1980 estábamos en mi barrio, en Alfacar, jugando con los amigos y llegó un hombre y nos dijo: 'Oye, ¿por qué no os apuntéis a las banda de música? Van a hacer una en el pueblo'. No sabíamos ni lo que era. Y fuimos al lugar del encuentro. Nos comentaron que, en efecto, iban a hacer una banda. A los pocos días ya estábamos aprendiendo solfeo. Es el primer recuerdo que tengo de estar en grupo aprendiendo música. Luego nos compraron instrumentos y la banda comenzó en 1982.
—En la primera ola de la pandemia la música y la cultura en general fue símbolo de unión y de resistencia. ¿Cómo vivió aquellos meses del confinamiento?
—En mi bloque una de las vecinas me dijo que se encontraban muy solas. Le hablo de personas mayores. Cogí el clarinete y todas las tardes a las ocho, a la hora del aplauso en los balcones, empecé a tocar pasodobles. El resto de vecinos de los demás bloques también se animó. Estuve tocando pasodobles hasta mayo. Ya llegó un momento en que paré (ríe). Lo viví bien. Hice muchos deberes con mis dos hijos, y me di cuenta de que la familia se unió mucho. Lo pasé bien, porque además me dio tiempo de estudiar, de jugar con los niños y de hacer ejercicio físico por los pasillos.
—¿Cree que volverá a hacer falta ese efecto sanador de las canciones en la segunda ola?
—Yo creo que la música es necesaria siempre. La música tiene algo que convierte las penas en alegría. Nosotros necesitamos sentimientos y nadie puede vivir sin la música. Lo tengo muy claro. Escuchar una melodía, una canción o un grupo da vida. Considero que es necesaria porque, además de fomentar la creatividad, la coordinación y la imaginación para los niños, también aporta como terapia en el día a día.
—Estamos en el inicio del toque de queda (la entrevista se hace justo el día después del anuncio del segundo Estado de Alarma). ¿Cuál ha sido su reacción?
—Al principio no tenía claro si íbamos a volver al confinamiento domiciliario del primer Estado de alarma. 'Otra vez encerrado en el piso y otra vez a jugar con los niños'. Eso pensé, y eso que mi rutina no fue mala. Mis críos lo pasaron bien. Luego, con el anuncio del presidente del Gobierno, comprendí que el confinamiento es sólo por la noche. En mi caso no me importa, porque a partir de las once ya estoy en casa.
"LOS ALUMNOS TIENEN GANAS DE TRABAJAR Y ESTÁN CONCIENCIADOS"
—Pablo Motos alabó a Dani Martín por presentar su último disco, Lo que me dé la gana, justo ahora, porque entiende el presentador que la agenda cultural no puede pararse. Hay un riesgo de que cunda la tristeza. ¿Es esa la actitud que debemos tener? ¿Intentar que la situación afecte lo mínimo a nuestra vida?
—Sí, pero en la educación es diferente. A los profesores de Música nos han prohibido tocar la flauta. Nos han prohibido tocar instrumentos. En mi centro he hablado con el equipo directivo y tenemos un protocolo: cada instrumento que coge un niño es desinfectado después, pero no podemos tocar en conjunto. Los niños no pueden tocar flauta por el tema de la saliva. Si no hay instrumentos y los niños no pueden tocar, la música no llega. Por más que uno quiera enseñar a leer una partitura o a contar partes de la historia, la clave es la práctica. Ahora mismo me está costando este asunto. Ése es el problema en mi aula.
—¿Cómo está llevando el curso en general?
—Lo suyo sería que todos los estudiantes viniesen aquí, al aula de Música, pero sólo vienen los de cuarto de la ESO. Le hablo de 20 alumnos, un grupo reducido. Van separados por sillas y son los que tocan la guitarra, el piano y el resto de instrumentos, siempre con la desinfección protocolaria. Yo tengo que ir al resto de las clases —señala hacia el otro edificio desde la ventana. Los estudiantes no se pueden mover de sus aulas. Y yo allí no puedo llevar instrumentos. Lo que hago es que explico partituras, las solfeamos y ellos me mandan en audio, a través de ClassRoom, los ejercicios con la flauta.
—Navidad está a la vuelta de la esquina. ¿Qué tal está siendo la actitud del alumnado en unas circunstancias excepcionales?
—La verdad es que los alumnos trabajan con normalidad. No percibo que crean que vayamos a volver a las clases semipresenciales. Están concienciados de que podemos seguir todo el curso como hasta ahora. Estoy seguro de que llegará Navidad y mis alumnos me preguntarán si es posible el concierto de cada año. Les digo que este año es imposible, y me dicen que tienen ganas de tocar. Esperan, como digo, llegar hasta final de curso.
—¿Las exigencias le han hecho mejor profesor?
—Cambiar mi forma de trabo ha sido un reto. Llevo 25 años en la enseñanza y mi hoja de ruta es que los estudiantes aprendan a tocar instrumentos. Que toquen la guitarra y el piano, por ejemplo. Que sea todo práctica, a fin de cuentas. Si ahora no puedo tocar instrumentos, he tenido que reformular mi manera de enseñar. Lo hacemos a través de solfeos y analizando partituras para que ellos puedan tocar instrumentos en casa. Pero mi filosofía no cambia. Sí es cierto que trabajamos más que antes. Doy clase por la mañana y por la tarde tengo que corregir todo lo que mandan por ClassRoom. Hay veces que me tiro dos o tres horas escuchando los audios.
"SOY MÁS DE CONSUMIR MÚSICA EN CEDÉS QUE EN PLATAFORMAS"
—¿Qué profesión tendría ahora si no se hubiese dedicado a la docencia?
—Estuve tocando en una orquesta cuatro años, en Granada. También colaboré casi una década con la Banda Municipal de Granada. Me ofrecían quedarme de interino, pero apareció el tema de la educación y me metí en el instituto. Podía haber sido también profesor de conservatorio, porque en el año 1998, cuando me llamaron para empezar de profesor en Sevilla, a la semana siguiente también me llamó el Conservatorio de Córdoba para ser profesor de Clarinete. Ya estaba en Sevilla y lo dejé pasar.
—Mal momento para las orquestas.
—Sí, es cierto. La cultura es necesaria, como salir y disfrutar. Pero la verdad es que no sé cómo pueden hacerlo ahora las orquestas. Un concierto no trae cuentas en esta situación.
—Vivimos en la era de las plataformas digitales con precios accesibles. Millones de canciones al alcance de cualquier dispositivo. ¿Está suscrito a alguna plataforma o prefiere el modo de consumo de antes?
—Soy más un consumidor antiguo. Escucho música clásica y de todo tipo. Tengo mis cedés y según los momentos voy eligiendo canciones en mi equipo. Los niños hacen los deberes y me gusta que haya música de fondo. Hay veces que me piden un género en concreto y les hago caso. Si les dejo a ellos elegir, lo hacen por internet. Yo prefiero mi equipo de música, con mi colección de cedés. No estoy suscrito a ninguna plataforma.
—Los concursos de talentos no cesan. ¿Echa en falta variedad en los formatos y en los propios protagonistas?
—Ha habido varios concursos diferentes tanto de instrumentistas como de cantantes. ¿Tendría que haber más programas de esos? Sí, porque hay muchos que no valen para nada. No sé para que están. De los que merecen la pena sí me parece bien que haya más. Y no sólo de cantantes, porque ahora es cierto que está el boom de quien tenga mejor voz. Hay gente que baila bien o que toca bien los instrumentos. O también cómicos, por ejemplo. El otro día una niña de cuarto de la ESO me dijo que está interesada en participar en uno de esos programas. Le comenté que se pusiera en contacto con otro chico de Alcalá que ya ha participado en un formato.
—Usted anima a los jóvenes a que vivan la experiencia.
—Claro, sin duda. Hay que tirar para adelante.
—Le tengo que preguntar por Alcalá la Real. Lleva aquí 18 años. ¿Qué le gusta de la ciudad y en qué puede mejorar?
—Yo vivo por la parte del polideportivo, donde están las fábricas de plástico. Hay muchos días en los que según esté el aire huele muy mal. Por esa zona hay una contaminación que no me gusta nada. Al margen de eso, aquí se vive muy bien. La gente es amigable y servicial. No tengo problemas con nadie. Es un 'pueblo-ciudad' con muchos servicios. Es una pena que no haya cada media hora o cada hora un autobús hacia Granada. En Alfacar, por ejemplo, la línea tiene conexión con Granada cada media hora. Alfacar tiene 6.000 habitantes. Alcalá, siendo el pueblo que es, tiene poco horario hacia Granada.
No me gustan esos dos aspectos. En cambio, sí me gusta que haya tantos parques para los menores y valoro la cantidad de servicios que hay. Estoy muy bien, he empezado a echar concurso ahora para irme a Granada. Llevaba aquí quince años y mis amigos me preguntaban que cuándo me iba a ir para Granada. Estaba en Alcalá de maravilla. Vivo muy bien aquí. Ahora por motivos familiares me interesa más irme a Granada.
—Me habló antes de la entrevista de una experiencia laboral que le marcó.
—Sí, fue en el año 1990. Yo estaba en la banda de Alfacar. Vinieron unos representantes del Ayuntamiento de Huétor Santillán (Granada) y hablaron con el director de nuestra banda. Querían hacer otra en su pueblo. El director dijo que no tenía tiempo, pero me preguntó si yo estaría interesado en hacer una banda de música en Huétor Santillán. Yo tenía 20 años y estaba estudiando Música. Decidí intentarlo. Cuando entré en la escuela del pueblo y vi a cuarenta niños con edades entre los ocho y los once años, me pregunté cómo iba a hacerlo. Empecé con clases de solfeo, después se compraron instrumentos y así se formó la banda. Estuve hasta el año 1998, cuando ya me fui a Sevilla.
Fue una banda bastante buena, porque tuve ayudantes. Yo soy especialista en madera, de clarinete, pero de metal —trompeta, trombón y tuba— necesitaba a alguien más preparado. Un amigo del conservatorio se encargó del metal. De la percusión se encargó un profesor de Granada. Con lo que me pagaban en Huétor Santillán yo repartía el dinero al resto. Hicimos una banda con más de medio centenar de niños. Sabía que no iba a vivir de eso y traté de vivir la experiencia lo mejor posible.
Fotos y vídeo: Fran Cano.
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