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"En Jaén está de moda la restauración, pero solo si es barata"

"En Jaén está de moda la restauración, pero solo si es barata"

Por Javier Cano - Enero 28, 2024
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El fin de semana que se celebra el Día Internacional del Conservador Restaurador de Obras de Arte, Lacontradejaén se acerca al taller de uno de los nombres propios de este sector en tierras jiennenses, María José López de la Casa (Jaén, 1966). 

En su hermosa casa de la Alameda, por la que han pasado piezas que solo se pueden contemplar en museos o altares y a la que han ido a parar elementos arquitectónicos de antiguos caserones de la ciudad, la conocida restauradora desgrana para los lectores de este periódico lo apasionante de un trabajo del que está rendidamente enamorada.

—¿Qué hizo usted ayer, cómo celebró el día internacional de su gremio?

—Yo todos los días celebro mi profesión. 

—A un pintor lo lleva a estudiar Bellas Artes (en la mayoría de los casos) la necesidad de adquirir técnicas con las que desarrollar su creatividad, a veces empujado por una vocación y otras, simplemente por tradición familiar. ¿Qué impulsa a una persona a hacerse restauradora de obras de arte? 

—A mí, de familia no me viene, nadie se dedica a la pintura, a la escultura o a la restauración. Yo no iba a hacer Bellas Artes, mi intención era hacer Arquitectura, pero cuando llegué en aquellos momentos, en los 80, y me encontré un montón de hombres para matricularse me pregunté: "¿Y aquí, dónde están las mujeres? Miré a mi padre y le dije que podíamos tantear otra cosa. 

—Y esa cosa, finalmente, fue Bellas Artes y no otra disciplina...

—Conste que me metí sin saber lo que era; vi otro movimiento, otra gente, aquello me llamó la atención, las chicas y los chicos con esa forma de vestir tan hippy, esos cuadros tan grandes, esas manchas de pintura por todos lados y dije: "¡Yo voy a probar!". El primer año se me daba muy bien, muy buen expediente, los profesores me felicitaban, pero yo quería algo más, era chica de estudiar teoría, de adquirir cultura.

—La fue conquistando poco a poco, entonces.

—¿Dibujo, pintura, modelado, escultura, historia del arte? Me gustaba, funcionaba; en el siguiente curso ya había más teoría, más optativas, ya me estaba enterando de qué es el peritaje de obras, qué es la museología... Luego llegó tercero y ahí me enteré de que, entre las muchas ramas de las Bellas Artes, había Conservación y restauracion de obras de arte, diseño, pintura y escultura. Investigué cada una de ellas y dije: "¿Quién aprende restauración si realmente no la cata y no la estudia?". Y salí de restauración sabiendo de escultura, conociendo la pintura y con mucha cultura de lo que es el arte en sí. 

—¿Un restaurador tiene que tener aptitudes, cualidades artísticas, o no es condición sine qua non?

—No, pero si las tienes, mucho mejor. Yo soy chef de un taller de arte, porque parto de la receta, tengo que conocer mucho de pintura y también saber pintar, porque luego tengo que seguir las líneas de la composición que estoy trabajando, sea pintura de un fresco, de un mural, sea un retablo, un cuadro... 

—Es decir, que un negado con los lápices lo tiene complicado para vivir de lo suyo. 

—En su momento, como empezamos la especialidad a partir de cuarto y quinto, hasta tercero tenías que pasar por muchas asignaturas que eran prácticas: yo sé de mucha gente que se quedó a mitad de camino. Estamos hablando de aquel sistema de estudios que había antiguamente...

—¿A qué se refiere?

—Éramos licenciados: ¡yo sé lo que era meterse en una facultad a las ocho de la mañana de un lunes y llegar un sábado a las cuatro de la tarde y todavía estabas allí metida! Todos los días cuatro o cinco horas practicando en los talleres de restauración, porque era necesario. ¿Dónde se hace eso ahora? Y por la tarde teoría, trabajábamos un montón de materias que en cierto modo. "¿Dónde está esa materia que trabajamos, esa cultura que se adquiría?", digo ahora, cuando hablo con restauradores, o con gente que he querido meter en mi taller para hacer empresa en Jaén.

—Llegados a este punto, toca preguntarle precisamente por eso, por Jaén. ¿Siempre ha estado comprometida con su tierra? ¿Desde el principio tuvo claro que quería no solo vivir, sino también ejercer su profesión aquí?

—Para mí eso era un riesgo, yo aposté muy jovencita por mi tierra. No había restauradores en la provincia con esa licenciatura y aposté por quedarme en Jaén (también por amor, yo tenía mi chico aquí y me iba a casar). Quería montar una empresa de restauración en Jaén y provincia y conté con gente de Jaén, que no me sirvió.

—¿Por qué?

—Me decían que era muy perfeccionista, pero no: es que quiero las cosas bien hechas. Les decía, por ejemplo, que me prepararan un estuco y a los tres días ya tenía hongos por toda su alma el estuco. No me servían. Al final no hice empresa. Me quedé en mi tierra, pero sola. 

—¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?

—Investigar. Cuando tengo delante cualquier pieza, buena o mala pero interesante, lo primero que intento es ponerme en la piel de la persona que la hizo. Que hay documentación, fenomenal. Que no hay documentación, no pasa nada, seguramente hay gente coetánea a esa persona que hizo alguna escuela, que tiene algo parecido, y empiezo a arañar. Luego le hago los estudios químicos y físicos, y entonces llega un momento en que creo que soy la persona que ha hecho esa obra.

—Más que su cotidianidad, parece el guion de una película.

—Es que lo vivo. Me pongo el delantal y digo: "Soy Sebastián de Solís", y entonces digo: "Ahora te ataco". Es lo que más me gusta. 

—Vamos, que tiene algo de detective también...

—Mucho, mucho de detectivesco. Hay muchas cosas que no están documentadas, no todos son grandes pintores ni escultores. 

—Escuchándola hablar, queda claro que no reniega de haberle dado esquinazo a la carrera de Arquitectura.

—No; además tengo en casa a un arquitecto técnico [José Miguel de la Torre], que está celoso de mi profesión y ahora se ha metido a restaurar cosas. Lo que yo no hice, me lo aporta él. 

—De quedarse en Jaén tampoco parece arrepentida.

—No me arrepiento de nada, las cosas que elijo en cada momento las hago porque creo que ese es el momento oportuno de decir sí o no. Me ofrecieron ser restauradora del Museo Arqueológico de Sevilla con José Luis Mesa, un maestro. Quería que me quedara, pero le dije que no, que me iba a casar. Estuve con él unos cuantos meses, me enseñó muchas cosas, pero estaba enamorada, mi gente estaba en Jaén y dije: "¿Qué hago aquí, en Sevilla?". Si volviera a nacer, sabiendo lo duro que es ser restauradora de arte en Jaén, volvería a serlo. 

—¿Hay mucho trabajo aquí para alguien que se dedica a lo que usted? 

—No, hay muchísimas obras de arte, muchísimo trabajo, pero la gente piensa que lo que lleva cien años colgado en una pared no pasa nada si se pasa así otros cien años, alguien habrá que quiera pagar la restauración, porque eso no es una necesidad. Está de moda la restauración, sí, pero en Jaén está de moda una restauración barata.

—Una restauración barata... ¿Qué quiere decir exactamente, María José?

—Lo que yo hago aquí, otra gente en Sevilla o Córdoba lo multiplican por cinco. La restauración del Calvario, por ejemplo: tuve que sacar del presupuesto para toda la gente que me ayudó. En ese momento, en Málaga, por la restauración de una Virgen de candelero, sin echarle más de dos o tres semanas, pedían lo que yo presupuesté para todo el Calvario. Pero no me pesa, no pretendo comprarme cortijos con esto. Quiero estar untada, estar en el candelero, oler a disolvente, llenarme las manos de todo, tenerlas destrozadas de los disolventes que uso...

—Pero si lo deseara, ¿podría comprarse un cortijo con el fruto de su trabajo? 

—No, pero yo tengo mi casita y otra casita por ahí, tengo pellizquitos. Llevo ya mucho tiempo trabajando y he trabajado en muchos sitios. Ahora tengo mi nómina, soy feliz con mis adolescentes en el colegio Cristo Rey, que me da seguridad. 

—Ejerce la docencia...

—Sí. Yo soy antigua alumna, me llamaron, necesitaban y fui, probé mes y medio y dije: "No me quiero mover de aquí". 

—Ha descubierto otra vocación desconocida, ¿no?

—sí, porque yo no quería la docencia ni loca. Pero cuando llegó esa nómina fija dije: "Chachi". Eso me permite más relajación para restaurar y seleccionar lo que quiero restaurar. Estoy muy satisfecha. 

—Sin embargo, ya tenía experiencia dando clases como monitora de la UPM.

—Sí, he estado doce años como monitora, tenía el taller de acuarela, que ahora no existe. 

—Seguro que algún lector de esta entrevista tiene un cuadro en su casa y, ahora que lee sus palabras, piensa que puede ser de Velázquez o Murillo y mañana mismo la localiza para preguntarle. A este respecto tendrá usted anécdotas y experiencias a porrillo, para bien y para mal. 

—Para bien, no. Se descubren cosas como por ejemplo este cuadro que estoy restaurando [un antiguo Ecce Homo], ¡sepa dios de dónde viene!, y eso ya es una historia que no te cuenta el cuadro, porque no tiene documentación, pero ya la cuento yo con todo lo que voy descubriendo. Eso es interesante. Por ejemplo...

—Cuente, cuente...

—En el Museo de Jaén había cuadros chiquititos que estaban en muy mal estado, y en la época de José Luis Chicharro los restauramos. Había un retrato curioso de una señora, sin firma, y fue interesante restaurarlo, por todo lo que había debajo. En lo malo, es triste cuando te llama gente obrera que tiene un bodegón o una imagen religiosa, te dicen que vengas a casa a restaurarlo y yo pienso: "A ver cómo le digo a esta gente que no tiene nada". Porque aunque no valga nada, el trabajo de restauración tiene sus horas, su dedicación, su coste.

—¿Qué se hace en esos casos?

—A veces lo he hecho gratis, porque me enternece esa persona mayor que dice que se lo dejó su padre. A lo mejor le cobro solo el material y él, tan feliz. Pero sí, las cosas que se pintaron hace dos siglos, si eran malas pinturas, lo siguen siendo doscientos años después.  

—Tienen ustedes fama de caros.

—Sí, porque la gente piensa que restaurar una obra es un lujo. Aqui, los que más me regatean son la gente pudiente. La gente más normalita, que tiene cuatro cositas, no te regatea, te valoran, hasta te dicen "¡qué barato es!". 

—Con la Cuaresma a las puertas, cabe destacar que por este taller suyo han pasado obras de incalculable valor artístico, y también devocional, sentimental. ¿Está colmada en ese sentido, o tiene alguna imagen pendiente, que le gustaría restaurar?

—No pienso nunca en eso; lo que me llegue, eso restauro. 

—Más de un cofrade le envidiará los ratos de soledad que puede usted pasar con la imagen de sus amores... 

—La imaginería me gusta como obra de arte, la veo con mucho respeto, pero cuando llega aquí una Virgen, por ejemplo, le quito un brazo, le saco un ojo, la descompongo... ¡Qué devoción voy a tenerle, entonces! Mi devoción es pensar, artísticamente, qué buena es esta o aquella pieza. También les rezo, o me pongo a hablar con ellas. 

—Ya que ha salido a colación el universo pasionista. ¿Qué tal como clientes?

—A veces requieren varios proyectos de varios restauradores, preparas un proyecto porque te crees que lo vas a hacer, te hinchas de hacer fotos y al final no lo haces. Ese coraje lo tengo a veces. ¡La cantidad de cosas que tenemos en la capilla de San Andrés!, pues he hecho proyectos absolutamente para todo y no he restaurado absolutamente nada. 

—Han preferido otras manos...

—Se van al precio, a lo económico. Da igual el curriculum de una persona que lleva veinticinco años en la profesión que un chico que terminó la carrera el año pasado pero pide mil euros menos que yo. Esas son las cosa que fallan en Jaén, eso es lo que me molesta.

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