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"Siempre he pensado que hay que trabajar por un mundo más justo"

"Siempre he pensado que hay que trabajar por un mundo más justo"

Por Javier Cano - Diciembre 14, 2025
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Durante muchas horas del día, Rosario Fernández Reyes (Jaén, 1976) ve pasar la vida por su despacho del Paseo de la Estación, en el que confluyen tribulaciones y esperanzas a partes iguales.

Abogada hondamente comprometida con su profesión y mujer de profundos valores, hoy le toca resolver un caso en el que es la única implicada y para el que no cuenta con más defensa que ella misma: el Zoom de Lacontradejaén. Se abre la sesión. 

—De Jaén pero, ¿de qué Jaén? ¿Del de arriba o del de abajo (de uno de esos barrios que, como el del soneto de Benedetti, tiene "encanto y lluvia mansa, / rieles para un tranvía que descansa / y no irrumpe en la noche ni madruga")? 

—De Peñamefécit, de la calle Ancha de Peñamefécit, que le dicen. 

—¿Lo lleva a gala, presume de ello?

—Sí, sí: de Jaén, Jaén. 

—Abogada... ¿Es que en los armarios de su casa no había percha para tanta toga, o es usted la primera de la familia en llevar la enciclopedia jurídica a las estanterías de los Fernández Reyes?

—De todo un poco: soy la primera abogada de mi familia, de mi núcleo familiar (mis padres, mis hermanos y yo), soy la primera y la única. Ahora tengo una hija que se está planteando qué estudiar y no lo tiene muy claro, pero creo que no va a seguir mis pasos. No porque no quiera, no le guste o no tenga madera (porque la tiene), es que tiene otra orientación y se va a dedicar a otra cosa. 

—¿Eso le alegra, que no siga sus pasos profesionales?

—Es que se va a dedicar a una cosa que está muy relacionada con la profesión, probablemente, y claro, a mí me gusta, porque podrá colaborar conmigo: si Dios quiere, lo hará. 

—¿De dónde le viene entonces su vocación? ¿Por qué la abogacía y no otro oficio, Rosario, si en su hogar no se hablaba a diario de Derecho? 

—Hay una anécdota con respecto a eso: mi padre es profesor (de hecho, me dio clase) y mi madre también, pero se dedicó siempre a la crianza de los hijos, a las labores de la casa. Cuando yo estaba haciendo cuarto o quinto de EGB, uno de los tutores que tuve (creo que tenía yo ocho años) llamó a mis padres, un día, y les dijo: —"Viniendo de vuestra familia, me ha sorprendido el comentario de vuestra hija hoy, en clase; hemos hecho una redacción sobre qué querían ser de mayores, y su respuesta me la vais a explicar vosotros".

—¿Pero qué le respondió usted a ese profesor? En ascuas tiene a los lectores. 

—"Yo quiero ser abogada", le dije. El profesor me preguntó que por qué y...

—¡Diga, cuente...!

—"Para defender a los trabajadores". Luego, conforme fui creciendo, en algunos escritos míos aparece la abogacía como una de las profesiones que siempre tuve en la cabeza. 

—Lo dicho, vocación, vocación. 

—Siempre he me ha gustado defender, siempre he pensado que hay que trabajar por hacer un mundo más justo para conseguir un entorno más justo (ahora entiendo que el mundo no tengo yo que hacerlo más justo, pero sí mi entorno particular). 

—¿Siente que ha cumplido esa motivación suya, esa quijotesca intención de "desfacer entuertos y socorrer menesterosos"?

—Sí, sí: de hecho algún expediente, algún procedimiento prácticamente lo he hecho gratuitamente. Además estoy adscrita al turno de oficio.

—Eso también es vocación, dicen los que saben mucho de esto. 

—Sí, esa es mi vocación, ayudar a todo el mundo, ¡cuánto más a una persona que no tiene recursos económicos suficientes para hacer frente a un problema que le angustia o a algo que le ha venido sin querer!; en ese momento es cuando se me da la oportunidad de pertenecer al turno de oficio. Lo digo a mucha honra, ¡y no está bien pagado ni siempre es grato! Pero yo lo hice sin pensarlo. Y todavía sigo, me siento muy satisfecha ayudando a personas que no pueden pagarse un abogado. ¡Es más...!

—¿Sí?

—Hay cuestiones que no están pagadas dentro del turno de oficio y cuando ves que el cliente tampoco te puede responder económicamente y le tienes que decir que o te responde económicamente o no puedes seguir (porque obviamente yo tengo una familia y tengo que contribuir a mis cargas), la frustración es grande. Pero es muy satisfactorio, porque esa parte de trabajo del abogado, el turno de oficio, enseña muchísimo, te llevas unas lecciones tremendas. 

—Lo dice convencida, no es un tópico biensonante...

—No, no, en absoluto: hay situaciones que te ponen a los pies de los caballos, pero la mayoría de las veces te enseñan muchísimo.

—Al margen del turno de oficio, ¿qué especialidad campea en su tarjeta de visita (perdone el anacronismo, en plena era digital)? ¿O es eso que se conoce como una abogada generalista?

—Generalista hay que ser, porque estamos en una provincia pequeña y la mayoría de compañeros somos generalistas, pero este despacho está especializado en Derecho de Familia, y en Derecho de la Discapacidad, que para mí ha sido igual que el turno de oficio, creer que con el Derecho se puede ayudar de verdad. Profesionalmente me siento más satisfecha aún desde que estoy trabajando en la especialidad de Derecho de la Discapacidad (aparte de las enseñanzas que te llevas, que no hay palabras para decirlo).

—Una de esas enseñanzas...

—Me ha enseñado, por ejemplo, a valorar muchísimo la vida, lo que tenemos y que las personas somos algo más que apariencia. Esa enseñanza es impresionante. Y luego, el poder asistir a personas que no pueden valerse por sí mismas (o poder ayudar a sus familiares).

—Concretamente, Rosario, ¿en qué ámbito se desarrolla el Derecho de la Discapacidad, cómo se hace visible en la actividad jurídica y en la vida de las personas que recurren a él? ¿Qué defiende una abogada con esa especialidad en la mano?

—La mayoría de las ocasiones ayudamos y asistimos a las familias a que puedan defender los derechos que tiene una persona con discapacidad. Se ha aprobado una ley, recientemente, en 2021, que por fin reconoce muchos derechos que antes les estaban vetados. Nosotros los representamos en un juzgado, cuando la familia nos encomienda esa labor. Un ejemplo concreto...

—Por favor.

—Una persona con discapacidad necesita vender un bien, y nosotros somos las personas encargadas, ante el juzgado, de solicitar que el juez autorice esa venta. Es decir, realizar todos los trámites necesarios para que los intereses y los derechos de la persona con discapacidad estén perfectamente garantizados. 

—Turno de oficio, Derecho de Familia, Derecho de la Discapacidad... Se mueve usted en campos comprometidos emocionalmente, de esos en los que dicen que hay que aprender a no llevarse el trabajo a casa, para evitar demasiada presión psicológica. 

—Hay días muy duros, y días en los que me he derrumbado, claro que sí: somos personas y estamos trabajando, en muchas ocasiones, con personas que traen emociones a flor de piel. Tienes que aprender a distanciarte, claro que sí, pero a veces no se puede, depende. Hay veces que estoy más entera y es más fácil, pero si tienes un día con la emoción a flor de piel y esa persona, ese problema, ese procedimiento o esa situación también se desborda, sí que es dífícil. 

—Hablando de emociones: a veces cambia la toga por la túnica, aunque eso sí, negra negrísima también, concretamente la del Santo Sepulcro. Siendo de Peñamefécit, ¿qué la llevó a San Juan? 

—Por un grupo de amigos que yo tenía; ellos ya estaban en la junta de gobierno (recién nombrados) cuando yo cursaba segundo de Carrera. Me animaron, y desde el 95 estoy en San Juan. 

—Ha llegado a pertenecer, incluso, a esa junta de gobierno, ¿verdad?

—Sí, he sido vocal de Cultos en la anterior legislatura y ahora estoy como adjunta a las vocalías de Cultos y de Caridad, y también en la junta de camareras de la Virgen de los Dolores de San Juan.

—¿Ser cofrade, ser una persona comprometida con su fe, aflora de alguna manera en un trabajo como el suyo, entre tantos conflictos? ¿Le condiciona?

Sí. Lo primero que yo hago, cada día, es pedir que todo lo que yo haga lo haga con amor, eso es lo más importante. 

—¿A quién se lo pide? Seguro que responde usted que a la Dolorosa de San Juan, ese nardo de melancolía...

—¡Y a mi Cristo del Amor, que lo tengo aquí! [señala hacia una fotografía en doble marco sobre su mesa, castellana, de despacho] Tengo muy presentes a mi Virgen de los Dolores y a mi Cristo del Amor. 

—De la Cofradía del Perdón no había dicho nada...

—Es que no soy cofrade de El Perdón, no lo soy, pero lo tengo aquí [apunta hacia la ventana]. 

—Ese "aquí" es de vecindad, porque entre su despacho y Cristo Rey hay cuatro pasos, como aquel que dice. Y, para colmo, es la hermandad que libera (a veces) a un preso o una presa: todo queda en el juzgado. 

—Sí, y además está muy ligado a mi casa: tanto mi hermano como mi hija son cofrades, están muy apegados a Él, y yo también, por muchas cosas, por muchas vivencias. Así que todos los días, a Él, se lo pido: que me ayude. Partiendo de ahí, hay que tener en cuenta una cosa, y es que todo el mundo (a pesar de ser culpable) tiene derecho a su defensa. ¡Y no lo digo yo, lo dice la Ley! Yo hago mi trabajo, que algunas veces me cuesta muchísimo si no lo veo justo desde el punto de vista moral, o desde el punto de vista humano, pero hay que aprender a separar, ahí es donde viene el problema, o la enseñanza de esta profesión: tienes que aprender a separar. 

—¿Ha aprendido a separar, a estas alturas, con el bagaje profesional que lleva a sus espaldas, o todavía renquea? 

Al principio fue muy difícil, y hay asuntos tan sumamente delicados y que presentan gran vulnerabilidad, que necesitas trabajo interno; yo, por lo menos, lo hago, todos los días. 

—Ese trabajo interno puede ir desde el metta hasta el japa, pasando por el senderismo o el cuidado de bonsáis. ¿A qué dedica Rosario Fernández Reyes el tiempo libre?

Me gusta mucho caminar por el campo, hacer meditación, dibujar, pintar (eso es algo que traemos de casa). 

—Vamos, que es también artista. 

—Mi abuela (la madre de mi padre) pintaba, y mi hija ha desarrollado también el mismo don, lo hace muchísimo mejor que yo. Cocinar también me encanta, cocinar para los míos, eso lo llevo a gala. En realidad soy muy sencilla, y como la vida está tan complicada, cuando salgo del despacho busco la sencillez: he aprendido y le he pillado el gusto a contemplar, es decir, a no hacer nada.

—Le pido un último esfuerzo, ahora que la entrevista se estaba relajando y hablábamos incluso de la filosofía italiana del 'dolce far niente'. Mire hacia atrás, haga un rápido repaso a su existencia: ¿satisfecha, o cambiaría algo? 

—Eso es una cosa que la repito muy a menudo, siempre digo: si me dijeran esta noche "mañana te mueres, ¿qué cambiarías?". No cambiaría nada, me encanta la familia que me ha tocado, tengo unos amigos y unos compañeros estupendos, me muevo en un ambiente que me gusta, he cumplido sueños. Tengo aquí una foto mía, de cuando era pequeñita, a veces la miro y le digo: "Lo estamos consiguiendo". Y quiero seguir avanzando en el mismo sentido, no estoy arrepentida absolutamente de nada; lo malo me ha servido para aprender, para crecer (este año ha sido especialmente duro), y lo bueno lo disfruto el doble. 

VÍDEO Y FOTOGRAFÍAS: ESPERANZA CALZADO

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