Artículo de hacer amigos, o la edad del pavo reloaded
Es divertido cachondearse de las quinceañeras que apoya(ba)n a Justin Bieber o los One Direction. Qué inocentes son, dirán algunos. Qué tontacas, alegarán otros. Qué falta de criterio musical, qué ciegas están, faltas de brújula emocional y vital. Claro que al menos ellas (plural que incluye a varones y no binarios) cuentan con la excusa de la edad del pavo; ese periodo “acné-dótico” en el que casi todo se te permite: enamorarte de quien no debes, hacerte fan de bazofias inmundas, llevar looks imposibles contra viento y marea. “Beliebers”, se llaman a sí mismos los fans de Bieber, mezclando la palabra anglosajona “believer” (creyente) con el apellido del cantante/artista/chico en cuestión. “Directioners” son los seguidores de la extinta boy-band One Direction, y también están los “Little Monsters” (Lady Gaga) y un largo, larguísimo etcétera. Pero, ey, podríamos ampliar el campo de visión en este somero estudio.
Hablemos de un país que apenas se nombra en medios españoles y redes sociales: Venezuela. No sé si os sonará. Pues bien, dejando a un lado la evidencia de que todos los que opinamos, rebatimos, discutimos sobre ese país sudamericano somos, lógicamente, expertos en política internacional, biógrafos destacados de Maduro y con varios másteres en sociología e historia bolivarianas, repito, dejando eso aparte, esta semana me llamó la atención que un tuitstar de izquierdas publicaba un vídeo en su perfil en el que se destacaba la “violencia de los manifestantes” de la oposición venezolana. Entre otras cosas, el documento resaltaba que se habían quemado contenedores o hecho piquetes para impedir el paso de vehículos en calles de la capital. Guau. Qué radicales. El vídeo era comentado con fervor por los seguidores de este usuario de Twitter, cual directioners impactadas.
No quiero restar importancia o banalizar los sucesos dramáticos que suceden en este o cualquier otro país, incluido el nuestro. Ha habido decenas de muertos en las manifestaciones en Venezuela, tan solo en las últimas semanas. Solo señalar que ese mismo tuitstar, (auto)abanderado de la izquierda, no tendría la misma opinión sobre manifestantes quemando contenedores en España o colocando neumáticos en las vías para cortar el tráfico. Somos todos conscientes de ello, ¿no? Y si es tan fácil de ver la incongruencia, ¿qué nos impide verla? ¿Nos van a quitar el carné de votante de izquierdas por cuestionar la visión sesgada que se tiene de Venezuela, Cuba, Rusia desde algunas posiciones privilegiadas de la opinión patria? A mí no me lo van a quitar, joda a quien joda. A mí me parece igual de mal (soy así de ñoño) quemar cosas en Valladolid que en Caracas. A otros, les debería parecer igual de bien. Igual de violento, o de no violento, para ser más concretos.
Otro ejemplo reciente, otro vídeo #facepalm (siento tanto término anglosajón, de quinceañero friki; facepalm: que te hace llevarte la mano a la cara de la vergüenza ajena) que recorre las redes: el reportaje que asegura que Stalin no mató a 50 millones de personas, sino “solo” a 800.000. Y los “beliebers” de turno aplaudiendo, claro que sí, ya lo sabía yo, inventos de la derecha, Historia pervertida por el capitalismo. No tengo ahora mismo aquí, en este momento, el título de Historia soviética para ponerme de un lado o del otro, de los 50 millones o del 0,8, pero así, sin pensarlo mucho, ¿a qué viene el jolgorio de la muchachada al restar cadáveres sobre el dictador? ¿Que baje varios puestos en el podio le convierte en alguna clase de referente? ¿800.000 personas nos las comemos con patatas, sin digestivo ni nada? El vídeo, al estilo MTV, con un presentador joven, guapo y súper entusiasmado con los descubrimientos, aseguraba también que de los 2 millones y pico de personas que, durante el mandato de Stalin, fueron mandados a los gulag a relajarse, muchas regresaron luego a sus casas. Jo, qué guay. Que por lo visto, aquello eran spas, balnerarios con apenas unas goteras aquí, unas torturas allá y lo demás, sucia propaganda yanki.
Creo que al final siempre hablo (escribo) de lo mismo. Puede que todos lo hagamos, nos demos cuenta o no. Y si no lo hacemos quizá sea por miedo; a aburrir, a perder amigos (seguidores, follows, likes). En próximas ediciones, si no me cierran el chiringuito por quejica, tardón o sospechoso de ser votante de Ciudadanos, hablaré de otra rama de beliebers: la que habita en algunos sectores del feminismo y el colectivo lgbti. Que Cthulhu me coja confesado.
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