Ascensión Moya, manos de bordadora movidas por el corazón
Fuerterreña convencida y mujer solidaria, goza del aprecio de su pueblo y se deshace en ofrendas a la Virgen de la Cabeza, su principal devoción
"Nosotros vivimos por la familia y por la Virgen de la Cabeza, somos muy devotos, yo de todos los santos. Mi marido, cuando vamos a acostarnos, me dice 'nena, si aquí hay más santos que en la iglesia', y yo le digo que esos son los que nos están cuidando. Hace dos años me tuvieron que operar de un tumor, me quitaron cinco órganos, que se dice muy pronto, porque alguna función estarían haciendo.... Yo creo que si estoy bien ha sido por la Virgen de la Cabeza".
En estas apenas cinco líneas resume Ascensión Moya Ramírez (Fuerte del Rey, 1945) sus principales querencias: su esposo, hijos y nietas; su pueblo; su fe inquebrantable y, sobre todo, su devoción capital: la Morenita fuerterreña.
Su historia es sencilla y, excepto los quince meses que pasó en tierras catalanas de pequeña (cuando sus padres probaron suerte en aquellas latitudes), se desarrolla siempre con su patria chica como telón de fondo, como geografía física y sentimental.
Gente del campo, la propia Ascensión supo muy pronto, con solo nueve años de edad, lo que era sudar y pasar fríos a pie de árbol, las fatigas de la aceituna. Pero sus manos no estaban destinadas para eso, ni mucho menos:
"Fui poco tiempo a la escuela, pero después fui a una de pago, con un maestro sin carrera (que antes le decían maestro amigo), en su casa; el hombre estaba inválido y enseñaba a niños y niñas, me enseñó lo más preciso; luego, por correspondencia, hice un curso de costura, de corte y confección".
Un oficio que entró en casa de la mano de su madre para terminar convirtiéndose en mucho más que una profesión, vaya que sí:
"Era lo que se llevaba, otra cosa no habia. Mi madre me aconsejaba que aprendiera eso, ella era recovera, compraba huevos a cambio de telas, calcetines, medias... Iba a Jaén, compraba retales y cuando venía decía 'esto tenemos que gastarlo, hacer un mandil, un pañuelo, una talega... Todo eso lo cosía yo, mi madre fue la que me aficionó a la costura, aparte de que a mí me gustaba mucho", recuerda Ascensión.
Dieciséis años, con sus días, sus tardes y sus noches, pasó trabajando "en una fábrica de Torredelcampo": "Era una fábrica de confección, mayormente de bordados y diseños. Yo les hacía muchos diseños; venía la diseñadora cuando iba a empezar la campaña y le hacía muestras, y como la diseñadora les costaba bastante, me enseñaban fotos de escaparates de París y de muchos sitios y yo misma lo diseñaba todo, ropa de niño principalmente, muy maja", explica.
Años y años de experiencia que hicieron de sus manos dos maestras de la aguja que en cuanto tuvieron un buen motivo, demostraron de lo que eran capaces:
"Le hice un manto a la Virgen de la Cabeza; nunca había yo hecho uno, pero me salió bastante bien y se lo regalamos". ¿No dice el Libro de los Corintios que Dios no elige a los capacitados, sino que capacita a los que elige? La cuestión es que ahí está su manto, descendiendo desde la corona de La Morenita fuerterreña cada procesión, y ella, Ascensión, la mar de feliz cuando lo ve arropando a la Señora:
"Es de terciopelo, bordado en oro. Cuando lo veo en la Virgen, yo es que no la veo, nada más que llorando de la emoción. Ni yo misma me creo que eso lo haya podido hacer yo". La buena costurera, que cose bien de cualquier manera, o eso dice un refrán. Ah, por cierto, que ya tiene otro en mente, para regalárselo a la Virgen. O lo que es lo mismo, que sus manos, directamente movidas por el corazón, no paran.
Y con toda la empatía del mundo, que tanto amor a la 'aceituna bendita' no la ensimisman, ni muchísimo menos: "Cuando tuve el tumor, dije: 'si salgo de esta, voy a hacer un cuadro bordado, al mismo estilo del manto, y lo voy a rifar para la asociación del cáncer". Dicho y hecho, bovinas de solidaridad.
"Ascensión es una vecina muy querida en Fuerte del Rey, y probablemente represente a la perfección a una generación que todavía, por suerte, tenemos con nosotros; una generación también de hombres, pero sobre todo de mujeres que vivían en un entorno rural y, por desgracia, con muy pocas posibilidades, en un entorno duro donde había que trabajar mucho para simplemente subsistir", la describe Manuel Melguizo, alcalde del municipio. Y apostilla:
"Una persona con un talento especial, que no ha podido ocultar y que si hubiera nacido en otra época, su vida hubiera ido por unos derroteros muy distintos. Es una buena vecina, muy apreciada por Fuerte del Rey en general, que además de su vida de trabajo, tan recurrente en nuestros pueblos, tiene ese talento que le ha hecho, ya de mayor, embarcarse en unos retos que a priori pudieran parecer bastante difíciles pero que todos los ha llevado a buen puerto", celebra el máximo responsable municipal.
Lo tiene todo: a sus hijos y nietas cerca y a su marido al lado, salud tras el trance de un profundo bache, capacidad de compartir y la plenitud de quien se siente completamente colmada viviendo en la tierra de sus ancestros. Todo ello, junto con esa "medicina para su espíritu" que es bordar, coser casi siempre con intenciones benéficas..., hacen de Ascensión Moya Ramírez un referente popular en Fuerte del Rey. Ese pueblo que, dice, "es el más bonico de todos".
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