Chachiamor/Amor Bukowski
Está de moda escribir sobre el amor romántico. No sobre el amor durante el Romanticismo —lo de “poesía eres tú” ya ha pasado de verso certero becqueriano a estatus de Whatsapp cani—, sino sobre el concepto de amor romántico en sí. Los psicólogos hacen una lista de las 36 preguntas que harán que te enamores, las antropólogas publican estudios científicos que comparan estar enamorado con consumir cocaína, las sociólogas explican que nos duele que se acabe el amor por cómo nos han contado la historieta de la división de géneros.
Los filósofos llevan ya unos cuantos siglos pensando qué será esto del amor. Platón explicaba el amor con un mito que puso en boca del comediógrafo Aristófanes, según el cual al principio de los tiempos todos los seres humanos estaban en realidad compuesto por dos en uno: dos hombres, dos mujeres o un hombre y una mujer (Platón se habría partido de risa viendo las “manifestaciones por la familia”, pero eso es un tema para otro día). Zeus, al que de siempre se le ha conocido temperamento corto y envidiosillo, pensó que los humanos eran demasiado felices y se les estaba subiendo a la cabeza, así que una tarde que no tenía mucho que hacer mandó un rayo a la tierra. Los felices dos-en-uno quedaron divididos, y condenados para siempre a buscar a su otra mitad para poder estar completos. Y ahí, en la Atenas del siglo V a.C., nace el mito de la media naranja. Luego llegaron Tristán e Isolda para crear un mito sobre el mito: no solo hay que buscar a otro para estar completo, sino que el amor en sí es lo que mueve el mundo, y nada importa más que el amor; que se lo digan a nuestros amantes de Teruel.
Después vinieron Austen y Gala, Espronceda y Neruda, y mucho después vinieron Hollywood y Paulo Coelho hasta llegar a la era Instagram, #tequierochurri #poesiaerestu. Y nos acabamos inventando el chachiamor: relaciones en las que todo el mundo sonríe siempre, se hace tatuajes complementarios y suspira todas las mañanas de felicidad y deseo. El chachiamor es empalagoso y tiene su máxima expresión en pósters con tipografía cutre y neceseres de Mister Wonderful.
Toda corriente tiene su opuesto, y lo contrario del chachiamor es el amor Bukowski, que tenemos que agradecer al susodicho y a Houllebeq. Las relaciones son tormentosas y sus protagonistas están envueltos en una narrativa existencialista en la que todo está corrupto y destinado al fracaso o a victorias pírricas, en las que ambas partes se preguntan por qué han acabado aquí. Si el chachiamor daba ganas de vomitar por exceso de azúcar, en el amor Bukowski te desayunas todas las mañanas una taza de petróleo.
Ni Neruda ni Houllebecq tienen la culpa: ellos cuentan historias, no crean paradigmas, porque para eso está la ciencia y la filosofía. La ciencia, para contarnos qué pasa en nuestro cerebro (porque parte del amor es biológico) y qué pasa a nuestro alrededor (porque parte del amor es sociológico). La filosofía, para construir puentes y rellenar huecos entre los dos. En esta columna espero poder ir desgranando estos paradigmas, los puentes y los huecos de esto que ahora llamamos amor romántico, y que por estos lares se conoce como las cosas del querer.
Por Pilar López-Cantero, filósofa especializada en ética y emociones
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