"El coronavirus no va derecho a un camino sin salida"
"La poesía tiene que ser un contagio benéfico, un antídoto para el contagio maligno, a ver si contrarresta este desastre". Con esas palabras terminaba su entrevista con Lacontradejaén el novelista ubetense Salvador Compán hace mes y medio. Vino desde Córdoba y Linares a su ciudad natal, a presentar su último libro, con el que debutó en el género lírico, y junto con la decepción de no poder compartir esos versos con sus paisanos, él y su esposa se llevaron al flamenquísimo y legendario rincón de Sevilla donde residen otro contagio: el del Covid-19. Superado el trance, el escritor comparte con los lectores de este periódico lo que sintió entre las garras del coronavirus.
—¿Cuándo, cómo cree que se contagiaron usted y su esposa, Salvador?
—Días antes de decretarse el confinamiento presentamos mi último libro, Corazón sin sueño, en Córdoba y en Linares; el 13 de marzo se presentaba en Úbeda, pero ya empezaba a haber noticias sobre la epidemia y se suspendió ese acto, así que nos vinimos para Sevilla derechos a casa. Estábamos confinados antes del decreto de alarma, pero ya traíamos el virus.
—¿Qué síntomas sufrían usted y su esposa?
—Fiebre, fiebre, tanto yo como María José, que también presentaba tos y dolor de cabeza. Así estuvimos ocho o diez días. Hacíamos lo que decían las prescripciones para todo el país: quedarse en casa, no ir al hospital, tratarse con Paracetamol, pero aquel pico no se rompía y la fiebre llegaba hasta los 38.5, con visiones, una fiebre virulenta, tremenda, una fiebre nueva, yo no tenía experiencia de una fiebre así. Entonces tuve que ir al hospital, quería que me combatieran la causa, no el efecto. Me dieron antibióticos tras hacerme radiografías, al principio el médico no lo vio.
—Pero la fiebre no bajaba...
—Tenía que haber bajado, al combatir la causa con antibióticos, pero no lo hacía. Fui, al día siguiente, a hacerme nuevas placas y me hicieron las pruebas: "Tienes corona", me dijeron. María José, a los tres días, fue y también la internaron.
—¿Ha sido muy agresivo el coronavirus con ustedes?
—No hemos llegado a tener dificultades respiratorias ni hemos estado en la UCI, lo peor ha sido la fiebre y el dolor de cabeza.
—¿Una vez ingresados, qué tal la experiencia en el hospital?
—Aquello era un poco sórdido, no eres un ingresado en un hospital, sino alguien temible; los enfermeros y los médicos ya saben que tienes el corona y que eres un agente contagiante. Lo que pasa es que como estás idiotizado con la fiebre, tienes una sensación de desprendimiento, todo te da igual.
—¿Veía las noticias sobre la pandemia en el centro hospitalario?
—He tardado mucho en ver las noticias, ahora sí las veo. Hay tanta información y contrainformación, bulos de gente infame en las redes, que utiliza esto como propaganda partidista. Está saliendo lo mejor de la gente en esta crisis, y también lo peor.
—¿Llegó a temer por su vida o por la de su mujer en algún momento?
—No, no lo viví así, las noticias que yo tenía es que el coronavirus era como una gripe un poco dura y que había un diez por ciento que tenía que entrar en UCI y un cinco por ciento de fallecimientos. De todas maneras lo vives todo con la irrealidad que te da la fiebre, a ti no te importa nada, estás flotando, te da igual morirte, los conceptos no tienen valor ninguno, ni la muerte ni la literatura, todo lo ves con una lejanía absoluta, ese mundo acotado de la fiebre te impide percibir la realidad, lo único que quieres es aislarte y descansar. Pero no lo viví como tragedia, más bien como desprendimiento, un corte con lo cotidiano, con las percepciones que tenemos siempre de la realidad, flotando en una especie de burbuja, en un terreno de nadie que es la cama del hospital.
—¿Cuándo empezó a ver la luz al final del túnel?
—Enseguida me sentí mejor, el protocolo de medicamentos (que ahora dicen que está equivocado) empezó a bajarme la fiebre el primer o el segundo día. La mejoría fue inmensa, llevaba diez o doce días de fiebre y eso era desesperante. El hospital fue estupendo, la medicación resultó efectiva y fue la puerta de salida, yo lo vi enseguida, en cuanto la fiebre fue bajando. Ya no volví a tener.
—¿Pudo mantener comunicación constante con su esposa mientras permanecieron ingresados?
—Estábamos todo el día hablando por teléfono, continuamente.
—Eso ayuda, ¿no?
—Sí, eso es estupendo. El problema de la gente que está aislada y cuyo cuerpo, biológicamente, no responde puede hacer que se deslice hacia ese bucle de aislamiento, que te hagas otro, que no tengas nada que ver con la vida. Entonces, la comunicación te pone un poco los pies en la tierra, te hace volver a saber quién eres y dónde estás. Eso es muy importante para tu propia identidad.
—Una vez superados los peores momentos y de vuelta a casa, reencontrarse con su biblioteca debió de ser para grabarlo...
—Sí, en el hospital apenas leía; cuando apenas tenía fiebre estaba tan batido por ella que no podía hacerlo, como mucho ver alguna película, pero nunca nada relacionado con el coronavirus. ¡En mi vida he visto yo tantos programas frívolos como en el hospital! En realidad ni siquiera los veía, estaban como de fondo, te entretenían. Cuando mejoré empecé a leer. Luego, al volver a casa, me reencontré con todas las posibilidades que te da tu biblioteca: lecturas variadas, esas sensación de que cada libro es una ventana a la que te puedes asomar, de que están aquí mis libros... Me han arropado siempre, y ahora quizás un poco más. Es una de las constantes en mi vida y te falta en un aislamiento hospitalario, lo echas de menos.
—¿Y la escritura? ¿Ha vuelto a coger la pluma o a sentarse ante el teclado desde que recibió el alta?
—He escrito alguna cosilla para hacer manos, algo que le debía a un amigo... cosas así, la vida normal.
—¿Prosa o poesía? ¿Qué género le viene mejor para, de alguna manera, reflejar lo que ha vivido estos días y lo que continúa viviendo en casa, en pleno aislamiento?
—La prosa, la novela, tiene que estar basada en una historia, no en una visión ni en una imagen. La belleza de ahora de los árboles, que acaba de llover y les da el sol por ejemplo, es más inspiradora en general hacia la poesía. Tampoco tengo yo la poesía como una imagen ni como expresar lo bonito, sino que se trata de ir hacia la idea que te pueda abrir lo que hay bajo la imagen. Tanto la novela como la poesía tienen que ir más allá de la superficie de las cosas, si no pobres poesías y pobres novelas.
—La cultura se ha convertido en un refugio constante para la gente desde que empezó la cuarentena. ¿Cree que cuando todo esto termine seguirá pasando lo mismo?
—Yo leo en un vídeo, desde once días antes de entrar en el hospital, un fragmento de poesía diario, como un flash, y eso te lo agradece mucho la gente. Lo retomé al volver y lo sigo haciendo. "Qué bien que nos regales esto, la visión de este poema que no conocía", me dicen. Hay mucha gente que está leyendo poesía y novela, eso quiere decir que la cultura es nuestra, que está a mano, pero que ahora, en momentos de aislamiento, toma primer plano, se hace mucho más necesaria, se lee mucho más. Aunque sirviera solo para eso el confinamiento, para elevar el nivel cultural del país, no sería malo.
—Parece que el horizonte inmediato para el sector cultural es muy negro...
—Esto ha sido nefasto. Una exposición que tiene que cerrar, las pequeñas librerías y editoriales... ¿van a resistir? Para los autónomos de la cultura es un palo tremendo, como para cualquier otro autónomo, pero la cultura siempre ha sido muy frágil, dependiente de subvenciones institucionales. Van a caer muchas cosas, espero que no haya un fenómeno de rebote en plan globalización, de oligopolio de grandes empresas que terminen laminando a esos autónomos que resistían, como las librerías de barrio o las pequeñas editoriales, y que no todo sea un poco Amazon, que está chupando gran parte del negocio como un vampiro. Espero que no.
—¿Qué le diría usted a todas esas personas contagiadas que viven la enfermedad con inquietud?
—Es muy difícil decirle nada a nadie, es una experiencia personal y cada uno la vive de una manera. Se me ocurre decirles, eso sí, que el coronavirus no va derecho a un camino sin salida, yo y mi mujer somos la prueba, y solo somos un mínimo de las estadísticas, de las altas que se están dando. Es una enfermedad que se vence y mayoritariamente la vamos a vencer entre todos. No es un mensaje de esperanza, es real, y yo lo he experimentado.
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