Lo que el ojo no ve
Aceite que no pasa el arco de seguridad, el férreo control a los periodistas, un teatro con todas las letras o el grito de "viva el vino": Lo que el ojo no vio de la visita de su Majestad a Jaén
—El Rey ya está aquí, está abajo.
—Le tendrán un sillón cómodo para sentarse a esperar.
La visita del Rey Felipe VI siempre está rodeada de conjeturas, rumores, chascarrillos, recuerdos, y, sobre todo, un sinfín de detalles que el ojo no ve. Con un mejor castellano que Michael Robinson, el día después de la clausura del Congreso de Jóvenes Agricultores de Asaja es cuando afloran fotos, comentarios y detalles de una visita real a la que Jaén ya se está acostumbrando.
—Hasta dentro de unos meses.
Me despedía así de parte del personal de seguridad de la Casa Real, que como manda el protocolo, hace un placaje férreo a los medios de comunicación indicándoles qué pueden hacer y qué no. Es bastante probable que en futuras visitas hayan perfeccionado tanto el procedimiento que indiquen a los cámaras el balance de blancos y a los fotógrafos cuándo disparar. De momento, han entrado en la era moderna y han dejado a un lado la lista de acreditaciones en papel y la pegatina en el pecho para los periodistas. Van con el móvil, aunque la lista sea tan larga que no encuentren a algún compañero. Llegará el día que lo utilicen de pulsera al más puro estilo Luis García Millán y dispongan de un proceso digitalizado de la mano de Sol Galaxy.
Hasta dentro de unos meses les decía, porque a Su Majestad le gusta Jaén y en apenas dos años ya la ha visitado tres veces. Lo hizo en la inauguración del Museo Íbero y trajo lluvia. Fue a Bailén, acompañado de la Reina, con motivo del 210 aniversario de la batalla, y ahora ha regresado a ese teatro cuya placa descubrió cuando era Príncipe bajo una manta de agua, que es la que se predice que va a caer en las próximas horas. El Rey trae el agua, además del helicóptero y un coche sin matrícula. En las ventanas y tras las rejas, como unas monjas de clausura, trabajadores del Albergue y de los edificios aledaños al Teatro Infanta Leonor tuvieron asiento de primera fila para ver a Su Majestad, que paseó sin que nadie tuviera que darse codazos. Porque la asistencia de público no fue tan multitudinaria como en otras ocasiones.
En un rincón, con el arco de seguridad desmontado, se quedó la garrafa de aceite de cinco litros "confiscada" por seguridad y que nadie sabía de quién era. Más suerte corrieron los Jaén Selección 2019, que pasaron los controles de seguridad sin problema, lo mismo que los trabajadores de Casa Herminia, que no escaparon a la lista de "autorizaciones" de la Casa Real en pro de la seguridad.
Degustaron el aceite, por supuesto, y seguro que disfrutaron con las tortas de Inés Rosales. Lo harían con cerveza o con el vino que un joven agricultor vitoreó al calor de Viva España y Viva el Rey cuando Felipe VI subió al escenario. Se dejó llevar por la emoción y entonó un viva el vino. Los que no le siguieron fuimos los periodistas, cámaras, técnicos y demás personal vinculado a un medio de comunicación que, como manda la seguridad, nos desplazaron a una terraza para no captar imágenes ni importunar con preguntas ni flashes mientras los demás disfrutan del cóctel. Como si los móviles del resto no molestaran...
A buen seguro que más de uno se llevó la etiqueta de recuerdo. Esa que indica dónde va cada cual en la foto de familia con una misteriosa desaparición. "El Rey no tiene etiqueta". El Rey no necesita etiqueta, porque es como la San Miguel, allí donde va, triunfa. Aunque mejor tendría que decir como El Alcázar, porque allí donde va, se ha agotado.
Hasta aquí lo que el ojo no ve de una visita aliñada con albóndigas de ibérico con almendras y alcachofas de Congana. De unas admiradoras férreas llegadas desde Torredelcampo que ya estaban colocadas en el sitio a las siete de la mañana. Que vuelva Su Majestad, que vuelva, que así disfrutaremos de un Teatro Infanta Leonor con todas sus letras y sin pintadas.
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