Katy Gómez vincula la tribu Mundari de Sudán del Sur con Jaén

"La fotografía es un lenguaje universal que conecta mundos alejados", celebra la ubetense tras ganar el XIII Certamen de Fotografía Solidaria de Diputación
La fotógrafa Kay Gómez ha ganado el XIII Certamen de Fotografía Solidaria de la Diputación con el trabajo Ecosistema Mundari, que muestra la vida diaria de una tribu de Sudán del Sur, dedicada íntegramente a la ganadería y al pastoreo trahumante.
Para la comunidad africana, las vacas de raza Ankole-Watusi son el principal sustento económico y espiritual, cuestión que sobrevuela en las imágenes realizadas por la ubetense. "Recibir este premio en mi tierra tiene un sabor muy especial, es como cerrar un círculo", expresa la fotógrafa en declaraciones a este periódico y también cede un relato sobre la tribu, disponible al término de la información.
"Sales con una cámara al hombre y vuelves con una historia que es reconocida por quienes comparten mis raíces", valora acerca de su trabajo. Además, Gómez admite que le emociona que una historia "tan remota y a la vez tan humano" como la de los ganadores trashumantes Mundari encuentre un vínculo, en forma de reconocimiento, al mar de olivos. "La fotografía es un lenguaje universal y ha hecho puente de unión entre dos mundos tan alejados como Sudán del Sur y Jaén".
El segundo premio, dotado con 900 euros, ha recaído en la serie Morideros de la caridad, presentada por el madrileño Javier Arcenillas, que reúne imágenes tomadas desde el Centro Kalighat de Calcuta.
En este espacio, las Misioneras de la Caridad —congregación religiosa fundada por la Madre Teresa en 1950— acogen y cuidan a enfermos terminales que no están siendo atendidos por el sistema sanitario indio.
El palmarés de esta edición del certamen se completa con las fotografías de la jiennense Aurora Cabezas, quien a través de la serie Más que juguetes: infancia y creatividad muestra el trabajo de los niños y niñas de la etnia Batwa (Burundi), que fabrican sus propios juguetes con distintos materiales de desecho.
A través esta serie, la artista pretende rendir tributo a estos menores, así como llamar a la reflexión para poder construir entre todos un futuro justo y equitativo. Este trabajo ha sido reconocido con el tercer galardón en este certamen dotado con 500 euros.
EL RELATO QUE ACOMPAÑA A LA SERIE TRIUNFADORA
«En Sudán del Sur, el país más joven del mundo y marcado por décadas de conflicto, vive la tribu Mundari, un pueblo de pastores trashumantes y valientes guerreros. Su mundo íntimo y simbiótico gira en torno a su ganado, las majestuosas vacas de raza Ankole-Watusi, en una simbiosis casi mística, que refleja un grado de intimidad único entre humanos y animales y donde el concepto de One Health cobra especial relevancia.
Los Mundari viven al ritmo de sus vacas, en una armonía casi ritual con la naturaleza. Desde el amanecer, los cuerpos de los pastores y sus animales se funden en una danza de siluetas entre el polvo y la luz dorada, cuidándolos con un afecto que va más allá de lo material.
Sus manos recorren los lomos de sus vacas con la ternura de quien cuida a un ser querido. No hay miedo ni imposición, solo respeto. Su ganado, no solo representa riqueza, sino el corazón de su identidad, su prestigio social y su conexión espiritual.
Su existencia es nómada, siempre en busca de los mejores pastos y agua para su ganado. Para ellos, el hogar no es un lugar fijo, sino la presencia de su rebaño y el vasto horizonte que los acoge.
La vida en los campamentos bulle al amanecer. Mujeres y niños recogen el estiércol fresco y lo esparcen en los límites del campamento para secarlo y usarlo como combustible. Más allá de su utilidad, esta práctica ancestral también protege la salud de la comunidad, reduciendo la transmisión de enfermedades parasitarias y la malaria, endémica en la región.
Al caer la noche, los Mundari encienden fogatas con el estiércol seco, y el humo envuelve el campamento en un manto protector contra los mosquitos. Sus cuerpos, iluminados por el resplandor de las llamas y cubiertos de cenizas, parecen esculturas vivas bajo el cielo africano. No hay techos ni muros, solo estrellas y la certeza de que, mientras las vacas estén, su mundo seguirá de pie como parte de su sustento material y de su esencia espiritual.»
Únete a nuestro boletín