Entre la Cosa y la No Cosa
O de cómo lo digital influye en el desarrollo educativo
Nunca me había sentido tan inclinado hacia la escritura como en estos últimos tiempos. Siempre he sido un devorador de libros, un amante del papel y del lápiz. Leer y subrayar ha sido, hasta hace bien poco, mi única forma de liberación. Evidentemente, pertenezco a una generación protodigital, a una época donde las nuevas tecnologías aún no eran hegemónicas, ni las concebíamos como indispensables en el desarrollo de nuestras vidas.
¡Cómo han cambiado las cosas!
Hoy, los dispositivos digitales se han generalizado, su uso no es sólo frecuente, es omnipresente en todos los ámbitos de la sociedad. Hemos pasado de la tiza cuadrada a la pantalla digital, de la diapositiva a la realidad aumentada, de la cabina telefónica al 5G. El cambio ha sido radical y ha arrojado luz en muchos ámbitos de nuestras vidas, pero también, alguna que otra sombra.
El historiador británico Peter Burke identificaba recientemente nuestra época como un período marcado por una revolución, la digital. Y es que los cambios acaecidos a lo largo de todo este siglo XXI, denotan una transformación de tal calado que puede, incluso, compararse con períodos trascendentales de nuestra historia, como la revolución neolítica o la revolución industrial.
Internet ha pasado de ser una herramienta laboral a convertirse en una herramienta vital influyendo de una forma drástica y determinante en nuestras vidas. En la red están nuestras fotografías, vídeos, gustos, contactos o mensajes. Un sinfín de información que gratuita y ciegamente cedemos, muchas veces sin ser conscientes, sin saber para quién ni para qué. La inmediatez de nuestras vidas, esa vorágine vertiginosa en la que estamos inmersos, y el devenir de una acelerada existencia nos exigen “aceptar”. No importan las condiciones, todo lo necesitamos ya.
El ser humano actual ya no es un amante del papel y del lápiz. Es más bien, un amante de la inmediatez. Un galán de lo abstracto y un apasionado de la apariencia. Profesamos una exacerbada inclinación hacia la cesión de la propiedad de nuestro ser, sin que éste, en muchas ocasiones, sea fiel a nuestra propia esencia. En definitiva, caminamos hacia un planteamiento de vida determinado por aquello que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han denomina las no cosas.
Las no cosas nos llevan hacia la desmaterialización. Definen un camino en el que la nostalgia por lo físico, por lo tangible, va desapareciendo. Es, sin duda, un proceso de desapego, de desvinculación con lo que hasta ahora ha servido de elemento articulador de nuestra infancia, de nuestras primeras etapas educativas. En definitiva, un abandono de esa relación de la cosa y la mano que tan importante es en las primeras etapas del desarrollo cognitivo.
Las pantallas forman parte ya de los inicios de formación de los niños y modifican negativamente las características de las fases del desarrollo. Esto es así, hasta tal punto que los principales gurús de la tecnología ya educan a sus hijos siguiendo procedimientos analógicos. Se han dado cuenta que el proceso que estamos, mayoritariamente implementado, carece de lógica. En palabras coloquiales, es como si estuviésemos empezando la casa por el tejado.
La relación infante-objeto ha sido reemplazada por la de infante-smartphone. O lo que es lo mismo, ha triunfado la imposición del contenido abstracto y digital sobre lo tangible y real. Las pautas educativas basadas en esta realidad modifican las formas de relación entre el niño y el mundo que lo rodea. Pensemos que les estamos dirigiendo prematuramente hacia un proceso de inmersión digital, descartando el necesario y previo proceso analógico. Sin completar satisfactoriamente las etapas que el propio Jean Piaget, padre del constructivismo, definía. Es más, estamos modificando su conducta partiendo de una sustitución paulatina de lo que, el psicoanalista Donald Winnicott identificaba como el objeto de transición.
El objeto de transición es la cosa que permite el paso seguro a la realidad, a lo tangible. Son esos primeros entes del mundo que aportan certeza y confianza. Su sustitución por objetos de reproducción digital reprimen la imaginación, inundándolos de estímulos a partir de una evidente sobrecarga sensorial que fragmenta la atención y desestabiliza la psique.
La comunidad educativa ha de ser consciente y conocedora de que, particularmente a edades tempranas, el uso excesivo e ilimitado de lo digital no contribuye de manera alguna al correcto desarrollo de sus hijos e hijas. Las familias han de ser conscientes y consecuentes con esta realidad. Un bebé de escasos meses de vida no necesita, bajo ningún concepto, un sistema de reproducción audiovisual mientras su progenitor lo pasea en su carro por las calles de nuestra ciudad. Hemos de ser coherentes. La educación empieza en nuestras casas, pero siempre será un asunto colectivo.
Gerardo López Vázquez es profesor e historiador en el IPEP de Jaén
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