'El agua': naturalista o costumbrista
La película prescinde de cualquier elemento efectista en el guion y la puesta en escena en aras de una lírica que remite al realismo mágico
Hay una fina línea entre el naturalismo y el costumbrismo, entre captar la los momentos más esenciales de nuestras vidas sin engolar la voz o simplemente adoptar una postura contemplativa esperando a que las vivencias más o menos importantes que conforman nuestra existencia se manifiesten. La ópera prima de Elena López Riera fluctúa este estrecho margen; El agua está repleta de momentos de vívida narrativa plagada de veracidad, sin embargo, también contiene secuencias donde más que ocurrir cosas, se espera a que ocurran.
La acción del filme se localiza en Orihuela, aunque bien podría ser cualquier espacio geográfico conocido. El tema, la adolescencia y sus vaivenes. La irreconciliable pretensión de forjar un camino propio y exclusivo a la vez que nos reconciliamos con tradición familiar y su problemática.
Aunque la película se centre en un personaje —que magistralmente interpreta Luna Pamiés—, alrededor de su arco se mueven otras muchas figuras que pueblan un espacio tan etéreo como real; Bárbara Lennie o Alberto Olmo son paradigma de un reparto coral cuyas actuaciones, en varias ocasiones, son capaces de suscitar la cuestión de si estamos ante una representación artística o ante personas cuyas vidas han sido transmutadas en cine. Sí, así de realista y naturalista se vuelve el asunto en más de una ocasión.
La película prescinde de cualquier elemento efectista en el guion y la puesta en escena haciendo brotar una lírica que remite al realismo mágico; se eliminan las escenas recargadas de música o de sentencias marmóreas para poner el foco en ese intangible, esa realidad imposible de verbalizar o escribir que sólo se materializa si se la escucha sin forzarla a hablar.
Lástima que en otras ocasiones, de tanto dejar respirar el plano, se produce un exceso de oxígeno que puede acabar saturando al espectador. Y después, como en toda obra impregnada de realismo mágico que se precie, no puede faltar la carga simbólica; el agua como elemento preternatural capaz de reflejar machismos atávicos, existencias cuya rutina asfixia o un sino cuestionable. El título de la película contiene una carga polisémica que se desarrolla con certeza en todo el metraje sin necesidad de piruetas estéticas.
La cinta es pura sugerencia cuyo significado permanece incompleto al salir de la sala; muchos planos se resisten a escapar de la falible memoria por su composición pictórica, por su eterna fugacidad; la directora es capaz de plasmar instantes indelebles, imágenes que sin necesidad de integrar personas rezuman de puro humanismo. Admirable.
Lástima que en su vocación contracultural, la cineasta haya optado por dilatar la intrascendencia de ciertos planos hasta fosilizarlos en eso, en intrascendentes. Lástima que haya huido de un montaje efectista para caer con asiduidad en otro artificio: la impostura de ir a contracorriente en cada fragmento, en cada fotograma. En definitiva, un debut con más virtudes que defectos, en perpetua lucha encarnizada entre el mejor naturalismo y el peor costumbrismo.
FICHA TÉCNICA
Título original: El agua
Año: 2022
Duración: 104 minutos
Directora: Elena López Riera
Nota en IMDB: 6,1
Nota en FilmAffinity: 6,1
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