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El coleccionista

Por Bernardo Munuera Montero - Septiembre 10, 2018
El coleccionista

Una manera distinta de escribir sobre un libro sería, por ejemplo, levantarse y gritar como hacen los manifestantes:

Learn to tell both sides of the story!

Learn to tell both sides of the story!

Learn to tell both sides of the story!

(Otra vez) y (bis).

Me propuse leer El coleccionista, de John Fowles, en la primera semana de agosto, durante las vacaciones. Era un libro para vacaciones. Acerté. Chapeau! Lo editó Sexto Piso y lo tradujo Andrés Barba. Nadie me había hablado de él hasta hace dos meses. El coleccionista es un libro que, a sueldo en una empresa periodística, literaria y editorial multinacional, se podría relacionar con La Bella y la Bestia, Lolita y Loïe del cielo, que es un cuento mágico de Jodorowsky, donde se nos cuenta cómo sobrevive una joven maquillando cadáveres; cadáveres sociales, como el personaje que rapta a Miranda, estudiante de arte, borracha de vida y belleza, protagonista tantomontada de la historia de Fowles. Qué Calibán fue Ferdinand, qué ignorante y sobre todo, qué estúpido.

“¡Cómo odio la ignorancia! La ignorancia de Calibán, la mía propia, la del mundo entero. Yo podría aprender, aprender, aprender. Tengo tantas ganas de aprender que casi necesito gritarlo!”

Lee El coleccionista.

En El coleccionista Fowles demuestra su autoridad así: “yo soy escritor”. Se configura en juez de las cosas que suceden dentro de la novela con tal cordura y humanidad que lleva a la ficción al mismo lugar que la realidad, y la abandona dentro de su cara más amarga y displicente. Cuando cierras el libro te surge, sin inconveniente alguno, la pregunta: ¿darás alguna vez en tu vida con un tipo capaz de razonar y vivir bajo los mismos parámetros -horrorosos, egoístas, patéticos, cabeciduros- que los del protagonista?

El protagonista es y debió ser un cabezorro. No he visto la película de 1965 dirigida por William Wyler pero la veré pronto. Comprobaré lo cabezorro que fue. Me acercaré al desnudo completo de su conciencia. Lo quiero juzgar despacito, determinando en qué fase terminal se encuentra el enfermo social; desovillaré, con las imágenes prestadas por Terence Stamp y Samantha Eggar, lo emporcada que estaba su mente.

Como “hijo” de Mazinger Z esperaba otro final y sí, lo reconozco, me acaricié la nuez con los dedos porque sentí cierta turbación cuando leí la última página. Cerré el libro asombrado y miré de reojo a mi sombra.

Termino con una pregunta de Horacio:

“Quid brevi fortes jaculamur aevo multa? ¿Por qué en una vida tan corta pretendemos audazmente tantos proyectos?”

Haz como el protagonista de El coleccionista, que una vez millonario -todo hay que decirlo-, se dedicó a cazar, observar y gozar de una mariposa durante toda la vida, durante toda la historia. Recuerda, hazte un favor, cambia de especie de mariposa.

Blumm escribe con frecuencia sobre libros en blumm.blog

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