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"Al morir mi padre, la naturaleza se impuso en mi pintura"

Por Javier Cano - Octubre 05, 2024
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"Al morir mi padre, la naturaleza se impuso en mi pintura"
El pintor Alvar Haro expone en la Galería Renace de Baeza desde hoy sábado. Foto: Galería Renace Baeza.

La primera vez que el pintor Alvar Haro (París, 1964) visitó la provincia de Jaén tenía apenas once años; volvió rozando el medio siglo de vida para recoger el Premio Zabaleta, en cuyo museo expuso en 2016. Afincado en Madrid desde su infancia, hoy regresa al mar de olivos para inaugurar, en la Galería Renace de Baeza, su Rapsodia azul. Una muestra con mucha alma que convierte en palabra, este sábado, para los lectores de Lacontradejaén.

—Hace justo un siglo que Gershwin creó su icónica Rhapsody in blue. Con el título de su exposición, Rapsodia azul, está claro que trae usted a Baeza un homenaje a la célebre partitura del compositor de Brooklyn...

—No sabía que fuera el centenario de esa obra.

—¿De verdad que no? Este periódico se lo revelado, señor Haro, no diga que no. 

—Me ha gustado siempre Gershwin muchísimo, pero no lo sabía. Sí tengo en cuenta a Gershwin, aunque esta exposición no hace referencia a nada suyo, pero sí a la cuestión musical. 

—¿Cómo se evidencia ese influjo de la música en la muestra que inaugura hoy mismo en la Galería Renace de Baeza?

—La rapsodia es una pieza que se crea en el Romanticismo, se compone de diferentes partes temáticas sin relación entre ellas; la RAE la define como un poema épico compuesto también de diferentes partes. Y eso es lo que le pasa a mi pintura en este caso: dentro de la unidad del azul (he perseguido una unidad cromática) hay diferentes partes, diferentes puntos de interés en cada cuadro, y en cada uno de ellos se dan diferentes escenas.  

—Antes de abandonar el título de su propuesta: ¿y el azul, por qué esa apuesta por él? No ha optado por un color rompedor, más bien por un clásico de la historia del arte. 

—Yo creo que el que pinta en azul hoy en día no es nada rompedor porque, efectivamente, hay precedentes muy insignes. Mi preferencia por el azul viene, más que nada, por una cuestión muy personal, muy biográfica. 

—En vilo tiene usted a los lectores.

—Yo pintaba mucha figura antes, y cuando me sucede un duelo familiar, en concreto la muerte de mi padre (una persona muy importante para mí, que fue escultor), de pronto se me impuso, sin yo buscarlo, la naturaleza, los bosques, y empiezo a pintar esa serie de Naturalezas. Eso le ha ocurrido a otros artistas, como Constable o el propio David Hockney, que de pronto empezó a pintar por un tema de duelo personal. Desde entonces he seguido pintando bosques, llevo ya quince años pintándolos, con muchos momentos en los que el azul se imponía. Al final, desde hace dos o tres años, me he centrado mucho en investigar el azul y profundizar en él. 

—"Aunque el azul no esté dentro del cuadro, / como un fanal lo envuelve", escribió Rafael Alberti. ¿Ese azul omnipresente suyo, Alvar, es luto entonces, o alivio de luto?

—Es un alivio de las tribulaciones de un alma atormentada: el luto es una palabra que da 'yuyu'. A fin de cuentas, muere mi padre pero me quedo con mi madre, que tiene alzhéimer y la cuido doce años. Digamos que todo ese quebranto emocional se aliviaba pintando la naturaleza y vuelve a mí lo que de siempre me gustó, en este caso y muy intensamente la literatura, en concreto la poesía del Romanticismo. ¿Por qué?

—¿Por qué, señor Haro?

—Creo que la explicación es una conexión de almas atormentadas; para el Romanticismo, la naturaleza es un espejo del alma, si el alma está turbia o doliente la naturaleza está alterada, como le pasa a uno de mis grandes pintores de referencia, Gaspar Friedrich.  

—¿Algo más que añadir sobre el azul?

—Que me parece un color fascinante en la historia del arte no ya por lo que hizo Klein, minimalismo total, sino por la propia historia del pigmento azul: es el más caro junto con el púrpura de las togas de los senadores romanos, y el más difícil de conseguir. Los egipcios lo sacaban de las minas de lapislázuli, y hasta que se inventan en el siglo XIX los índigos industriales y se sacan de plantas, seguía siendo carísimo. Y la Edad Media conecta este color con lo celeste. Es fascinante. 

—Dice usted que la representación artística de la naturaleza lo conecta con su propia alma, ¿y el azul, con qué lo conecta?

—En mi caso, con el mundo de los sueños, lo onírico, y a veces lo imposible. Y en mis cuadros hay mucho de sueños, quizá de visiones oníricas. 

—¿Sus naturalezas bañadas de azules son figurativas, prima la abstracción u opta por una abstracción figurativa? ¿Qué verán quienes se acerquen a Renace Baeza atraídos por las 'notas' de su particular rapsodia? 

—Son figurativas, es decir, se entienden, aunque no están descritas de un modo hiperrealista fotográfico, sino todo lo contrario: es una naturaleza interpretada, pasada por el filtro de mi personalidad. Hay bosques reconocibles, hay árboles también, pero estos últimos meses se abstraen un poco más hacia formas vegetales pero no descriptivas, en ningún caso. Todos esos cuadros, desde hace quince años hasta ahora, están por personas de tamaño pequeño en relación con el tamaño del bosque: en eso sí que me siento fascinado por la pintura flamenca (Patinir, Gerard David...). 

—¿Qué hacen esas personas pequeñas en sus cuadros?

—Están entremezclados entre los troncos que dividen distintos espacios en los que suceden cosas; las personas que se encuentran detrás de los troncos no siempre se ven enteras, sino sesgadas, en escorzo, y el espectador tiene que poner mucho de su parte para saber qué ocurre ahí, si es que ocurre algo. Todo eso convive con los equívocos, que he practicado toda mi vida. 

—Equívocos visuales, claro...

—Parece que ves, pero no es lo que crees que estás viendo. 

—¿Esas personas pequeñas lo representan a usted mismo, acaso en su papel de hombre abrumado ante la grandeza de la Creación (con permiso de la Biblia), o esta sería una lectura demasiado primaria, muy básica?

—A veces me preguntan: "Qué pasa en este cuadro?". Y yo respondo: "No lo sé, explícamelo tú".

—Evoca usted parte de los postulados del Sturm und Drang en su respuesta.

—Es que creo mucho en el azar, en el accidente, como muchos pintores que admiro, de forma que la pintura te lleva adonde no esperabas, es más sabia que tú si te dejas llevar por ella. Conviene escucharla: las manchas, los desvíos del trazo, un goterón de pronto... Es un poco un juego surrealista, que jugaban a encontrar en las manchas los sucesos inesperados que el subconsciente envía. 

—Una suerte de escritura automática aplicada a la pintura. 

—Exacto. 

—Formatos, técnicas visibles en Rapsodia azul, señor Haro. 

—Les llamaría formato mediano, entre cincuenta y sesenta centímetros sobre papel, pinto mucho con técnicas al agua; y un poco más grande sobre lienzo. Uso mucho la témpera sobre papel guasch, que dan un color mate profundísimo, los oscuros son una maravilla, y en concreto el azul ultramar, mágico, maravilloso, que además tiene resonancias viajeras. 

—En esta exposición incluye usted también piezas de su serie Viajes de Bonpland, verdad?

—Esa fue la que inicié con el azul, sí; Bonpland era el médico naturalista que viajaba con Humboldt en las expediciones del siglo XVIII. Me imagino a Bonpland llegando a parajes de naturalezas insólitas, desconocidas, descomunales, muchas veces se le ve atribulado al pobre, tumbado en tierra, echando una siesta porque es lo único que puede hacer, es decir, que también intento introducir algo de humor. 

—Hablando de viajes, esta no es la primera vez que se deja caer por la provincia de Jaén. De hecho, en sus vitrinas guarda usted un premio tan notable como el Zabaleta en su cuadragésima edición, allá por 2011. 

—Sí, me presenté al concurso de Quesada y me dieron el premio. Mi cuadro está en el Museo Zabaleta, allí hice buenos amigos y vuelvo a Quesada de vez en cuando. Luego, en 2016, me propusieron una exposición individual en ese museo, y la hice.

—¿Algún vínculo más con el mar de olivos?

—Como mi padre era escultor, vinimos unas navidades a recorrer la zona porque él estaba interesado en conocer el Museo Zabaleta, que entonces era la propia casa del pintor. Pasamos las noches en Úbeda y Baeza y me fascinaron.

—¿Ilusionado, expectante con esta exposición baezana, entonces?

—Todo eso y mucho más, me parece una tierra preciosa; la gente que yo conozco (no sé si es que he tenido suerte) estoy encantado con ella, y a la Galería Renace los he conocido en las ferias de Madrid, y por amigos artistas comunes. Me llamaron y adelante, decidí exponer en Baeza. Son una gente estupenda, el espacio es muy bonito, tengo muchas ganas.

 Cartel de la exposición.
Cartel de la exposición.

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