El multicine
Todo a la vez en todas partes habla desde la parodia de racismo, homofobia, nuevas masculinidades, problemas de comunicación, empatía e identidades en constante fragmentación
Desde La salida de los obreros de la fábrica, en los albores del cine, el lenguaje audiovisual ha ido perdiendo capacidad sorpresiva; si la primera película de la historia consiguió generar un torrente emocional en los espectadores que asistían ojipláticos ante el surgimiento de un nueva forma de expresión artística, el séptimo arte fue perdiendo su identidad incontenible —recordemos como un simple tren rebasaba el marco de la pantalla en 1895— con el paso del tiempo, ya sea por la dificultad de epatar con un público cada vez más acostumbrados a sus códigos, por la pérdida de libertad expresiva de una industria cada vez más rígida o por la conjunción de ambos factores.
Pero si hay un elemento que une a los hermanos Lumiére con los Daniels, es su concepción del cine: una expresión artística que debe trascender sus orígenes a través de una fórmula compuesta y provocar un impacto continuo en el espectador. Si los Lumieré supieron integrar el movimiento a la fotografía, los directores de Todo a la vez en todas partes logran la proeza de traspasar la pantalla desde la fragmentación cinematográfica formal y genérica y a su vez poseer una sofisticadísima unidad conceptual.
Conviene no entrar mucho en la trama para no desvelar la caótica y genial deriva de la historia. Si acaso podemos decir que una familia china de clase obrera lidia con los problemas típicos de una familia china de clase obrera en Estados Unidos: llegar a fin de mes, el salto cultural, la distancia intergeneracional entre sus miembros, asuntos maritales irresueltos y demás conflictos derivados de lo expuesto anteriormente. La típica película de integración a priori. Falsa alarma, bajo esto pretexto y con un reparto entregado a la causa —es gratificante ver a Jamie Lee Curtis retomando su vertiente más lúdica o a Jonathan Ke Quan superando su trillada imagen— el tándem compuesto por Dan Kwan y Daniel Scheinert —cuyo salto a la fama lo protagonizó la singular pero fallida Swiss Army Man— dan rienda suelta a toda su libérrima concepción artística en plena sintonía con el guion.
Desde la sana autoparodia —no confundir con un distanciamiento cínico— la cinta habla de un sinfín de temas como racismo, homofobia, nuevas masculinidades, problemas de comunicación, empatía y sobre todo identidades en constante fragmentación y reconstrucción, por medio de la absoluta heterodoxia: géneros como la comedia, drama, acción o subgéneros como el Kung-fu o el Slapstick; rasgos formales del cine mudo o la posmodernidad más referencial —Matrix o Ratatouille—; todo ello en perfecta armonía con el contenido de la película.
Se podría pensar que Todo a la vez en todas partes es —sólo— una evasión del máximo refinamiento, que también lo es. Pero hay mucho más, ante todo es un ejercicio de síntesis estilístico y conceptual de la máxima dificultad que a través de una imposible mezcolanza hace brotar una emoción tan improbable como genuina.
Si bien la nueva obra de los Daniels peca de exceso y de una verbalización reiterada, el filme hace honor a su título. Más allá de tener gancho Todo a la vez en todas partes es al mismo tiempo nomenclatura y esencia de una obra que con la excusa del multiverso, preconiza otro incluso más interesante. El multicine.
FICHA TÉCNICA
Título original: Everything Everywhere All at Once
Año: 2022
Duración: 139 minutos
Directores: Dan Kwan, Daniel Scheinert
Nota en IMDB: 8,1
Nota en FilmAffinity: 7
La película está disponible en Movistar Plus con suscripción y Premier Filmin
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