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EL CABALLO (Y OTRAS HISTORIAS) DE MANOLITO RUIZ

EL CABALLO (Y OTRAS HISTORIAS) DE MANOLITO RUIZ

Por Javier Cano - Noviembre 26, 2022
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Cuando se cumplen 75 años de la muerte de Manuel Ruiz Córdoba y en el fin de semana que Jaén sube al Castillo del que fue su propietario durante décadas, Lacontradejaén desvela datos e imágenes completamente inéditos hasta hoy 

Si sobre un personaje local de finales del XIX y la primera mitad del XX recaen increíbles historias reales y desconcertantes leyendas, ese es Manuel Ruiz Córdoba (1877-1947), el popular Manolito Ruiz.  

Un auténtico 'sportman' que se granjeó la simpatía de todos los sectores sociales de su época a fuerza de gracejo y habilidad de trato y cuya existencia (conocida únicamente en una mínima fracción de lo que dio de sí) sigue destilando mitos y verdades a mansalva en este 2022 que acoge la efeméride del setenta y cinco aniversario de su muerte.

Hombre adinerado, tan amigo de los Borbones como de Petrolo (el pintoresco gerente del viejo quiosco de la Plaza de Santa María), se le atribuyen hazañas y gestos a tutiplén que si en algunos casos mantienen algún pizco de parentesco con la verdad, en otros rebosan imaginación, ausencia de la más básica rigurosidad documental o histórica, delirio incluso. 

En el fin de semana que la ciudad celebra a su patrona en el Castillo del que Ruiz Córdoba fue propietario durante décadas, Lacontradejaén desvela datos e imágenes totalmente inéditos hasta hoy que arrojan algo de luz sobre la desconocidísima peripecia vital de una de las figuras más fascinantes de aquí, con especial atención a su perfil más legendario. 

Y lo hace de la mano de familiares o allegados que lo trataron personalmente o recibieron el testimonio directo de boca de sus más cercanos. 

 A la izquierda de la fotografía, junto a su amigo el rey Alfonso XIII, de cacería. Foto: Archivo de Javier Cano (queda totalmente prohibida su reproducción sin el consentimiento expreso de su propietario).
 A la izquierda de la fotografía, junto a su amigo el rey Alfonso XIII, de cacería. Foto: Archivo de Javier Cano (queda totalmente prohibida su reproducción sin el consentimiento expreso de su propietario).

UN GRAN DESCONOCIDO

A falta de esa biografía, negro sobre blanco, que deseche añadidos interesados y emborrice de verdad verdadera muchos de los episodios que se le atribuyen (a favor y en contra), de Manuel Ruiz Córdoba saben muchos jiennenses que vino al mundo en el seno de una familia acomodada. 

No en vano era nieto de Manuel Ruiz Romero, director de la Escuela Normal de Magisterio de la capital hasta su fallecimiento, según confirma la profesora María Isabel Sancho en las páginas de La Escuela Normal de Jaén. Nacido un 17 de agosto de 1877 en la casa 'solariega' de la calle Tiradores (hoy Ruiz Romero), ese inmueble ya perdido todavía suscita palabras de admiración en cuantos tuvieron la suerte de pisarlo en vida del protagonista de este reportaje: 

"Recuerdo que tenía un patio precioso, era una casa con muchas cosas buenas", evoca Felisa Codes Anguita (Martos, 1934), sobrina nieta política de Manolito Ruiz por el vínculo matrimonial de este con la también tuccitana Josefa Codes Masoliver (doña Pepa Codes, fallecida en 1968 y sepultada, con su marido, en el singularísimo panteón familiar del viejo cementerio de San Eufrasio, según recogen los libros municipales de enterramiento). 

En cuanto a sus padres, perdió pronto a su progenitor, el abogado Antonio Ruiz Alcázar; viuda de él su madre, Esperanza Córdoba García, esta se desposaría posteriormente con su cuñado Francisco Ruiz Alcázar, destacado médico que cerró sus ojos para siempre hace prácticamente un siglo, el 17 de noviembre de 1922. 

Se hizo maestro superior de Instrucción Pública, aunque jamás ejerció la docencia; antes bien, dio rienda suelta a su espíritu emprendedor a través del Garaje Victoria, en la antañona Plaza de las Cruces y en la Puerta de Barrera, establecimiento de venta de coches que le reportó pingües beneficios que compaginó con la rentable gestión de su amplio patrimonio rústico.

Fincas como Vega de la Reina, todavía en pie, con sus inconfundibles tejas de color verde, que heredó precisamente de su segundo padre; o Vado Jaén, cerca del castillo del Víboras, que en un gesto de generosidad "regaló finalmente a sus arrendatarios sin ningún tipo de lucro ni beneficio", según relata José Pablo Muñoz de Solano Cardona, uno de sus descendientes.

Suya fue también la aún superviviente (aunque ruinosa) casería de la Esperanza, al pie del cerro de Santa Catalina de la capital, a la que puso el nombre de su madre. O la propia fortaleza jiennense, que adquirió en la primera década del pasado siglo a doña Aurora Peláez, viuda de un hijo del anterior dueño del alcázar, José María de Uribe Funau

Episodio, por cierto, que tira por tierra una de las leyendas más recurrentes en torno a Ruiz Córdoba, aquella que asegura que el castillo llegó a sus manos a través de una apuesta ganada a lomos de un blanco corcel. Paciencia, que queda poco para aclarar este desdibujado capítulo. 

 Séptimo por la derecha, Manuel Ruiz Córdoba ataviado de sportman en el castillo, del que entonces era propietario, en una imagen de los años 20 del pasado siglo. Foto: Archivo de Javier Cano.
Séptimo por la derecha, Manuel Ruiz Córdoba ataviado de sportman en el castillo, del que entonces era propietario, en una imagen de los años 20 del pasado siglo. Foto: Archivo de Javier Cano.

Alcalde de 1913 a 1915 y presidente de la Diputación Provincial del 16 al 17, diputado a Cortes por el Partido Liberal Conservador (no sin polémica de alcance nacional a cuenta de un supuesto 'pucherazo'), Gran Cruz del Mérito Agrícola y de Alfonso XIII, encomiendas de Carlos III y de Beneficiencia, gobernador de La Expiración y de la Santa Capilla de San Andrés..., ni un solo estandarte cofrade faltó a su entierro el 10 de septiembre de 1947.

"Yo vivía con Josefa Codes, prácticamente, en el piso de abajo de la Avenida del Ejército Español [donde acabó sus días la viuda] y me fascinaban todas las historias que ella me contaba, lo ingenioso, lo particular que debía de ser este señor", recuerda Muñoz de Solano Cardona, su bisnieto. 

¡Bisnieto, sí!, porque si desde siempre se ha dado por cierto que el matrimonio no tuvo descendencia, no es menos real que en la primera década del siglo XX los Ruiz Codes adoptaron a la hija de una prima hermana de Ruiz Córdoba, Concepción Fernández Velasco, ecijana que desde entonces y legalmente (como certifican el testimonio de sus sucesores y el acta correspondiente) se convirtió en su heredera universal, si bien mantuvo de por vida sus apellidos originales. 

De la unión de doña Concha con Pablo Muñoz de Solano Llorente nacerían quienes, actualmente y con toda la generosidad del mundo, sirven de impagable fuente de información para este trabajo.  

 Ruiz Córdoba, en los últimos años de su vida, junto a su nieta María Luisa Muñoz de Solano Fernández, camino de la plaza de toros. Foto: Archivo de Javier Cano (queda totalmente prohibida su reproducción sin el consentimiento expreso de su propietario).
Ruiz Córdoba, en los últimos años de su vida, junto a su nieta María Luisa Muñoz de Solano Fernández, camino de la plaza de toros. Foto: Archivo de Javier Cano (queda totalmente prohibida su reproducción sin el consentimiento expreso de su propietario).

EL CABALLO Y OTRAS HISTORIAS Y LEYENDAS

Queda dicho, líneas más arriba, que los datos de primera mano echan por tierra o transforman bastante más de una de esas leyendas que rodean la fascinante figura de Manolito Ruiz.

Verbigracia la de aquel caballo suyo sobre el que (se cuenta) se alzó vencedor de una peculiar apuesta: ganarle al tren Jaén-Espeluy en una carrera 'cuerpo a cuerpo':

"Siempre he oído en mi casa que fue verdad", sentencia Muñoz de Solano; no en balde, conserva en su hogar madrileño la plaquita con los datos del mítico animal en cuestión, cuya victoria sobre las 'nuevas tecnologías del transporte' debió de acontecer en la última década del XIX, si se atiende a que el primer convoy sobre raíles llegó a la ciudad en 1881 (según Manuel López Pérez en Jaén 1881-1981: un siglo de ferrocarril) y, por entonces, Ruiz Córdoba no levantaba un palmo del suelo. 

Concretamente, a 1900 apuntan el propio Muñoz de Solano y la lógica de la práctica taxidermista como el del carrerón de Lucera, que ni era blanca ni macho, sino esa yegua oscura sobre la que Manolito Ruiz hace una virguería en la foto que encabeza este reportaje, en su finca Vega de la Reina: 

"Lucera, la mejor jaca que ha nacido en el mundo. 4 de abril de 1900", hizo escribir don Manuel en la chapa que durante décadas estuvo colocada bajo la cabeza disecada del equino, en un soporte con forma de herradura. 

"En la última mudanza que hicimos, mi madre se lo regaló a alguien. Cogí la inscripción (tendría yo doce, trece o catorce años) y todavía la conservo", comenta Pablo Muñoz de Solano. 

Manuela Anguita Martos, hija del recordado industrial Brígido Anguita, que terminó siendo propietario del caserón familiar de los Ruiz Córdoba, recuerda haber visto aquel trofeo en el también legendario inmueble bajo cuyos numerosos y barroquísimos balcones daban el tostón los chaveas de aquí.

Cuenta la leyenda, igualmente, que Lucera "reventó al terminar la carrera" contra aquel tren que retrató, humeante, Pedro Rodríguez de la Torre, y que gracias a aquella hazaña don Manuel obtuvo como premio el Castillo de Santa Catalina. Nada más lejos de la realidad, que además de que para entonces Lucera ya era historia, Ruiz pagó la fortaleza, duro a duro, a la viuda del hijo de un Uribe. Los papeles, que nada callan.  

 Plaquita que durante décadas estuvo en el soporte donde se conservaba la cabeza de Lucera, junto a una foto de Ruiz Córdoba en sus lomos y otra, revestido de condecoraciones. Foto: Archivo de Javier Cano (queda totalmente prohibida su reproducción sin la autorización expresa de su propietario).
 Plaquita que durante décadas estuvo en el soporte donde se conservaba la cabeza de Lucera, junto a una foto de Ruiz Córdoba en sus lomos y otra, revestido de condecoraciones. Foto: Archivo de Javier Cano (queda totalmente prohibida su reproducción sin la autorización expresa de su propietario).

Haría falta un periódico inacabable para compendiar el inmenso repertorio de hechos curiosos atribuidos a Ruiz. Un "hombre elegante" (lo recuerda Felisa Anguita) al que, según sus bisnietas María Luisa y María José Cano Muñoz de Solano, "le hacían la ropa en Inglaterra": "¡Era un señor espectacular!". 

Tertuliano del Portalillo, fue uno de los más entusiastas animadores del Jaén de su tiempo con su bastón de cabeza de plata en la mano (también en poder de los López Aranda), se cuajó la verbena del Cristo del Amparo, en plena calle Maestra, convirtió en antológicas sus bromas al bueno de Petrolo (llenas de gracia, de arte) y no ahorró gastos a la hora de arrimar el hombro para la conservación del patrimonio histórico artístico de su patria chica. 

Ahí está el altar que costeó el matrimonio en la recuperada iglesia de San Juan de Dios, tras el incendio pavoroso que la redujo a pavesas en 1916; la adquisición, entre muchas otras obras, del célebre cuadro de José Nogué La adoración del Santo Rostro, de cuyo feliz hallazgo dio noticia Lacontradejaén, en exclusiva, hace unos meses; o la primorosa publicación de los estatutos de la Santa Capilla.  

A los pies de la mismísima Cruz del Castillo hizo labrar el famoso soneto de Almendros Aguilar, que allí sigue ciento ocho años después, y se apuró los bolsillos más de una vez para restaurar lo que pudo del alcázar, cuya capilla dejó como los chorros del oro.

Por cierto, que por mucho que le favorezca la leyenda, tampoco se lo regaló a la ciudad antes de morir ni que se deshizo de él por el módico precio de una peseta. Para nada. Recogido está, y con timbre del Estado, que fue su viuda, en 1949, quien vendió la fortaleza al Ayuntamiento jiennense por la cantidad de 230.000 pesetas de la época, en tiempos del alcalde Álvarez de Morales. Un paseo por los legajos del Archivo Histórico Municipal lo deja claro.

 Manolito Ruiz sobre uno de sus caballos, al pie de una de las torres del alcázar. Foto: Archivo de Javier Cano.
Manolito Ruiz sobre uno de sus caballos, al pie de una de las torres del alcázar. Foto: Archivo de Javier Cano.
 

CAZADOR Y AMANTE DE LOS ANIMALES

Una de las fotografías que aparecen en este trabajo, donde se le ve junto al rey Alfonso XIII, ejemplifica la afición cinegética del personaje, que según cuentan las crónicas era un avezado escopetero en monterías de postín. ¡Ah, una foto que no tiene desperdicio y a punto estuvo de costarle nada menos que la vida!

"En la Guerra, entraron a su casa de la calle Recoletos de Madrid unos milicianos, registraron y pescaron una foto que se le había pasado esconder; le preguntaron por ella y él respondió que no es que fueran amigos, sino que vendía coches, el rey le había comprado uno y como le gustaba cazar y el rey era tan llano, lo invitó a una cacería. ¡Se libró de la muerte por los pelos!", narran las hermanas Cano Muñoz de Solano.

Una guerra que hizo mucha pupa al patrimonio familiar y se cebó en sus posesiones, que pudo recuperar una vez finalizado el conflicto bélico. 

Hablando de monarcas... Otra de esas leyendas urbanas que circularon (y siguen haciéndolo) por Jaén sitúa al exalcalde y expresidente de la Diputación en el repertorio de ilegítimos del decimotercer Alfonso; si se le diera credibilidad a ese argumento, la humanidad estaría ante el primer caso de hijo nacido antes que su padre. "No hay tan diestra mentira que no se venga a saber", escribió Lope de Vega.

Pero sigamos con la fauna, de cuyas desgracias se compadecía Manolito Ruiz: "Había un mono viejo de feria, Perico, que ya no servía, lo iban a matar y el lo rescató y se lo regaló a su hija; el mono tenía un poco de mala uva, pero a ella la adoraba. Cuando ya se puso muy malito, se abrazaba a nuestra abuela, se tapaba los ojitos y echaba su cabeza, como si le doliese. Ella nos lo contaba, porque lo adoraba también".

O la perra Benita, "la Beni": "Era el amor de la abuela, de Josefa Codes y creo también que de Manuel Ruiz Córdoba", señalan. Aún hoy es visible la curiosa fuente con peldaños y refugio incluidos, donde unos patos vivían a cuerpo de rey en la hacienda Vega de la Reina. 

Años antes, el perro Machaquito, que llevaba el nombre de uno de los toreros íntimos de Manolito Ruiz (hasta formó parte del séquito funeral en sus exequias —el matador, no el can—) encontró sepultura de excepción ante la capilla de Santa Catalina, bajo una gran piedra donde hasta tuvo inscripción funeraria propia: "Al leal y buen perro Machaquito". Borradas las letras hace la tira de años, sus huesecillos reposan todavía a un palmo del cielo de Jaén. Aviso para navegantes, o sea, para quienes suban por allí este finde. 

 En el centro de la imagen, tocado con boina, Manuel Ruiz Córdoba junto a su mujer, Josefa Codes, y la pequeña Marisa Muñoz de Solano, su nieta. Foto: Libro La Guerra Civil y la represión franquista en la provincia de Jaén.
En el centro de la imagen, tocado con boina, Manuel Ruiz Córdoba junto a su mujer, Josefa Codes, y la pequeña Marisa Muñoz de Solano, su nieta. Foto: Libro La Guerra Civil y la represión franquista en la provincia de Jaén.

EVOCACIONES

"Espejo de caballeros, verdadera institución en este Jaén que él tanto quiso siempre, al que prestigió con sus cualidades excepcionales que puso en todo momento al servicio de su honra y buen nombre", reza el obituario publicado en la prensa local al día siguiente de su pérdida. Pero no hace falta remontarse tantísimo para evocarlo: 

"Recuerdo venir mis padres de verlo en su casa y decir '¡qué malo está el tío Manolo, está muy malico!', rememora Felisa Codes Anguita, y concluye: "Era muy amable, muy extrovertido, recuerdo su cara como si lo estuviese viendo ahora mismo, con su sombrero, que era una cosa extraordinaria para una niña, como yo era entonces". 

Habitante habitual de las páginas de Don Lope de Sosa, la revista de Cazabán, una calle (que casi besa el carril del camino al que da nombre) recuerda en el plano de la capital a aquel señor del Castillo cuyos patios y torres abrió a los jiennenses mientras estuvo bajo su propiedad, incluso en los duros y tediosos años de la posguerra. 

Si Benito Pérez Galdós, el gran novelista, visitó Jaén fue de la mano de Manuel Ruiz Córdoba, que esgrimió todas sus armas dialécticas, en la boda cartagenera de Machaquito, para que el ilustre escritor pasase por la ciudad del Lagarto antes de emprender camino de Córdoba, la cuna califal del torero en cuyo enlace actuó como testigo.

Al jiennense se debió que, durante años, la popular Arroyo llevase el nombre del autor de Fortunata y Jacinta antes de que el Ayuntamiento le cambiase el rótulo por el de otro ilustre de aquí, Teodoro Calvache. Artistas como el ya citado Nogué supieron de primera mano del buen gusto y el mecenazgo de Manolito Ruiz, cuyos hogares decoraban obras de primer nivel.

Su entierro, según la crónica de la prensa publicada el 11 de septiembre, fue una multitudinaria manifestación de duelo desde la casa mortuoria hasta la parroquia de San Bartolomé y, luego, en el camposanto donde descansa en paz. Una comitiva que incluyó a las máximas autoridades de todos los ámbitos y hasta la banda de música dirigida por el maestro Sapena

Un día antes, en las mismas páginas, el cronista escribía: "El sentimiento sincero por esta pérdida irreparable ha de llegar a toda la provincia y fuera de ella, pues este hombre realmente excepcional lo era especialmente por sus extraordinarias dotes de simpatía que dejaba prendida amistad y cariño a su paso entre gentes y lugares que recorrió y conoció su afán andariego (...) Era algo tan nuestro, tan nuestro. ¡Y era él tan auténticamente jaenero!". Ahí quedó. 

 Antañona postal en la que todavía campeaba, en el dintel enrejado de un acceso a la fortaleza, las iniciales de su dueño.
Antañona postal en la que todavía campeaba, en el dintel enrejado de un acceso a la fortaleza, las iniciales de su dueño.

FOTO DE CABECERA: Manuel Ruiz Córdoba, a lomos de Lucera, en su finca Vega de la Reina. Foto: archivo de Javier Cano (queda totalmente prohibida su reproducción sin la autorización expresa de su propietario).

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COMENTARIOS

Antonio Ortega Calero

Antonio Ortega Calero Noviembre 26, 2022

Sí, este comentario es una maravilla, tuve la suerte de conocerlo yo vivía en la calle Almagro a las faltas del Castillo, los "chiquillos" subíamos a jugar con la pelota de tramo a su casa y cuando él se encontraba nos daba la merienda, "pan con aceite".

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