JAÉN: LA CIUDAD SIN LÁPIDAS
Al contrario que otras muchas capitales, la del mar de olivos carece prácticamente de azulejos o placas conmemorativas que recuerden la vinculación de importantes personajes o entrañables espacios con la ciudad. Este periódico pasea hoy con los ojos muy abiertos para descubrir lo que no cuentan las fachadas de Jaén
Un paseo por el viejo Jaén, por la ciudad de siempre, puede resultar para muchos un reencuentro con su discreta pero sorprendente belleza.
La esencia del Santo Reino permanece inalterable en rincones, vistas..., en estampas eternizadas por el paso del tiempo que certifican cuánto de valioso ha perdido esta tierra y ponen en valor los vestigios que aún conserva: "Somos de una ciudad cargada de paciencia", versos de Luis García Montero sobre 'su' Granada que vienen que ni pintados para definir a la capital del mar de olivos.
En ese itinerario sentimental, el paseante puede celebrar mucho de lo que encuentra en tanto ignora todo lo que ni ve ni nadie le 'explica' con voz de fachada o monumento, con acento de estatua.
El poeta Bernardo López, el músico Emilio Cebrián, el ministro Ruiz Jiménez, el poeta alicantino Miguel Hernández, el periodista Ricardo García Requena, el sacerdote Cándido Carpio, el cronista Alfredo Cazabán o el guitarrista Andrés Segovia son, si no todos, de los poquísimos que gozan el privilegio de contar con una lápida conmemorativa en su lugar de nacimiento, muerte o ejercicio profesional. El resto...
Con la Plaza de Santa María como punto de partida (hay que empezar por algún lado, y este hito fue y sigue siendo nudo histórico de tránsito para los jiennenses), no hay quien le aclare al personal que a cuatro pasos del templo mayor de la diócesis, en el número 2 de la calle Portillo, nació uno de los más grandes artistas que ha dado esta tierra: el pintor Manuel Ángeles Ortiz. Un creador universal desconocido para muchos de sus paisanos, cuya obra engrosa las colecciones de algunos de los museos más importantes del mundo.
Sigue el paseante su camino y, al inicio de la Carrera de Jesús, no lee por ningún lado que en su número 5, hoy bloque de pisos pero antaño reputada Residencia-Hotel Rosario, vivió hasta su muerte un ilustre compañero de generación de Lorca, Alberti, Cernuda, Aleixandre..., el poeta Rafael Porlán, cada día más reivindicado y, desde 1945, insigne habitante del viejo cementerio de San Eufrasio.
Bastantes metros arriba, en el 23, el popularmente conocido como Conde-Duque (antiguo palacio del vizconde de Los Villares) no dice ni mu sobre uno de sus más preclaros habitantes, el médico benefactor Bernabé Soriano, el padre de los pobres, cuya consulta en tan histórica mansión nunca estuvo cerrada a los bolsillos vacíos. Todo lo contrario.
Precisamente en la misma calle, ya mediada y algo más arriba del Camarín, en el número 41, pernoctó varias noches el mismísimo autor del Romancero gitano, Federico García Lorca, que en uno de sus poemas, el Romance de la pena negra, recuerda claramente "las tierras de aceituna".
Uno de los descendientes de la familia tradicionalmente propietaria de este edificio, el profesor y escritor Manuel María Morales Cuesta, confirma a Lacontradejaén la estancia del universal poeta granadino en este inmueble, del que el propio tataranieto de Montero Moya escribió:
"La puerta del zaguán siempre está abierta. Cruzamos el umbral y tocamos el timbre de otra puerta, más pequeña y acristalada. Tardan en abrirnos, porque la casa es grande y allí todos son viejos, hasta las criadas. Por fin, alguien nos abre", describe Morales Cuesta en uno de los capítulos de su libro del 93 La mirada en la memoria.
Vamos, que eso que en cualquier otra ciudad haría sacar pecho a sus vecinos, pasa desapercibido en la capital del Santo Reino.
Desde allí mismo, descender por la calle Los Peñas y toparse con la casa del poeta Antonio Alcalá Venceslada (creador, entre otras obras, del célebre Vocabulario Andaluz) es todo uno; precioso inmueble precedido de jardín y con el escudo dominico en sus puertas, nada (excepto la belleza de ese patio) evoca que el recordado escritor vivió y murió entre sus muros.
Ni que a un tiro de piedra, en la casona del XVII esquinera con la calle Llana, habitó Eufrasio López de Rojas, nada más y nada menos que el responsable de la fachada de la Catedral, eterna aspirante a la lista de la Unesco; en el número 24 de la calle Espiga, dedicada al periodista José Jiménez Serrano, brilla por su ausencia una mención al gran paisajista Rufino Martos, que en ella nació, y paradójicamente, aunque algo más retirada de esta zona, en el barrio de San Ildefonso, tampoco la casa en la que pasó a mejor vida el mismísimo Andrés de Vandelvira (en el número 8 de la calle que lleva su nombre) ofrece información alguna de tan ilustre y 'recurrente' morador.
Ah, y en la calle Pozo, en una preciosa casa adintelada que todavía aguanta el tirón, sonó durante años el piano de doña Lola Torres, sin cuyos afanes el Cancionero Popular de Jaén sería, seguramente, otro lamentable huésped de la desmemoria.
Menudo desvío así, de sopetón, pero las circunstancias mandan y 'pillaba de camino'. Hay que regresar, volver y detenerse. Ya puestos, la cuesta de La Alcantarilla coge a nada y menos. Calle emblemática de por sí que en lo que hoy ocupa el número 7 albergó a otro Federico, también poeta: De Mendizábal, autor de la letra del Himno a Jaén. Si Cebrián (que bien lo merece) cuenta con placa alusiva en su casa de la calle Martínez Molina, el letrista nanái (que se dice por aquí).
La primera calle por la cuesta, bajando a la izquierda, es Jorge Morales. Mediada esta, una casa todavía de airosa planta, con soberbias jambas y dintel y balcones en perpetua explosión floral, albergó hasta mediado el siglo XX el célebre colegio de seises, por el que pasaron varias generaciones de jiennenses. Aunque solo sea por eso, y por la singularidad de edificio y función, seguro que más de uno agradecería conocer el dato al pasar por delante de ella.
"UN ACTO DE JUSTICIA"
Al respecto, Francisco Carrillo Rodríguez, presidente de la Asociación Cultural Círculo Ánimas, lo tiene claro: "Sería un acto de justicia reconocer a todos estos personajes, pero son cuestiones políticas las que lo impiden". En sus palabras, "se pierde tiempo por culpa de algunos tecnicos o técnicas que a cualquier iniciativa que parta desde la cultura de Jaén, le ponen trabas", lamenta.
No en vano, este colectivo promovió la colocación de una serie de placas conmemorativas en distintas calles de la capital, para rendir tributo a quienes les dan nombre y habitaron en ellas. Una idea que, sin embargo, no pudieron materializar en el casco histórico (donde se concentra la totalidad de estas vías urbanas), hasta el punto de tener que ubicarlas, todas juntas, en la fachada del centenario colegio de Santo Tomás.
"Teníamos los permisos de los vecinos, pero fue un problema del Ayuntamiento, que no quiso", recuerda Carrillo. Según el reconocido pintor jiennense, tras "casi año y medio parado el proyecto", el Consistorio alegó que dichos azulejos "no cumplían las normas" y hubo que "conformarse".
"Estos y otros muchos nombres deberían tener este reconocimiento y a la mayor brevedad posible. El conjunto histórico está muerto, hay gente que lo habita pero está muerto. Y esta iniciativa le daría vida. Pero eso implica una revisión de los elementos que ya existen: a nosotros nos dijeron que los azulejos podían presentar contaminación visual, pero yo sigo viendo aparatos de aire acondicionado y no pasa nada", sentencia el artista y máximo responsable de 'Círculo Ánimas'.
HISTORIADORES, POETAS, ARTISTAS...
Antes de darle voz a Francisco Carrillo, el paseante andaba por el barrio de San Ildefonso, maravillado de tantas curiosidades como podrían proclamar a los cuatro vientos las fachadas de la ciudad, de tanto como callan.
Del antiguo arrabal a la Carrera media un suspiro, y si se arranca desde su frontera con la Plaza de la Constitución, con los ojos llenos de la sinergia de belleza que procuran los montes de Jaén y las piedras catedralicias, la primera ausencia que cuelga por allí es la que no recuerda que en su número 32 vivió, hasta su muerte en 1988, el historiador Rafael Ortega Sagrista.
Tiene calle con su nombre y hasta un monumento en el parque que la preside, pero entre esas cuatro paredes de 'Bernabé Soriano' escribió el gran costumbrista muchas de las páginas que alumbraron espuertas de historia local y, como recomienda el refranero, más vale pecar por exceso que por defecto.
Por cierto, que hablando de historiadores, en el tintero andan los rótulos de las vías urbanas que todavía no rinden tributo ni a Isidoro Lara Martín-Portugués ni a Manuel López Pérez. "El olvido está ahí, no lo olvidemos", dijo Mario Benedetti.
En la otra punta de esta arteria, en el número 2, toda una hija predilecta de Jaén contemplaba, desde sus balcones, su ciudad amada. Se llamaba Rosario López, era cantaora y aunque no haya placa que lo recuerde, allí cantiñeó lo que luego, sobre los escenarios del mundo, convirtió en monumento jondo con acento de la tierra del Lagarto.
Un universo este, el del flamenco, que cuenta bajo el cielo de la ciudad con espacios merecedores de conmemoración hasta ahora inéditos: ahí está el afamado cantaor gaditano Canalejas de Puerto Real (1905-1966), que pasó gran parte de su existencia en Jaén y en cuyo piso de Roldán y Marín era tradicional escucharlo por saetas a la hora en que El Abuelo conquistaba el itinerario oficial.
O el mismísimo Polluelas, que a falta de celebridad universal ha terminado convertido en todo un icono sentimental de aquí y para el que muchos cabales han soñado un busto, en plena ejecución saetera, en los cantones, frente al Camarín.
Sin dejar de lado (y cambiando de género musical) que la calle Sedeño dio la luz primera a Maribel Llaudes, la popular Karina, a un paso del Pilar del Arrabalejo, de donde salió para convertirse en reina del pop de los 60 y los 70 y, sin duda, una de las artistas más aclamadas de su tiempo.
Subiendo, subiendo se alcanza la calle Pescadería, camino del Pósito, donde antaño estuvo un hotelillo en el que el Premio Nobel Camilo José Cela se alojó durante su estancia en Jaén. ¿El motivo? La redacción de su Primer Viaje Andaluz. "¿Moco de pavo?", preguntaría el marqués de Iria Flavia.
De callejeo por la zona, desembocar en la calle Espartería (por más que el rótulo municipal rece 'Doctor Civera') es inevitable. En ella vivió el pintor catalán José Nogué, un maestro del paisaje que volcó gran parte de su talento en atrapar las bondades y las tradiciones de la ciudad. Si la amaría, que contra todo pronóstico decidió que su cuerpo descansara eternamente en el cementerio viejo, esa ruina que, por sí misma, ocuparía todo un reportaje de reivindicación.
Justo en el callejón que, a día de hoy, recuerda felizmente a Emilia, 'la reina de las tiras bordadas', tuvo su colegio de Los Ángeles don Manuel Moya, otro de esos centros escolares que formaron a un montón de críos. Chavales ayer, hoy hombres que, en cuanto pueden, se deshacen en elogios hacia él.
Y en la entrañable plazoleta de San Bartolomé, el colegio de San Agustín, que de la mano de Cándido Nogales forjó a varias generaciones de estudiantes jiennenses. Eso dicen quienes pasaron por sus clases, porque lo que es placa o azulejo que lo recuerde...
A mitad de la calle, en la esquina con el popular Callejón de las Uvas, abrió su legendario establecimiento un no menos mítico Brígido Anguita; mesón quitahambres que todavía perdura en la memoria colectiva, pero no en la de la fachada del edificio. La repercusión, hace semanas, de un reportaje en este periódico con el hostelero natural de Los Villares como protagonista certifica el aprecio de los jiennenses a su figura.
UNA LISTA INTERMINABLE
La lista de acreedores a un reconocimiento tan sencillo como el de unir su nombre a los lugares que marcaron con su huella es, si no interminable, larga, muy larga. En estas páginas digitales aparecen bastantes de ellos, pero son muchos los que se quedan fuera por falta de espacio o, simplemente, omisión involuntaria.
No es el caso del poeta Antonio Almendros Aguilar, el autor del Soneto a la Cruz, que vivió y murió en 1904, en los brazos de Bernabé Soriano, dentro de la casa hoy transformada y esquinera con la de su nombre y la calle Cambil. Con la vía urbana más larga de Jaén a su nombre y su célebre poema tallado a cincel a los pies de la Cruz del cerro de Santa Catalina, recordar el escenario de su último suspiro cerraría más que dignamente el círculo de su conmemoración en la ciudad.
Cerca de allí, en la Plaza de Santiago, la cripta de la parroquia homónima (que ningún jiennense vivo ha conocido, cosas de los años) se exhibe como refugio antiaéreo de la Guerra Civil, pero tras sus espesos muros yacen muchos muertos con siglos de sueño en sus párpados, enterrados en suelo sagrado según la costumbre de otros tiempos. Entre ellos, el gran imaginero José de Medina, de cuya gubia salieron, entre otras joyas, la Dolorosa de el Abuelo o el Cristo de la Expiración. Una simple lápida lo entroncaría con el devenir cotidiano de la capital.
A la misma collación pertenece otra calle de sonoro rótulo, Campanas de Santiago, en la que vivió el violinista Antonio Piedra a principios del XX; toda una figura del violín.
Otro colegio próximo, el de Nuestro Padre Jesús, y su recordado director, don Victoriano Delgado, en la calle San Lorenzo, merecen todavía los más encendidos parabienes por parte de muchos de quienes estudiaron en él y también, aseguran, acaso una plaquita, una breve leyenda que celebre su presencia en el mapa educativo local.
Pasar bajo el Arco de San Lorenzo es un acto cotidiano (a pie o al volante) que, sin embargo, se convierte en hecho extraordinario los días de Semana Santa, otra de esas entrañables citas locales cuyos mitos y acontecimientos dan para todo un catálogo de indicadores aún ausentes, placas que rememoren sucesos, historias, nombres propios... Queda pendiente para otro reportaje.
Eso sí, camino de La Merced se abre otra veta de posibilidades para el paseante, el curioso; ahí está el poeta decimonónico Manuel María Montero Moya, que si bien da nombre a la calle que une la de su colega Almendros con la Plaza de los Naranjos, lo cierto es que vivió y dijo adiós a este mundo en Merced Baja, 2.
A pocos, poquísimos metros de la esquina entre esta calle y Obispo González, un antiguo caserón albergaba la imprenta de Antonio López, en la que se presentó, un día de julio de 1854, el mismísimo Cánovas del Castillo para imprimir el Manifiesto de Manzanares, trascendental en la historia política del XIX en España.
El imán, el magnetismo de la Catedral tira del paseante, que se deja llevar por la calle Obispo Arquellada, un zig zag silencioso, tranquilísimo, en el que tuvo su estudio una pionera, Amalia López, la primera mujer fotógrafa de España, y en unos años en los que eso de vestir falda y dirigir un negocio (por muy artístico que fuese) no se llevaba. Vaya que no.
Llega el curioso a la Plaza de Santa María, escenario grandioso para lo histórico y lo cotidiano, y se pregunta qué pasos, qué huellas no habrán acariciado su suelo (el de cada época, eso sí, porque cambia más de pavimento que un nazareno de Jesús de fila.
Fue el punto de partida de este reportaje y, ahora, en sus estertores, lo abrocha con el recuerdo de la presencia de un grande (pero grande) de las letras españolas que, en 1914, invitado por su amigo Manolito Ruiz, conoció Jaén y, entre otros umbrales, cruzó el de la antigua peña El Portalillo, el 4x6=24=6x4, junto a la casita de las Heras, ahora en restauración.
Allí, Pérez Galdós compartió un rato de charla con los socios de la mítica peña, lo reflejó el espejo del perchero de aquella sede (que aún les devuelve su imagen a los residentes de las Hermanitas de los Pobres nada más entrar a sus instalaciones). Una lápida sobre su fachada, a tres metros escasos de donde estuvo el quiosco del legendario Petrolo, daría buena cuenta de la nómina de personajes de los que esta tierra puede presumir, lo mismo que otra en la fachada de lo que fue la mítica Sombrerería Cámara. A ver qué pasa.
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