La danza del Joker más humano
La película de Todd Phillips cuenta el origen de la némesis de Batman mediante el retrato psicológico de un hombre que nunca ha sido feliz ni amado
Las ganas de ver Joker (Todd Phillips, 2019) dan para hacer 70 kilómetros en busca de una sala de cine, esos espacios que van a existir siempre aun cuando abunden las plataformas digitales. Las dos horas de recorrido emocional por un hombre roto merecen la pena. El Joker de Phillips y, sobre todo, de Joaquin Phoenix ya está en la cumbre del cine.
Arthur trabaja de payaso, sueña con hacer espectáculos cómicos en vivo y con salir en su programa de televisión favorito. Lo intenta por todos los medios y ante todos los obstáculos: no es particularmente talentoso, sufre un trastorno y tiene que cuidar de su madre enferma. Un día el Estado lo abandona, porque ya no hay medicación para él. En realidad, Arthur ya se sentía abandonado por una trabajadora de Servicios Sociales que lo oía, pero no lo escuchaba. Cuando está medicado, Arthur soporta todo. Sin pastillas llega el caos. El monstruo.
La película es muy oscura. Joker siempre aparece a un lado de la gente. Hasta que de pronto lo siguen y se convierte en símbolo de una sociedad cuya grieta entre ricos y pobres es un abismo. Arthur muta en Joker tanto como la sociedad, que lejos de proponer una crítica a la división de clases se entrega al terror como móvil.
A Joaquin Phoenix sólo pueden robarle el Oscar. Cuando mira a la cámara traspasa la pantalla. Da miedo tanto como esa coreografía, esa danza introspectiva que inquieta al espectador. Si el Joker de Heath Ledger era la encarnación del mal, el de Phoenix es humano. Puedes verte en él y —ya ha ocurrido desgraciadamente en alguna sala— llegar a aplaudir lo que representa. Es una ficción, claro. Pero da vértigo.
FICHA TÉCNICA
Título original: Joker
Año: 2019
Duración: 122 minutos
Nota en IMDB: 8,9
Nota en Filmaffinity: 8,5
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